Disclaimer: No son míos.

Sinopsis: La lucha de Emma y Regina es eterna y la tensión permanente. La cuestión es que ya no hay un motivo real para que esa lucha siga existiendo, o eso es lo que ellas creen.

Tu arrogancia y mi poca paciencia.

Storybrook estaba sumido en la aparente tranquilidad que arrastraba el mediodía, aunque la tarde nublada e invernal ya dejaba paso al anochecer. La suave lluvia había terminado por aplazar el entrenamiento al aire libre y ahora golpeaba sobre la superficie de la cripta. En el interior de la cripta, Regina leía ensimismada un libro grueso y viejo, cuyas hojas casi se desprendían sin esfuerzo. Emma, en cambio, se encontraba de pie, en medio de la estancia, intentando encender sin mucho éxito las antorchas mediante magia. En los silenciosos y oscuros pasillos se cernían las sombras y Emma notaba el frío húmedo calando sus huesos.

-¡No logro concentrarme!.- Gritó impotente.

Regina levantó la vista del viejo libro y echó una ojeada a su alrededor. Emma sólo había conseguido encender una de las antorchas, la que estaba más cerca de ella, lo que le había permitido sumirse en la lectura sin problemas. Incorporó su elegante cuerpo, con demasiada lentitud y frunció el ceño cuando miró directamente a Emma. Se sentó cerca de ella, sobre una maciza mesa que había en el centro de la estancia y cruzó los brazos con relativa calma.

-Tienes talento en abundancia…- Emma se sorprendió al oír sus palabras.- Pero una actitud demasiado petulante.

- Ya decía yo que estabas siendo demasiado agradable.- Murmuró la mujer rubia, tensa y cansada.

- Señorita Swan, ¿se ha dado cuenta de que la única antorcha encendida es la que está más cerca de mí? Ha encendido esa antorcha porque sabía que yo la necesitaba para leer.

- ¿Y eso qué tiene de malo?.- Bufó molesta, mirándola sin comprender.

- Su magia reacciona por instinto, pero continúa sin poder contralarla. Es exasperante.- Se quejó la alcaldesa. – Tiene que dejar de sentirse como una salvadora… está tan preocupada por todo y todos, que no puede centrarse.

- No puedo evitarlo.- Tomó la botella de agua de la mesa y echó un trago muy largo. Luego gruñó.- Además es tarde, tengo frío, estoy cansada y muerta de hambre.

Regina asintió comprensiva y con un gesto de su mano encendió todas las antorchas de la cripta.

-Es una pena que se rinda tan rápido.- Dijo tomando su chaqueta de encima de la mesa. Luego caminó lentamente hacia la salida.

El rostro de Emma a contraluz frente al fuego, se había enrojecido notablemente, entre avergonzada y decepcionada consigo misma. Regina le daba la espalda, esperándola sin dignarse a mirarla, pero había una sonrisa que se ensanchaba por momentos en su rostro. La alcaldesa sabía que aquellas duras palabras, harían reaccionar a Emma.

Estar allí era una pesadilla, echaba de menos el calor del hogar. Las lecciones eran duras, intensas mentalmente y Regina era una mentora demasiado exigente, pero a pesar de todo, solo se trataba de la tercera clase, y hasta el momento la alcaldesa había mostrado tener bastante paciencia con ella.

Emma, enfadada consigo misma, hizo un repentino movimiento antes de que Regina subiese los escalones, la estancia se nubló con un golpe de energía, que hizo a Regina salir impulsada hacia atrás, y caer en el duro y frio suelo, golpeándose la cabeza con uno de los pilares.

-¡Mierda!.- Gritó Emma.- ¡Regina!.- La tomó en sus brazos y la zarandeó un poco al ver que la morena tenía los ojos cerrados y una brecha que sangraba en la frente.

Agachada junto a su cuerpo inconsciente, no dejaba de culparse por lo que acababa de ocurrir. Había usado la magia para impedir que Regina se marchase de la estancia, porque no había una cosa que más le molestara que decepcionarla, pero lo único que había logrado era dañarla. Había sido demasiado arrogante.

Se alejó de ella un momento, para alcanzar la botella de agua y con las manos temblorosas, dejó caer un poco de agua en su rostro. La morena gruñó bajito mientras volvía en sí. Cuando finalmente pudo enfocar su vista, lo que vio la dejó sorprendida. ¿Estaba Emma llorando?.

