Disclaimer: Los personajes perteneces a la rubia y bella mujer de J.K Rowling, yo sólo los tomó prestado para esta historia sin fines de lucro, sólo entretenimiento para mí y para ustedes.
Hola. De nuevo me encuentro por estos rumbos con esta historia de una de mis parejas favorita Pansy y Harry, o Hansy, mayormente conocida. Espero que les guste y me apoyen con ella y me digan lo que les gusta o lo que no.
El nombre de la historia viene de una de las canciones de La Oreja de Van Gogh con el mismo nombre.
Ahora si, después de tanta palabrería, comenzamos.
Capítulo 1
Moví el anillo en mi dedo anular. Lo volví a colocar bien y lo hice girar, muchas veces, apretando la cuadrada piedra contra la palma de mi mano cada vez que quedaba hacia abajo. Era perfecto, quedaba perfecto en mí. Era justo de mi medida, como si lo hubiese mandado hacer sólo para mí. Nunca le había preguntado, así que no sabía si lo había mando hacer o alguien le había servido de base al momento de comprarlo. Tal vez era un hechizo de ajuste, o tal vez había tomado uno de mis anillos y lo había pedido exactamente de esa medida, aunque ninguno de los que tenía se sentía condenadamente bien como éste.
Deslicé el anillo fuera de mi dedo y lo elevé hasta mis ojos. La luz del medio día entraba por completo en la habitación, y la esmeralda verde brillaba intensamente con los rayos del sol. Era un precioso anillo. De seguro Potter deseaba que cada vez que mirara la piedra pensara en él, o al menos en sus ojos. Funcionó muy bien su plan. Era en lo primero que pensaba cuando veía mi dedo anular. Él era en un lo único que pensaba cuando me miraba en el espejo, o miraba cualquier cosa a mi alrededor. Todo en esta casa tenía su nombre marcado, y aunque la decoración haya sido mía, él había llenado ya con su esencia cada rincón del lugar.
Y por eso debía irme. No podía pedirle el divorcio y pretender quedarme aquí. Sería una tortura constante y me apreciaba lo suficiente para no hacerlo, para no torturarme cada día de mi jodida vida. No me importaba la casa en realidad, no me interesaba si no era con él. Quería todo esto, pero con él. Pero no así, no con él queriendo a otra y fingiendo quererme a mí.
Dos años había vivido en ese mismo lugar, después de seis meses de un estable y pasional noviazgo. ¿Cómo sucedió? No estaba tan segura de eso. Yo simplemente había llegado al ministerio un día, al área de aurores más específicamente, para pedir información sobre un caso en el cual sería la abogada. Y él auror a cargo del caso resultó ser él. Discutimos sin poder evitarlo, era imposible no hacerlo sólo de vernos. Después nos volvimos a ver en una fiesta, donde volvimos discutir porque derramó vino tinto sobre mi vestido de seda azul. Él trató de disculparse, pero simplemente me di la vuelta sin dejarlo acabar, era urgente que llegara a casa y tratara de quitar la mancha antes de que se volviera permanente. Dos días después, el lunes en la mañana, al entrar a mi oficina en el ministerio, me encontré con un pequeño ramo de flores, unas diez orquídeas azules atadas con una simple cinta blanca y una nota pidiendo disculpa.
Y sí, terminé sonriendo sin proponérmelo, pues nunca lo habría imaginado de él. Y cuando salí del ministerio a la seis de tarde, él estaba en la puerta con la propuesta de comprarme un nuevo vestido por el desastre que había hecho. Lo miré sin entender y le dije que no era necesario, que ni las flores lo habían sido.
—Sólo quería disculparme, Parkinson, realmente no era mi intención —dijo, metiendo ambas manos en su túnica.
—Lo sé. No creo que andes por ahí derramando vino tinto sobre el vestido de las mujeres. No hay problema —contesté.
En realidad, estaba cansada por el trabajo, y también por discutir con él cada vez que me lo encontraba. Mi jefe, el ante sucesor de Granger, ya me había dicho que trabajaría varias veces con el departamento de aurores y que era mejor no discutiera cada vez que fuera allí. Así que era mejor mantener las cosas por la paz con él.
—Déjame comprarte otro vestido —pidió.
—No. Simplemente olvídalo. Adiós, Potter —dije y empecé a caminar a una de las chimeneas para poder irme a casa.
—Entonces déjame invitarte a cenar —habló más alto.
