Hazlo bien y no mires con quién
Hessefan
Disclaimer: One Piece es de Eiichiro Oda, Gintama de Hideaki Sorachi… OTP XD
Prompt: 010. Solo en la ciudad [Fandom Insano]
Extensión: 12.675 palabras [Dividido en dos partes para no hacerlo tan pesado].
Nota: va para 10pairings, obvio. Y dedicado a SunaRen, por ser la culpable de todas mis desgracias (?) No es la gran cosa, solo la excusa para juntar a dos personajes que tanto me gustan de universos distintos. Quedó un poco largo porque ninguno de los dos es, lo que se dice, misógino, así que plantear la pareja fue un trabajo arduo, pero ya saben lo que dicen en estos casos: con paciencia y con saliva… se puede. El título es una frase atribuida a Woody Allen.
Capítulo 1: "Estar solo no es nada, lo malo es darse cuenta.".
Por fin había perdido de vista a ese loco fanático de la mayonesa, sentía la presión en el pecho por la falta de aire y las piernas cansadas de tanto luchar.
Otra vez volvía a decirse que dejaría de fumar para de inmediato sacar el paquete de cigarrillos de la chaqueta y encender uno más.
¿Dónde estaba? Desde que esa neblina lo engulló había atravesado por situaciones muy extrañas. No es que siendo un Mugiwara pudiera, a esas alturas, asombrarse por ello. Junto a Luffy todos los días se atravesaban situaciones extrañas.
No recordaba que la isla fuera así, de hecho, no recordaba que la isla tuviera siquiera una ciudad tan grande. De mal en peor el bulto con el que cargaba no le daba demasiado margen para descansar. Volvió al callejón, rezando por encontrarlo tal como y donde lo había dejado.
—Maldito espadachín… todos son iguales —murmuró, colocándose la pesada carga sobre la espalda.
Se había visto en la obligación de dejarla momentáneamente porque no podría enfrentarse a ese hombre estando tan limitado. Incluso pensó seriamente en abandonarlo allí, pero… era la comida de todo el mes, no podían darse ese lujo. Además le había prometido a su adorada Nami-swan que le daría un postre todos los días para festejar lo que él llamaba "el mes de cumpleaños de una de mis chicas", y no podía fallarle, como hombre su deber era cumplir con su promesa hasta el final.
Miró hacia los costados antes de salir, asegurándose así que la calle estaba libre. En el camino observó cada puesto, llegando a la rápida conclusión de que primero debía encontrar la manera de regresar al puerto. Desde allí podría buscar el lugar en donde los chicos habían anclado el Thousand Sunny.
—¿El puerto? —el viejito de una tienda de dango lo miró pestañeando—Pues… si pretendes ir caminando te llevará toda la mañana —. Señaló un auto—te convendrá tomar un taxi…
—¿Un taxi? —miró el coche preguntándose qué tan caro sería el transporte en cuestión, el Nuevo Mundo era un lugar tan extraño por momentos. Ya no tenía dinero, apenas para comprar una caja de cigarros. Seguro que con eso no le alcanzaba ni para pagar el alquiler de un monopatín—¿Tanto me alejé? —miró el cielo, como si allí encontrase las respuestas que necesitaba para explicarse a sí mismo lo que había ocurrido durante la batalla.
Se despidió del viejo y siguió caminando; piernas le sobraban para llegar hasta el puerto, aunque le tomase todo el día no tenía más opciones. Un grupo de jovencitas llamó su atención, eran muy bonitas y él no perdió la oportunidad de dedicarles un piropo que, como de costumbre, no fue correspondido.
Estaba de buen humor más allá del percance, porque se daba cuenta de que las muchachas del pueblo pese a despreciarlo como usualmente lo hacían, parecían estar más predispuestas a escuchar sus galanterías. De hecho una muchacha jovencita y muy hermosa le sonrió, para después preguntarle si tenía dinero, pero cuando Sanji le respondió que lamentaba no poder ayudarla económicamente, la joven se fue tras otro.
Se sentía un hombre tan afortunado con tan poco, quizás la Diosa de la fortuna había decidido sonreírle de una bendita vez, quizás Cupido estaba de buen humor o Eros había abierto las puertas del paraíso. Sí, sin dudas algo de eso había porque pese a todas esas bellezas que deambulaban por el pueblo tuvo la grandiosa fortuna de cruzarse con la criatura más hermosa que hubiera visto en toda su vida, exceptuando a Nami-swan y Robin-chwan cuya belleza nada podía superar.
La muchacha en cuestión había recargado la espalda contra un poste de luz y observaba hacia los costados como si estuviera estudiando el lugar, ¿estaba escapando de alguien? Oh, parecía estar en apuros y Sanji era un hombre que no podía quedarse cruzado de brazos sin ayudar a una dulce doncella en aprietos.
De golpe, la chica llevó una mano hacia atrás y se rascó, para después meterse el dedo dentro de la nariz y hurgarse con una expresión de hartazgo, parecía estar maldiciendo por lo bajo.
Sanji pensó que hasta haciendo algo tan poco femenino y agraciado lucía espléndida. ¡No, ni siquiera un moco podría apagar esa beldad! Caminó hacia ella, embelesado por el color de sus cabellos, por la grácil forma de ignorar todo a su alrededor, por la luz en la mirada y la que su alma irradiaba. No abundaban mujeres así en el mundo.
