Los personajes y el mundo de Harry Potter pertenecen a su autora J.K. Rowling.
PRÓLOGO
Era inconcebible esperar quietud de un lugar como ése. Pulcro hasta dejarnos ciegos, escandaloso hasta volvernos sordos, sanguinario hasta hacernos inhumanos.
Así podría definirse la sala de urgencias de San Mungo en época de guerra, según palabras de Draco Malfoy. Le asqueaba estar ahí, pero las faenas del oficio lo obligaban a darse una que otra vuelta por el lugar -demasiadas para su gusto. Con reloj en mano estaba cumpliendo su guardia de medio tiempo; ni un minuto más.
-¡Sanador Evans!
Rodó los ojos. Según el segundero su turno ya había terminado, y él no iba a atender otra escenita de lloriqueo, rezos y cuentos para los más pequeños de un lugar estrafalario en el cielo. Familia muggle, para variar… la mayoría lo eran, pensó con una mueca.
Hizo caso omiso del llamado y, acelerando sus elegantes pasos, entró en su despacho. Se quitó la bata y la cambió por su capa negra, haciendo gala del resto de su atuendo oscuro; se colocó sus guantes de piel de dragón y tomó un último artefacto del pequeño clóset.
-¿Evans?
El despacho estaba vacío.
Terminar su turno y salir del edificio, no era precisamente su momento preferido del día. Concentrarse en la caótica faena del trabajo, resguardarse en esas paredes que la vieron dar su último estirón como estudiante, escabullirse en los más secretos rincones para tomar un poco de té… siempre la habían hecho sentir en casa. Desafortunadamente no podía estar en San Mungo por siempre.
Se arrebujó más en su abrigo blanco. Se colocó bien los guantes y rozó ligeramente su bolsillo derecho para sentir el contorno de su varita. Hizo una lista mental de sus pendientes -para todo había lista-: pasar por Ginny e ir al Cuartel, atender la junta de la Orden, dar la plática introductoria a los nuevos reclutas del ED... McGonagall le pidió hablar con ella... pasar con los chicos por el nuevo informe… y finalmente ir con su madre para recoger sus hijos.
Se mordió ligeramente los labios mientras la culpa apretaba su garganta. Una vez más llegaría con sus pequeños para cuando estuvieran dormidos; no la habían visto en tres días completos… bueno, cuatro ya.
Se detuvo con inusual inseguridad. Respiró profundo y, colocándose la bufanda sobre su rostro, se abrió paso entre las ruinas de la ciudad y el humo negro de los constantes incendios. Se le terminaba el tiempo. Tarde o temprano debía ir pronto a las afueras de la ciudad con sus hijos y padres, para mantenerlos a salvo… mientras que ella se quedaría ahí, en el mismísimo infierno.
Veinticuatro de diciembre y la batalla no cesó. Los mortífagos habían atravesado ya la barrera del mundo muggle, agrediendo sin parar a la inmundicia.
-¡Hermioneeee! –Ron Weasley buscaba desesperado a su esposa. La garganta se le desgarraba por la ceniza inhalada y sus gritos ansiosos. Con temor echaba un reojo a los cuerpos caídos.
-¡Rooon! –era su hermana. Al parecer los mortífagos habían descubierto el Cuartel y lo habían saqueado… Eso fue lo único que escuchó antes de salir desesperado a buscarlas.
La joven de 23 años se aferró al pelirrojo con fuerza.
-¿Las has visto?
-La perdí cuando nos tomaron por sorpresa, lo siento –susurró Ginny en un gemido agudo.
-Harry está en el escuadrón de frente –le decía como podía mientras escapaban del campo de lucha- Él quiere que vayas a casa con mamá y ahí te verá.
-¡No!
-¡Ginevra Potter, mis padres no están protegidos!
-¿La seguirás buscando?
-Ellas te alcanzarán en la Madriguera, ¿de acuerdo?
La chica no hizo más preguntas y se alejó corriendo, adentrándose al mar de humo.
Ron retornó sus pensamientos a su mujer. Hermione y él se habían casado hacía un año y, no importando los tiempos difíciles, procuraba tener una vida feliz al lado de ella… de ella y Rose.
¡Jamás debió permitir que saliera en su estado! La joven señora Weasley llevaba en sus entrañas a la pequeña. La primera nena de la familia… ¡la princesa de papá! Tropezó con el cuerpo inerte de una mujer. Ron se quedó pasmado al verla; sus pensamientos iban y venían sin piedad, a velocidad vertiginosa. La guerra también los destruía por dentro.
-¡Ron! -con dificultad levantó la mirada. No distinguió quién lo llamaba, pero reconocía la voz.
Se levantó con torpeza y siguió corriendo sin rumbo fijo. Debía encontrarlas.
Intentó concentrarse. Inconscientemente protegió su vientre con la mano izquierda. Sus fuerzas se agotaron luego de pelear contra tres mortífagos y ahora estaba frente a otro; desarmada y exhausta.
Tranquila, se decía a sí misma. Respiraba profundo y en pausas para no alterarse. Necesitaba tiempo; tiempo para recuperar el aire, para pensar. Tiempo que no parecía querer brindarle su cazador.
Un, dos, tres.
Un, dos, tres.
¿Dónde se encontraba? ¡Maldita sea, no podía estar detrás de ella todo el tiempo!
Él al instante supo que peligraba. Aún con la máscara de mortífago puesta, corría en medio del terreno campal para encontrarla. Lo más seguro era que su progenitor la hubiera localizado… la peor de las posibilidades.
Derecha, izquierda.
Derecha… ¡vuelta!
-Señorita Granger, nos volvemos a reunir.
-Señora Weasley para usted, Malfoy –le retó con un tono hosco en la voz.
-¿A estas alturas hay alguien que aún posea el derecho de llamarle "Granger"? –mencionó burlonamente- Veo que por fin carga un retoño digno de su sangre… Seguramente él no está nada contento con esto…
-¡No sabe lo que dice!
-Tengo años ofreciéndole una oportunidad única –prosiguió con rudeza- ser feliz al lado de los suyos, olvidarse del pasado, reconstruir su vida junto a su verdadera familia-
-¡Ellos también son mi familia!
-Tendrá que abandonarlos de todos modos. Mi paciencia tiene un límite. –alzó su varita para lanzar el hechizo que le daría muerte a la muchacha.
-¡Sectusempra!
Lucius Malfoy se vio arrojado lejos del lugar.
-¡Imperio!
Hermione cayó ante la fuerza de la maldición. Se vio envuelta en un mar de color, tonos que se oscurecieron al escuchar esa voz:
Regresa con ellos. Entre la bruma de colores divisó apenas a uno de sus escuadrones llevarse a la gente herida… Debía ir a su lado, para ayudar, para salvarlos… ¡Ve con ellos!, escuchó. No, no podía… no debía… Algo, algo tenía que hacer ella en ese lugar. Algo…
Sus pequeños ojos grises se asomaron en su adormilada mente. El cabello castaño y rizado de ambos… Ron siempre dijo que sacaron todo de ella. Sonrió…
Si no quieres perderlos, ¡debes irte!. Mentira. Si no quería perderlos, su obligación era quedarse.
Con mayor desesperación, su agresor aumentó la fuerza del hechizo.
-¿Así lo quieres? ¡Pretendes quedarte, tonta! Muy bien… una sola orden, Granger: No mueras –y con eso se fue.
…La primera palabra de uno había sido "mamá"… y de la otra, "papá".