Me detuve al escucharlo. Di la vuelta confundida y él seguía parado en el mismo sitio, con las manos aun escondidas y con una pequeña sonrisa en la boca.
—Vamos, cena conmigo hoy, Parkinson —dijo de nuevo.
—¿Quién eres? Potter jamás me invitaría a cenar —dije elevando una ceja.
—Soy Harry Potter y quiero invitarte a cenar, para que disculpes mi torpe acción del sábado —habló lentamente, y ese tono amable no lo conocía en él.
—Mira, estoy cansada y no quiero terminar peleando contigo al final de la noche —dije cortantemente.
—No tiene por qué ser así: simplemente cenamos en silencio, me dejas pagar y luego te vas a tu casa —declaró con firmeza.
Suspiré y me crucé de brazos, elevando una ceja ante su propuesta. Estaba muy cansada y también tenía hambre, así que la perspectiva de no tener que preparar mi cena yo sola y terminar comiendo sola, era de mi agrado. Aunque fuera Potter mi acompañante. Además, era una cena invitada por el jodido San Potter, y era porque quería disculparse. Mi orgullo no podía dejar pasar un evento con ese, así que acepté. Al final de la noche, me encontré cenando en un pequeño y elegante restaurante, hablando de manera banal con él, y terminé aceptando, en la soledad de mi cama, que no había sido tan malo, más que eso, había sido jodidamente bueno.
Una semana después me volvió a invitar a cenar, simplemente porque sí, y después a ir a un bar. No fue extrañó para ninguno de los dos terminar en la cama después de muchos tragos. La tensión sexual se sentía desde la primera cena. Me encantaban sus ojos y la manera en cómo me miraba, me gustaba su cabello y su voz, y su piel bronceada por el sol. Era realmente guapo y resultó ser igual de atractivo en la cama, así que no fue raro tener encuentros casuales de vez en cuando, hasta que un día formalizamos nuestra extraña relación.
Qué ingenuos fuimos los dos al creer que nuestra vida se podía basar en la divertida convivencia y en el buen sexo que había entre nosotros. Que podíamos vivir siempre con el deseo a flor de piel, con la excitación en los ojos, con el deseo caliente en la sangre.
Bueno, sinceramente, eso no había cambiado: una simple boca en el cuello, una mano bajo la ropa, una mirada de deseo o una simple palabra de promesas sobre una cama, nos hacía correr a la habitación, donde la ropa estorbaba demasiado rápido, donde las manos y los labios no bastaban para todo lo que queríamos hacernos.
Si, confundimos pasión y deseo con amor. Él lo confundió más, yo estaba consiente que eso nos unió en un principio, pero que no era lo único. Después de algunos meses cambié, no era simplemente eso lo que me ataba a él, lo que me hacía quedarme unas horas más allá del amanecer, que algo más había nacido en mi pecho, una franca ilusión, una gota de amor. Yo lo amaba, en verdad que sí. Y quizá por eso me dolía tanto tener que dejarle. Pero cómo seguir a su lado después de su traición, después de haberlo visto besando a otra, sin siquiera pensar que yo estaba cerca, que alguien más podía verlo, humillarme de ese modo al ser descubierto por alguien más que yo. Y luego llegar a casa y hacerme el amor como si solo me deseara a mí, como si su gusto por otro cuerpo u otro rostro no existiera. Que era a mí quien amaba y deseaba.
Lo odie con rabia esa noche, le demostré que tan enojada estaba, que tan rota había quedado después de verlo, lo corte con cada borde filoso que quedó después de su destrucción. Arañé su espalda con furia, enterrando mis uñas hasta que sentía su carne encajada debajo de ellas, mordí su piel hasta dejar líneas de sangre, que luego me encargaba de limpiar con mi lengua para que no le ardiera tanto. Pero él pareció no importarle, no se dio ni cuenta que quería herirlo lo más que pudiera para ver si podía apagar un poco el fuego que me consumía por dentro, que no lo odiaba lo suficiente como para lanzarle un simple crucio. Que había una delgada línea entre ambas cosas, pero que no me atrevería a lastimarlo de verdad.
No pude reclamarle después de esa noche, ni al día siguiente, ni los días que siguieron, pero si guardaba la ligera esperanza que él se confesara. Y cuando se iba al trabajo, sólo podía llorar por él, por mí, porque sentía que lo amaba más que odiarlo. Porque no podía simplemente gritarle, golpearlo y reclamarle, decirle que estaba herida, que me había lastimado, que lloraba por su causa, que me pidiera perdón, que me dijera que no lo volvería hacer, que me jurara amor una vez más, como cuando me propuso matrimonio o el día de nuestra boda, o después de cada pelea, porque así era, nos amábamos, me amaba.