—Me siento el hombre más afortunado de la tierra porque los Dioses al fin han decidido bendecirme el día de hoy…
—¿Eh? —Gintoki miró al hombre que se había arrodillado a sus pies. Arqueó las cejas, suspirando con resignación. Y él… que se había escapado del local para evitar tener que atender un cliente ahora tenía uno a sus pies, sin que lo hubiera pedido. Dios, lo que tenía que hacer para pagar la renta. Había dejado otra vez su orgullo masculino de lado por el vil metal y, claro, por la insistencia de Otose—Maldita vieja…
—No dejo de estar atribulado por la expresión que colma tu bello rostro, acaso ¿esta encantadora flor está pasando por dificultades? ¿Podría este humilde servidor aliviar su pena?
—Podría decirse que sí, hoy es un día de mierda —dijo con tono cansino, llevándose la mano al pelo para desordenarse los bucles en un gesto que denotaba confusión—. ¿Podrías pararte? Me incomoda que estés allí.
—Es a tus pies en donde quiero estar.
—Ok, ok… —Los clientes de los okama solían ser los peores, los más insistentes, los más pervertidos y, también, los más insolentes. Había que ubicarlos a golpes, pero lo curioso era que este hombre cumplía con todos los requisitos menos el último.
"Se ve que realmente le gustan los okama", se dijo Gin y sus pensamientos se vieron interrumpidos al notar que el hombre le tomaba la mano para besársela con profundo afecto.
—Ey —reprochó quitándola con violencia—, sin tocar y sin insultar. Esas son las reglas.
—Me gustan difíciles —terció Sanji con una sonrisa seductora.
—O te pones de pie o te paro a golpes —lo tomó de un hombro y le obligó a incorporarse.
Sanji quedó maravillado con la fuerza bestial que poseía.
—¿Qué demonios llevas en tu espalda, tu casa? ¿Eres una tortuga o un caracol? —preguntó, desconociendo a qué raza de amanto pertenecía, esas cejas nunca las había visto antes. Llevaba un ojo velado tras un mechón de pelo rubio que, desgraciadamente, le venía a recordar a ese ninja tocapelotas.
—¡Para ti soy lo que quieras, incluso una babosa!
—Un idiota, eso eres —murmuró, mirando hacia a un costado con desprecio, pero ese gesto lejos de espantarlo, encantó al cocinero. —Bueno, cómo sea —decidió cortar por lo sano—, en este momento no estoy de servicio así que —dio la vuelta para empezar a caminar de regreso—que te atienda otro.
—¡Espera, dulzura, al menos dime tu nombre!
Gin dio la vuelta para responder con aburrimiento, sorprendiéndose por la velocidad y gracia con la que se movía el muchacho teniendo tanto peso tras la espalda.
—De veras, ¿qué llevas ahí? —suponía que debía ser algo liviano para que pudiera moverse con tanta libertad.
—Comida.
—¿Comida? —frunció la frente—Santa madre de Dios que tienes apetito—le recordó a Kagura—, ¿eres un Yato? —debía serlo, para tener esa fuerza y ese estómago sin dudas debía ser del Clan.
—¿Eh? ¿Un Yato? No, soy un cocinero —volvió a tomarle la mano— El mejor del mundo, preciosa. Si quieres puedo cocinarte algo aquí y ahora para demostrarte que soy el más habilidoso que jamás podrás encontrar.
—¿A-Aquí? ¿Aquí quieres hacerlo? —se espantó, mirando hacia los costados, ni siquiera había una hornalla donde cocinar—¿Un Parfait? ¿S-Sabes hacer Parfait? —los ojos le brillaron y la saliva que se le juntaba en la boca amenazó con delatar su punto débil.
—Claro, los postres son mi especialidad porque son la debilidad de mi querida navegante —de golpe reparó en lo que estaba diciendo y, riendo tontamente, aclaró—: ella no es nada mío, no te pongas celosa. Si es por mí, cocinaría postres todos los días para endulzarte la vida.
Gin ahora sí se sentía un prostituto, entregándose por un postre, ¡pero era tan débil al azúcar! Tan débil.
—¡Ya suéltame la mano, no te pongas pesado! Te dije: sin tocar y sin insultar, esas son las reglas. ¡Yo no soy de los que cruzan la delgada línea, desgraciado! ¡Llevo mi orgullo intacto todavía!
Por poco más y caía en la treta sucia del cocinero, porque desde ya que no podría cocinar allí por muchos elementos que tuviera para preparar un postre. De seguro había pensado en llevarlo a algún lugar con la excusa de cocinarle y así aprovecharse de él. ¡Ja!, claro, como si alguien pudiera aprovecharse de Shiroyasha sin que este se aprovechara antes. Era un aprovechado por naturaleza, ¡llevaba años de aprovechado! Siempre estaba un paso más delante de cualquier aprovechador.
—Lo que tú quieras, mi cielo.
—¿D-De chocolate…? —negó con la cabeza—¡No, no es eso lo que quise decir! ¡No seas tan débil Gintoki!
—Sí, siempre y cuando me des un beso.
—¡Déjame en paz! —dio la vuelta para volver al local y cambiarse, o si no iba a terminar como Zurako. Después de estar tanto tiempo en el lado oscuro, era difícil volver a la luz.
—¡Al menos dime tu nombre!
—Paako… —levantó una mano en clara señal de "piérdete, pelmazo"—Paako-chan…
—¡Cásate conmigo, Paako-chan!
