Advertencia:Este fic está en el universo alterno que inventé en mi otro fic Inglish summer rain (fail, debio llamarse English summer rain) que es un USAxUK, pero me re jodieron que debiera darles un capi a Alemania e Italia que andaban nadando por allí como personajes secundarios. Así que acá está.

En este mundo son personas normales, van al colegio, Alfred es capitán del equipo de football y Ludwig el capitán, y Feliciano es solo... Feliciano. Espero les guste

Overtura

A Ludwig le desesperan muchas cosas de Feliciano. Su torpeza es una de ellas. El ítalo tenía una facilidad innata para tropezarse con sus propios pies y para convertir cualquier escalón, cualquier desnivel en la calzada, cualquier basura tirada en el suelo en una trampa mortal. Se habían conocido en la primaria. Los Bielschmidt eran dueños de una empresa constructora. El señor Wolfang era un ingeniero civil connotado y le había tocado hacerse cargo del proyecto del edificio "Fiorentina", el primer hotel cinco estrellas de la familia Vargas que le haría competencia al de los Bonnefoy. Los habían dejado jugando en una sala común. Lovino, el hermano mayor de Feliciano, había golpeado a su hermano por chillón, ya que el pequeño se había puesto a llorar al ver una araña. Ludwig pensó que era mala educación pegarle a una niña – porque la verdad es que a esa edad era fácil confundirse - así que agarró el bicho y lo lanzó por la ventana.

Entonces el chiquillo había abiertos sus gigantes ojos color chocolate hacia él y se le había pegado como una lapa. Porque era su soldado alemán, su salvador: el gran Ludwig matador de arañas.

Feliciano es torpe, debilucho y cobarde. Muestra su debilidad en cada cosa que hace, tropezando, chillando cada vez que algo le asusta, siendo incapaz de defenderse cuando lo empujan en los pasillos estampándolo contra los casilleros. Siendo incapaz de oponerse cuando los otros chicos del equipo de football lo lanzan a los contenedores de basura, simplemente sale en silencio o corre a refugiarse a sus espaldas como si él tuviera la obligación de luchar todas sus batallas. Y aunque no la tiene lo hace, lo defiende, lo rescata de los abusadores y luego lo reprende gritándole con ese tono marcial que no sea cobarde, que madure, que se haga hombre de una vez por todas.

Pero al chiquillo no le gustan los conflictos, los evita con todas las fuerzas de su escuálido ser. Ni aunque tuviera la razón, ni aunque su causa fuera la verdaderamente justa, prefiere asentir y no pelear. A Ludwig le da entre pena, rabia y risa porque está seguro de que si Feliciano tuviera una bandera blanca para andarla blandiendo en cada aspecto de su vida lo haría, porque luchar no es lo suyo, lo suyo es maravillarse con el mundo, sentir, crear belleza.

El castaño tiene un amor incondicional a las cosas bellas, y es capaz de encontrarla en las cosas más absurdas. Flores, insectos, mujeres, hombres, animales, árboles florecidos, árboles amarilleando en otoño, paisajes invernales, poemas, canciones. Incluso en él mismo Ludwig, que no se consideraba para nada sutil ni mucho menos bello. Era grande, corpulento, de piel blanca casi rosácea, tenía brazos musculosos y un gesto hosco en su cara de rasgos cuadrados, sus ojos azules siempre estaban contraídos en una mueca de molestia y seriedad y su tono de voz distaba mucho de ser amable. Pero Feliciano le decía que era bello, que tenía los ojos azules más bonitos, que su palidez nórdica era tersa como la de las doncellas que pintaba Hans Holbein – lo cual perturbaba bastante al jóven de ascendencia alemana – El chiquillo le decía que con su cabello platinado, revuelto y libre de todo ese gel se veía bastante más amable y guapo y debería intentar llevarlo así. Pero a Lud le había dado tanto espanto la sensación que se instaló en su estómago al escuchar el cumplido de su amigo que se lo peinó hacia atrás con gel inmediatamente.

El italiano era además un sibarita. Disfrutaba de la comida, casi tanto como de la música y el cine y toda esa belleza que a veces lo hacía llorar. Disfrutaba tanto de la comida que le pagaba la gula a él y a veces estaban todo el fin de semana en la cocina de los Vargas, entre que el chiquillo cocinaba, experimentaba con salsas, masas, olores y sabores y él rubio probaba extasiado cada una de las cosas que Feliciano le ofrecía.

Le molestaba especialmente que tuviera un alma tan sensible, tan voluble y tan abierta que parece que el corazón se le salía por los poros demostrando cada estado de ánimo. Es que Feliciano es tan jodidamente sensible que cuando está deprimido su rostro es gris, sus ojos se apagan, su rulo que normalmente está hacia arriba se pone lacio y parece que anduviera con una enorme aura negra a su alrededor. Entonces Ludwig debe poner todo de su parte, tratar de animarlo con cualquier cosa, y compra tickets, y lo lleva a la ópera o a una comedia musical en Mahattan o le lleva a una exposición de fotos o pinturas o a al zoológico a ver animalitos. Lo que sea, porque cuando Feliciano está en ese estado es como cuando se apaga una estrella y queda un agujero enorme de soledad y de nada que arrastra todo a su paso.

Pero cuando Feliciano es feliz resplandece con una sonrisa cálida, sus ojos castaños parecen dos gemas ambarinas, su cabello brilla, su característico rulo apunta al cielo en forma traviesa, sus ropas de diseñador lucen impecables y camina como si bailara por los pasillos ignorando todo comentario ácido de "maricón" "rarito" o "mariposa". Porque su felicidad parece tal que ahuyenta las malas energías, anda por el parque riendo a carcajadas y canta con su voz de contratenor "oh, sole mio" y se cuelga del brazo de su héroe alemán brazo invitándolo a jugar soccer, que tanto le gusta, y aunque el soccer no es lo suyo acepta, porque el aura colorida de su amigo lo arrastra a un mundo adormecedor.