Pero era más fuerte mi orgullo que verme rebajada a reclamarle su infidelidad, verme como la pobre víctima, la pobrecita mujer traicionada, como tantas veces lo fue mi madre ante las acciones de mi padre. Recordaba perfectamente las veces que la escuché llorar y a mi padre sin decirle nada, sin pedirle perdón, es más, echándole la culpa a ella, llamándola frívola y simple. No quería ser mi madre, ni parecerme a ella, ni aguantarle esa clase de cosas a mi marido. No quería que nadie lo supiera, que nadie supiera que mi marido me había engañado con la estúpida de su ex, con su noviecita de colegio, con la idiota de Weasley, con tu estúpido cabello rojo sin gracia, con su mirada de quinceañera enamorada todavía, con su cuerpo menudo y sin chiste, y que, a pesar de todo eso, de todas esas cosas carentes de atractivo, mi marido la deseaba a ella.
Se burlarían de mí, más que esa parte cruel de mi mente ya lo hacía. Esa parte cruel, que tenía casi la misma voz de Draco, repitiendo que yo era la culpable, que era enteramente mi culpa, que debí sospecharlo o esperar algo como eso desde hace mucho tiempo. Yo no pertenecía al mundo de Harry Potter, que los Weasley apenas me toleraban, que Granger me aceptaba sólo por él. Pero nada de eso me importaba, ni antes ni ahora, y si convivía con ellos era por Harry. Que era obvio que algún día esto acabaría, que lo que veía en los ojos de Harry Potter cada vez que veía a Ginevra Weasley era amor, amor verdadero, puro y original, que su mirada cambiaba, que su sonrisa era distinta, que había en ellos un deseo carnal y también emocional, una añoranza casi ahogada, pues él la quería, la quería para él y se estaba muriendo por no tenerla a su lado. Que se estaba muriendo a mi lado. Que yo lo estaba matando poco a poco.
Y no quería matarlo, ni verlo morir de ese modo. Cierto, era ambiciosa, orgullosa y vengativa, acostumbrada a tener lo que quería, pero con él no podía ser egoísta y cruel, él era mi punto débil, mi parte vulnerable, no podía hacerle lo que le haría a cualquier otro, sería como herir mi propio corazón.
Lo amaba demasiado. Con toda el alma. Y si verlo morir a mi lado dolía, herirlo sería destruirme sin piedad.
Así que era mejor dejarlo en libertad y dejarme libre de esto también. Irme lejos, donde pudiera olvidarlo, superarlo. Era una Parkinson, la última de mi sangre y sufrir nunca estaba en nuestros planes, provocarlo en otros sí, pero no sufrir por gusto. Necesitaba curarme de una vez por todas y, sobre todo, mantener mi orgullo intacto, mantener mi dignidad limpia. Necesitaba alejarme de Harry Potter y de su amor por otra.
Despegué mi espalda de la madera de la puerta y me levanté del suelo, donde me había deslizado después de que se marchara al trabajo. Recogí la parte baja mi vestido que se me enredaba en los pies y me senté en mi tocador.
Miré mi rostro. Y lo que vi, odié. Estaba tan destrozada y dolida por su culpa. Las lágrimas no tardaron en llegar, deslizándose por mis paliadas mejillas. Pasé mis dedos por mi piel para quitarlas, no quería verlas, pera tampoco deseaba detenerlas. Sería la única vez que le lloraría y más me valía sacar todo ya de mí.
Jalé el segundo cajón de mi tocador y saqué el pergamino del divorcio, tinta y pluma. Firmé, luchando para que mis dedos no temblaran. No me fue difícil poner mi nombre en la hoja, era lo que quería. Mi nombre destelló ligeramente, al hacerse oficial, sólo hacía falta la de él. Esperaba que no se negara a darme el divorcio, no le estaba pidiendo ni exigiendo nada, a como nuestro contrato de prenupcial había estipulado, no quería su dinero, ni su casa, simplemente mi libertad.
Tomé una hoja en blanco y me dispuse a escribirle una carta. Al menos eso merecería, no era justo que me fuera y desapareciera todo rastro de mí sin ninguna explicación de mi parte. No le diría completamente el porque me iba, pero si tenía derecho de saber que me había lastimado intensamente.
