¡Hola a todos! ¡Nueva historia a su servicio!
Estuve ansiosa de subirla, y bueno, quería hacer de esta historia inspirada en la época medievo, con todo eso de reinos y cosas así.

Ningún personaje de Shingeki no Kyojin me pertenece, pero si así fuera, no habría matado a nadie o al menos no a ciertos personajes.

¡Espero disfruten la nueva historia!


"Me preguntaba qué clase de persona sería aquella que logró pasar los muros y llegar a mi bóveda de los tesoros."

Se quedó inerte y sigilosa, sin siquiera respirar. Bañada en la oscuridad de la celda, mientras escuchaba una voz y los pasos acercarse lentamente.

No se dejó llevar por la belleza de la mujer que la miraba entre los barrotes del lugar, ni se dejó llevar por el tamaño de aquella dueña del castillo, ni por su cabello de oro y sus ropas extravagantes, mucho menos iba a intimidarse con la reluciente corona en su cabeza. Tampoco, por ningún motivo, confiaría en la sonrisa angelical que sus labios tenían.

No.

Estuvo tantos años conociendo mascaras en vez de personas, que podía reconocer una máscara cuando la veía.

Los ojos azules la buscaron en la penumbra del calabozo. La iluminación de una antorcha solo lo volvía más lúgubre. Probablemente esa pequeña mujer enmascarada le daba más miedo que su situación. Los calabozos eran un juego de niños.

"El ladrón que entró en la iglesia y tomó uno de los cálices más valiosos del reino. Al fin encontramos al forastero que dio que hablar. Lamentablemente te llegó la hora y te condenó tu avaricia."

No. No era avaricia. Tenía que hacer lo que sea para sobrevivir. El reino maldito parecía tener reliquias ocultas y valiosas. No por nada era uno de los reinos más ricos. Los otros reinos en los que había estado solo eran cosas pequeñas. Mínimas incluso. Un par de monedas de oro. La mayoría vivía en la pobreza de oro, pero eran ricos en tierras o en animales.

En ese momento, como la ladrona que era, lo único que le importaba era el oro. El oro era lo único que le servía.

"¿Qué harás con todas esas riquezas? ¿Se las repartirás a los pueblerinos necesitados?"

Se levantó de golpe y se acercó a las barras. Agarrándolas con fuerza. Irascible. No tenía miedo de esa pequeña mujer, mucho menos iba a permitir que la difamara. No iba a dejar que nadie hiciera eso. Menos en su cara. Tenía dignidad.

"Vivo para mí, no para el resto. No me crea una especie de altruista, porque no soy así."

Se sintió aún más fastidiada cuando esos ojos azules como el mar, y profundos como el mismo, la escanearon. Se sintió observada, y nuevamente se sintió mancillada. Se cruzó de brazos y se alejó dos pasos. Mientras más alejada estuviese de aquella mujer, mejor. Estar cerca de ella la ponía incomoda.

"¿Dónde está el rey? Normalmente ellos son los más fastidiados con que los ladrones toquen su oro."

La sonrisa cálida pasó a ser irónica. Poco a poco mostraba su real cara.

"Es un reino maldito, ¿Lo olvidas? Además, eres una mujer, si hubiese un rey, probablemente tu cabeza estaría rodando por el suelo. Ahora responde, ¿Qué pretendías hacer con el oro?"

"Te lo dije, vivir para mí misma, tener la libertad suficiente para vivir bajo mi nombre sin problemas."

"Sueños grandes para una mujer."

"Lo dice una reina gobernante."

La reina del reino maldito se quedó en silencio. Parecía estar pensando en algo. Lo pensaba meticulosamente, como si recordara sucesos del pasado, si, de seguro era eso. No pudo evitar sonreír. Poder leer a la gente siempre había sido un regalo de los dioses.

"Engañaste a los porteros y luego heriste a mis guardias cuando intentaste evitar que te apresaran. ¿Qué dirán los reyes visitantes si ven a mi servidumbre golpeada y lastimada como si fuesen sobrevivientes de una guerra?"

¿Qué intentaba con todo eso? ¿Qué importaba? ¿Cuál era su objetivo?

Había cosas que no podía leer con certeza suficiente. Su máscara le daba escalofríos. Algo planeaba la reina, y eso la molestaba.

Su sonrisa empezaba a cambiar nuevamente.