Pero toda esa ingenuidad puede ser molesta, porque el chico parece no dimensionar lo que es ser uno de los herederos del imperio gastronómico y hotelero de su familia; no parece darse cuenta de que Lovino está determinado a quitarle todo si es necesario para quedarse con el poder, y que por eso le tiene tanta rabia al alemán, porque sabe que Ludwig sería capaz de defender a Feliciano con sus propias manos si eso fuese necesario con tal de no verlo hundido en la decepción.

Odia que Francis lo manipule a su antojo, que Feliciano no note que es la competencia, que el francés lo único que hace es aprovecharse de su ingenuidad para poder conseguir entradas a las fiestas que se hacen en el hotel de los Vargas, y lo peor, que Feliciano se deje manipular como si disfrutara la compañía del francés.

Pero es esa misma ingenuidad la que le produce una de las mayores dichas. Feliciano vive en su propio mundo de colores, de belleza, de algodones y no entiende el orden del mundo exterior que lo rodea. No entiende que él siendo como es se convierte en una carnada y en el último eslabón de la pirámide escolar. No entiende que Ludwig no tiene el poder y la autoridad suficiente en ese orden social como para protegerlo de todo lo que tienda a amenazarlo. No entiende que no es todo poderoso y le gusta asimismo que , aunque Alfred Jones sea el rey del colegio, Feliciano actué como si no tuviera idea de eso y lo alabe a él, en cambio, como si realmente él fuera el más fuerte, el más inteligente y el más importante. Y Ludwig se siente invencible, porque aunque es el eterno segundón de ese idiota cuatro ojos y devorador de hamburguesas, Feliciano le hace sentir así como si fuera Arnold Schwarzenegger.

-Oye Ludwig – dice un día con ese gesto inocentón que lo caracteriza, llamando la atención de su amigo que estaba enfrascado en la tarea de cálculo - ¿Qué te gusta de María?- Lud no sabe que contestar, porque en realidad nunca se ha puesto a pensar en ello. Es una chica, una chica muy linda y es animadora. Es la prima de Iván y eso le facilitó el acercarse a ella.

-Supongo que sus pechos – suelta sin pensarlo demasiado en verdad.

-Son enormes – comentó el italiano en un tono casi reflexivo. – Si a Ludwig le gustan las chicas de pechos grandes entonces yo tal vez debiera ponerme unos

-¡Qué! – chilló el co-capitán del equipo de football un poco espantado, mirando a su alrededor si alguien había sido capaz de escuchar eso. Luego le dedica una mirada fiera a su ingenuo amigo que comenzó a temblar un poco de miedo.- No puedes decir esas cosas por la vida – comenzó a explicar con el tono más sutil del que fue capaz, que en el fondo solo le salió seco y acartonado, porque la amabilidad no era lo suyo.- tienes que aprender a comportarte como un hombre, Feliciano.

-¿Y eso te gustaría? – pregunta el menudo castaño con un gesto que hasta llegaba a parecer adorable y Ludwig debe dejar de mirarlo porque siente que esos ojos color chocolate lo están calando.

-Sería un cambio agradable… al menos no tendría que andarme preocupando de que los otros te golpeen por diversión. – comentó volviendo a enfrascarse en su guía de cálculo.

El joven de ascendencia alemana debió adivinar que algo así pasaría. Que Feliciano Vargas era incapaz de tomarse una sugerencia como esa como una simple sugerencia, menos aún viniendo de Lud, que era como su héroe. Porque al otro día estaba en el campo de Football pidiendo "una audición para el rol de pateador", lo que provocó una risa generalizada en los presentes e hizo que Ludwig quisiera que se lo tragara la tierra, pero aún así lo corrigió con rudeza y la dijo que iba a hacer las pruebas para un puesto dentro del equipo, y que no lo hiciera sonar como que iba a protagonizar un musical en Broadway.

Los chicos del equipo no tienen intenciones de recibir a ese afeminado en el equipo pero deciden hacer "la audición" solo porque Ludwig les da un poco de miedo y en parte porque se mueren de ganas de ver que hará el chiquillo para tener una nueva excusa para burlarse de él. Ludwig le pone el casco a su amigo, le recomienda miles de cosas, le dice que patee con fuerza, que mire bien el goal post antes de lanzar y que si se siente amenazado de pronto por los otros mastodontes que corra tan rápido como sus piernas se lo permitan.

Feliciano asiente a todo en silencio. Al chico no hay que decirle que huya si se siente amenazado, los otros se han puesto a su alrededor en posición de ataque, como si quisieran saltar sobre su virgen sangre adolescente en cualquier momento. Pero no es hasta que enfrenta la mirada violácea de Iván inyectada en un sadismo aterrador que decide ponerse a correr a todo lo que da, sin ni siquiera molestarse en patear el balón, sino simplemente agarrándolo en los brazos y atravesando con el casi 40 yardas en cosa de segundos. Dejando a los chicos bastante impresionados.

-Bueno, como pateador no sirve – comenta Alfred un poco divertido con la situación, pero como corredor es prometedor.

A Ludwig le da un poco de vergüenza todo. La debilidad de su amigo que es como si le inyectara un poco de debilidad a él mismo con su metro noventa y sus ochenta kilos de músculos. Le desespera que Feliciano sea tan evidentemente homosexual y no haga nada por esconderlo. Que no haga nada por esconder tampoco su obvio e incomprensible enamoramiento sobre él, porque teme que algún día el estar envuelto cotidianamente en esa torpe dulzura lo arrastre a él también irremediablemente a ese país de la idiotez.