Nombre del Fic: Crup-ción del No-Tan-Inocente
Nombre Original: Crup-tion of the Not-So-Innocent.
Autora: Calanthe
Traductora: Perla Negra
Género: Humor/leve Angst
Rating: NC-17
Resumen: Si piensas que hacerte amigo de Draco Malfoy es más fácil que derrotar al Señor Oscuro, piénsalo otra vez. Harry Potter necesitó un par de patas extra y una cola bífida antes de poder derrumbar las heladas barreras en su camino hacia el corazón (y los calzoncillos) de Malfoy.
Advertencias: Sudor, vouyerismo, levísimas referencias a manoseo de animales y todavía más leves menciones a manoseo de tetas y relaciones heterosexuales.
Notas de la Autora: Escrito con mis mejores deseos para Femmeferret, que requirió "nueva relación, humor, diálogos graciosos, trama, final feliz, amor, lo más canon que se pudiera, EWE (no toma en cuenta el epílogo), y accidentalmente-a-propósito una intrusión en la ducha mientras otro se baña". No es fácil escribir un Draco gracioso e IC, así que no lo hice. La información sobre el Crup la obtuve de Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos. Y gracias a mis betas.
Crup-ción del No-Tan-Inocente
Primera Parte
Si alguien le hubiera predicho a Harry Potter que en el transcurso de las diez semanas que siguieron a la derrota de Voldemort, él tendría una cola bífida y el permiso expreso para sobar las nalgas desnudas de Draco Malfoy (aunque generalmente no al mismo tiempo), lo habría llamado "loco". Dicho eso, Harry no era conocido por tener en su bóveda del banco la espada más afilada forjada por duendes, y una predicción similar de que algún día terminaría asesinando al Cara de Serpiente con un simple hechizo de desarme seguramente habría sido acogida con el mismo nivel de seriedad que cualquiera de las muchas visiones de Trelawney acerca de su muerte prematura. Lo que no era mucho decir.
Claro que mucho podía suceder en diez semanas, entre las cuales destacaron las que Harry pasó viviendo entre elfos domésticos y trabajos de reconstrucción en las ruinas de Howgarts, una semana y media después de su victoria. Viviendo en las mazmorras, para ser más precisos. No parecía muy adecuado que la casa cuya mayoría de integrantes habían peleado del lado de Voldie fuera la única que no había sufrido daños. Pero al menos, Harry tenía un sitio para dormir sin ventanas y que así prevenía un segundo artículo revelador como ¡El Niño Héroe duerme con calzoncillos grises!, que había salido en la primera plana de El Profeta. La mayoría de los magos jóvenes y solteros habrían amado tanta atención, pero, tristemente, en esa ocasión el "Harry en calzoncillos" había dormido con unos que habían pertenecido a Dudley, lo que ocasionó que el atractivo potencial de la foto fuera todo menos atractivo. Pero viendo el lado amable, Harry nunca más necesitaría volver a comprar calzoncillos (o en el caso de Dudley, calzonzotes). No después de los cuatrocientos treinta y tres pares (y contando) que le habían enviado sus ardientes admiradores después de la publicación.
Aplastante, era la palabra del siglo que se quedaba corta para describir la vida de Harry inmediatamente después de la batalla. No hubo solamente apariciones públicas, artículos en el periódico, servicios funerarios y exequias privadas en qué pensar. También estuvieron los asuntos de dónde iba a vivir y cómo lograría conseguir pasar tiempo de calidad con Ginny. Tal vez debió haberse imaginado que ambos asuntos saldrían fatal demasiado rápido.
Cuando todo terminó, Harry se aprovechó de lo poco que dormía durante las dos primeras noches que pasó en la Madriguera. Los magreos de reencuentro habían sido una completa dicha para él y para su largamente sufrida "novia". Sin embargo, la incapacidad de Harry para incluir a Ginny en cualquier momento de su agenda inmediata les cayó como una epidemia de Spattergroit galopante. Y no ayudó en lo más mínimo que la anteriormente mencionada foto del semidesnudo y angelicalmente dormido Harry, invadiera la primera plana de todos los periódicos de circulación nacional en la Britania mágica. El maremoto de histeria hormonal resultante dejó a Ginny furiosa, resentida y lista para recurrir a un comportamiento altamente subido de tono en su lucha por asegurarse toda la atención de Harry. Una noche en la que él entraba por la chimenea, ella lo arrastró por la fuerza hasta el cobertizo de las escobas. Puso las manos de Harry encima de sus pechos sin sostén mientras dedicaba toda su atención a bajarle los pantalones. "El Pequeño" Harry superó el impacto mucho más rápido que el otro Harry, y estaba ya intentando escapar de la prisión de sus calzoncillos, cuando la desvencijada puerta fue abierta de golpe por una habitante de los infiernos, vestida en bata y con rulos y redecilla en la cabeza, que los petrificó a los dos antes de bramarle a su marido y repartirles una buena paliza. Después de la humillación de que ambos señores Weasley hubieran visto a "El Pequeño" Harry a media asta y acunado entre los dedos de su querida nena, Harry no tuvo otra opción que mudarse. Se descubrió tristemente agradecido de poder alejarse de los ojos acusatorios de Ginny, si no de sus manos traviesas.