Los transeúntes dirigieron la mirada hacia el pobre hombre enamorado y no correspondido. Hasta Gin volvió sobre sus pasos para tomarlo de la camisa y sacudirlo. Allí, en Kabuchi, lo conocía mucha gente como para andar haciendo ese numerito. Tenía una reputación arruinada por proteger. O por arruinar aun más, a esas alturas ya no lo sabía.
—¡¿Quieres que te mate, imbécil?! ¡Deja de gritar!
—Pero tú estás gritando más fuerte.
—¡¿No ves?, llamas la atención de todos!
—Pero eres tú, mi cielo, la que está gritando —era sacudido como si de un muñeco de trapo se tratase. Sin dudas era demasiado fuerte para ser una mujer; sin pensarlo lo dijo, recibiendo a cambio la previsible respuesta—Eres maravillosa, tienes la fuerza de un hombre.
—¡Porque es lo que soy, idiota!
—No —negó con la cabeza, sin dejar de sonreír enamorado—, no jodas. Quiero tener tantos hijos contigo como estrellas hay en el cielo.
—Soy hombre. No podrás tener ni uno de mí. —Suspiró—¿De verdad no puedes diferenciar a un okama de una mujer? —Debía tener alguna contusión cerebral o retraso—¡¿Acaso, mi voz te parece de mujer?!
—No jodas —siguió en su negación, sonriente.
—¡Tengo nuez de Adán! —se señaló el cuello—¡Y lo mismo que tú tienes en la entrepierna!
—No jodas —agitó una mano—, los okama que conozco son feos como mierda de caballo y tu eres demasiada hermosa para ser… —iba a decir "real".
—¡Para ser mujer! —completó—¡Que soy hombre, pedazo de ciego! —tomó la mano del cocinero y para despejar cualquier tipo de dudas se la llevó a la entrepierna—¡¿Conforme?! ¡Ahora tendrás que pagarme el servicio extra! ¡Nadie le toca las bolas a Gin sin sufrir las consecuencias!
La cara de Sanji fue todo un poema de asco, frustración y enojo. Como que a un niño le digan de manera brutal que Santa Claus no existe y que toda su vida fue una mentira; que si Santa Claus no le traía regalos no era porque no se portaba lo suficientemente bien, sino porque la familia era pobre.
—Este tipo de conducta en la vía pública no está permitida. —La voz se le hizo extremadamente familiar a Gintoki.
—¿Ya-Yamazaki? —murmuró, incapaz de girar y enfrentar al policía—Mierda, es Yamazaki-kun —Y él vestido así.
—Hay lugares privados donde pueden hacer eso, señores.
—¡Mierda! —gritó Sanji echando a correr.
Cuando Yamazaki reconoció al hombre que habían estado persiguiendo durante todo el día, dio el aviso a los gritos. En menos de un segundo la calle estaba atestada por el Shinsengumi. Y Gintoki que seguía allí, vestido de mujer.
No, no iba a permitir que ese idiota, amante de la mayonesa, lo viera así y darle material para burlarse de él lo que le quedara de vida. Sin pensar en lo que hacía acabó por echar a correr hacia el mismo lado que el cocinero.
No se había percatado del detalle hasta que pudo frenar y vio a la tropa del Shinsengumi pasar de largo por pasadizo en el que estaban escondidos.
Respiró profundamente para relajarse y reparó en la figura que estaba a unos metros de él.
—¿Y tú por qué corres? Si me persiguen a mí —Increpó Sanji buscando un cigarrillo para encenderlo.
Gin notó como abruptamente y sin ninguna dificultad el hombre había cambiado de actitud. Ya no lucía tan idiota y tan lisonjero, ahora se parecía más a un hombre decente y en sus cabales.
—Tengo mis motivos para ocultarme.
—No quieres que te vean así —alzó una ceja, pitando el cigarrillo—, es entendible.
—¿Es entendible? —chistó—No tengo nada de qué avergonzarme —cerró los ojos en un gesto autosuficiente—¡si hago esto es por dinero, para pagar la renta!
—¡Y dices que no tienes nada de qué avergonzarte! ¡Realmente suena fatal si lo dices así!
—¡Bueno, es preferible esto a que andar robando o en cosas raras! —lo encaró—¡Como tú!
—¡¿Cómo yo qué?!
—¡Ja!, ¡Dime, por qué corres de la policía! ¡¿Qué es ese bulto que llevas en la espalda?! ¡¿Lo que robaste en un día arduo de trabajo?! ¡¿Un cadáver?! Es un cadáver, ¿verdad?… —se sorprendió—llevas cadáveres ahí.
—¡¿Cómo voy a llevar cadáveres?! ¡¿Tú te escuchas hablar?! —arrojó el cigarrillo de mala manera contra la pared—¡Te dije que es comida, soy cocinero!
—¡Y por qué la policía persigue a un cocinero! Algo habrás hecho.
—¡Deja de gritar o nos van a encontrar!
Sanji se acuclilló para dejar el bulto sobre el suelo, le comenzaba a pesar y no podría correr si la policía descubría el escondite. Gin también se acuclilló para esconderse tras el contenedor de basura. Todavía podía oír las voces del Shinsengumi demasiado cerca.
—¿Vas a decirme? —cuestionó con calma.
Sanji tranquilamente pudo haber pensado que le hablaba a un amigo imaginario, porque miraba hacia el lado opuesto que estaba él; pero Gin solamente estaba atento hacia la única entrada a ese pasadizo.
