Ella oía latir su corazón, bumbum, bumbum, como si fuera siempre el último latido.
Pero ella sabía bien que aquel corazón sano latiría toda su vida hasta su vejez. Era su segunda oportunidad, una que la mayoría que la necesitase moririía sin conocer.
Y ella lo tenía.
Le ofrecieron un trabajo en la oficina de aurores cuando la guerra terminó, liderada por Harry, su amigo desde que entraron en Hogwarts. Pero ella lo rechazó para ser la mejor ama de casa del mundo, criando a sus hijos en casa, como toda buena bruja, hasta que tuvieran edad de ir a Hogwarts. Rose y Hugo eran muy guapos, ambos pelirrojos como su padre, aunque eso era el único detalle que dejaba que su hija Rose no fuera una estampa de ella misma cuando era pequeña. Hugo era un niño gruñón, vergonzoso y que temía perder o ser el último en todo, y de los que se subían mucho cuando había algo que le hacía destacar sobre los demás. Clavadito a su padre, Ronald Weasley, que trabaja con su tío en la tienda Sortilegios Weasley.
Hermione se sienta todas las mañanas, después de que su marido se vaya a trabajar y antes de que sus hijos despierten, con una taza de chocolate caliente en las frías manos, y piensa.
¿Por qué cada vez que ve su propia imagen en el espejo su corazón, su nuevo corazón, da un vuelco?
-¿Estás bien, mama? –preguntó su hija, ya de catorce años, mirándola como si su mdre estuviera en la luna-.
-Si, cariño, buenos días –la saludó ella-.
-La prima Victoire nos ha prometido llevarmos a mi y a Lily al parque de atracciones, y el primo Teddy dice que llevará a los chicos a jugar a la pelota al parque. ¿Podemos ir? –preguntó respetuosamente-.
-Claro, el verano hay que disfrutarlo, no todo son deberes –dijo sonriendo y su hija sonrió a la par-. Tened cuidad y protegeos del sol, ¿De acuerdo? No queremos que se quemen esas pecas.
-Gracias, mamá. ¡Hugo! Mamá ha dicho que sí…-iba gritando la niña por las escaleras-.
Realmente Hermione debía sentirse afortunada de tener unos hijos tan maravillosos, pero algo en su interior cuando veía a Ron le hacía dar también un vuelco al corazón, aunque no de la misma forma que su propio reflejo, ¿es que acas sentía celos de él por amarla a ella? ¿No era aquello un claro síntoma de que algo no andaba bien en su cabeza… o en su corazón?
Al finalizar la guerra, Hermione Granger cayó enferma, muy enferme, de una enfermedad muggle muy común pero que, para desgracia de los magos, no sabían tratar. Necesitaba un trasplante de corazón, y en poco tiempo estuvo la primera en la lista, tras ser algunos salvados y otros perecer en la espera. Los magos tienen el gen mágico con un cromosoma diferente, por lo que cualquier corazón muggle que fuera compatible nunca lo sería del todo.
Un buen día su amigo Harry trajo algo en una caja de hielo para ella: Un corazón de un mago recientemente fallecido con su mismo grupo sanguíneo, AB. Hermione no le preguntó ni tampoco le impidió que engañara a los médicos muggles para que aceptaran dicho corazón.
Hermione nunca perdonó del todo a Harry después de aquello.
Harry nunca le dijo que su corazón era al mismo tiempo el corazón al que ella había amado tanto desde su silencio. Nunca le dijo que Draco Malfoy viviría ahora dentro de su pecho para siempre.
Por ello, su reflejo daba vuelcos al corazón, su propio perfume la hacía extasiar, sus manías la hacían sentirse a si misma adorable, demasiado egocéntrica para lo que estaba acostumbrada.
Todo lo que él amaba de ella, ahora ella lo amaba de sí misma. "Bueno" pensó ella entonces, "Al menos puedo saber que realmente, en algún momento, él consiguió amarme".
