Faye corría unos cuantos pasos delante mío, no porque fuera más rápida sino porque se había arrojado del auto en movimiento que yo conducía. Le gustaba sacarme la delantera, ya podía imaginar su cara cuando atrapara al tipo, esa cara de autosuficiencia que le gustaba mostrarme cada vez que por alguna razón me ganaba. Vaya tipa competitiva...
Mi pie resbaló de la cumbrera y por un segundo me imaginé resbalando por las chapas rumbo a la muerte, cincuenta metros debajo. Logré volver y en esos segundos de demora vi que Faye había ganado más metros por delante. Sus pies pequeños y su peso liviano sin duda la estaban ayudando. Era una gacela, la hija de puta.
Seguí corriendo secando el sudor de la frente pues el sol del mediodía estaba tremendo. Más allá de la figura amarilla y violeta de Faye veía al tipo que perseguíamos. Su sudadera blanca era una mancha, apenas recortada por la mochila negra que poseía todo lo que la ISSP necesitaba y nosotros, con suerte, en breve le estaríamos proporcionando. Los dos corríamos rápido pero... ¿por cuánto tiempo nuestros pulmones desbordantes de nicotina aguantarían ese trajín?
El edificio temblaba bajo mis pasos. De ninguna manera el tipo iba a escapársenos después de todo el tiempo que habíamos invertido en capturarlo. Estábamos a las afueras de la ciudad, en la zona agrícola donde había escondido su laboratorio de alteración de granos. Nos rodeaban graneros y silos por doquier y más allá estaban los campos sembrados. Casi una postal, si no fuera porque el tipo era casi tan hábil como nosotros para moverse y la persecución ya estaba durando mucho.
Alcé la vista, Faye corría con la Glock en la mano derecha. Vi que disparaba una, dos veces, sin dar en el blanco. ¡Idiota!, pensé. De golpe sentí un temblor. Miré mis pies y vi que la chapa del granero había conocido mejores épocas. Un pensamiento de advertencia empezó a crearse en mi mente pero antes de que pudiera darle forma escuché un grito. Miré hacia adelante y vi que el techo bajo las botas de Faye se hundía en un segundo, tragándosela. Ella gritó de nuevo y desapareció. Así, como si se hubiera desmaterializado.
Me detuve, sorprendido. ¿Faye...? El tipo que perseguíamos nunca miró hacia atrás y pronto lo perdí de vista. Faye... Empecé a moverme de nuevo, más despacio pero apurado y con cuidado. Me detuve cerca del enorme agujero que se había formado en el techo, me acosté boca abajo y me asomé. Dios, Faye... Faye se cayó, repetía mi cabeza entre la sorpresa y la incredulidad.
Dentro era todo oscuridad pero por fin pude distinguirla, agarrada con fuerza a una viga, colgando a más de 50 metros del suelo y demasiado lejos para que yo pudiera ayudarla. Estiré el brazo pero ni en sueños iba a llegar. Me estiré más, el techo crujió pero aún así mis dedos quedaron a dos metros de distancia. No podía ayudarla. Se me cerró el pecho y sentí miedo. Sí, un miedo atroz.
Nuestros ojos se encontraron. En los de ella había desesperación y terror. Yo se que ella vio lo mismo en los míos.
.- ¡Faye! ¡Quédate quieta y no te sueltes! - le grité.
Ella no respondió. Todas sus fuerzas estaban concentradas en tomarse de la viga. Volví a estirarme pero en verdad ella estaba muy lejos y el agujero estaba inestable. El metal y la fibra de vidrio con lo que estaba construido el establo crujía. No iba a poder agarrarla, no iba a poder ayudarla. Mis manos se cerraron en el aire. Vi en sus ojos verdes que comprendía perfectamente cuál era la situación.
.- ¡No te sueltes! - repetí. Pero vi que sus manos resbalaban rápidamente, vi como sus ojos se agrandaban del miedo al darse cuenta de que no iba a poder sostenerse mucho más.- Faye, vas a caer- le dije, viendo como la verdad la dejaba helada - Pero escúchame bien: dobla las piernas, no caigas parada. Abajo hay heno así que hay una posibilidad de que amortigüe tu caída, pero no caigas de pie o te quebrarás las piernas, ¿me entiendes? ¡Faye! ¡Faye! ¡Faye!
Ella me estaba mirando pero yo no sabía si estaba escuchándome o su mente ya se hundía en la idea de la caída y la muerte. Y cuando pasó, pasó tan rápido como cuando el techo se había hundido bajo sus pies. Ya no pudo sostenerse, dio un grito débil y se soltó. Su cuerpo blanco se perdió en la oscuridad del inmenso granero. Sus ojos no se despegaron de los míos hasta que la oscuridad se la tragó. Ni siquiera siguió gritando.
Me quedé allí, congelado. Faye había caído. Era probable que la caída fuera mortal. Retrocedí sobre mis pasos y me incorporé. El cielo estaba celeste, el sol brillaba con fuerza, soplaba un viento fresco. El mundo seguía estando allí. No era un sueño, pero se sentía tan irreal... Empecé a desandar el camino. No, no, no, no... mi cerebro solo repetía esa palabra sin querer pensar en otra cosa. Mis pies empezaron a moverse más rápido, corrí por la cumbrera sin cuidado, sin importarme si podía volver a quebrarse. Encontré la escalera al final del techo y empecé a bajarla lo más rápido posible.