Al no recibir respuesta, volvió ligeramente la cabeza para preguntarle sin rodeos.
—¿Por qué te persiguen? —El cocinero alzó los hombros y Gin volvió a vigilar, cual centinela, la entrada—Esos idiotas no corren a nadie porque sí.
—Fue mi culpa —confesó, buscando otro cigarrillo.
—No tires el humo para aquí, desgraciado. Fumas más que la vieja bruja.
—Muérete —se acomodó apoyando la espalda contra la pared, quedando a un lado de Gin, hombro con hombro—. Estaba muy desorientado así que me senté a tratar de recordar que era lo último que había hecho o cómo es que había terminado aquí…
—¿De veras no recuerdas como llegaste aquí? —arqueó una ceja—Si quieres te explico cómo llegaste al mundo. Tu mamá y tu papá se querían mucho…
—¡No me tomes el pelo, travesti!
—¡Entonces ponte serio! ¡O qué ¿sufres de amnesia?!
—No es eso…
—Bah, no me importa —se llevó un dedo a la nariz hurgándosela—Sigue… ¿Qué pasó? Te sentaste en un banco a filosofar respecto a la vida, de dónde venimos y hacia dónde vamos, ¿y luego?
—Había un hombre sentado a mi lado —suspiró—, yo no encontraba mi encendedor y de repente vi un… pote de mayonesa dándome el fuego que necesitaba para mi cigarrillo. Le di las gracias y empezamos a hablar —plegó el ceño—Era extraño, pero… sentía que ya lo conocía. O había algo en él que me inspiraba cierta confianza, como si… no sé explicarlo.
—Eso es… —dijo con seriedad, como si fuera a revelar una verdad vedada a la raza humana—"amor a primera vista".
Sanji le golpeó la nuca con ganas y el dedo de Gin le hizo una lobotomía.
—¡¿Qué te pasa, infeliz?! ¡¿Me quieres desnucar?!
—Entonces me preguntó qué hacía… —continuó como si nada—no sé cómo terminé contándole de mí y diciéndole que era pirata, y él terminó diciéndome que era policía y que debía acompañarlo al cuartel —se llevó la palma de la mano a la frente mientras Gin negaba incrédulo con la cabeza—No parecía ser un marine y… me confié demasiado en él.
—Santo cielo, ir a decirle a un policía que eres pirata es como confesarle a tu mamá que le robaste el dinero de la cartera… —de golpe reparó en lo que había dicho—¿De verdad eres pirata? —se puso de pie, mirándolo desde arriba con lo que parecía ser desprecio, pero en realidad era descreimiento—No pareces ser un pirata…
—¿Y qué? Tú tampoco pareces ser un hombre y sin embargo lo eres —pitando de su cigarrillo guió involuntariamente la mirada hacia la entrepierna que pocos minutos atrás había tocado. El recuerdo le dio escalofríos.
Gin lo fulminó con la mirada.
—¿Quieres que te demuestre lo muy hombre que soy? —Pensó en masacrarlo con sus propias manos, pero enseguida recapacitó—¡Mierda no estoy para perder el tiempo contigo en tontas demostraciones de hombría! —se llevó las manos a la cabeza para jalarse de su permanente natural—¡En casa no hay siquiera arroz blanco, Kagura ya empezó a comer la comida de Sadaharu, si seguimos así terminaremos comiendo tamagoyaki de esa mujer gorila y me rehúso a caer tan bajo! —dio la vuelta—Me voy a casa, estoy harto de todo esto. Si sigo un minuto más vestido de mujer terminaré como Zura.
Empezó a caminar para salir de allí, volver al local, cambiarse y regresar a casa con lo poco que Saigô le pagaría por no haber hecho nada, por haber escapado del cliente y dejarlo solo.
Seguramente le pagaría con una patada en el culo, pero prefería eso -una patada- a tener otra cosa en el culo.
Sin embargo frenó sus pasos. Atrás quedaba el cocinero-pirata aparentemente en una encrucijada y sin escapatoria. No era problema de él, pero… no podía desaprovechar la oportunidad.
—Ey, cocinero —miró por sobre el hombro—¿Tienes dinero o suficiente comida ahí?
—No voy a pagar por tus servicios, ¡gracias, pero no quiero esa clase de atenciones de un hombre!
—¡No, imbécil! —giró abruptamente para gritarle—¡Yo te ofrezco los míos!
—¡Que no!
—¡No de esa manera, Dios, deja de pensar en sexo, eres peor que un colegial, ya estás grande!
—¡Voy a volarte de una patada esa cabeza permamentada que tienes!
—Gin —dijo, suspirando con hastío—Mi nombre es Sakata Gintoki —aclaró—y soy un Yorozuya. Por dinero hago cualquier trabajo que me pidan —al darse cuenta de lo que decía y, especialmente a quién se lo decía, aclaró vehementemente—¡Pero no trabajos pervertidos!
—¿Yorozuya? —la sonrisa que tenía en los labios parecía ser burlona—¿Y por qué voy a creer que vas a ayudarme desinteresadamente? No sobran mártires en el mundo.
—No sé si eres sordo o idiota, me inclino por la segunda —negó con la cabeza—, dinero, dinero —aclaró—, no pienso trabajar gratis, no soy un mártir —cerró los ojos—, si te soy sincero, no creo que seas pirata porque no pareces ser un mal tipo. Además que un pirata tenga como profesión la cocina es estúpido.