"Estoy intrigada. Te daré una segunda oportunidad, ladrona. Si vas a resistirte y a causar problemas, tendré que castigarte con algo peor que esta celda, pero si aceptas portarte bien y hacer lo que digo, te dejaré liderar a mi lado."

"¿Qué clase de broma es esa? ¡Eso es estúpido, soy una ladrona! ¿Planeas convertirme en una princesa? ¿En alguien de la realeza?"

Ahora los delicados labios sonreían con gusto, con mofa y placer. Eso le aterraba aún más.

"Es una buena idea."

Cerró los ojos, asqueada con la situación. Luego los abrió e intentó analizar lo que sucedía. Analizar que quería la reina. Soltó un suspiro.

Lo veía. Podía verlo en esos ojos azules.

Tenía sentido, teniendo en cuenta todo lo que escuchó de aquel reino.

No pudo controlar la carcajada que salió de su garganta. Ya lo entendía. Todo era tan ridículo. Ni los juglares le daban tanta gracia. Las cosas comenzaban a ser más grotescas de lo que creía posible.

"Ya veo. Quieres tener a alguien que se arrodille ante ti, que te trate como una diosa, y así darles razones a tus súbditos para hacer lo mismo. Alguien que dé el primer paso. Estas tan sola, ni tu pueblo te acepta, necesitas a alguien de confianza que siga tus planes a la perfección para empezar a controlar tú pueblo. Lo entiendo todo."

Todo resultaba tan claro. Tan claro y ridículo. Si esa niña mimada pensaba que, por ser una ladrona y estar encerrada en el calabozo, podría hacerla caer en la típica trampa de la esperanza de vida y libertad, estaba realmente equivocada. Siempre fue capaz de hacer lo que quería con sus propias manos, no necesitaba de nadie. Menos de una reina odiada y prepotente.

"Me molesta tu actitud."

"Y a mí la tuya, y estas loca si crees que me arrodillaré ante la corona por una niña mimada como tú."

Los ojos azules de la reina brillaron con intensidad. No pudo leerla en aquel segundo. Fue como su hubiese un gran abismo entre ambas. Como si los barrotes fuesen algo mísero en la distancia.

"Tienes todo el tiempo del mundo para pensarlo, de todas formas, un ladrón de tu calaña nunca saldrá de mi calabozo."

Se quedó mirando como esa figura, pequeña pero imponente, se iba alejando de los barrotes, para luego salir completamente de su vista. El fuego se agitó con una ráfaga invisible de aire, apagándose, para luego dejar el lugar en completa oscuridad.

Apretó los dientes.

Ir a ese reino maldito no fue una buena idea, pero de todas formas sentía que podría salir de ahí de alguna forma. Mientras la gente odiara a su reina, ella tenía la oportunidad de escapar de las cadenas y salir libre. Aunque no se iría del castillo sin el oro. Porque pudo verlo y tocarlo, aquellos montículos eternos de brillos y joyería. Aquel tesoro que la llevaría al éxito.

Un reino maldito lleno de riquezas era lo único que necesitaba y eso iba a obtener.

Hubiese agradecido que los guardias no le arrebataran su cuchilla. Con ella podría marcar los días en la pared. No había ni una piedra ni nada similar para hacer eso.

Empezaba a enloquecer al no ver la luz del día. El no saber cuánto tiempo había pasado. Cuantos días o semanas llevaba encerrada, el estar completamente aislada, sin ningún otro compañero de celda.

No servía el contar las comidas, parecía que le llevaban algo para comer una vez al día, a veces dos, a veces no lo hacían. No había guardia para chantajear, solo aquel que venía con la comida, se iba y regresaba unos minutos después, sin decir palabra alguna, sin responder ni interactuar. No parecía un guardia siquiera, al no traer ni llaves ni protección.

Empezaba a creer que la reina no confiaba en nadie para tener la tarea de resguardar el calabozo.

No la culpaba, sin otros presos, era una pérdida de recursos el tener un guardia todo el día para una sola ladrona.

La cama de paja, la batea de metal, las paredes de piedra y los barrotes de hierro se volvían sus compañeros del día a día.

Había estado en calabozos parecidos, pero mejores al mismo tiempo. La soledad no le molestaba, pero lentamente la hacía enloquecer, no recordaba haber estado tanto tiempo encerrada. Si no fuera porque había días donde el hambre la mataba, probablemente la rutina también la tendría desquiciada.

Lograba huir antes de que su cordura le fuera arrebatada.

El escuchar los tacones retumbando en el suelo la alertó.