Grimmauld Place pronto demostró ser la elección equivocada para vivir. Sin el encantamiento Fidelius no existía la privacidad en absoluto, y Kreacher necesitó de una lanza medieval para arponear indiscriminadamente a las hordas de mirones que se reunían afuera de la puerta y así, poder alejarlos. A regañadientes, Kingsley le sugirió a Harry que acompañara a Ron y a Hermione en su viaje a Australia para repatriar a los señores Granger, pero la enorme decepción en los ojos de Ron también lo hizo descartar esa opción. George le sugirió que regresara a Privet Drive, y como era lógico, Harry le ofreció un conciso impropero en respuesta.
Se encontró acostado en una cama de Hogwarts casi por accidente. Al visitar el colegio con un grupo del Ministerio para hacer publicidad a la reconstrucción, le llamó poderosamente la atención la imagen de una despeinada y maniaca Minerva McGonagall corriendo por todo el lugar, tratando de mantener las cosas bajo control. Ella se veía tal como Harry se sentía, y éste pensó que probablemente a su anterior jefa de casa le podría ser de utilidad un par de manos extras y un poco de apoyo moral. Hagrid lloró como niñita cuando Harry le contó que se mudaría al castillo, causando que Grawp gruñera amenazadoramente y Harry se escondiera detrás de una de las piernas tamaño tronco de Hagrid, "sólo por si acaso".
Cuando Harry regresó a Hogwarts después de acompañar a Ron y Hermione a Heathrow a tomar su vuelo, se encontró que el asistente personal de Kingsley, Jamie, lo estaba esperando con una pila de maletas llenas de ropa que había elegido para él. Ir de compras al Callejón Diagon (y hasta al Londres muggle, en todo caso) era el mayor de los imposibles gracias a las turbas de gente que querían agradecerle en persona por haberlos salvado de una eternidad vistiendo túnicas de Halloween, máscaras sudorosas y tatuajes machistas. No teniendo el más mínimo interés por discutir la relativa diferencia entre dos pares de vaqueros y decidir cuál le levantaba más las nalgas, Harry le delegó la tarea a Jamie y luego se fue a sonsacarle a Kreacher una gigantesca porción de budín de frutos secos y de natillas, actualmente disponible a cualquier hora del día o de la noche para los héroes. A la mierda Hermione y la PEDDO. Los elfos domésticos eran lo más.
Harry pasó una semana en Hogwarts sin notarlo. Se dormía hasta tarde, comía todo lo que le ponían enfrente y luego iba y se ocupaba en la tarea de limpieza del día. Los problemas comenzaron cuando el personal de construcción comenzó a discutir entre ellos para tratar de quedar en el mismo equipo que Harry, y éste estuvo bastante agradecido cuando McGonagall finalmente le puso fin al pedirle que se ocupara en cualquier otra cosa.
