Estás tendido en el suelo, arropado de sombras, vestido de andrajos. Tienes los ojos abiertos, y la boca también. Yaces donde caíste, brazos y piernas desarticulados. La guerra ha terminado, y tu vida también. Yo me alzo victorioso, fuerte, renacido de tu sangre, superviviente de tu muerte. Ahora soy el rey de un campo de batalla asolado, un señor de magos derrotados, el dios de una tierra baldía. Te he vencido, chico-que-vivió. Ya nada podrá detenerme. Era tu vida o la mía.

¿Recuerdas? Sé que soñabas a menudo con el instante en que acabé con la vida de tus padres. Yo compartía tus sueños, vivía tus ilusiones, sentía tus pensamientos. A cada instante reverberaba, irritante, el latido de tu corazón sobre el mío, como un eco sutil. Era lo mismo para ti, y ninguno podía rechazar este vínculo entre los dos. Yo envenenaba tu alma y tú la mía.

Se acabó. Ya no hay eco. Por cada pensamiento frío, cruel que pueda tener no me corresponderá una emoción cálida y vital. No recuerdo ni atesoro mi primer beso, pero sí el tuyo, con esa hermosa muchacha llamada Cho. Nunca me ha preocupado la muerte ajena, pero podía sentir tu desgarro ante la muerte de tus allegados, de tus aliados, incluso de tus enemigos. No sé lo que es el amor, pero tú sí lo sabías, y ese conocimiento nos llegaba a los dos. Todo lo que era frío y seco en mí era fértil y cálido en ti. Yo era el desierto, tú el Nilo. Por ambos cayeron muchos, pero sólo tú eras capaz de lamentarlo.

Era el Destino. Tú o yo. Tuve que ser yo.

Ahora sé que contigo ha muerto el mundo. No volveré a sentir, porque nunca supe hacerlo. Tú lo hacías por mí.

Tras tantos años de compartir nuestras mentes, odiándonos a cada instante, ya sólo queda el silencio. Me arrodillo a tu lado. Cierro tus ojos, tu boca, compongo tus andrajos, cruzo tus brazos sobre el pecho, coloco en tu mano la varita, rota.

Sigues siendo el-chico-que-vivió, aunque no lo sepas, aunque estés muerto. Tenías el coraje de vivir; yo nunca lo tuve. Yo soy inmortal, pero por ello mismo mi vida, privada de muerte, carece de valor. Y ahora, en el preciso instante de mi victoria me doy cuenta de que lo único que he ganado es un poco más de no-vida. Porque mi vida real siempre transcurrió a través de ti. Nunca he estado vivo, y ya no podré estarlo jamás.

Beso tu frente, la pálida cicatriz que nos unía; sabe a cenizas, como los granos de la granada de Perséfone. Yo, como ella, también me he condenado a vagar por un mundo de sombras. Pero, a diferencia de ella, para mí siempre será invierno.

Adiós, mi Verdadera Vida. No lo sabes, pero has vuelto a vencerme. Tú me has matado.