Querido, Harry.
Mereces saber porque me he marchado sin decírtelo a la cara, pero era la única manera en la que pude encontrar las fuerzas necesarias para hacerlo. Ver tu rostro, tus ojos, tu boca, tu cabello, tus manos, me lo habrían impedido.
Estoy segura que te sentirás enfadado y traicionado, pero nada de eso se compara con lo que siento yo en este momento, eso te lo juro.
¿Sabes? Quiero hablar mucho ahorita, pero tú estás lejos y yo estoy tan sola, y aunque estuvieras aquí conmigo, me seguiría sintiendo de esa manera. En fin, te quiero hablar, así que sólo préstame tu entera atención por esta ocasión…
Yo no sabía lo que era el amor, ahora estoy segura de que fue lo que sentí cuando te besé por primera vez. Y no me arrepiento de amarte, aunque parezca que sí. Jamás me arrepentiré de lo que siento por ti, ahora que lo siento, perdóname la redundancia y si es que no me entiendes…
Pero tal vez nunca debí dejar que te acercaras demasiado a mí. Nunca entendí como me provocaste esto. Como llegué a esto contigo. Yo no era el tipo de mujer de las que le rompen el corazón. Muchos pueden decirte que me enamoré y que amé más que a nada, pero con el tiempo ya no me importaba. Así era yo, hasta que llegaste tú.
Te libero de mí y te pido lo mismo, libérame de ti. Sólo firma el acta de divorcio, no te estoy pidiendo nada, todo lo tuyo es tuyo, así de simple. Yo me iré con lo vine, ropa y zapatos en un baúl y quizá un poco te tristeza también.
Sólo hazlo, ¿sí? Estás en todo tu derecho de romper las promesas que no te hacen feliz, y estoy en todo mi derecho de romper las mías si no me hacen feliz. Debes ser feliz, lo mereces, así que sólo firma. Te sentirás libre, la magia, mi magia, nuestra magia junta, te dejara en libertad. Ama esa libertad, pues yo estoy amando la mía.
No te confundas, cariño, te amo, pero me amo más a mí y quizá con mayor intensidad. Tú siempre lo has dicho: soy tan egoísta y narcisista con algunas cosas, y conmigo más. Debes aprender hacerlo, apréndete a querer, Harry, y simplemente olvídate de mí. Mereces olvidarme, cariño. Sé que me quieres un poco, después de dos años es imposible que no me quieras, aunque sea un poquito, pero no es amor, y lo harás por mi bien, me dejaras libre y me olvidaras, porque sabes que lo merezco también, merezco ya no sufrir por tu culpa y merecemos dejar de ser infelices en este matrimonio.
Espero que firmes, estoy ansiosa por librarme de ti y tu equivocado y errático amor. Necesito pronto curarme de esta situación, de lo que me hice y lo que me hiciste. Acepta la mitad de la culpa, y yo aceptare mi parte, y más en el daño que te he hecho. Los dos somos culpables de este matrimonio.
No me busques, sé que lo harás, y es mejor que no. Comprende que no necesito verte más. Olvídate de mí, pues yo haré lo mismo, y si de casualidad nos volvemos a encontrar, finge que no me conoces, que nunca en tu vida me has visto, si es que no me has olvidado como te lo estoy pidiendo. Yo te olvidare, te lo juro, así que no te asombre si no te reconozco y no te miro siquiera.
¡Firma ya!
¿Sabes? Nunca me costó decir adiós, ahora duele alejarme de ti, ¿será por qué desperdicié tanto tiempo? No lo sé, no sé si sea por eso.
Pansy Parkinson
P.D. Te devuelvo tu anillo, junto a la promesa que me hiciste.
Dejé la carta sobre el tocador, sin doblarla, para que no tardara mucho tiempo en leerla.
Deslicé el anillo fuera de mi dedo. Lo miré una vez más, era una preciosa promesa que le estaba devolviendo a ese hombre. Presioné la fría piedra sobre mis labios y luego lo dejé sobre la carta. No quería nada ya que me recordara a él.