No había escuchado ni sabido de la reina desde el día en que había sido encarcelada, así como tampoco solía escuchar sonido diferente al de los supuestos guardias. ¿Por qué volver? ¿Insistiría de nuevo?

Su cabello estaba bien peinado y su ropa se veía más casual. Cuando la conoció tenía un vestido pomposo que la hacía lucir más grande de lo que era. Ahora se veía menuda y tranquila.

"¿Cómo ha estado tu estadía?"

"Aburrida y…"

Tosió fuertemente. Sintió el sabor a tierra y a sangre en su boca. Sonrió para si misma. No quiso enloquecer más hablando consigo misma, así que intentó mantenerse en silencio. Hablar en un tono elevado y no haber probado líquido en días, la hizo sentir como si el aire fuese sólido y le rasgara la garganta por dentro.

"…Monótona…"

La reina se había apoyado en la pared de roca que estaba frente a la celda. Al parecer no le importaba ensuciar sus ropas de seda.

"Si estuviese mi padre en el trono, no estarías viva siquiera, así que agradece que lo que pasas es solo por no aceptar mi solicitud."

No se dio cuenta de que la reina ocultaba algo tras de si hasta que vio la delgada mano acercarse a los barrotes sosteniendo un vaso de plata. Le molestaba lo que veía en su mirada.

La reina era débil.

Probablemente su plan serviría si la hacía pasar más hambre y sed, si la hacía pasar más soledad, pero sus ojos mostraban miedo. Miedo de ser odiada. Miedo de ser tratada como basura. Miedo de ser temida.

¿Por qué?

"Es gracioso porque normalmente las reinas que lideran un reino en soledad, suelen ser viudas o brujas."

Sonrió ante sus propias palabras y se acercó a la reina, dudando un poco en tomar el vaso. No era buena idea molestarla cuando le estaba dando algo para beber, pero había cosas que no podía evitar hacer ni decir. Para su sorpresa solo vio una sonrisa. Una sonrisa enmascarando tristeza.

"Sería bastante útil, así al tomar esta agua me serías fiel, pero las brujas ya han sido quemadas."

Tomó el vaso sin comentar nada al respecto. ¿Por qué sonaba tan triste? No lo sabría con seguridad. Solo le importaba en aquel segundo el aprovechar hasta la última gota de líquido. Las comidas eran secas, y no solían darle mucho para beber. Era grandioso sentir su garganta más húmeda, menos herida.

Aun así, la reina era demasiado blanda.

Estuvo con personas que la dejaban en peor estado para conseguir mucho menos.

Quiso decirle en aquel momento que necesitaría hacerle mucho más daño para conseguir su fidelidad, pero no quería ponerse la soga al cuello. Aún tenía fe en poder escapar de ahí. Si alguien entraba con las llaves a la vista, podría quitárselas sin dificultad.

"Ni las mejores brujas de la historia podrían hacer que me arrodillara ante la corona."

Le devolvió el vaso a la rubia. Esta lo recibió, con su rostro inerte. Pensativo, parecía como si su mente hubiese estado vagando lejos de la posición de su cuerpo. Quizás era así. Ella no dijo ninguna palabra por momentos que parecían eternos.

Prefirió ignorarla, no quería meterse en su mente en ese momento, sobre todo cuando se sentía cansada y hambrienta. Se sentó en el suelo, mirando a la mujer.

Se decepcionaba de sí misma. Que le agradara la visita de la reina era molesto, pero no podía negar que ver a dicha mujer era un regalo para la vista. Podría vivir con la vergüenza de sentirse alegre con la llegada, solamente porque no había escuchado voz humana hace mucho tiempo, ni sus ojos habían visto mujer tan bella en años.

"Espero que la próxima vez que venga no me hagas perder el tiempo."

Sonrió para si misma. No iba a cambiar de opinión.

"Esperaré ansiosa aquel día donde te rechazaré nuevamente. No caeré en tus trampas."

Los ojos azules solo la miraron con desprecio.

"Eres terca."

Salió caminando despacio hasta desaparecer de los calabozos. ¿Pasaría más hambre? ¿Mas sed?

Aún tenía fuerzas para mantener su posición. No iba a caer tan fácil.

Si la reina maldita quería algo de ella, tendría que destrozarla.

Destrozar sus esperanzas de vivir.