—Tú porque no conoces a mi capitán, por lo general la gente tiende a creer que los piratas somos malvados y no los culpo por pensar así… pero nosotros somos diferentes. ¡¿Y qué tienes contra los cocineros piratas?! —Recapacitó tarde en lo que el otro le había dicho—¡Sin mí esos idiotas se morirían de hambre o de escorbuto!
—Me da igual lo que hagas o dejes de hacer, mientras me pagues puedo buscar la forma de sacarte de aquí. No parece que tengas un lugar a donde ir o a quien recurrir y ese bulto es una molestia para escapar del Shinsengumi —sonrió—, créeme, es un grupo liderado por un gorila y un enfermo de la mayonesa, pero son molestos como un enjambre de mosquitos en verano o como miles de suegras vacacionando contigo —asintió—, es cuestión de tiempo para que te atrapen —lo señaló—y por tu expresión es evidente que no quieres. Es comprensible… —continuó para dar la vuelta y vigilar la calle—nadie quiere ir preso.
—No puedo… —negó con ahínco frente a la idea de que lograsen atraparlo—No pueden detenerme aquí—. Entendía lo que Gin le estaba queriendo decir, él mismo había comprobado que el hombre que estaba tras él era en verdad muy fuerte. —Soy el cocinero del barco, Luffy me necesita para ser el rey de los piratas… se lo prometí.
—¿Eh? —frunció la frente y giró para mirarlo—¿Qué estás balbuceando?
—El One Piece —dijo con tono de obviedad—, sabe lo que es, ¿cierto? —no entendía la expresión de Paako, se suponía que en la era pirata todos iban tras el One Piece. No había nadie que no supiera lo que era.
—Ya —rió nerviosamente—, me parece que alguien debería dejar de leer la Jump. Hace mal leer tanto la Jump. Mira lo que la Jump hizo contigo. Debería dejar de leer la Jump o acabaré como tú. Ey, ¿no estás grande para leer la Jump? Es como la masturbación o el sexo, más lo haces y más lo necesitas. Es un vicio.
—¿De qué mierda estás hablando?
La voz de Okita dándole indicaciones a su grupo los puso en alerta. Gin llevó instintivamente la mano a la cintura recordando que, primero, no llevaba su bokuto consigo por razones obvias, y segundo, que no pretendía que Okita lo viera, ni mucho menos enfrentarse a ese sádico. Él no había hecho nada malo para ir contra la policía, más allá de tener un comportamiento indecente en la vía pública; pero había tenido tantos comportamientos indecentes en su vida que el Shinsengumi no iría tras él por nimiedades.
—Hijikata-san, lo encontré, ¿puedo matarlo ahora? ¿O todavía quieres vengar lo poco de honor que te queda? —miró a Sanji—, pudiste haber escapado de alguien que tiene mayonesa en lugar de materia gris, pero te advierto que yo no soy tan débil.
Antes de que Sanji pudiera siquiera levantar una pierna para dar pelea, Gin lo tomó del cuello de la chaqueta y lo arrastró para sacarlo de allí por una de las puertas laterales de un local, que ya había visualizado como ruta de escape en caso de quedar en esa previsible encrucijada.
No había tiempo para sellar el contrato, así que Sanji se dejó guiar por el okama mientras este lo conducía lejos del asedio de la policía por pasajes que parecía conocer a la perfección. Corretear con Katsura siempre rendía sus frutos.
Gin no entendía bien por qué estaba ayudando a ese hombre, por lo general protegía aquello que era importante para él y, ciertamente, el cocinero no resultaba ser algo importante o que estuviera en sus prioridades, pero… era cocinero y tenía comida en su poder. Excusa suficiente.
¿Y desde cuándo él necesitaba una excusa para ayudar a alguien? Mientras le pagase.
—¡Ey, espera! —Sanji le obligó a frenar—Te agradezco la ayuda, pero no tengo dinero. No obstante si puedes decirme cómo llegar al puerto, te estaré muy agradecido.
—Agradecido una mierda, sigue corriendo… —lo tomó del brazo y lo jaló—¡No estamos a salvo del gorila y sus monos! ¡No los subestimes!
—No los subestimo, es que…
—No importa el dinero —aclaró, observando con cuidado la intersección, estaban cerca del club—Tan solo… que sea de chocolate, con mucho helado y mucha fruta.
Sanji pestañeó, ¿todavía seguía con lo del Parfait? Al ver que el cocinero no decía nada lo miró, como si estuviera asegurándose que todavía estaba vivo o consciente.
—Comida —especificó—. Si no tienes dinero págame con comida, acaso ¿no es comestible lo que llevas tras tu espalda?
—Bien —aceptó, era un intercambio equivalente—. Si me llevas al puerto te daré comida como pago.
—Tengo una Yato viviendo conmigo, ¿sabes lo que eso implica? —miró hacia ambos lados de la calle para asegurarse que estaba despejada—No es que ande desesperado por la vida, tomando esta clase de trabajos…
—No, lo entiendo —Sanji trató de ser empático.
—Hoy en día es difícil para un samurái encontrar trabajo y debe tomar lo que se le presente o es comido por las ratas y nadie quiere ser comido por ratas, ¿cierto?
—No, desde ya…
Sanji no le prestaba entera atención a su perorata, simplemente le respondía por cortesía, estaba más atento a la numerosa gente que llenaban las calles de Edo, tratando de distinguir a la armada del lugar. Por fortuna el traje de los que decían llamarse "Shinsengumi" era muy característico.
