Rompiendo la monotonía.

Chapter 1.

Llevaban ya varios meses entrenando desde que fue adjudicado como su tutor. Debía enseñar al joven japonés a defenderse mejor, aunque ya de por sí sabía bastante y era realmente complicado dañarle. Pero claro, para el capo de los Cavallone no había mucha dificultad, sólo que no pretendía dañarlo. Los entrenamientos eran realmente arduos, ya que el presidente del Comité Disciplinario no se preocupaba por controlarse en absoluto y aprovechaba cualquier oportunidad para asestarle un buen golpe al mayor, con ansias de sangre y gemidos de dolor. Pero era complicado lograr eso con el Cavallone, todo por ese maldito látigo, ese artilugio que tanto odiaba, que lograba enredar sus tonfas y sus manos, dejándolo un "poco" desprotegido, o que lo agarraba y lo dejaba contra la pared, o contra el suelo. Sí, el Cavallone tenía manías extrañas. Y eso a veces desconcertaba al menor, aunque ni muerto lo admitiría, claro está, era demasiado orgulloso hasta para admitir que sentía dolor con algunos de los fuertes golpes que a veces se le escapaban al mayor como modo de defensa, demasiado orgulloso como para admitir incluso que en ocasiones estaba cansado y prefería descansar a seguir peleando. Y así eran todos los días, varias horas de entrenamiento, intentos fallidos de Hibari por vencer a Dino, y de nuevo, esas extrañas manías de su tutor.

Para Hibari Kyoya, los entrenamientos eran realmente aburridos. Reconoce que al principio se divertía un poco, haciendo todo lo posible para darle golpes al mayor, deseando de hacerle sangre y dejarlo tirado en el suelo, a sus pies, humillándolo. Porque así es Hibari Kyoya. Orgulloso, prepotente, con sed de sangre y muerte. Pero poco a poco, iba viendo complicado el vencer a Cavallone, otra cosa que jamás admitiría. Todo se empezaba a volver rutina, cosa que el japonés odiaba demasiado, ya que nunca lograba conseguir lo que quería con el mayor. Aunque algún que otro día, sentía satisfacción al ver como Cavallone recibía un fuerte tonfazo en la barbilla o en el estómago, pillándolo desprevenido, escuchando su jadeo de molestia y dolor. Adoraba esos momentos, como carnívoro que era, y ya que no le quedaba más remedio que entrenar con él, intentaba sacar el máximo partido a la situación y acribillarlo como fuera.

Sin embargo, para Dino Cavallone los entrenamientos no eran nada aburridos. Disfrutaba realmente observando como el menor, con esa sonrisa de prepotencia y esa mirada de desprecio, intentaba dejarlo fuera de juego, asestándole golpes sin contenerse. Disfrutaba cuando paraba algunos de esos golpes con el látigo, viendo la mirada rabiosa que el menor le dedicaba al sentirse atrapado. No podía evitar mantener una media sonrisa en todo momento. El japonés le cautivaba de verdad. Notaba a la perfección cuando estaba cansado, como se callaba y seguía luchando por pura cabezonería. Es cierto que también recibía muchos golpes, pero era por culpa del menor, que lo distraía bastante. Sí, se quedaba embobado observando con deleite esas gotas de sudor que caían por la frente del japonés, que caían por su nariz y se perdían después. O cuando le hacía sangre y alguna que otra gota descendía por el cuello, o por el pecho…y peor aún, cuando lo atrapaba con el látigo y lo tenía tan cerca, notando a la perfección su esencia, llegando incluso a oler su pelo, negro azabache. Entonces recibía un fuerte golpe de advertencia, que lo hacía despertar y volver a la realidad, darse cuenta de que si no espabilaba, sería mordido hasta la muerte por un carnívoro con ganas de verlo hecho mierda. También notaba que a veces, Hibari se aburría bastante. Es por eso que Dino decidió cambiar un poco las cosas y hacer más entretenidos los entrenamientos para el menor, y estaba seguro de poder hacerlo, aunque no estaba muy seguro de los resultados. Es así como empezó todo.

