Calendario Gregoriano

Disclaimer: Todo lo referente a los hijos de Adán e hijas de Eva incluidos el mundo maravilloso de Narnia y las criaturas que allí habitan es propiedad de C. S. Lewis, solo la situación, bastante descabellada por cierto, me pertenece.

Prologo

La enorme habitación, ricamente decorada en piezas de oro y plata lucía tétrica, una oscuridad sin fin cubría cada rincón de la pieza de igual forma que un aroma a manzanas y canela. La puerta permanecía firmemente cerrada desde hace horas y la doncella que se encontraba con la cara hundida en la cama no tenía ganas de ver ni al más valiente de los ratones en toda Narnia.

En el cuarto no se escuchaba ningún ruido aparte del suave sollozo de la castaña.

La reina, sin lugar a dudas, llevaba encerrada cerca de un día y medio y tampoco mostraba mucho interés en ver la luz del brillante sol narniano y mucho menos ver la cara de sus reales y nobles hermanos, ninguna de sus caras.

Levantó apenas el rostro de la aterciopelada tela y contempló el manchón negro que había dejado en él, lamentó el trabajo que le causaría a la alegre servidumbre de Cair Paravel, pero no logró evitar caer de nuevo, pero esta vez con la cara hacia un lado.

Era agradable llorar, siempre y cuando te quedaran lágrimas porque cuando ya no había ninguna se volvía un dolor amargo y mudo, que solo lograba frustrar a la Reina Lucía, la valiente, aunque desde aquella tarde cálida, se sentía tan valiente como una cucaracha.

En Narnia aquello no era un error o un pecado, pero en Inglaterra estaba terminantemente prohibido. Sentir aquello junto con tu corazón histérico al ver la sonrisa de un chico, que tenía más que el apellido en común con uno mismo, no estaba bien y le dolía tener que admitir que aquello, tarde o temprano, tendría que morir.

-¿Lucía? ¿Pasa algo?

Escuchó la voz detrás de la puerta finamente labrada en caoba y se estremeció. Se levantó de golpe de la cama y corrió hacia un lado de la habitación, tomando una toalla que humedeció en un ollita mediana, se limpió el rostro y arregló el cabello como pudo en una milésima de segundo. Se calzó los zapatos a brincos mientras llegaba a la puerta y tras inspirar y expirar, la abrió.

-No, nada ocurre, pero… ¿Qué te trae hasta aquí?-preguntó sonriendo lo más normalmente a uno de los Cuatro Reyes de Narnia.

-¿Es que un hermano no puede venir a traerle la cena a su hermana?-dijo con el tono de voz que usaban cuando estaba a solas.

y fue cuando recién Lucía reparó en la fuente que él llevaba entre sus manos y fue también cuando ella se dio cuenta de lo mucho que las cosas habían cambiado y al igual de lo difícil que sería olvidarse de la sonrisa de él.

-¡Oh, Ed!

-Vamos, entremos…ya me tenías preocupado, pensé que tendría que entrar con toda una escolta Lu… ¡No vuelvas a hacerlo! ¿Vale?

Ella observó sus profundos y oscuros ojos. Ya no tenía ni 14 ni 16 años, ya habían pasado bastantes años y habían alcanzado muchos logros en aquella tierra.

-Vale-sonrió y el chico solo optó por sonrojarse mientras avanzaba al interior de la habitación.

"Pedro se estaba poniendo histérico"-ella solo rió.

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Capitulo 1: Vendimiario

Se rascó la cabeza con una mano y sobo un ojo con la otra. Se calzó los zapatos y caminó hasta la puerta de su habitación, la abrió y cerró una vez que estuvo en el interior del corredor del segundo piso. Su madre no estaba en casa y Susana ya había abandonado el país hace unos meses atrás por lo cual la esperanza de encontrar el más mínimo e insignificante trozo de material comestible en la alacena se volvía un sentimiento kamikaze pronto a estrellarse con el suelo, pues la pequeña de los Pevensie moría de hambre.

Bajó las escaleras al tiempo que recordaba los coloridos días de verano en sus queridas vacaciones, días que había pasado junto a sus hermanos mayores. Suspiró. Incluso Pedro la había abandonado en Londres, sabía que todo era por los estudios del mayor de los cuatro, pero no podía evitar sentirse enojada y de pronto triste.

Terminó de bajar las escaleras y sin mucho ánimo cruzó la sala y el comedor, su paradero…la cocina. Mantenía viva la ilusión de encontrar por lo menos las croquetas del perro para la cena… ¿perro?... ¿Desde cuando tenían uno? ¡El hambre la estaba volviendo loca!