Invirtió una gran cantidad de tiempo volando hasta que se le pasó la novedad de no tener competencia. Entonces estaba lo suficientemente aburrido como para echarle un vistazo a la ropa que Jamie le había comprado, lo que lo dejó un poco impactado. ¡Todas las camisetas parecían ser una o dos tallas más chicas; se le pegaban como una segunda piel y mostraban sus pezones y todo! ¡Era tan abochornante! Trató de conjurar un hechizo de calentamiento en sus tetillas para evitar que se le pusieran erectas, pero fue en vano. Elegir entre pezones erectos o manchas de sudor fue fácil: ganó la primera opción. Los vaqueros estaban mejor —un poco flojos— pero sólo lo suficiente como para bajarse levemente hasta sus caderas, pero no tan bajo que necesitara sostenerlos con un cinturón. El único problema era que la parte superior de sus viejos calzoncillos tendían a asomarse debajo de los vaqueros y le daban ese aire descuidado que realmente arruinaba su nueva apariencia. Pero entonces encontró los calzoncillos "aprobados por Jamie", seleccionados entre el montón recibido por Harry de parte de su club de fans. Ciertamente eran un poco más brevísimos que los que él solía usar, y más abajo en la cadera, también. Parado frente al espejo modelando un par, Harry se sintió bastante cohibido al ver la insinuante mata de vello que se extendía sobre su vientre hacia abajo como una flecha, señalando el camino hacia el sorprendentemente sustancioso bulto atrapado en la moldeada bolsa frontal. Con una mano, se lo acunó experimentalmente, incapaz de quitarse de encima el extraño sentimiento de estar siendo acariciado por sus calzoncillos. Se sentían bien. Y también se veían perfectamente bien debajo de sus vaqueros, así que supuso que eran una buena elección. No eran gays en absoluto, ni nada. Porque los calzoncillos no te podían hacer gay. Sólo porque Harry no pudo evitar imaginarse cómo se verían los bultos de otros chicos en esos mismos calzoncillos, no quería decir que fuera un maricón.
Un día, mientras desayunaban en la cocina de Hogwarts, McGonagall le preguntó qué estaría interesado en hacer mientras la escuela reabría sus puertas el enero siguiente. Lo que Harry realmente quería hacer era convertirse en animago, pero no quería que ella se enterara porque lo obligaría a registrar su forma, lo que arruinaría toda la diversión. Harry tenía la fantasía de transformarse un ciervo como su papá. Le dio a McGonagall una respuesta insubstancial acerca de darle un repaso a sus descuidadas habilidades en Transformaciones, y con mucha labia, cambió de tema.
Esa misma tarde, cuando regresó al dormitorio que se había incautado, descubrió sobre su almohada dos libros atados juntos con una correa delgada de cuero: Teorías Avanzadas de Transformación Transubstancial, y Despertando al Animago: Una Guía Práctica para la Metamorfosis Humana-Animal-Humana. Cogió y observó los delgados volúmenes antes de quitarles la correa. Una solitaria hoja de pergamino resbaló de entre los libros y cayó flotando hasta la cama. Escrito con una letra altamente reconocible, decía:
Nuestro pequeño secreto.
Harry estuvo muy agradecido de que McGonagall no estuviera ahí; seguramente la hubiera besado. Se puso sus pijamas, se deslizó bajo las mantas y tomó el libro que estaba encima. Pasó una página, y otra, y luego otra, hasta que habría requerido más fuerza de voluntad de la que Harry tenía para bajar el libro e irse a dormir. Aquella noche terminó bastante tarde.
Al siguiente día, Harry se saltó el desayuno y releyó dos capítulos de Despertando al Animago que lo habían impresionado particularmente. Los primeros pasos del encantamiento eran simples por sí mismos, y Harry leyó las teorías preparatorias con una velocidad sin precedentes. Era claro que, después de todo, aquellos meses pasados en una tienda de campaña con Hermione lo habían beneficiado en algo. Lo más peliagudo eran las aplicaciones prácticas de los encantamientos para controlar la expansión y contracción de la masa. Sin ellos sería imposible convertirse en un animal más grande o más pequeño que su forma humana, y observándose a él mismo, Harry se dio cuenta que se convertiría en un ciervo bastante enclenque si no conseguía dominar la fórmula. Pero por una vez no permitió que su entusiasmo menguara cuando las primeras veces no logró ejecutar correctamente los encantamientos necesarios. Convertirse en animago no era fácil; si lo fuera, entonces todos los magos y sus perros lo harían.
Y así, Harry estableció una rutina los siguientes días; por las mañanas estudiaba y se examinaba él mismo, descansaba para almorzar, recorría el colegio con McGonagall, volaba un rato, tomaba el té y luego estudiaba más. McGonagall no lo pinchaba para sonsacarle información de sus estudios, y Harry tampoco se la ofrecía, pero de vez en cuando y usualmente por la razón más ínfima, ella le demostraba un particular movimiento de varita y algún encantamiento, para posteriormente comenzar a explicarle los numerosos beneficios transformacionales que Harry conseguiría si dominaba ese hechizo. Harry aprovechaba todo eso sin decir ni una palabra, y solamente un par de días después sabía que estaba en la cúspide de su primer intento real. En el Bosque Prohibido había mucho movimiento, con árboles cayendo para construirle a Grawp un sólido refugio de madera, así que la opción número uno de Harry para que su primera transformación tuviera lugar, estaba descartada. Si iba a convertirse en un ciervo de tamaño decente necesitaría mucho espacio abierto, y la sala común de Slytherin parecía un poco baja y opresiva para que un animal de semejante tamaño se moviera con libertad. Encontró, o mejor dicho, redescubrió, la solución a eso en una de sus caminatas vespertinas con McGonagall. El tapiz de Barnabas el Chiflado ya no estaba, pero sin duda alguna el corredor o la puerta continuaban existiendo: el Salón de los Menesteres era el lugar perfecto para ir.
