Hola gente hermoso sigo adaptando esta serie que me robo el corazón espero que les guste tanto como a mi .
Les advierto creo que esta es mas fuerte que esclavos del sexo asi que si no les gusta leer de sexo NO LA LEAN ¡
LAS AMO
Prólogo
Una Indecente Proposición...
Obligada a casarse a una edad temprana, Rosalie Beecham está cansada de vivir en un matrimonio sin sexo. Anhela sucumbir a los deliciosos placeres de la pura lujuria carnal que sólo ha leído. Y si su marido no puede satisfacer sus eróticas necesidades; está preparada para encontrar un hombre que pueda...
Un Desenfrenado Pasado...
Emmett Hale está acostumbrado a las inusuales peticiones sexuales. Sus diez años como esclavo en un burdel turco le hicieron un experto en los placeres sensuales. Pero pocas cosas en realidad le excitan… hasta que conoce a Rosalie. Ahora él desea provocarla y atormentarla hasta que ella grite de placer. Quizás entonces finalmente experimentará ese exquisito sentimiento de felicidad que desea tan desesperadamente...
Capítulo 1
Salón de Beecham, Henham, Essex
16 de abril 1817
Mi querido Riley,
Gracias por las flores de invernadero y las hermosas frutas que enviaste desde Londres para celebrar nuestro aniversario de boda. Fue muy amable de tu parte.
Te preguntas si hay algo más que puedes hacer por mí. Me siento indecisa en escribir esto, pero como te veo tan raramente es la única forma que puedo estar segura de que vas a responderme. Hay algo que puedes hacer. Quiero que vuelvas a casa y me des un hijo.
Con el más tierno amor,
Rosalie
Señora de Riley Beecham
o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o
― ¿Soy realmente tan patético? ― murmuró Emmett Hale.
Se volvió hacia su acompañante y descubrió que ella estaba tratando de ocultar una sonrisa. Él simuló un entrecejo fruncido mientras se volvía para llenar su copa de champagne de la botella que estaba ubicada entre ellos.
― Yo no creo que seas patético, mi amigo. ― Madame Helene brindó con su copa y luego se inclinó para besar la mejilla del joven desnudo que descansaba a sus pies. ― ¿Por qué dices tal cosa?
Emmett hizo un gesto hacia la multitud de juerguistas en el gran salón atestado detrás de ellos. La decoración en oro y escarlata proporcionaba un complemento ideal para los miembros más audaces de la alta sociedad, muchos de los cuales estaban en un estado de desnudez y participaban de desenfrenadas actividades sexuales que no eran vistas en público a menudo. La Exclusiva Casa de Placer de Madame Helene ofrecía todas las experiencias eróticas que un hombre o una mujer podría soñar.
― Tú diriges un excelente establecimiento, Helene, pero ya no hay nada aquí que me excite.
Helene dejó su copa y comenzó a acariciar el largo cabello negro del joven
— ¿Qué es lo que anhelas, entonces? Si puedes imaginarlo, estoy segura de que puedo ofrecerlo.
― No estoy seguro de saber qué es lo que quiero. ― Emmett notó una perturbación en el otro extremo del salón donde Lord Riley Beecham y sus deshonrosos compañeros estaban sentados. ― Quizás es porque todos mis antiguos compañeros de copas están sentando cabeza. Los gemelos Harcourt están casados y también Jasper.
Por supuesto, él todavía era bienvenido en la cama de Alice y Jasper pero de alguna manera ya no parecía suficiente. Frunció el ceño cuando el ruido en el salón se incrementó y miró por encima de su hombro. Riley Beecham se encontraba sobre la mesa ahora, sus manos ahuecando los senos de una semidesnuda duquesa ebria. Sus compinches gritaban obscenas sugerencias mientras él hábilmente le quitaba el corsé a la dama.
Cuando Emmett se volvió, Joseph, la última conquista de Helene, estaba intentado arrastrarse en el diván entre ellos. Incluso la visión de las musculosas nalgas y el pene erecto de Joseph no despertaba el interés de Emmett.
