─Buenas noches, Señor William ─escucho decir a Vanorah, la anfitriona de la mansión D'Autremont y mi jefa; no sé si es mi imaginación; pero, aún a la distancia a la que me encuentro, puedo notar un resplandor poco común aflorar a sus ojos grises, evidenciando el placer de ver nuevamente a ese cliente tan especial.

─Buenas noches, Vanorah ─escucho responder al caballero, cuya mirada azul infinitamente profunda protagoniza las fantasías de muchas de nosotras, quienes tan sólo conservamos eso: la fantasía, para hacer más llevadera nuestra tediosa y, para muchos, vergonzosa existencia. Nuevamente pienso que estoy imaginando cosas, porque él ha hablado en un tono francamente desanimado, completamente ajeno a su habitual cordialidad y alegría; por lo general, su voz es tan dulce y armoniosa como las melodías que interpretan a dúo Samantha y Desirée, al violín y la flauta, durante las noches de gala de los sábados.

─¿Desea ver a Atenea? ─pregunta Vanorah, mientras le conduce a uno de los divanes, esforzándose por mostrarse solícita, aunque noto un dejo de preocupación en su suave y sensual voz que no es imaginario en absoluto. Supongo que eso confirma mis sospechas: el talante que muestra ese hombre hoy, no es cosa corriente.

Me pregunto qué ocurrirá; debe ser algo grave, porque Vanorah ha hablado con ese tono de concernimiento que pocas veces se permite dejar traslucir. Alguna vez habló así a Wendy, una de las chicas, cuando ella pasaba por un pésimo momento, ya que sospechaba estar embarazada. Aquélla vez pensé que, de haber sido posible, me habría gustado tener una madre como Vanorah; aunque supongo que ella es eso para mí: más aún, es la única familia que tengo en este podrido mundo que se cae a pedazos y que cada día muere lentamente, dejando a la sordidez arrabatarle toda vida e inocencia.

Supongo que mis palabras sorprenden; pero no es de extrañar que piense así. En realida mi vida no ha sido caminar sobre algodones y pétalos de rosa; sino una senda marcada por la sangre, la rabia y las espinas. He andado por estos rumbos desde que tengo memoria; desde que mi madre me vendió a un tipo apestoso y mugriento por unos cuantos francos cuando apenas iba a cumplir trece años. Fue una suerte que Vanorah, a su vez, me comparara a ese tipo pagando una exhorbitante cantidad. Al menos, ella comprende un poco lo ingrata que es esta vida y se ha empeñado en protegernos y prepararnos lo más posible para desempeñar este, el oficio más ingrato y antiguo de la humanidad.

─Hoy no, Vanorah ─replica el caballero a la petición de mi jefa; su voz suena cansada, ligeramente cargada de una inexplicablemente intensa emoción; tal cosa, aunada al hecho de que no ha sonreído en ningún momento, provoca que ella le mire con atención. Puedo notar que a Vanorah le ha sorprendido la negativa y no es para menos: él siempre solicita a Atenea como acompañante, nunca ha sido de otra manera. Aunque también puedo decir que lleva varias semanas sin pasarse por aquí.

─¿Entonces...? ─por un momento Vanorah pierde el piso; eso es evidente en su pregunta. Lo cierto es que mi jefa se ha quedado sin opciones y eso es evidente. Con cualquier otro cliente ella habría tomado la iniciativa y sugerido algunas alternativas; pero eso no es posible con Sir William. Él no es de los que admiten que se les indique qué hacer y cuándo; eso nos quedó claro a todas desde la primera noche que nos visitó, hace ya un buen tiempo.

Con la mirada, recorro la estancia para ver si alguna de las chicas se ha percatado de la interesante escena; pero me doy cuenta de que cada quién está concentrada en su trabajo: Wendy charla con Thomas, un soldado que la frecuenta asiduamente desde hace quince días; Samantha ríe, celebrando el chiste del anciano Simon, un caballero que gusta de su compañía y paga por un par de noches con ella a la semana; Desirée no se encuentra aquí, porque ha subido a los privados con un cliente nuevo, ella tiene la suerte de ser solicitada por cada caballero que nos visita por primera ocasión, aunque no puedo decir que sea algo para envidiarle, no siempre es una distinción agradable; Athenea se encuentra aún en nuestras habitaciones, como es costumbre, hasta que algún cliente la solicite, ella tiene otro tipo de suerte: la de ser una compañía de primera categoría, es decir que está reservada sólo para caballeros de la alta sociedad, con mucho dinero y distinción, gana en una noche lo que nosotras conseguimos en una semana, aunque, por lo visto, esta noche no trabajará, al menos no con Sir William, quien de verdad parece otro: un extraño.

Un alma en pena cuyos ojos reflejan la agonía por el cielo que jamás alcanzará.