Me limpié las lágrimas y me levanté. Tomé mi varita, y levité el baúl que me llevaría. Abrí el armario y mi ropa se fue acomodando por si sola dentro, al igual que mis zapatos. Mientras todo se guardaba, tomé la cajita de plata que perteneció a mi madre cuando era joven y me había obsequiado al recibir mi carta de Hogwarts y fui depositando todas mis joyas, todas las me pertenecían, sin meter las que Harry me había regalado en algún momento. En otro estuche fui metiendo mis demás cosas como: maquillaje, cremas, perfumes, todo lo que fuera mío. No quería que quedara rastro mío en esta casa, nada que pudiera hacer que Harry me recordara.
Miré que todo ya estaba dentro del baúl y coloqué encima ambos estuches.
—¿Qué más me hace falta? —me pregunté, mientras miraba la habitación.
No quedaban ni zapatos ni prendas de vestir en el armario, mis joyas ya estaban en su lugar e igual que todo lo demás. Recogí un par de fotos que había colocado sobre los buros y en una pequeña estantería de herrería galvanizada en color blanco, y lo guardé todo en el baúl.
Miré de nuevo todo y ahora sí estaba limpia.
—Hazpin —llamé a mi viejo elfo de la mansión Parkinson.
No podía llamar a los de la casa Potter, pues ellos le eran más leales a Harry que a mí y le dirían inmediatamente donde habían llevado mis cosas, a pesar de mi orden de no decir nada. Y también era más seguro, Potter no tenía idea de que en mi antiguo hogar habitaban tres elfos, los únicos que sobrevivieron a la locura de mi madre y de mi padre, y mantenían en medianas condiciones la mansión.
El elfo apareció y realizó una profunda reverencia antes de mirarme.
—La ama ha llamado a Hazpin. ¿En qué puede servirle Hazpin a la ama Potter? —preguntó con suavidad.
Apreté los labios con rabia, hasta mis propios elfos me llamaban por el apellido de Harry. Bueno, eso era obvio, pues seguía casada con Harry Potter, pero pronto cambiaría, una vez que me él firmara el documento.
—Soy la ama Parkinson, ni se te ocurra mencionar jamás el otro, igual díselo a tus compañeros —siseé molesta. El ser asintió temeroso y apretó sus dedos en su pecho— Ahora quiero que lleves mis cosas a la mansión Malfoy y le digas a Draco que llegare en veinte minutos, y si de casualidad Harry Potter te llama, no obedezcas, ¿has entendido? —le pregunté, elevando mi ceja.
Era mejor no dejar cabos sueltos, por si algún elfo de Harry ya se había dado cuenta que otro elfo estaba aquí.
—Hazpin ha entendido, ama. No obedecer al amo Harry Potter —murmuró.
—Él no es tu amo, Hazpin, simplemente yo lo soy —advertí, cruzándome de brazos. Él asintió mortificado— Ahora llévate eso a la mansión Malfoy —volvió a asentir e hizo una torpe reverencia antes de desaparecer junto a todas mis cosas.
Salí de la habitación y bajé las escaleras, necesitaba sacar mis libros del estudio. Era dueña de algunos ejemplares y por nada en el mundo los dejaría aquí. También tenía que recoger mis demás papeles y cualquier cosa que me perteneciera.
De la sala recogí otras fotos y llamé a mis otros dos elfos para que se hicieran cargo de algunos cuadros y jarrones que eran reliquia de los Parkinson, de aquellos que no quise deshacerme, y que debían devolverse a la mansión. Del despacho sólo saqué mis papeles y libros, metiéndolo todo en una bolsa sin fondo que me había dado Harry.
Estaba lista para irme, lista para desaparecer para siempre de la vida de Harry Potter.
Mi corazón latía furioso, me estaba golpeando desde adentro y me impedía respirar bien, mi garganta se estaba cerrando y los ojos se me nublaban. Tomé mi varita con fuerza y miré lo que me rodeaba, no quería recordar nada, pero era imposible no hacerlo; recordaba cada cosa que viví en ese sitio, había recuerdos buenos y también unas cuantas peleas como era normal, noches y días de sexo por donde quiera, pues a veces el deseo era grande y no lográbamos llegar a la habitación. No necesitaba nada de esas imagines ahorita, ni de la pasión que siempre había en ellas, esa pasión en la simple convivencia y hasta en las discusiones. Pues éramos eso, éramos dos pasiones diferentes, dos deseos compitiendo por dominarse o por acoplarse al otro. Éramos incontrolables y lo demostrábamos en cada segundo estando juntos.
Nos complementábamos a la perfección. Pero eso no le bastaba a él.