Después del té fue fácil escurrirse sin parecer sospechoso. Se dirigió escaleras arriba, repasando en la mente la serie de encantamientos que necesitaría, completamente emocionado por estar a punto de convertirse en un ciervo. Pero cuando dio vuelta en la esquina al otro lado del Salón de los Menesteres, no podía creer lo que estaba viendo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Draco Malfoy estaba de pie mirando fijamente un punto entre la pared y el piso, justo afuera del Salón de los Menesteres. Giró la cabeza para enfrentar a Harry, con una expresión de amargo enojo en la cara. Durante largos segundos mantuvieron el contacto visual, acusador de parte de Malfoy, resentido de parte de Harry. Malfoy se dignó a responder.
—¿Y a ti qué te importa? —Su voz tembló y fue mucho más alta de lo que Harry estaba acostumbrado a escucharlo hablar. Pero no era por el estrés. No, sonaba mucho más como furia.
—Estoy interesado, nada más —dijo Harry tan desapasionadamente como pudo, no fuera que la expresión en la cara de Malfoy fuera a relajarse como resultado. Harry dio algunos pasos hacia Malfoy y éste se tensó.
—Me cuesta creerlo —espetó Malfoy—. Nunca antes te has mostrado interesado.
¿Era decepción lo que se oía debajo de su enojo? Harry no estaba seguro qué era lo que estaba escuchando. —Eso no es cierto, Malfoy. Pero no importa lo que yo te diga porque no vas a creerme, ¿o sí?
—No me digas que eso hiere tus sentimientos, oh, grande y maravilloso héroe —escupió Malfoy con el tono cargado de veneno.
Harry observó la mano derecha de Malfoy moverse hacia su varita. Su postura se alteró notoriamente; se giró unos cuantos centímetros cruciales hasta que quedó de lado frente a Harry, logrando que su cuerpo fuera potencialmente menos susceptible a convertirse en un blanco. Era claro que había estado practicando sus habilidades de duelo. —De acuerdo, no es así —respondió Harry cautelosamente—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Viniste a visitar la última morada de tu amigo? —Harry había tenido la intención de que su comentario fuera una ofrenda de paz, pero en cuanto las palabras dejaron su boca supo que había dicho algo equivocado.
—¿Piensas que eso es divertido? —explotó Malfoy—. Solamente un mini mortífago más aniquilado, ¿no es cierto, Potter?
Harry sintió las primeras burbujas de enojo bullirle en el estómago. —No es ni remotamente divertido. Sé lo que se siente perder a un amigo.
Pero Malfoy no estaba ni cerca de haber terminado. —Oh, ahórrate tus perogrulladas —gritó, su cabello agitándose mientras meneaba la cabeza hacia delante para enfatizar su punto—. Como si te importara.
—Sólo porque Crabbe no era mi amigo no quiere decir que no sienta su muerte.
—Es solamente una persona menos para adorarte, ¿no? —Malfoy sacó su varita y la apretó duramente, apuntándola justo por encima del suelo.
—¿Cuál es tu problema? —preguntó Harry, levantando las manos en un intento de suavizar la situación.
—Tú. Y la gente como tú. Los que nos hacen la vida imposible a los demás.
Has dicho justo lo que no debías, pensó Harry justo un segundo antes de abrir la boca y soltar: —¿La vida como mortífago? ¿A ésa te refieres? ¿A la vida donde habrías sido usado y luego echado a un lado cuando Voldemort descubriera que no podías matar a nadie?
—¡CÁLLATE! Tú no sabes nada.
—Sé muchísimo más de lo que te imaginas. —Dio un par de pasos hacia Malfoy.
—¿Estás amenazándome? ¿El grandioso salvador ahora recurre a las amenazas? —Y entonces Malfoy levantó su varita y le apuntó a Harry entre los ojos. La punta tembló; arriba-abajo-izquierda-derecha, apuntándole a cualquier sitio que fuera punto muerto. Y justo detrás de la varita, Harry podía ver los ojos entrecerrados de Malfoy, serios pero llenos de miedo.
