EL RENEGADO PRODIGO —

Prólogo


La tensión se respira en el aire, todos miran a su jefe de reojo, no se atreven a decir nada, pero a la vez todos lo saben. Hasta Stoick sabe que lo tienen presente. Se acerca el 29 de Febrero, el primero sin Hiccup.

Fue el año pasado, el último que le vio fue Gobber en medio de un ataque de dragón, el chico le dijo que tenía pensado matar un dragón con una de sus locas maquinas, él le dijo que no lo hiciera, pero el chico no le hizo caso y se largó. En cuanto los dragones se marcharon, todo estaba patas arriba, y encontraron la maquina, pero no había ni rastro de Hiccup. Le buscaron, claro que sí, pero tras una semana sin rastro, lo que pasó era obvio, se lo llevó un dragón, al igual que le ocurrió a su madre. La espina de pescado estaba más que muerta.

Habrían celebrado, si no fuera porque la perdida destrozó a Gobber y a Stoick. El primero se sentía culpable de lo que le había ocurrido a su pupilo, había sido demasiado descuidado. Solo si me hubiera quedado en la cala para asegurarme de que no escapara... El segundo no lo aceptaba, primero su amada Valka, después, su único hijo.

Incendiaron una barca y la dejaron a la deriva, era lo mínimo que merecía un hijo de jefe. Tras eso dieron por concluido el luto, si es que realmente hubo alguno, y siguieron con sus vidas. Berk no había perdido realmente mucho. Y para Snotlout perder a su primo realmente había sido como si los dioses le diesen un premio, iba a acabar siendo él el heredero con Hiccup vivo o no, pero muerto era un estorbo menos con el que lidiar, le agradecía a Freya mil veces por llevárselo. Stoick tardó más en aceptarlo, le hablaba a las paredes vacías de su casa antes de recordar que ahí ya no vivía nadie más que él, y entonces comenzaba a destrozar mobiliario. Gobber temía dejarlo solo, era el único que también había amado a Hiccup y comprendía su dolor. Pero no podía quedarse siempre así, era el jefe, estaba obligado a levantar cabeza, en cuanto lo hizo, se volvió más cerrado, recto y brusco. No había piedad ni para los dragones, ni para nadie. No solo estaba protegiendo a su pueblo, estaba vengando a Hiccup.

Antes el cumpleaños de Hiccup había sido lo único bueno que traía consigo la espina de pescado, la escusa perfecta para tener una fiesta, liberar tensiones, emborracharse más de lo normal, cometer algunos errores propios de los festejos... Gajes del oficio. Hacía años que el "anfitrión" no hacía gala de presencia en sus "fiestas de cumpleaños", pues solían burlarse de él en ellas, más de lo normal, "¡a la salud de la tercera vergüenza de la familia Haddock!" y similar solían gritar a los cuatro vientos. Todo el pueblo lo encontraba gracioso y lo peor es que creían que Hiccup también. Como si el chico hubiese nacido para ser un bufón y el hecho de que le insultaran día y noche le hiciera feliz. Cuando comenzó a faltar nadie más que Gobber se dio cuenta y seguían festejando con un motivo falso. Ahora ya no había motivo ninguno para festejar, ni falso ni auténtico. Para el jefe, se cumplía un año sin su hijo y, perra la suerte, justo tenía que ser bisiesto. El 29 de Febrero se encontraba cada vez más cerca y los vikingos de Berk lo sentían en su piel como si el mismísimo Ragnarok fuese a llegar. No dirían nada, a lo mejor y Stoick se olvidaba.

Pero no olvidó. Olvidar no es una opción cuando tienes que regresar a una casa vacía todas las noches. A la misma donde Hiccup había estado ahí, con el delantal que solía ser de su madre, esperándole con la mesa puesta, una cena caliente y, más veces de la que le habría gustado, un silencio incómodo, donde no tenían nada que decirse, porque eran terriblemente diferentes, por mucho que el adolescente tratara de ocultarlo. Al menos tenía su presencia y la ilusión de todo el tiempo del mundo para arreglar sus brechas, ahora ya ni eso.

"¿Cuánto te habría costado, Stoick?" sus remordimientos se encargaban de hacerle imposibles las noches que pasaba en tierra, incluso había comenzado a dormir, o, bueno, a tratar de hacerlo, en la habitación de su hijo, como si así pudiera sentirte más cerca, pero ese cuarto estaba vacío, como él "Decirle que le querías, aun con todos sus defectos, decirle que se parecía mucho a su madre y por eso era tan especial, como ella, igual a la mujer que amabas. ¿Cuánto, Stoick?"

Probablemente menos de lo que a Hiccup le habría costado creerle. Le había exigido y exigido y recalcado que tenía que cambiar, ¿para qué? Para complacer al pueblo. Hiccup nunca se dio cuenta de que la hacha favorita de su padre, la que llevaba siempre en todas sus incursiones, fue la primera que había logrado hacer decente, sin la ayuda de Gobber. Había sido hace muchos años, y la había olvidado, pero su padre no olvidó, la primera gran creación de su pequeño, quien se había cortado en el proceso, pero se había negado tozudamente a llorar, aun cuando dejo un charco de sangre a sus píes, eran solo gajes del oficio... Oh, Hiccup.

Volvió a sacar esa misma hacha de la funda y en cuanto sus hombres le vieron salir de casa con ella al cinto, sintieron que se les cerraba la glotis.

— Preparad los barcos —ordenó—, las provisiones, las armas, id con vuestros hijos, besadles, despedios de ellos y decidles cuanto los amáis y lo orgullosos que estáis de ellos. Hoy partimos en busca del Nido y no vamos a regresar sin encontrarlo.

— ¡Quiero ir contigo, Stoick! —bramó Snotlout.

— No —le ordenó a su sobrino con los ojos entrecerrados—. Que no se te olvide que eres la esperanza de Berk, tu sitio está aquí, protegiendo tu pueblo.

Snotlout fingió que sus palabras no le emocionaban y con un simple y fuerte "¡sí!" desapareció de la escena.

Los dragones le quitaron lo más valioso para él, él iba a quitarles lo más valioso para ellos.

"Valka, hijo, espero que me estéis viendo bien ahí arriba en Nidavellir —pensó—. Os voy a hacer justicia"

De lo que Stoick no tenía ni idea, es que en realidad no había ninguna cuenta que saldar.