Me aparecí directamente en la mansión Malfoy. No quise volver a mirar nada de esa casa, pues sabía que me costaría dejarla si miraba y lo pensaba de nuevo.
Cuando volvía poner los pies en el suelo, en la estancia de los Malfoy, mis piernas no soportaron más mi peso y caí de rodillas. Estaba obligándome a ser fuerte y era claro que era una batalla difícil. Mis lágrimas mojaban mi cara y llegaban hasta mi cuello. Coloqué ambas manos en el suelo y sollocé un poco. Traté de respirar para controlarme, pero ahora que ya había logrado mi plan, que ya había cumplido con mi parte de dejarlo, me estaba doliendo demasiado.
De verdad yo no quería amarlo, pero lo hice. De verdad yo no quería dejarlo, pero lo hice. Y ambas cosas eran culpa de él. Harry Potter tenía la culpa de todo.
—¿Pansy? ¡Pansy! —escuché a alguien decir con asombro y no quise levantar la cara para ver quién era. Tal vez era Astoria o Narcissa.
Negué con la cabeza y volví a respirar, pero el aire estaba terco a pasar a mis pulmones.
—¡Draco, ven, por favor! —esa voz volvió a hablar.
Miré la tela rosa de su vestido y el pequeñito vientre sobresaliendo, así que debía ser Astoria, con sus cuatro meses de embarazo demasiado notorio. Levanté la cara y me encontré con los ojos verdes prado, tan parecidos y tan distintos a los de Harry. Apreté los labios y me negué a gritar de dolor. Ahora que ya estaba hecho, me dolía como mil crucio al mismo tiempo el tener que dejarlo para siempre.
—¡Pansy! ¿Qué pasó? —preguntó la voz de Draco.
Sentí sus brazos rodeándome y apretándome contra su pecho, ejerciendo una gran fuerza para consolarme. Era como si no quiera que me cayera a pedazos, que me deshiciera tan fácilmente, pero ya lo estaba, estaba rota y lastimada.
Tomé con fuerza la tela de su ropa y me dediqué a llorar sobre su pecho. Necesitaba llorar más, sacar todo el llanto que hubiera en mí, porque sería la única vez que lo haría. No pensaba llorarle una vez más al idiota ese.
No supe cuánto tiempo más pasó, hasta que mi pecho se controló y mis lágrimas dejaron de salir. Los brazos de Draco no me soltaban y los delgados dedos de Astoria tocaban mi cabello suavemente.
Cuando estuve segura que mi boca se podía abrir sin gritar o seguir llorando, decidí decirle el porqué de mi estado.
—Le pedí el divorcio —murmuré. Respiré profundamente— Más bien, firmé los papeles del divorcio y los dejé en nuestra habitación para que los firmara, explicándole todo en una carta. Ni siquiera tuve el valor para hacerlo de frente.
—¿Qué? ¿Por qué quieres el divorcio? —escuché la extrañeza en la voz de Draco. A nadie le había dicho las razones de verdad, ni siquiera a Harry, excepto a Millicent por medio de una carta.
—Él no me ama, Draco, sigue amando a Ginevra, los vi besándose hace dos semanas —confesé, y volví a enterrar el rostro en su pecho.
—¡Ahora si lo mato! —lo escuché decir con rabia.
—No. No quiero que hagas eso, ni siquiera que le digas porqué me divorcio de él. No le reclamé que los vi besándose, no quiero que piense que me ha humillado o derrotado, quiero que crea que simplemente me he cansado de ese matrimonio, que deseo librarme de él, no necesito que piense que me ha destruido por completo —le expliqué.
Me fui separando poco a poco de él y miré de nuevo a Astoria. Ella me miraba suavemente. Sabía muy bien que la lástima me haría odiarla y que la compasión me haría enfurecer. Era mejor que no me mirara con ningún sentimiento, y ella sabía cómo hacer eso, pues era una Slytherin como todos.
—Harry está en una misión, regresara dentro de dos días, y yo mañana me iré a Norteamérica, me han aceptado para trabajar en un bufete muy prestigioso, y por fin estaré lejos de este sitio poco tolerable y de las garras del ministerio —les conté.
—Está bien. Sabes que puedes quedarte aquí el tiempo que quieras, las protecciones jamás dejarían entrar a Potter —dijo Draco con enojo.
—Lo sé, pero es mejor que me vaya. Quiero y necesito irme.
¿Qué les pareció? ¿Creen que merece una oportunida?