—¡Por amor de Dios, Malfoy! ¿Siempre estás así de paranoico? —Harry tenía que arriesgarse. Levantó la mano para coger el mango de la varita de Malfoy, pero éste la retiró antes de que pudiera alcanzarla.
—Aléjate de mí, Potter. No te acerques a mí, ni a mi madre ni a mi padre; a nadie de nosotros.
Malfoy pasó a su lado, tan cerca que el dobladillo de su túnica rozó la espinilla de Harry, y salió disparado de ahí. Harry se giró, lo observó desaparecer de su vista y esperó a que su corazón dejara de latir tan rápido.
—Mierda. —Estúpido, estúpido, estúpido.
Caminó hacia la puerta del Salón de los Menesteres y la abrió, su mente llena con las palabras de Malfoy y de las imágenes de la última vez que habían estado juntos en aquella fatídica noche.
Fue el olor lo que lo golpeó primero; madera chamuscada, el persistente y amargo aroma de los materiales sintéticos incinerados a nada más que residuos viscosos, y un nauseabundo trasfondo de carne carbonizada. Se quedó parado en la puerta, incapaz de moverse. El Salón de las Cosas Ocultas se mostraba ante él, sin vida y ennegrecido, cada centímetro de cada superficie cubierta de un residuo espeso y carbonoso. Pilas de muebles que habían sido encimados durante el infierno, dejando un paisaje esquelético de patas de mesa sobresalientes y tubos metálicos precariamente retorcidos, los cuales se habían derretido y luego solidificado para constituir grotescas formas en lugar de sus artesanales siluetas originales. Harry no podía respirar. Los recuerdos de su escape en medio del pánico y en compañía de Malfoy, estaban en su mente tan claros como el cristal. Y también los gritos de Vincent Crabbe.
Cerró la puerta de un golpe y se alejó de ahí.
Tomó una ruta que le significaba andar más en su camino a las mazmorras. Atravesó la sala común y luego el angosto corredor que conducía a su habitación. Tuvo un solo momento para registrar que la luz estaba encendida antes de abrir la puerta y entrar.
—¿Qué…? —Malfoy estaba inclinado encima de un baúl abierto. Se había sacado la túnica, la que descansaba encima de una de las camas. Solamente traía puesta una camisa manchada de sudor y unos elegantes pantalones. ¿Qué son todas esas cosas encima de mi cama? pensó Harry.
—Largo. De. Aquí —ordenó Malfoy en una voz que seguramente le había aprendido a su padre, poniéndose inmediatamente de pie—. Lárgate a tu torre en este mismo momento y saca tu asquerosa e impura sangre de mi casa.
—Oh, por… —comenzó Harry pero no pudo finalizar. No iba a echarle más leña al fuego otra vez—. Estoy durmiendo aquí. Ahora esta es mi habitación. La torre está destrozada.
Malfoy se veía aterrorizado. —¿Estás…? —dijo, y entonces hizo una pausa mientras los engranajes de su cerebro trabajaban—. ¿Ese baúl junto a mi cama es tuyo? ¿Y las cosas que están en mi armario? —Empezó a temblar de nuevo, pero en ese momento sus temblores estaban acompañados por un enrome grado de confianza. Malfoy pareció inflarse y hacer su mejor esfuerzo por parecer intimidante—. ¿Qué otra cosa vas a robarme?
—¡Yo no te he robado nada! —dijo Harry, indignado—. ¿Cómo iba yo a saber que ésa era tu cama? —Más de cinco camas a escoger, ¿por qué tuve que elegir la suya?, pensó.
—Oh, lo sabías —dijo Malfoy, furioso, aproximándose lenta y pausadamente hasta Harry—. Lo sabías y pensaste que así podrías expulsarme porque crees que nadie se atrevería siquiera a decirle al gran Harry Potter que no puede tener algo. Bueno, pues a mí no vas a intimidarme. Ésta es mi cama y ése mi armario, y será mejor que me los dejes si sabes qué es lo que te conviene.
Harry se puso a la defensiva. —No es como si te fueras a quedar aquí —dijo, notando con horror que tenía un dejo de autocompasión en la voz—. Soy yo el que se queda. Yo vivo aquí. Tú puedes largarte a tu descomunal casa en el momento que quieras.
Malfoy se quedó como si Harry lo hubiera abofeteado fuerte en la cara. Abrió los ojos y la boca, y era obvio que se había quedado sin palabras.