― Tal vez me estoy haciendo viejo, ― dijo Emmett, mientras Helene pasaba la punta de su dedo índice alrededor de la corona de la erección de Joseph. Su rubio cabello caía en suaves rizos alrededor de su cara. Su vestido era tan transparente que su joven y agraciado cuerpo parecía desnudo a la luz de las velas. Emmett no tenía idea de su verdadera edad, y no era tan tonto como para preguntar.
Joseph gimió cuando la larga uña de Helene rozó suavemente sobre su excitada carne.
― No estás poniéndote viejo, mi amigo.
― Hastiado, entonces.
Emmett bebió más champaña. En sus treinta y cinco años probablemente había tenido más parejas sexuales que nadie en la Casa de Madame Helene. No todas ellas por decisión propia. Ser esclavizado en un burdel turco durante siete largos años había asegurado que su experiencia sexual no tuviera límites y que nunca quisiera ser poseído o forzado por nadie más.
Helene inclinó su cabeza para lamer la polla de Joseph, la pequeña punta de su lengua tan delicada como la de un gatito. Cuando se enderezó, sus labios brillaban con pre-semen.
― ¿Hastiado, tú? ― Ella evaluó a Emmett con atención, una mano perezosamente trabajando sobre la polla de Joseph. ―Tal vez sólo quieres cosas diferentes.
Emmett hizo una mueca.
― ¿Como una esposa y una familia? ¿Quién me querría? Soy un comerciante y no tengo sangre aristocrática como para hacerme aceptable. La única razón de que tenga una entrada en la alta sociedad se debe a las amplias y poderosas conexiones de Jasper.
Lord Jasper Masen no era sólo el heredero de un marqués, era el mejor amigo de Emmett y su ocasional amante. Ellos habían estado esclavizados juntos hasta su liberación a los dieciocho años. Su fuerte vínculo había ayudado a Emmett a sobrevivir el brutal y sádico mundo del burdel y le proporcionó apoyo durante los difíciles años de su regreso a la casi olvidada tierra de su nacimiento.
Jasper había encontrado a una mujer que amaba y que les aceptaba a él y a su pasado lleno de cicatrices. Emmett no tenía ninguna razón para creer que él iba a encontrar algo similar. Ni siquiera estaba seguro de si eso era lo que realmente quería. Siempre había disfrutado del sexo en todas sus formas, ansiándolo incluso, pero ahora le resultaba imposible decidir lo que necesitaba.
Helene empujó a Joseph cuando él intentó succionar su pecho. Cayó al suelo en un montón desordenado e hizo un mohín. Ella se inclinó hacia delante para tocar el brazo de Emmett.
― ¿Quieres hablar conmigo en privado?
Emmett miró hacia abajo a Joseph, que había envuelto una mano alrededor de su polla y estaba ocupado bombeándola él mismo para culminar. Joseph pagaría por ese acto de desobediencia. Helene prefería tener el control de las efusiones sexuales de los amantes que elegía.
―No, creo que me iré a casa y ahogaré mis penas en una botella de brandy. Estoy seguro de que me sentiré mejor mañana.
Helene se levantó y agarró su muñeca.
―Emmett…
Él estudió los estrechos dedos que rodeaban su muñeca como una delicada esposa.
―Helene, déjame ir.
Su agarre se apretó, y él luchaba contra una ahora familiar sensación de asfixia.
― ¿Por qué? ¿A qué le temes?
―A que me he convertido en nada más que en una lamentable follada para mis amigos y a que eso sea todo lo que siempre tendré en mi vida.
Maldición. No había tenido la intención de decir la verdad. Resultaba extraño que después de todo este tiempo su compostura pudiera ser sacudida con tanta facilidad. Helene soltó su muñeca y dio un paso atrás.
Él respiró profundamente para calmarse y forzó una sonrisa.
―Por favor acepta mis disculpas. Debo estar más borracho de lo que pensé.
