Disclaimer: Nada relacionado con Harry Potter es mío.

Notas preliminares: Para empezar, este fic lo había dado de baja por algunos problemas en el argumento que no me permitieron continuar la historia como yo quería, así que estuve un tiempo buscando la mejor manera de presentarla. No quería que el fic se centrara demasiado en la relación entre Draco y Hermione, sino que deseaba integrar más elementos de thriller al argumento, que sea una historia completa, con varias aristas y así no convertir este fic en una típica historia de amor. Aquello implica también tratar de caracterizar bien a los personajes (sobre todo a los protagonistas) y que no parezca un Dramione más (todavía no me explico cómo "Paloma enjaulada" gozó de tanto éxito si es un fic mediocre, con pésimas caracterizaciones y un argumento poco trabajado). Bueno, solamente el tiempo dirá si cumplí con mi propósito o no.

Un saludo (y recuerden que cualquier comentario sensato y constructivo es bienvenido).

La cura de todas las enfermedades

Prólogo
Síntomas

—¿Es todo lo que debo hacer?

—Así es. No es un trabajo difícil.

Ambas voces hablaban en susurros, aunque no fuese necesario hacerlo. Los ruidos citadinos podían hacer que cualquier conversación pasara desapercibida por todo el mundo. Pero el Doctor sabía que había oídos en todas partes, sobre todo después del evento que casi había colapsado toda la sociedad mágica.

—¿Y cuánto voy a recibir?

—Doscientos Galeones.

—Me parece un precio justo.

El Doctor lucía complacido. Después de haber perdido su trabajo hace un par de meses atrás, su economía no pasaba por muy buenos momentos. Merlín sabía que necesitaba el dinero. Por eso agradecía que su nuevo empleado, por decirlo de algún modo, tuviera ambiciones provincianas.

—De acuerdo. Aquí hay cincuenta Galeones. —El Doctor le tendió una bolsa de cuero a su interlocutor—. Por adelantado. Para que vea que soy un hombre de palabra.

—Esto me servirá para la semana.

—Bueno, si todo sale bien, podría reclutar su ayuda por un trabajo más, digamos, permanente.

—Bueno oírlo.

—Entonces, ¿qué tal si se pone a trabajar ahora mismo? Me imagino que le quedó claro su misión.

—Como el agua.

—¿Sabe, señor Jordan? Para ser un ladronzuelo, es usted muy perceptivo. ¿Alguna vez asistió a la universidad?

—No necesito estudios para ser perceptivo, Doctor. Le avisaré cuando haya completado el encargo.

—Y cuando lo haga, aquí estarán esperando sus ciento cincuenta Galeones restantes.

El sujeto apellidado Jordan dio media vuelta y salió del callejón, caminando discretamente y mezclándose con la multitud. Solamente faltaba media hora para llevar a cabo su labor.

Una labor de medio segundo de duración.

Sin embargo, ese medio segundo iba a cambiar el mundo.


Draco Malfoy tenía una misión muy importante para con el mundo mágico: esparcir su sangre.

Pese a la caída en desgracia de su familia, Draco había conseguido emanciparse de sus progenitores y de todo lo que aquello implicaba. El hecho que tanto Lucius como Narcissa hubieran sido acusados de cómplices del notorio asesino en serie Lord Voldemort solamente había trabajado a su favor. Tanto la mansión como las riquezas en Gringotts ahora le pertenecían, y su naturaleza egoísta le venía bien para convertirse en empresario. Claro que ser hijo de un Mortífago no le daba muchos puntos a su favor para navegar a través de la burocracia necesaria para armar una empresa, pero, en el mundo de hoy, el dinero era poder. Y Draco poseía un montón de poder.

Era paradójico que Draco, después de pasar por una experiencia horrible durante el asedio de Hogwarts hace un par de años atrás, no hubiera aprendido nada sobre el valor de la vida y de la relevancia de la pureza de sangre en la sociedad mágica actual. Seguía tan empecinado como siempre en practicar las viejas costumbres de la aristocracia, aunque no estuviera en sus intereses conquistar el mundo o subyugar a los muggles. No. Él iba a hacer que los números de los magos fuesen tan grandes que tratar de conquistar a los muggles por la fuerza fuese un contrasentido de proporciones bíblicas. E iba a comenzar en ese preciso minuto, porque los trámites para la fundación de su empresa habían concluido.