Era verano, el catorce de agosto concretamente. Dino Cavallone estaba en la azotea de la Secundaria Namimori, donde siempre suele entrenar con japonés, esperando a que éste llegara como todos los días. Y sí, no tarda ni cinco minutos en llegar. La puerta de la azotea se abre con lentitud y Hibari Kyoya sale con tranquilidad, con el ceño ligeramente fruncido y esa mirada de cansancio hacia el mayor, dejándole claro que lo aburría bastante. Al notar el fuerte sol y la ausencia de una mínima ráfaga de viento, termina por quitarse con rapidez la chaqueta, realmente acalorado, dejándola colgada en el picaporte de la puerta, ya que era demasiado cuidadoso. Agradecía haberse puesto una camisa de manga corta, porque según él, parecía que la temperatura subía aún más. Claro, al Cavallone no se le había ocurrido otra cosa que quedar en entrenar a las cuatro de la tarde. Lo peor es que no le extrañaba en absoluto, era un herbívoro idiota, como todos los demás, así que es normal que hiciera cosas tontas como esa. Pero el calor no era impedimento para que estuviera dispuesto a moler a palos al mayor. Dino, al ver al menor quitarse la chaqueta, no se contiene en esbozar una sonrisa, aunque intenta que no fuera muy lasciva. No entendía muy bien lo que le pasaba, pero sólo sabía que deseaba al menor. No se había parado a pensar si era una idea nefasta o algo enfermo, no se planteaba esas cosas ya que le veía poco sentido siendo el capo de una familia mafiosa.

¿Qué, Kyoya, listo para el entrenamiento de hoy? –Dino se acercó al menor, bastante contento, recibiendo una mirada de advertencia.

Supongo que será como todos los días, estúpido herbívoro. –El menor se limitó a encogerse de hombros, alzando las tonfas a la altura de su pecho, listo para empezar a luchar.

Pero se equivocaba. Cavallone quería que el menor no se aburriera en su presencia, quería que disfrutara un poco más con el entrenamiento. No por nada lo había citado a las cuatro de la tarde, bajo ese sol abrasador y ese calor de mil demonios. Tenía todo planeado. Se pasa una mano por el pecho, acomodándose la camiseta de manga corta que llevaba, dejando a la vista sus musculosos brazos y el tatuaje que cubría uno de ellos. Se pasa después la mano por el pecho, echándoselo un poco hacia atrás para que no le molestara demasiado. El japonés resopla un poco irritado, viendo que el mayor no le atacaba por el momento, así que decide dar el primer paso. Se lanza hacia el mayor, con la intención de golpear su cuello con las tonfas, dirigiendo los picos de éstas hacia esa zona, aunque para su desgracia son paradas como muchas otras veces por ese maldito látigo del rubio, que sonríe algo triunfante.

Así que empiezas fuerte, Kyoya…tranquilo, no será como todos los días…-Dino le susurra eso, estando cerca del menor, sin borrar aún la sonrisa.

Hibari reacciona con rapidez. Le molestaba mucho mucho cuando el mayor se pegaba tanto y se tomaba esas confianzas. Que fuera su tutor no le daba el derecho a hacer nada de eso, no podía invadir su espacio personal, ya que Hibari cuidaba demasiado ese aspecto. Pero se irritaba, el mayor siempre lo intentaba invadir, y lo notaba. Se aparta de Dino rápidamente, chasqueando con la lengua y entrecerrando un poco los ojos, sonriendo de forma algo lasciva, se estaba animando un poco al escuchar lo que había dicho el mayor y quería sangre.

Espero que estés a la altura y cumplas lo que acabas de decir, Cavallone…-No se contiene en absoluto y se vuelve a lanzar contra el capo, ahora con más brutalidad que antes, dispuesto a dejarlo hecho polvo en el suelo.

Y así una hora. Una hora en la que ambos se están esforzando más que los días anteriores, motivados simplemente por las palabras del mayor. Hibari gruñía cada vez que el mayor esquivaba algún golpe que realmente lo habría podido tumbar. Dino no podía evitar soltar alguna que otra suave risa cuando lo esquivaba y veía en sus ojos la frustración. Hasta ahora, todo era un entrenamiento normal y corriente. Pero Dino es el primero en detenerse, sonriendo ampliamente y señalando la pequeña fuente, alejándose un poco del menor antes de recibir otro golpe.