-¡Edmundo!-abrió los ojos como plato

Grande fue la sorpresa que se llevo al encontrar a un joven de cabeza castaña alborotada, un año-recientemente- mayor que ella, ataviado con el mandil de pollitos y conejos de su madre.

Pestañeó un rato, esto es imposible-se repitió unas treinta veces en nanosegundos, él siempre solía ser el menos preocupado e inclusive el más cruel con ella, pensó que la dejaría morir de inanición y como en las últimas ocasiones ella sobreviviría ingiriendo agua o en el mejor de los casos pan de hace cinco días.

-¿Si, Lu?

-¿Q-Qué es lo que estás haciendo?-se acercó sigilosa hacia su hermano quien parecía bastante ocupado tratando de preparar algo similar a un omelet.

-¿Qué no ves, tonta? Preparo algo para comer…y ahora deja de hacer preguntas estúpidas y ve a poner la mesa…esto ya va a estar…-arqueó una ceja mientras lidiaba con la sartén, quien para su mala suerte se había empeñado en tostar los últimos diez huevos.

Lucía permaneció en su sitio y antes de sentir la mirada de Edmundo sobre ella sintió su cara arder. Algo raro venía sucediéndole desde inicios del otoño, algo cálido se había instalado en su pecho…algo que había pasado desapercibido por trece largos años.

-¿Qué rayos te pasa, Lucía? ¡Muévete!-frunció apenas el entrecejo mientras le hablaba a su hermana menor y continuó con su tarea de hacer la cena algo más presentable y saludable, no pretendía asesinar a la valiente Lu.

-A-h…sí, claro…digo…olvídalo-corrió al cajón del los cubiertos y tomo unos cuantos junto con un par de vasos.

Sonrió mientras colocaba la mesa del comedor en orden. Era la primera vez que veía a Ed ocuparse de alguna actividad del hogar, la primera vez que lo veía en una situación tan graciosa- debía admitir que el rosa y el amarillo pastel hacían una maravillosa combinación con el tono de su piel y no olvidemos los pompones del conejito en la pechera del mandil-era la primera vez en meses que la llamaba por aquel añorado diminutivo. "Lu". Cuanto significado podía tener aquello para ella.

Suspiró

Era la primera vez que lo veía sudando por traer dos platos en una mano y una jarra de jugo en la otra. Era la primera vez que se sonrojaba ante él, ante un chico.

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Los días comenzaban a ponerse más fríos con forme pasaba el tiempo y el sueño por las tardes aumentaba en ella, al tiempo que la cantidad de tareas hacía lo propio. Era la tercera vez en el día en la que se encontraba a sí misma desparramada sobre su cama, mirando hacia un punto muerto en el techo, solo que para esas horas le resultaba bastante difícil ver algo a causa de la oscuridad.

Su madre, como le había dicho por teléfono, no llegaría a casa – debido al mal temporal- hasta la mañana del día siguiente.

No es que le diera miedo estar sola en casa, tampoco es que tuvieran una demasiado grande, pero simplemente no le gustaba estar sola y el enojo grabado en su ceño aún fruncido reflejaba su falta de sensibilidad al ambiente terrorífico de aquel oscuro dormitorio.

Ed, su querido y siempre preocupado hermano, había logrado convencer a su estomago de inventarle alguna pequeña mentirilla a su madre para que él pudiera encontrarse con sus amigos y amigas en aquella esquina del plaza, lugar en donde todos los fines de semana solían juntarse a hacer Dios sabe que cosas.

Bufó

Aún no podía creer lo ingenua y tonta que había sido, era obvio que él no sería tan amable y se abstendría de hacerla sentir mal una vez en el día si no fuera a cambio de algún favor para hacer de las suyas fuera de casa. Como había pensado, era imposible encontrar en él algo que no tuviera que ver con consigo mismo. Lograba sacarla de quicio.

Rodó los ojos y dio un giro para luego hundir su cara en la suave cama. Le dolía el estomago horriblemente y los escalofríos comenzaban a atacarla sin piedad. Maldijo su suerte en baja voz y luego de un segundo pidió una soberana disculpa al cielo por su inconciencia. Cerró los ojos y dio un leve suspiro, pensó en todo lo que tendría que hacer mañana y el sueño una vez más la abordo al tiempo que un tic tac retumbaba en sus oídos.

Tap…tap…crack…¡Oh, mierda! ...tap…tap….