-Malditas seas Swan, ¿en qué demonios pensabas?.- Dijo con la voz rasposa.

La morena se incorporó lentamente con ayuda de Emma, para luego empujarla, alejándose de ella.

-Solo quería que no te fueses decepcionada de aquí.- Contestó Emma apartando disimuladamente las lagrimas de su níveo rostro.

- ¡Pues bien, ahora no estoy decepcionada, estoy enfadada!.- Gritó Regina.

La alcaldesa se sentó sobre la mesa, mareada, y con su mano temblorosa tocó allí donde notaba un dolor pulsátil. Quizás habría sido más inteligente permanecer callada, pero Emma estaba a la defensiva.

-Esto no habría pasado si tú no me hubieses manipulado con tus palabras, haciendo que me sintiera tan mal. – Le dijo, mirándola de pie, a una distancia prudencial.

- ¿Encima tengo la culpa?.- Interrogó Regina dolida.- Eres tan arrogante que tienes que demostrar a todo el mundo que solo tú puedes ser la salvadora. - Le espetó con desprecio. – Es más, dudo que sepas hacer un simple truco de cartas.

A pesar del frío en el que estaba sumida la estancia, Emma ardía de furia.

-No quería hacerte daño, ¿Vale?.- Dijo con voz seca.

- Haberlo pensando antes de hacer magia, Swan.- Regina buscaba con la mirada algo para tapar la herida.

- Ha sido un accidente.- Se contuvo de decir nada más y tímida le acercó un pañuelo que siempre llevaba encima. Regina lo tomó con ferocidad, dedicándole la peor de las miradas.

- No es el primero, Swan, pero si la primera vez que me atacas a mi.- Dijo con frialdad. Ahora eran sus ojos los que estaban húmedos y Emma no entendía por qué estaba tan molesta.

Desesperada por la situación y viendo que la noche avanzaba, Emma sacó su celular para llamar, pero curiosamente no había cobertura. Entornó los ojos, pensando qué más podría ir mal, cuando Regina estudió el lugar con cierta derrota.

-Muy bien, eres tan estúpida que acabas de dejarnos encerradas. – Sentenció la alcaldesa sombría.

Emma la miró furiosa, boquiabierta. Sus ojos centelleaban de ira y tenía los músculos de la mandíbula tensos.

-No te he insultado, podrías respetarme…- Bufó la rubia acercándose con lentitud a las escaleras y comprobando que efectivamente había una barrera mágica que la repelía.

-Ahora mismo… le tengo más respeto a una cloaca que a ti.- dijo Regina con la voz llena de desprecio.

Emma se dio la vuelta para mirarla, tenía los puños apretados y Regina podía ver que se esforzaba por callar y controlarse, tal vez para no romperle la cara de nuevo. La alcaldesa todavía recordaba aquella noche en la que llegaron a las manos, una conducta totalmente impropia de ella, pero Emma conseguía sacarla de sus casillas hasta límites que ni alcanzaba a comprender. Antes, el motivo era Henry… pero ahora ni siquiera quería pararse a pensar por qué seguían peleando así. La tensión entre ellas nunca había desaparecido, hibernaba bajo ellas como una amenaza creciente.

-¿Cómo salimos?.- Preguntó Emma, que estaba ahora sentada en uno de los viejos taburetes, cabizbaja.

Regina se mesó el pelo con la mano libre y lanzó una breve mirada a la figura desalentada de Emma.- Dímelo tú.- le increpó todavía con cierta frialdad.

-¡Maldita sea, Regina, fue sin querer!.- Soltó, tomando aire e incorporándose. -¿Tan grave es?.

- Estoy sangrando, tengo un terrible dolor de cabeza, mucho frio y hambre. No hay cobertura y sólo tú puedes deshacer este hechizo, ¿a ti que te parece?.- escupió con gélida expresión. –Además, no estás en condiciones de hacer nada. – Emma abrió la boca, pero no supo qué contestar.

Regina echó un vistazo a su alrededor. Había mantas que ella había traído allí para Robin y podrían encender la chimenea, pero la comida era otro cantar. – Voy a encender la chimenea, tú coge las mantas. Hay una pequeña litera allí.- Dijo Regina señalando detrás de Emma.

Aunque Emma quería gritar que jamás dormiría donde Robin y ella habían hecho el amor, ahora sí tuvo la decencia de permanecer callada.

Continuara…