Y entonces, Harry lo entendió. —Tú también vas a vivir aquí —dijo. Malfoy simplemente continuó mirándolo fijamente—. ¿Cierto? —presionó Harry, observando a Malfoy en silencio frente a él, poniendo sus barreras de vuelta en su sitio—. ¿Cierto?
—Saca tu basura de aquí y lárgate de mi habitación. —Malfoy se serenó y deliberadamente le dio la espalda a Harry.
—No lo haré. Vete tú.
—Jamás. Este dormitorio era mío desde mucho tiempo antes de que llegaras a él. Encuéntrate otro sitio. —Malfoy comenzó de nuevo a sacar el contenido de su baúl y colocarlo encima de la cama de Harry… de la de él.
Todo lo que Harry pudo pensar fue que de ninguna manera iba a permitir que fuera Malfoy quien dictara los términos. —No.
La voz de Malfoy había asumido un aire de aburrida autoridad. —Como quieras. No te vayas, entonces. Pero no tocarás mis cosas, no me mirarás, no me hablarás y no te atreverás a roncar o a molestarme de ninguna manera. ¿Lo captas? —Y con eso, agitó su varita y los cajones del armario se abrieron y vaciaron toda la ropa de Harry, la cual cayó al piso haciendo un montón.
—Eres un completo gilipollas, lo sabes, ¿verdad? —respondió Harry mientras sacaba su propia varita y rescataba su ropa antes de que Malfoy caminara encima de ella. Escogió la cama más alejada y volvió a guardar su ropa, haciendo más ruido del que era necesario debido a su ira. Pasaron cinco o diez minutos dándose la espalda mutuamente antes de que Harry escuchara el ruido de unas cortinas cerrándose. Se sentó y se atrevió a echar un vistazo, sólo para descubrir que toda la ropa se había ido y que Malfoy se había retirado a dormir.
Bullendo de rabia, Harry se metió en su nueva cama y trató de quedarse dormido. No fue fácil… ¿una pequeña muestra de lo que se avecinaba, tal vez?
La mañana siguiente, ambos despertaron aproximadamente al mismo tiempo y Harry decidió hacer a un lado las peleas y realizar su mejor esfuerzo para llevársela bien con Malfoy. Uno de los dos tenía que hacer el intento y Harry creyó que lo más seguro era que le tocaba a él. Cuando Malfoy regresó de la ducha, Harry le dijo: —Ya que no somos muchos los que vivimos aquí, todos comemos en la cocina. ¿Sabes cómo llegar ahí?
Malfoy continuó peinándose el cabello sin girarse a mirar a Harry. Al fin, dijo: —Recuerdo haberte dicho que no me hablaras. ¿Eres tan estúpido que ni siquiera puedes acordarte de una conversación que tuvo lugar un día anterior? —Su voz había vuelto a utilizar el típico y ufano tono Malfoy.
Harry rechinó los dientes, se tragó una respuesta estirada y se fue.
En la mesa del desayuno, la profesora McGonagall miró a Harry tan directamente que lo obligó a levantar la vista y ser consciente de su atención. —Esperaba que tal vez, ayer en la noche, sufriéramos más daños a la estructura del castillo —dijo ella.
—¿Por qué está aquí, profesora? —preguntó Harry y pudo escuchar el tono quejoso en su voz.
—Por protección, Harry. Mientras dure el juicio de su padre.
—Pero pensé que iría a Durmstrang o a algún otro lugar.
—Lo que sería escasamente inteligente considerando que tratan de convencer al Wizengamot de sus ansias por renunciar a las artes oscuras. —McGonagall le dio un sorbo a su té y continuó contemplando a Harry en espera de su reacción.
—Pero —gimió Harry—, pero, ¡es un imbécil!
—Creo que una vez al señor Creevey lo llamaste de igual manera —dijo McGonagall—, y mira lo que resultó ser. —No hubo mucho que Harry pudiera decir ante eso—. Voy a confiar en que harás lo correcto con este chico, Harry —continuó ella y ahí fue donde Harry supo que estaba perdido. La confianza de McGonagall era sagrada para él.
—De acuerdo, profesora —accedió a regañadientes.
No podía esperar a ir al Salón de los Menesteres y pasar un rato a solas.
Con todo cariño, dedicado a Meli por su pasado cumpleaños (siento no escribirte algo propio, pero ya sabes que la musa anda en fuga).
Historia dividida en 4 capítulos. ¡Espero que los disfruten!