No sabía que en ese pueblo en particular tuvieran una fuerza de ese estilo, él estaba acostumbrado a lidiar con los marines, pero no con esa clase de flota.
—Para colmo tengo que lidiar con esa bruja… —chistó mientras caminaba con prisa—me exige el alquiler como si no ya no tuviera suficiente alimentando a un animal que tranquilamente podría alimentarnos a nosotros por un año entero —dobló en la esquina y aprovechando que no había nadie empezó a trotar—Aunque no sé si Sadaharu es comestible… A este paso terminaré por comprobarlo.
Habían llegado a salvo hasta la puerta del local.
—¡Ey, un momento! —Sanji señaló el cartel—¡¿Adonde me estás llevando?! ¡No voy a cruzar esa línea!
—Tengo que cambiarme, no voy a ir por la calle vestido así —aclaró, señalándose el kimono rosa—; mi ropa está adentro. Es solo un segundo —protestó—, no puedes ser tan homofóbico.
—No soy homofóbico, solo… es que los okama me traen malos recuerdos —se llevó los dedos al puente de la nariz, tratando de reprimir el llanto—, fue horrible… fueron dos años —la voz se le quebraba—fueron dos años horribles.
—Ya, hombre… no sé qué te pasó, pero seguramente hay cosas peores, como…
—¡Paako-chan! —La voz de Saigô interrumpió la charla—¡¿Dónde te habías metido, desgraciada?! ¡¿Cómo vas a dejar al cliente solo?!
—¡Había pagado por servicios extras y te dije mil veces que no quiero que nadie me toque!
Saigô lo tomó de la cabeza y lo estampó contra la pared, a ver si con eso escarmentaba. Negó con la cabeza, desfigurando su masculina cara de furia.
—¡No sé para qué demonios te permito trabajar aquí! ¡Eres pésimo bailando, no atiendes a los clientes y te la pasas holgazaneando! —Enumeró—¡Después no vengas otra vez a pedirme trabajo de rodillas!
—Ok, ok, lo siento —dijo Gin poniéndose de pie y sobándose la nariz que había empezado a sangrar—, págame y me voy.
—¡No te voy a pagar una mierda! ¡Desaparece de mi vista! —buscó entre los pliegues de su kimono violeta y sacó unos pocos billetes—Solo te pagaré esto —giró para mirar a Sanji—¿Un cliente? ¡Chicas!
—¡Qué cliente ni que mierda! —le increpó Sanji, pero no pudo decir nada más porque Gin lo tomó de la cara y lo arrastró hasta lo que parecía ser un cambiador.
El cocinero forcejó para tratar de zafarse, pero recién en la habitación llena de casilleros y con un tocador pudo abrir la boca.
—¡¿Qué haces, infradotado?!
—Ojo con lo que dices… —le amenazó, o mejor sería decir que le advirtió—o no querrás pasar toda tu vida trabajando aquí —lo soltó, para dar la vuelta y llegar hasta el tocador—¡Así los conocí yo, cometí el error de decir lo que no debía! —lo miró de reojo—No los insultes. Aunque sean raros y quieras mantenerlos lo más lejos posible de tu trasero… no los insultes nunca.
—Maldición, lo único que me faltaba: un fan de los okama —susurró yendo a buscar el bulto que había quedado atrás en medio del ajetreo, era tan grande que ni siquiera pasaba por la puerta—, para tu información sé qué clase de personas son —aclaró con fastidio—, conozco muy bien a los de su calaña y sé perfectamente que son mucho más orgullosos, íntegros y nobles que la gente promedio. No vengas con un discurso, ¡conviví dos años con okama! —al final, lo había dicho.
—Santo cielo —se compadeció—¿Y cómo hiciste para no terminar en el lado oscuro?
—Fuerza de voluntad —se jactó con orgullo—, aunque admito que fue difícil, eran muy persistentes los malditos.
Vio como Gin tomaba un frasco y embebía un algodón, le prestó atención al delicado trabajo de quitarse todo el maquillaje, poco a poco la ilusión iba desvaneciéndose ante sus ojos. La preciosa Paako-chan empezaba a lucir como lo que en verdad era: un hombre.
Tuvo que correr la vista cuando Gin se puso de pie para empezar a quitarse el kimono, sus hombros, anchos y fornidos como el de todo guerrero, asomaron seductoramente.
Sanji tragó saliva, padeciendo el que ese sueño se esfumara con tanta crueldad. Porque… porque Paako-chan era tan linda, pero también era tan hombre.
Gin volvió a estudiarlo de reojo.
—¿Vas a mirar cómo me desvisto, cocinero pervertido? Vete a hacer algo… me intimida que un hombre me vea así —. Chilló dándole la espalda—Me estás violando con los ojos, depravado.
—¡No te estaba mirando! —vociferó, con ganas de insultarlo, pero quedándose con las palabras atoradas cuando toda la anatomía de Gin quedó expuesta.
Del pelo a los tobillos, definitivamente, era un hombre. Sanji tenía una perfecta visión de su maciza espalda y, más abajo, de un espléndido trasero. Un momento… ¿desde cuándo opinaba mentalmente sobre el trasero de un hombre? ¡Nunca! Él opinaba sobre traseros de mujeres y/o en su defecto de marimos.
