Disclaimer: Naruto, incluyendo su historia y sus personajes, pertenece a Masashi Kishimoto. Esto es un fanfiction, por lo que no me pertenece nada más que la ficción aquí relatada.
Marchita
Hinata ni siquiera dudó cuando él le pidió matrimonio.
Lo había amado por tanto tiempo que no podía jugar a la resistencia. ¿Cómo decirle que no, si desde que lo vio su corazón le dijo que sí?
Nunca se vio a un novio más entusiasmado; habló con el consejo, se ganó a su padre, e incluso a su hermanita. No importaba cuántos años hubieran pasado sin que él voltease a verla, su alma cedía, sin mirar peros. Después de todo, para ella Naruto era una perla en el mar de su existencia.
No replicó cuando insistió en que habitaran en el centro de Konoha.
En esos apartamentos había habitado toda su vida; los recuerdos de su crecimiento aún vivían allí, aunque su cuerpo ya no. A veces lo veía caminar por allí, observando el marco desgastado de la puerta que lo había guarecido. Aunque nunca llevaba a los niños consigo. Tampoco a ella.
Pero particularmente le agradaba que quedara cerca de donde se celebraba el festival de Konoha. A Hinata le encantaba contemplar su rostro cuando hervían en el cielo los fuegos artificiales, con una plena paz sacudiendo sus facciones.
Hinata no se extrañó cuando su marido le sugirió que renovara su apariencia. Hasta accedió gustosa.
Hacía tiempo se había aburrido de usar ese cabello tan largo, melena que apenas tenía tiempo de cuidar apropiadamente con dos hijos en casa. ¡Cómo la alabó Naruto esa noche! No la dejó de agasajar. Sus manos se deslizaron traviesas por sus ropas y sus labios… ¡oh, sus labios! Él podía levantarla y ponerla de rodillas al mismo tiempo con el jugueteo de su boca.
Ella no se detuvo en el hecho de que Naruto nunca la mirada cuando hacían el amor.
No buscaba sus ojos; prefería enterrar su aliento en su cuello. La tomaba como si de eso dependiera su cordura. Sus dedos buscaban afanosos su pelo. Así eran las preferencias sexuales de su marido. ¿Qué había de malo en ser un poco diferente?
Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, Hinata se sentía más y más solitaria. Compartían el lecho cada noche, pero la intimidad se desvanecía con el pasar de los días.
Pero una noche, mientras Naruto invadía su cuerpo, Hinata pudo jurar, en medio del arrebato del éxtasis, que escuchó el nombre de cierta mujer escapar de los labios de su marido. Y no era el de ella:
—Sakura-chan…
La mujer sintió un frío infernal entumecerla desde su bajo vientre hasta el corazón al mismo tiempo que él se derramaba en su interior. Apenas acabó él, el sueño lo venció. Pero el nombre de la Haruno continuaba en el aire, volviendo difícil la tarea de respirar.
Hinata se contuvo hasta donde pudo, abrazándose a la espalda de su durmiente esposo antes de por fin derramar sus lágrimas. Así viviría cada angustiosa velada, esperando el día en que él viera su rostro y pronunciase su nombre; no el de ella. Su ser se lo rogaba.
—Aishiteru, N-Naruto-kun —sollozó, hundiéndose en su pesadilla.
Después de todo, él era para ella una perla en el mar de su existencia.
Fin