Ella asintió con la cabeza, su expresión tan cuidadosamente en blanco como la de él. ―Por supuesto. Te acompañaré abajo hasta el hall de entrada. Tengo que hacerme ver alrededor de los salones de nuevo esta noche para asegurarme de que todo está funcionando correctamente.
Joseph gruñó mientras su semen brotaba entre sus dedos. Helena pasó junto a él sin una mirada con un remolino de su diáfano vestido. Ella chasqueó los dedos y uno de los criados apareció. Ella señaló a Joseph.
―Por favor, asegúrate de que este "caballero" sea enviado a casa. Y asegúrate de que su nombre se agregue a la lista de los que ya no son bienvenidos aquí.
―Eso fue demasiado duro, Helene. ―Emmett paseaba a su lado cuando ella comenzó su recorrido por el grande y ruidoso salón. ―Él parecía muy joven. ―Se detuvieron ante el magnífico buffet. Helene recogió una gorda uva negra y se la metió en la boca.
―Joseph es un tonto ignorante. Está demasiado absorto en obtener su propio placer por lo que no tiene ninguna consideración por el mío. ―Suspiró. ―Su resistencia es notable. Pensé en entrenarle, pero parece que es simplemente demasiado egoísta como para aprender.
Emmett se dio cuenta que él estaba casi sonriendo de nuevo. Helene tenía un don para la comprensión de los hombres y sus menos que complicadas naturalezas.
― ¿Crees que esa es tu función? ¿Enseñarles a los jóvenes hombres de la alta sociedad cómo complacer a una mujer?
Ella levantó una ceja.
―No es mi objetivo primordial. Pero es útil, ¿no? La sociedad debería estarme agradecida en lugar de fingir que no existo afuera de estas puertas.
La mirada de él deambuló por la sala excesivamente adornada, los costosos muebles y accesorios, el suntuoso buffet.
― ¿Esto es suficiente para ti, Helene? ¿Es esto lo que quieres?
Él frunció el ceño. ¿Qué estaba mal con él esta noche? ¿Cuándo alguna vez se había ocupado de pensar en el futuro? Como un esclavo él simplemente lo había soportado. Pero desde el matrimonio de Jasper dos años atrás, había comenzado a cambiar, había empezado a querer algo más.
Helene se encogió de hombros, un gesto francés y totalmente femenino.
―He construido este lugar con mis propias manos. Es suficiente por ahora.
Él asintió con la cabeza mientras continuaron alrededor del perímetro de la habitación. Como reconociendo eso. En su pasado había secretos que se identificaban con Emmett. Él podía entender su profunda necesidad de hacerse financieramente segura. Ella nunca hablaba de su juventud, sin embargo, él sabía que había sufrido tanto como él y Jasper. Ella tocó su mejilla.
―Sabes que eres bienvenido para compartir mi cama esta noche, si prefieres no ir a casa.
Él osciló alrededor de su rostro, su buen humor evaporándose.
― ¿Has oído lo que dije antes? Me niego a terminar en la cama de nadie sólo porque sienten lástima por mí.
Ella frunció los labios, sus ojos azules llenos de diversión.
―En realidad, yo estaba sintiendo lástima de mí misma. Con Joseph ido, no tengo a nadie para follar.
Se echó a reír. Ella tenía la reputación de ser una amante voraz. Él nunca había tenido el deseo de averiguar si el rumor de que podía agotar a tres hombres fuertes en una noche y aún arreglárselas con un cuarto para el desayuno, era cierto. La besó la mano.
―Es una oferta interesante, pero debo reclinarla. Tengo pocos amigos en este mundo y tú eres una de ellos. Odiaría perder años de amistad por una noche de pasión imprudente.
Ella miró alrededor del repleto salón.
― Bueno, supongo que tendré que encontrar a alguien más. Joseph tenía el pelo negro, así que intentaré con un rubio o un pelirrojo.
― ¿Coleccionas sus cueros cabelludos también?
Helene golpeó los nudillos con su abanico y se dirigió hacia la esquina más ruidosa de la habitación.
―Por supuesto que no. No tendría espacio para mostrarlos a todos. ―Presionó el brazo de Emmett y señaló al hombre que estaba en la mesa delante de ellos. ― ¿Qué sabes de él?