Espera, espera Kyoya. Tomémonos un descanso, con este calor no es bueno que nos forcemos tanto. –Sin más le da la espalda, digiriéndose hasta la fuente y empezando a beber. El menor frunce el ceño, emitiendo un pequeño gruñido de insatisfacción, pero decidiendo tomarse un descanso, ya que al fin y al cabo, el calor y el sol hacían todo un poco más pesado. Deja las tonfas en el suelo y se acerca a la fuente, quedándose parado de brazos cruzados, esperando a que el mayor terminara.

Lo que ocurrió ahora sí que no se lo esperaba en absoluto. Es más, le pareció incluso algo surrealista. Dino había acabado de beber, se incorporó lentamente y se pasó una mano por la barbilla, retirándose algunas gotas de agua que se escurrían desde su boca. Y no se le ocurre otra cosa que llevar una mano a la fuente y taponar con uno de los dedos el pequeño agujero del que salía el agua, dejando sólo un pequeño espacio para que siguiera saliendo, aunque con mucha presión. Justamente, orientando el chorro de agua hacia Hibari. El menor al principio se ha quedado algo impactado. Abre mucho los ojos sin poderlo evitar, sintiendo como el agua le daba en la cara y el pecho. Se aparta lo más rápido que puede, aunque sin mucho resultado, ya que estaba completamente mojado. Dino no puede evitarlo y suelta una pequeña risa, aunque con algo de miedo, sabía cuál sería la reacción del menor. Hibari sacude un poco la cabeza, dejando a las gotas de agua salir disparadas de su pelo, pasándose las manos por la cabeza. Mira a Dino con los ojos entrecerrados. Si las miradas mataran, Cavallone no existiría ni en cenizas.

Pero…-Hibari coge aire, realmente furioso- ¿Qué demonios te pasa en la cabeza, Cavallone…? –Se acerca a Dino de forma peligrosa, sin siquiera coger las tonfas, lo estrangularía con sus propias manos.

Kyoya, hace demasiado calor…es bueno que te refresques, ¡Si en el fondo me lo estás agradeciendo!-El mayor alza las manos a la altura del pecho, sonriendo nerviosamente y retrocediendo hacia la pared- Vamos, cálmate…

Lo que pasó ahora, tampoco se lo esperaba Hibari. Cuando creía tener acorralado al mayor contra la pared, sonriendo de lado, todo dio un giro. Dino no había soltado el látigo, sino que lo llevaba en el cinturón del pantalón, todo lo contrario de Hibari que había dejado las tonfas tiradas. Eso, aunque el menor no lo creyera, había sido su desventaja y su perdición. Dino agarró fuertemente las manos de Hibari con el látigo, dando un fuerte tirón sin contenerse en lo más mínimo y estampando al prefecto contra la pared, invirtiendo las posiciones. Además, no le dejó tiempo para reaccionar, ya que se pegó contra el mojado cuerpo de Hibari con fuerza, presionándolo aún más contra la pared, teniéndolo de esa forma bien atrapado. No puede reprimir un jadeo, era inevitable. Bastante tenía con haberse controlado al ver a Hibari en ese estado, con la camisa mojada y completamente pegada. Y ahora lo tenía contra la pared, contra su cuerpo.

Hibari estaba completamente desconcertado. No le había dado tiempo a reaccionar, y era bastante complicado zafarse del agarre del látigo y del cuerpo del mayor. Pero se quedó aún más sorprendido cuando escuchó ese jadeo del capo, lo que le hizo sonrojarse a más no poder, agachando la cabeza para intentar disimular un poco.

Cavallone…te ordeno que me sueltes y que te alejes de mi ahora mismo, ya. -Hibari intenta hablar con tranquilidad, aún con la cabeza agachada. Frunce los labios, estaba bastante nervioso al notar el musculoso cuerpo del mayor.

Kyoya, no seas aburrido. –Dino sólo atina a sonreir ampliamente, manteniendo presionado el cuerpo del japonés- Tú me dijiste que era todo como siempre…sólo intento cambiar un poco, relájate…