Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece a mí, sino a Hidekaz Himaruya.


No existía ninguna venda que siguiese tapando los ojos de Antonio Fernández Carriedo. Él sabía cómo era Lovino, su pareja, y no lo idealizaba como si fuese un ángel venido de los cielos, tal y como afirmaban día sí y día también sus amigos.

—El amor es ciego —solía refunfuñar Gilbert, encogiéndose de hombros y resignándose a tomar la segunda cerveza de la tarde—. Sobre todo en tu caso, Toño.

Antonio estaba más que harto de escuchar aquel tipo de comentarios, pero también estaba demasiado cansado de desmentir aquellas sandeces para luego ser tachado de cursi. ¿Ciego? ¿Qué había de ciego en el amor?

Lo que sí era ciego era el proceso de llegar al amor; el enamoramiento. Ahí sí que Antonio —y todo el mundo— llevaba una venda que le tapaba la visión. Los defectos se convertían en virtudes y las manías, en detalles adorables.

¿Lovino se quejaba de todo? Solamente es perfeccionista.

¿Lovino se tiraba en el sofá nada más terminar de comer y le dejaba todo el trabajo sucio a Antonio? ¡Qué pachorrudo es mi Lovi!

¿Lovino le llamaba de todo y le humillaba por pequeños despistes? Nah, es su forma de demostrarme su cariño.

El enamoramiento era el estadio inmediatamente previo al amor, pero también al desamor. Hubo ocasiones en las que Antonio, creyéndose enamorado, sintió cómo la venda le caía y de repente aparecía ante él una persona totalmente nueva, increíblemente diferente al ser perfecto e inmaculado del que se había «enamorado».

Pero con Lovino no sucedió eso. La venda cayó, ¡vaya si cayó! Y para Antonio, su Lovi ya no era perfeccionista, ni pachorrudo y, ni mucho menos, cariñoso. Era quejica, vago y gruñón.

Y es que siempre lo había sido.

Fue entonces cuando Antonio se dio cuenta de que Lovino tenía defectos. Y a pesar de ello, lo quería con locura. Seguía anhelando estar a su lado, pasar el resto de sus días con él, hacer todo lo posible para hacerle feliz.

Si a aquellas alturas de la vida seguía con él, no era porque estuviera ciego, sino porque simplemente había aceptado a Lovino tal y como era: cascarrabias, insolente, celoso, perezoso, cobarde, pero también leal, gracioso, tierno y amable con todo aquel que le diera un voto de confianza. Así era su Lovi: ni más, ni menos. Esa era su forma de ser y no la cambiaría por nada en el mundo.

Y eso, precisamente eso, era el amor verdadero.


Notas: Esto nació porque no pude dormir la siesta. La vieja de mi vecina está poniendo música eclesiástica a toda hostia (hostia, iglesia… ¿lo pilláis? Jijijiji… jiji) y no puedo conciliar el sueño. Canalizo mis sentimientos negativos escribiendo espamanadas cursis.

Chao.