Draco necesitaba la empresa por el dinero, y necesitaba el dinero para cumplir con su objetivo de multiplicar la especie de los magos. Para ello, Draco había compilado una lista de mujeres jóvenes que fuesen de sangre pura. Luego, les extendía una invitación junto con una cantidad obscena de dinero para participar en lo que él llamaba "La Gran Empresa". Y no, no se trataba de su negocio. Básicamente, Draco iba a pagar una suma nada desdeñable de Galeones a alguna chica de su lista para acostarse con ella, dejarla embarazada y así aumentar el número de magos de sangre pura.

Es mucho más divertido que matar muggles.

Y era ahí donde su negocio cumplía su rol. Necesitaba hacer buenos negocios para que el dinero siguiera llenando sus arcas y con éste, pagar por dejar descendencia. Como era natural, las intenciones de Draco llegaron de algún modo a la prensa y hubo muchas mujeres indignadas por el proceder del multimillonario, tildándolo de "cerdo machista". Incluso se había ganado el apodo de "El Sultán de Londres". A Draco le divertían aquellas cosas, pues sabía que ningún grupo feminista podría siquiera tocarle un pelo. Sus acciones no violaban la ley, siempre y cuando cumpliera con las leyes tributarias vigentes. Porque Draco también debía registrar en sus libros contables el dinero invertido en las mujeres con las que pretendía acostarse, y no deseaba que sus planes se estropearan por un simple error de contabilidad.

Draco decidió que era tiempo de ir a su primer día de trabajo en la oficina. Por desgracia, las chimeneas todavía no estaban correctamente instaladas debido a una metida de pata de algún empleado del Departamento de Transportes Mágicos, por lo que tuvo que viajar a su destino de forma convencional. Aparecerse tampoco era una opción, pues el edificio estaba en pleno centro de Londres, y sería mucho pedir que nadie lo viera materializarse de la nada en medio de un montón de gente.

El vehículo alquilado aparcó en un estacionamiento a treinta metros del edificio. Draco se bajó del automóvil y, arreglándose la corbata, caminó a un paso tranquilo, altanero, casi como si fuese un rey camino a su coronación. Pensaba en los jugosos negocios que iba a obtener cuando chocó con un sujeto que parecía tener mucha prisa, arruinándole la entrada triunfal.

Malditos londinenses. No pueden llegar ni un minuto tarde a sus malditos destinos.

Draco volvió a arreglarse el traje y entró subrepticiamente al edificio, que para los muggles era una fábrica de botellas plásticas. Recibiendo varios "buenos días" de parte de los demás empleados, Draco entró al ascensor que lo llevaría al último piso, donde estaba su oficina. Juzgó que hacía un poco de calor en aquel reducido espacio y usó un pañuelo de seda para limpiarse el sudor de su frente. Algo curioso, porque el otoño había comenzado hace un par de semanas atrás y las temperaturas no eran tan altas. Después Draco creyó que algo andaba mal con los encantamientos de climatización, porque el calor no hizo más que aumentar. Era tanto el calor que la camisa se le pegó a la espalda, algo que siempre resultaba incómodo.

Las cosas no mejoraron en absoluto cuando llegó a su oficina. Su secretaria ya estaba en su puesto, una joven de cabello color canela, ojos verdes y cuerpo de modelo. Draco recordó que ella era una bruja de sangre pura también e hizo una nota mental para ponerla en la lista.

—Heather, ¿por casualidad funcionan bien los encantamientos de climatización? Hace un calor horrible aquí.

—No hay problemas, señor Malfoy —dijo Heather con una voz delicada, como escuchar seda deslizarse sobre seda—. ¿Se siente bien hoy? Tiene sus mejillas coloradas.

—¿A qué te refieres?

Heather se acercó a su jefe y le examinó la cara. Había estudiado para ser sanadora en algún momento, pero la carrera le aburrió y prefirió desempeñar labores que no implicaran lidiar con nada relacionado con la medicina mágica.

—Tiene las pupilas dilatadas —dijo Heather con preocupación.

—Me siento bien —dijo Draco, justo en el momento en que sobrevino un intenso mareo que lo envió al suelo, inconsciente. Heather, recordando que las chimeneas aún no estaban operativas, envió un Patronus a San Mungo para que un equipo de sanadores se llevara a Draco. Heather conjuró un termómetro y lo puso bajo la axila de su jefe.

—¡Por Merlín! —exclamó, examinando el termómetro con espanto—. ¡Cuarenta grados!

Heather corrió hacia la sala de reuniones y volvió con tres miembros de la junta directiva, quienes levantaron el cuerpo de Draco y lo trasladaron hacia el primer piso. Heather los acompañó durante todo el trayecto, pensando en si los sanadores iban a llegar a tiempo.