― ¿Riley Beecham? Estoy sorprendido de que no le hayas tenido ya. Parece haberse follado a todas las demás mujeres de la ciudad.
Emmett estudió la alta y autoritaria figura de Lord Riley Beecham, el presunto heredero del sin descendencia Duque de Hertford. Llevaba un abrigo de color marrón oscuro que casi hacía juego con sus ojos y su grueso cabello rizado. Un chaleco negro, pantalones de piel de ante y brillantes botas altas completaban su inmaculada vestimenta.
Helene miró a Emmett.
― ¿No te gusta él?
―Apenas le conozco. Pero tiene reputación de ser un vividor y un jugador.
―Mon Dieu, es verdaderamente un diablo.
Emmett se encogió de hombros.
―Supongo que no es peor que cualquier otro pimpollo mimado de la nobleza.
―Pero aún así, no te gusta.
―Trata a las mujeres despreciablemente y sin embargo se agrupan a su alrededor como estúpidas papanatas. ―Él refunfuñó. ―Maldita sea, estoy empezando a sonar como un predicador de la iglesia Metodista.
―No sueles juzgar a un hombre con tanta rapidez, Emmett, ―murmuró Helene. ―Conozco su reputación también, en verdad, él rara vez se entretiene con una mujer aquí.
Lord Beecham saltó de la mesa y se acercó a ellos, una sonrisa en su hermoso rostro.
―Madame Helene, es un placer. ¿Y puedo decirle que usted luce particularmente hermosa esta noche?
Emmett fingió un bostezo detrás de su mano antes de sacar su reloj de bolsillo y estudiarlo. Algo sobre Lord Beecham siempre le ponía al borde de apretar los dientes. No, Dios no lo permita, que él estuviera celoso de este hombre, su reacción era mucho más instintiva que eso.
―Y Sr. Hale, ¿cómo está usted en esta hermosa noche?
―Estoy bien, milord. ―Emmett deliberadamente tomó la mano de Helene y la besó. ―No te preocupes por mostrarme las escaleras. Puedo encontrar mi propio camino. ¿Por qué no te quedas a averiguar si a Lord Beecham puede llegar a ocurrírsele algo más original para decirte?
Para su sorpresa, Lord Beecham se echó a reír.
―Me temo que he bebido demasiado vino para ser original. Seguiré adelante con el cumplido suficientemente comprobado por si acaso para evitar parecer un tonto aún más grande de lo que soy.
Helene sonrió a los dos.
― ¿Por qué no nos sentamos todos y compartimos una botella de vino?
Emmett trató de llamarle la atención mientras ella le arrastraba inexorablemente hacia un sillón vacío. Se sentó con una exagerada mala gana. ¿Helene esperaba que él actuase como su chaperón mientras ella decidía si tenía la intención de ofrecerle al insufrible Lord Beecham un lugar en su cama? ¿O esto simplemente era alguna absurda determinación femenina de que él y Lord Beecham deberían hacerse amigos? Comenzó a levantarse.
―Madame, tengo que irme.
Él hizo una mueca cuando ella le asestó una fuerte patada en el tobillo.
―Estoy segura de que puedes dedicarme algunos minutos más de tu valioso tiempo, Emmett.
Él sonrió, mostrando sus dientes.
―A diferencia de la mayoría de tus invitados, querida Helene, tengo que estar en mi trabajo en la mañana y ya es pasada la medianoche.
―Ah, eso es. Usted es socio de Jasper Masen, ¿verdad? ―Lord Beecham se inclinó hacia adelante. Anticipándose a la habitual aversión aristócrata ante la idea de que un hombre se dedicara al comercio, Emmett descubrió que no podía hacer otra cosa más que asentir.
―Jasper me pidió que viniera a hablar con usted acerca de invertir en una de sus próximas cargas.
Emmett fingió una sonrisa.
