Miguel Alejandro Prado (Perú), Javiera Gonzáles Rodríguez (Chile) y los demás personajes emncionados no son míos, Hetalia y LAtin Hetalia son de sus respectivos autores. Las canciones mencionadas tampoco son mías. Mío es el fic, que espero que les guste :)
Cantar
Cuando llueve o cuando está sola, sentada tomando un té, Javiera suele recordar a Miguel cantando, y recuerda aquellos momentos de su infancia que había tenido que compartir con la Tierra del Sol. Recuerda dolores, reproches y envidia, y recuerda una potente voz de niño que rompía con todo eso. Recuerda el calor de un abrazo, manos frías y torpes y una sonrisa que lo ilumina todo. Recuerda amistad, ridiculeces y alguna que otra lágrima. Promesas, susurros coloridos y palabras bonitas e ingenuas, y todo aquello que fue arrastrado lejos por el ineludible paso del tiempo. Inevitablemente recuerda que ha crecido y también muchas otras cosas más.
Javiera ocasionalmente escucha a Miguel cantar, por lo general cuando los latinos la arrastran con ellos a beber y a todos se les pasan las copas. Suele rodar los ojos cuando ve a Miguel tambalearse hacia una chica, guitarra en mano, o cuando con Martín salta sobre la barra chillando a full pulmón el corillo de Los Piratas o de De música ligera. Y a través de balbuceos de borracho, carcajadas desagradables y arcadas peligrosas, puede alcanzar a vislumbrar el inocente canto de aquel niño que una vez exigió ser su amigo. La voz de Miguel dejó de ser un arroyo que fluía suavemente, descendiendo por las laderas de los Andes, para convertirse en un río potente y agresivo, que luego desembocó en un mar que nunca deja de moverse, que es tan pacífico y tan movido a la vez. Y Javiera solo puede preguntarse, si ese mar alguna vez la ahogaría, reprendiéndose luego a sí misma por tener pensamientos tan absurdos.
(A veces lo oye cantar en sus sueños y al día siguiente tiene leves ojeras bajo los ojos.)
No puede afirmar que la voz de Miguel haya dejado de ser bella, siendo ahora hasta más cautivadora y no solo por ser más grave. Tuvo que aceptar, sólo para sí misma, que no sonaba nada mal cuando le cantó Bajo la luna a Francisca, habiendo ingerido cero alcohol y estando totalmente calmado, y por un momento deseó que le cantase a ella, solo para que ella oyese, así como había sido mucho tiempo atrás. Javiera puede aceptar que la voz de Miguel se oye bastante bien acompañada de guitarra, pero sabe que suena todavía más hermosa cuando canta con susurros que se dejan acariciar por el suave sonido de una quena.
Pero no sabe qué son todas esas sensaciones que se arremolinan en su interior cuando en esos momentos de silencio aburrido, en plena reunión internacional Miguel distraído tararea a su lado, ni sabe tampoco (o no quiere saber) qué es aquel sentimiento que la hace temblar y que aflora cada vez que Miguel toma la mano de Francisca y le susurra al oído.
No, no lo sabe, y prefiere morirse sin saber.