Lo vio vestirse, colocarse el pantalón junto a la ropa interior, y agachándose levemente para insultarlo con esa inquietante pose. Inspiró aire por la nariz, como un verdadero degenerado, a tal punto que Gin lo escuchó resoplar.
Se limitó a arquear las cejas, pero no a hacer un nuevo comentario al respecto. Pensó en que seguramente al cocinero le gustaría verlo de frente. Sonrió, la idea de provocarlo innecesariamente, sin ningún fin, le divertía; pero no lo hizo. Terminó de colocarse el pantalón, la camisa, el haori, se ajustó el cinto y tomó su bo, dando la vuelta mientras se lo colocaba en la cintura, en donde siempre estaba.
Notó que el cocinero dirigía la mirada hacia el arma de madera, quizás preguntándose lo evidente.
—Tsk… sin dudas voy a empezar a desarrollar cierta aversión contra los espadachines.
—¿Y eso a qué viene?
—Que los espadachines me tocan los cojones —O debería decir, "cierto marimo espadachín".
—Yo no soy un espadachín, soy un samurái —. Lo miró entre ojos—Ni tampoco voy a tocarte los cojones. Descuida, no ando tocando cojones.
—Samurái, espadachín… es la misma mierda —lo observó con calma, el cambio de Paako-chan a Gintoki era abrumador para él.
Ciertamente era un hombre, lejos del kimono y sin el maquillaje, Sanji podía percibir en él esa ligera vibración que los guerreros siempre saben inspirar, ese miedo natural que generan, el de un depredador cazando a la presa, la mirada desafiante –en el caso de Gin, de pez muerto-, hasta la postura e incluso el olor a sangre seca y acumulada de innumerables batallas.
Las manos incluso estaban curtidas y las cicatrices que había podido verle en la espada daban cuenta de que era un hombre cuyo cuerpo había probado el filo de incontables espadas.
No era un tipo cualquiera, de eso se dio cuenta Sanji, así como Gin también se dio cuenta de que el cocinero no era simplemente eso: un inocente cocinero. Había dicho que era pirata y en parte le creía, podía tratarse de un yato. Porque no cualquier puede salir tan ileso después de enfrentarse al Shinsengumi.
No estaban para filosofar sobre la vida, así que Gin pasó a su lado y lo apuró.
—Muévete… es hora de irnos.
—¿Me llevarás al puerto? No tengo dinero para pagar un transporte ni tampoco puedo perder más tiempo. Si voy caminando…
—Ya te dije que sí —agitó una mano—, ir caminando hasta el puerto es una locura, iremos por mi moto. No vivo lejos de aquí.
—Mierda, odio que un hombre me ayude, preferiría que lo hiciera Paako-chan… —canturreó como ensoñación—, ¡extraño a Paako-chan!
—¡Despierta, idiota! ¡Paako-chan es esto! —se señaló de pies a cabeza, despotricando contra esa infantil manera que tenía el otro de evadirse de la realidad, de su pequeño traspié.
Siguieron camino discutiendo por la calle, hasta que al estar cerca de la casa de Gin este pidió silencio. Sanji no entendía por qué el samurái debía entrar a hurtadillas a su propia casa, ni tampoco Gin explicó que estaba escapando de Otose.
Ya en las escaleras dejaron de moverse "ninjamente", aunque con semejante bulto que Sanji llevaba en la espalda era prácticamente imposible pasar inadvertidos.
Gin abrió la puerta y lo hizo pasar.
—Kagura no debe estar en casa, mejor —se dijo a sí mismo. La chica era capaz de matar al cocinero con tal de quedarse con tan preciado botín comestible, más tomando en cuenta las circunstancias—¿Qué tienes para dejarme?
—Pues —Sanji colocó el bulto en el suelo y abrió esa caja de Pandora—, la carne no te la puedo dejar o Luffy es capaz de pasarme por la quilla. El sake es del marimo y no tengo ganas de aguantarlo despotricando… las cosas dulces son de Chopper e iba a hacerla a Nami muchos postres de cumpleaños —meditó seriamente al respecto—, ten… te daré esto.
—¡¿Y para qué quiero mayonesa?! ¡No puedo alimentarme con mayonesa! —Arrojó el pote contra la pared.
Al final, luego de tanto negociar, Gin aceptó llevarlo en moto hasta el puerto a cambio de una res de vaca, huevos, arroz y fruta. Sin embargo el bulto seguía siendo monstruosamente grande, eso comprobaron cuando Sanji se ubicó tras Gin. La moto no soportó el peso y se inclinó lo suficiente como para que Gintoki viera pasar su vida en pocos segundos. Creyó que moriría aplastado.
—¡Es demasiado peso!
—Veo.
—¡Eres un Yato, no me jodas!
—Te dije que soy cocinero —Miró el bulto, suspirando con resignación. Luego miró al samurái quien, cruzado de brazos, lo fulminaba con la mirada—Me parece que… tendré que dejarte prácticamente todo.
—No es necesario que dejes todo —se bajó de la moto.
—Dijiste que… estaban pasando hambre así que… no me molesta —parecía dubitativo, pero en realidad buscaba la manera de hacerle aceptar.
—Es mucho pago por tan solo llevarte al puerto.
—No importa, igual es demasiado peso.
Al final Gin terminó accediendo, en primer lugar porque le convenía, en segundo porque en verdad seguía siendo demasiado peso para la moto. ¿Qué clase de espalda tenía ese cocinero? Pero la fuerza radicaba en las piernas; allí depositaba el peso, no en la espalda.