―Desafortunadamente, Lord Masen está fuera en Southampton en este momento. Estoy seguro de que estará encantado de atenderlo a su regreso. ―Helene le pateó de nuevo. ―Por supuesto, si usted no está dispuesto a esperar, yo estaré en nuestras oficinas en los próximos días.
Él entregó su tarjeta de presentación. Lord Beecham la estudió y luego la colocó cuidadosamente en su bolsillo.
―Tal vez se pregunte por qué estoy particularmente interesado en vuestra empresa cuando hay tantas otras empresas para elegir.
Su repentina recuperación de la sobriedad intrigó a Emmett. Lord Beecham recuperaba su sobriedad más rápido que cualquier otro hombre que Emmett había visto en su vida o él deliberadamente había fingido estar más borracho de lo que estaba.
―Deseo investigar las rutas comerciales a las Indias Occidentales. Estoy particularmente interesado en las compañías que no incurren en el tráfico de la vida humana.
Por primera vez, Emmett miró directamente a los oscuros ojos del otro hombre. Buen Dios, Lord Beecham parecía sincero. Emmett y Jasper nunca habían promovido el comercio de esclavos. Sus propias experiencias nunca les permitirían que tal miseria se asentase bien en sus conciencias.
Él respondió de forma automática, su mirada seguía bloqueada con la del otro hombre.
―Usted tiene razón. No es nuestra política tratar con los traficantes de esclavos o con sus asociados.
Lord Beecham asintió con la cabeza mientras le ofrecía un cigarrillo a Emmett.
― ¿Sería inconveniente para usted si le visito mañana con mi asesor de negocios?
―No, en absoluto. ―Emmett aceptó el cigarrillo y permitió a Lord Beecham encenderlo por él con el suyo. ―Voy a estar disponible desde el mediodía en adelante. ―Cuando Lord Beecham se inclinó hacia él, Emmett inhaló su colonia con aroma a canela picante y un agradable olor masculino. Sopló una nube de humo mientras el otro hombre seguía observándole.
― ¿Hay algo más que pueda hacer por usted, milord?
Lord Beecham se inclinó hacia atrás, su sonrisa inalterable ante el tono menos-que-entusiasta de Emmett.
― ¿Un juego de cartas, tal vez?
Emmett miró por encima de su hombro a los compañeros de Lord Beecham, quienes continuaban ocupados follando a la apasionada duquesa. ¿No echará de menos tomar su turno?
Él quería volver a casa. Quería escapar del ruido, del puro olor a sexo y de la risa de borrachos. A veces, si cerraba sus ojos, casi podía imaginar que estaba de vuelta en el burdel. Era difícil recordar que todo el mundo pagaba a Madame Helene una exorbitante cuota para que se le permitiera comportarse de esta manera.
Lord Beecham continuaba estudiándole.
―No tengo ningún deseo de follarla. En verdad, preferiría jugar con usted.
― ¿Por qué? ―Emmett estaba más allá de la cortesía ahora.
―Porque he oído que tiene la suerte del diablo en el juego de los cientos y me gustaría ver si puede ganarle. ―Se encogió de hombros. ―Por supuesto, si está muy cansado…
Helene aplaudió.
―Emmett, debes ganarle a Lord Beecham para mí. ―Ella le sopló un beso a Lord Beecham. ―Si Emmett tiene éxito en derrotarte, voy a esperar verte esta noche en mi cama.
Para sorpresa de Emmett, Lord Beecham no se veía tan contento como Helene podría haber esperado. Tal vez él también había oído los rumores sobre lo que ella hacía a sus amantes. Emmett metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda de oro.
―Voy a jugar para ti, Helene. Lord Beecham parece como que podría beneficiarse de tu instrucción erótica.
Escondió una sonrisa. Tal vez él podría hacer feliz a Helene y poner otra condición como ganador para que Lord Beecham prometiera nunca acercarse a él de nuevo.
Helene hizo una seña a un lacayo, quien trajo un nuevo paquete de cartas. Lord Beecham rompió el sello y empezó a dividir el paquete.