Escuché que Jet me hablaba por el intercomunicador pero no pude contestarle. Faye, Faye, no, no, no, no... No podía ser, no era, no sería. El viento frío me secaba el sudor, sudor de miedo. Dios, tenía miedo. Miedo. Y no era miedo a mi muerte, de esa sensación ya me había olvidado, era miedo a la muerte de otra persona... miedo a la muerte de Faye.
No, no, no... Salté al piso y corrí hacia las puertas cerradas del edificio. Le di un disparo al candado y abrí la puerta de una patada.
El interior estaba en penumbras y al comienzo no vi nada. Tampoco escuchaba nada más que el golpeteo acelerado de mi corazón en el pecho. No, no, no, no, seguí repitiendo. Un haz de luz solar ingresaba del agujero en el techo. Nacía en el techo, moría en el suelo. Allí había heno, tal y como le había dicho a Faye, pero no era tanto como yo hubiera deseado. Aún así era algo. Corrí hacia allí, apartando el heno, buscando. Me metí hasta la cintura, mis manos apartaban la hierba, aquí y allá, tratando de juntar cantidad, de atisbar en esa marea color trigo algo, una forma, un color...
.- ¡Faye! ¡Faye! ¡Dónde estás? - me dolía el pecho. La adrenalina de la persecución ya no existía. Era pura angustia. No, no, no, no... no podía terminar así, si habíamos prometido salir de bares tan solo una hora antes, si habíamos discutido por la ducha por la mañana, si habíamos jugado a las cartas la noche anterior... por Dios.
De repente distinguí el amarillo chillón de su ropa. Aparté el heno que estaba en mi camino. Vi una pierna, un brazo, la cintura. Avancé rápido y la encontré encajada en un hueco ambarino, parte de hierba la cubría. La aparté con cuidado. No quería moverla por si tenía algún hueso roto. La luz del sol que bajaba por ese haz le dio de lleno en el rostro. Tenía los ojos cerrados, la boca entreabierta. Le miré el cuerpo. Estaba en posición fetal, casi de costado.
.- ¿Faye...? - apoyé sus dedos en el cuello, buscando el pulso. A simple vista parecía no tener fracturas pero sí podía tener alguna hemorragia interna. Busqué el intercomunicador - ¿Jet? ¿Me escuchas? ¡Ven rápido! Faye cayó desde mucha altura y no sé cómo está...
Le aparté el pelo de los ojos. Respiraba, gracias al cielo. Vi entonces que tenía el hombro dislocado y después de pensarlo unos segundos se lo acomodé. Ella abrió de golpe los ojos y clavó su mirada verde en la mía. Dejó escapar un grito mudo. No tenía más aire en los pulmones. Abrió la boca, hizo una mueca de dolor y se desinfló de nuevo.
.- Lo lamento, lo lamento... - empecé a palparla por todos lados buscando heridas. Sus hombros, los brazos, los huesos de la cadera, las piernas. Suspiré, aliviado, todo parecía estar bien. Apoyé las manos en su vientre y apreté con cuidado. Estaba fría. Sus ojos no se despegaron de los míos.
.- Quieta, Faye. ¿Sientes algo raro? ¿Te duele algo? Dime...
Ella negó con la cabeza y señaló con la cabeza el hombro. Solo eso. Bien. Dejé escapar un suspiro, fue como si el alma me hubiera vuelto al cuerpo. Me senté a su lado y volví a suspirar. Mi cuerpo se aflojó, liberó la tensión. Me corría el sudor por la frente y la espalda, sentía la camisa empapada y una sensación helada que empezaba a dejar la boca de mi estómago. El espanto estaba pintado en su rostro. El espanto de haber estado cara a cara con la muerte.
La miré. Ella me miraba también. Estiró la mano hacia mí y yo me incliné hacia ella y dejé que sus dedos se apoyaran en mi mejilla. Por un momento cerré los ojos y después me incliné y la tomé en mis brazos. Era liviana como una pluma, pequeña, frágil. Ella correspondió el abrazo.
.- Gracias...- la escuché susurrar. Después empezó a temblar, sollozando y sus lágrimas empaparon el frente de mi camisa. Y siguió llorando.
Levanté la vista hacia el agujero en el techo, tan pero tan alto. Las posibilidades de que las cosas hubieran salido mal eran tantas que abrumaban. No era que la muerte nos resultara ajena, no, pero yo no quería ver morir a Faye... ni tampoco estaba en mis planes morir delante de ella. La abracé con más fuerza y su llanto empezó a apagarse. La mente me había quedado en blanco.
Al cabo de un rato Faye se sentó y la ayudé a incorporarse pero se le doblaron las rodillas así que la levanté en brazos y ella se recostó sobre mi pecho. Enterró su cara allí y sin emitir palabra salimos del granero. La Hammerhead estaba aterrizando.
Dios, casi moría. Le había deseado la muerte muchas veces, todas en chiste, pero ese día casi se convertía en realidad. Jamás podría olvidar la mirada asustada, de terror, con la que Faye me había mirado cuando por fin tuvo que soltar el caño. La imagen de su cuerpo cayendo, sumiéndose en la oscuridad...
Jet piloteó la Hammerhead hasta aterrizarla cerca de la pareja que había divisado desde el aire. Spike sostenía a Faye en brazos y ella estaba recostada sobre él, quieta, con los ojos abiertos clavados en el rostro del muchacho. Spike la agarraba con fuerza, ¿con posesión? ¿Qué estaba pasando?, pensó Jet mientras bajaba de la nave y se acercaba a sus compañeros. Ambos silenciosos, ambos pegados el uno al otro como él jamás había creído que esos dos podían estar.