Lucía de un salto casi llega al techo, miró rápidamente hacia su puerta semiabierta y en la oscuridad distinguió el movimiento de un cuerpo que se deslizaba hacia la pieza que se encontraba enfrente de la suya. Dio un rápido pestañeo mientras bajaba de la cama y con una sonrisa caminó de puntitas hasta llegar al extremo derecho de la puerta, se pego a la pared y con el rabillo del ojo creyó ver la puerta de enfrente abriéndose. Estiró el brazo izquierdo y encontró el palo de béisbol que Pedro le había regalado en su último cumpleaños. Sonrió.

No es que Lucía Pevensie fuera una loca desquiciada o muy pegada a la violencia, pero ni un gramo de terror corría por sus venas es más, poco a poco, sentía la valentía hinchándole el pecho tanto que no la dejaba respirar muy bien, así que apretando fuertemente el palo y dando un salto fuera de su dormitorio asestó un fuerte golpe en plena espalda de un adolorido joven que solo alcanzó a soltar algunos improperios antes de caer de rabadilla al suelo.

-¿Ed? ¿Eres tú?

-No, la Reina Isabel…Claro que soy yo, Lucía… ¿Quién más? ¿Caspian X?-soltó con claro tono malhumorado mientras se sobaba la zona afectada como podía.

-¿Quién?

-Solo calla y dime porque rayos me golpeaste-se puso de pie y alargó un brazo para encender la luz.

-No es mi culpa que entres a casa a hurtadillas, como haría cualquier ladrón, y que además lances tacos a diestra y siniestra...

Cuando la luz la golpeó en el rostro se vio forzada a cerrar los ojos y parpadear tontamente hasta acostumbrarse al ambiente y claro que lo primero que hizo fue esconder el palo detrás de su menudo cuerpo. Levantó el rostro con orgullo e imitó la cara de un arrugado y ceñudo enano.

-Mamá no vendrá hasta mañana por la mañana-agregó.

-Lo sé, si estuviera en casa ya habría armado un alboroto

-Y con justa razón, no es que sea la hora más apropiada de llegar a casa y menos aún en esas condiciones…apestas a whisky barato y estás empapado-tosió y saco la lengua en claro signo de asco.

-Más te vale que mantengas esa gran y cochina boca cerrada-con un dedo ligeramente húmedo señaló la nariz de la castaña.

-No necesitas amenazarme, Edmundo, ya lo sé…pero la próxima vez que vayas a beber algo, sé un poco más inteligente y llega con el desayuno-se dio media vuelta con elegancia y caminó graciosamente hasta cerrar la puerta de su habitación a sus espaldas.

Edmundo sonrió luego de que su "linda y adorable hermanita" hubiera abandonado el corredor. Le gustaba hacerla enojar, se veía tan graciosa con la nariz roja, hirviendo por la ira. Se sacudió el pelo y de una patada mandó los zapatos a volar. Ingresó a su habitación y el gran dolor de cabeza regresó al tiempo que recordaba lo lanzada que había sido la prima de uno de sus amigos aquella tarde. Arrugó la nariz con fastidio y se tiró a la cama, estaba empapado, posiblemente pescara un resfriado o alguillo más. Aunque claro, no terminó de pensar en las diversas enfermedades pulmonares que podría sufrir pues una acalorada Lucía abrió de golpe la puerta de su cuarto.

-¡Y si alguna otra vez en tu vida vuelves a preparar algo para merendar, recuérdame no ingerirlo sin antes haber consumido una enorme dosis de purgantes! Traigo el dolor desde que probé el primer bocado-le dio por segunda vez en el día la espalda de forma graciosa y de otro golpe cerró la puerta de su habitación.

Una pequeña curvita se instaló en su rostro.

Le divertía mucho Lucía y aunque sentía una punzada de remordimiento y otra un poco más dolorosa de preocupación, no podía evitar recordar lo divertida que se veía con el ceño fruncido hasta la punta de los pies. Tal vez debería haberle preguntado mejor a Su como preparar un omelet mientras la vio. Se encogió de hombros y reacomodó entre las colchas calientitas. Sonrió de nuevo, pese a los fuertes martillazos que sentía en la "azotea".

-Lo siento, Lu.

Hola!!

Es la primera vez que hago un fic sobre algún personaje de Narnia, de hecho la idea se me ocurrió apenas unos días y comencé a escribir lo que a mi mente venía, en fin Xd, informo que se tratan de 12 capítulos de acuerdo a las fechas del calendario gregoriano-como titula la historia-y no son viñetas separadas, es decir, tiene cierta ilación. Agradeceré cualquier tipo de críticas incluso vegetales-menos brócolis, claro- y sin

Más que decir…

Cuídense

Mell. Russell