―Tengo que seguir y circular, pero por favor, háganme saber lo que pasa. ―Helene besó la mejilla de Emmett y le dejó frente a su adversario. ―También me aseguraré de que tus amigos no te molesten de nuevo, Lord Beecham.
Emmett esperaba que ella hubiera visto la promesa de retribución en sus ojos. Su precipitada salida indicaba que sí. Lord Beecham miró detrás de ella.
―Es una mujer fascinante.
―Lo es, en verdad.
Lord Beecham barajó el paquete, su atención fija en el movimiento de las cartas a través de sus largos dedos.
― ¿Se ha acostado con ella?
―No he tenido ese placer.
―He oído que es una compañera de cama exigente.
Emmett levantó una ceja.
―Como he dicho, no lo sabría. Pero estoy seguro de que pronto tendrá sus respuestas, si sobrevive a la noche, es decir.
Lord Beecham se lo quedó mirando, un desafío en sus ojos oscuros.
― ¿Está tan seguro de que va a ganar entonces?
―Muy rara vez pierdo.
―Pero si pierde, ¿usted ocupará mi lugar en la cama de la señora?
―No. Tendrá que pensar en otra cosa para reclamar como su premio. ―Emmett levantó una soberana y arrojó la moneda al aire. ―Canto.
Lord Beecham eligió cantos y ganó, lo que le daba una pequeña ventaja y el derecho a barajar. Emmett acogió las cartas que el otro hombre repartía y se reclinó para estudiar su mano.
En el momento en que la primera mano se estaba jugando, descubrió que Lord Beecham era un oponente muy capaz e inteligente. No tan bueno como él, pero ciertamente no era aficionado.
Mientras continuaban jugando, esa parte del salón quedó vacío y un lacayo extinguió la mayoría de las velas, dejándoles en un estrecho charco de luz. El brandy apareció al lado del codo de Emmett, y él mantuvo un camino constante a través de la botella. Un reloj dio las tres en el pasillo y gimió. Tenía que estar en su escritorio a las ocho en punto para una reunión importante.
Sus restantes cartas se veían borrosas delante de sus ojos. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Y por qué le había parecido tan importante vencer a este hombre en particular? Su atención se desplazó a la silenciosa, absorta figura frente a él. Lord Beecham se había quitado la chaqueta y la corbata y jugaba sus cartas con la desesperada habilidad y atención de un hombre arriesgando toda su fortuna. ¿Estaba realmente tan ansioso de evitar la cama de Helene?
―Es su turno, Sr. Hale.
Sacudiendo sus pensamientos, Emmett arrojó una carta al azar. No podía perderse el destello de triunfo en la cara de su oponente.
―Señor Hale, creo que le he vencido.
Mientras Lord Beecham contaba los puntos, Emmett resistió un infantil deseo de agarrar el pergamino y comprobar los números por sí mismo. Sabía que tenía que estar cerca, pero todavía no podía comprender por qué había perdido.
No había ni rastro de Madame Helene. Emmett sospechaba que había encontrado otro amante dispuesto y ya se había retirado a su suite. Echó su pelo rubio hacia atrás de su rostro.
―Tal vez debería haber preguntado exactamente lo que quería de mí antes de empezar el juego.
Por primera vez desde que empezaron a jugar, Lord Beecham sonrió.
―Es bastante simple. Quiero más de su tiempo.
― ¿Y qué significa exactamente eso?
―Hay otra propuesta que quiero discutir con usted en privado. Necesito una hora de su tiempo mañana por la noche y la garantía de que me escuchará.
Emmett se levantó e hizo un gesto hacia el salón desierto.
―Estamos solos. Dígame ahora y terminemos con esto.
Lord Beecham permaneció echado en su silla, sus largas piernas musculosas estiradas al frente de él. Inclinó la cabeza hacia atrás hasta que pudo ver el rostro de Emmett. Su sonrisa era suave y satisfecha.
―Preferiría hablar con usted mañana, cuando los dos estemos sobrios.
Emmett asintió con la cabeza abruptamente. A pesar de sus preocupaciones estaba demasiado cansado para discutir.
―Voy a estar aquí a las diez.