El viaje en moto le devolvió a Sanji la paz que necesitaba, sentía que todo pronto terminaría, volvería al Sunny y dejarían atrás esa extraña isla, pero al llegar al puerto se dio cuenta con pesar que no era el mismo en el que habían anclado. Buscó con la mirada al Sunny, pero fue en vano.
—Maldición…
—Ey, cocinero —Gin lo miró con indiferencia—, ¿tus amigos viajaban en un bote o algo?, podemos preguntar…
—El Thousand Sunny es inmenso —le interrumpió con un tono que parecía ser de desesperación, y es que era imposible no ver tremendo barco—, en fin… —se recuperó enseguida, falseando un semblante imperturbable y áspero—No esperes que te de las gracias, ya te pagué, así que piérdete.
Gin le enseñó el dedo medio y con el ceño fruncido encendió la moto.
—Que te vaya bien, amante de okama's.
—¡Voy a patearte, juro que…! —pero Sanji se quedó con el veneno atorado en la garganta porque el Yorozuya ya estaba lejos. En un parpadeo había tomado la carretera.
Dio la vuelta, tratando de ver si lograba reconocer algo, necesitaba ubicarse en tiempo y espacio para poder recordar dónde habían dejado el Sunny. ¡No podía ser posible, él no era Zoro! Su sentido de orientación era bueno, o al menos lo suficientemente bueno para reconocer que esos barcos no estaban allí cuando anclaron, y que el puerto era de madera, no de material.
Pronto se haría de noche y él se sentía como un niño pequeño que, en el parque de atracciones, se ha distanciado de sus padres, perdiéndose. Debería buscar un lugar donde pasar la noche, esos policías todavía podían estar buscándolo y no quería enfrentarse a toda una dotación, no si eran tan fuertes como ese loco de la mayonesa.
Quizás por eso el policía le recordó a Zoro, por su fortaleza, por la manera de hablarle y el tono duro, pero calmo de voz. Quizás por eso se había sentido en confianza. No lo sabía. Lo cierto es que no tenía nada, ni a nadie y, mierda, odiaba dormir en el suelo como un indigente, pero aparentemente no tendría más opciones. Buscar a los chicos de noche no era lo más idóneo y debía descansar para recuperar fuerzas ante cualquier enfrentamiento posible.
Tampoco sería la primera vez que dormiría en esas condiciones. Después de todo era un pirata.
Dio la vuelta para caminar hacia la zona más poblada, pero apenas giró sobre los talones se encontró con Gin sentando en la moto, cruzado de brazos, con cara de fastidio y mirándolo con intensidad.
El Yorozuya encendió el motor y esperó.
—¿Qué haces aquí?
—Sube… —se rascó la panza—, es evidente que un idiota como tú no tiene ni siquiera un lugar donde caer muerto. Te ayudaré a encontrarlos, después de todo es mucha comida… —se pasó la mano por el pelo desacomodándose los mechones plateados y maldiciendo esa mala suerte que lo acosaba.
No dejaba de acoger gatos callejeros, primero Shinpachi, luego Kagura. Ahora un pervertido que, encima, era un desagradecido de primera.
—Ya te pagué y no tengo otra cosa con qué pagarte la hospitalidad, así que piérdete en la jodida carretera, samurái.
—¡Ah, Dios, me tocas los cojones! ¡Vuelvo hasta aquí y tú…! —lo señaló con el dedo índice—¡Un Parfait, págame con un Parfait! ¡Dijiste que podías cocinarlo, ¿cierto?!
—Un Parfait no se cocina, se prepara.
—¡Da igual! ¡Hazme feliz, necesito algo dulce en mi sistema o voy a colapsar! ¡Y no querrás ver a Gin colapsando por la falta de azúcar! —Apretó el acelerador haciendo rugir el motor—¡Está bien, haz como quieras, ya eres un adulto!
—¡Espera! —corrió hasta la moto, doblegando su orgullo—. Solo porque tienes esa moto, desgraciado —despotricó, aceptando la ayuda—. Llévame a recorrer el pueblo, hay algo extraño.
—Tú eres extraño —corrigió con fastidio y le pasó el casco.
—No soy una chica, póntelo tú.
Gin hizo caso porque si tenían un accidente y el cocinero se rompía la cabeza le haría un favor a él y a la humanidad.
Prometo traer lo que falta en la semana. Espero que la historia les esté entreteniendo, a mí me divirtió escribirlo, pero en algún punto no me siento conforme, quizás porque la idea inicial había sido hacer exclusivamente un Sanji/Paako, y terminó siendo un Sanji/Gintoki.
No es que me moleste eso, sino que la idea varió bastante en el proceso.
De haber sido un Sanji/Paako la historia ya hubiera terminado, porque de hecho la idea inicial era simplemente retratar el momento en el que Sanji descubre la verdad: que esa hermosa mujer que lo encandiló en realidad es un hombre XD Quería pisotear una vez más su orgullo heterosexual (y después ando diciendo que es mi personaje favorito, ¡ni se nota!).
Se ve que en algún punto me emocioné con la historia y me fui por las ramas ._.
Como sea, espero sinceramente que, si alguien lo leyó (dudo mucho XD), le esté convenciendo. No es fácil hacer crossovers, hasta ahora no me había interesado nunca hacer uno, pero siendo el primero puedo decir que no es sencillo hacer algo verosímil.
¡Muchas gracias!
26 de octubre de 2012
Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.