No había comido hace mucho. Unos días al menos. Su estómago se retorcía, como si buscara en si mismo la comida que necesitaba. Había estado en esos momentos. Probablemente antes de que se convirtiera en una ladrona. El hambre de verdad, la necesidad que la volvieron quien era. Se sentía desfallecer. Se quedó acostada en su cama de paja, hecha un ovillo, esperando escuchar pasos hacía su celda. Esperando recibir migajas para recuperar sus fuerzas.

Quizás no hubiese pedido aquello.

Escucho dos pares de pasos bajando los escalones de piedra que llevaban a las celdas. Un guardia dejó un sillón tallado de madera, cubierto de pieles.

Sus llaves se movían en su cinto, haciéndole una mofa.

Si hubiese tenido fuerzas habría aprovechado mientras él estaba ocupado levantando el objeto. Había perdido su oportunidad. La silla fue dejada frente a su celda. La reina apareció detrás del guardia y se sentó en la gran silla, mirando directamente en su posición. Tenía ropajes cómodos, pero igual de ostentosos. No perdía el estilo ni por un segundo.

Ahora estaba más luminoso, gracias a una segunda antorcha prendida. Sus ojos dolían ante la nueva claridad del lugar.

El guardia salió del lugar. Eso le causó curiosidad. ¿Y su comida?

Claro, ahí estaba el truco.

La reina tenía un plato con un ramo de uvas en su regazo.

Sintió su sangre hervir.

Se sentó en su cama, mirando a la mujer. No quería lucir débil. Debía mantenerse fuerte. No debía caer ante las tentaciones, sin embargo, su cuerpo era débil. Su mente astuta, pero su humanidad solo quería arrodillarse y pedir un bocado. Estaba luchando consigo misma.

"Parece que me ha extrañado lo suficiente para bajar aquí a comer."

Su garganta no estaba lastimada, había recibido agua los primeros días sin comida, solo para mantenerla con vida por un tiempo mas prolongado.

La sonrisa de la rubia solo la dejó con una zozobra en el cuerpo.

"No es ni el lugar ni el aroma que prefiero para comer mis banquetes. Lo importante es, ¿Aceptaras mi solicitud?"

Apretó los dientes. Movió el plato con la fruta de un lado a otro. Si, quería comer. Necesitaba comer. Necesitaba energías para seguir luchando.

"No. Te lo dije antes y te lo digo ahora, nada me hará cambiar de opinión."

"¿Ni siquiera aceptaras esta fruta jugosa y dulce recién traída del reino vecino?"

Acercó el plato a los barrotes. Podía sentir el aroma dulce de la fruta. Podía ver con claridad como leves gotas adornaban la piel carnosa. La voz de la reina, tan suave y diferente, solo la llenaban de dudas y lentamente la iban hipnotizando.

Si, la hipnotizaba.

No pudo controlar su cuerpo. Lo intentó, pero no hubo forma, su cuerpo se movió de manera automática hacía los barrotes. Estaba tan cerca, podía lograrlo. Podía comer. Podía hacerlo.

Si, tan cerca y tan lejos.

El plato fue alejado de ella. Los azules brillaban con diversión. Todo esto era un juego para la reina. Podía ser débil, pero ella era realmente la terca entre ambas, si quería algo iba a conseguirlo. Eso la fastidiaba.

"Arrodíllate y te la daré."

Estaba a solo centímetros de la rubia. Tenía brazos largos, podía sacarlos por los barrotes y ahorcar a la reina hasta la muerte, tomar las uvas, comerlas, esperar a que el guardia bajara y tomar sus llaves.

"¿Crees que tendrás la fuerza necesaria para matarme?"

Se quedó de piedra. ¿Cómo lo había sabido?

Al parecer no era la única que podía leer a los demás. Pero si, la mujer tenía razón. Se miró sus manos, decoradas con tierra y mugre, y delgadas. Manos débiles y huesudas. No podría ni matar a un conejo con las fuerzas que tenía. Retrocedió un par de pasos. No iba a hacer algo tonto. Volvió a su cama y miró a la reina con desprecio desde la lejanía.

Desde la distancia, desde la oscuridad.

No iba a hacerlo.

"Prefiero morir de hambre a arrodillarme ante ti."

Nuevamente estaban aquellos ojos tristes y melancólicos. Chasqueó los dedos un par de veces y el guardia volvió a entrar. Se llevó la silla con él, mientras ella aún se mantenía frente a la celda. Su rostro demostraba su pelea interna. Probablemente ella sufría más intentando hacerla sufrir que lo que ella misma sufría de hambre. Ambas tenían su propia lucha, pero no pensaba perder.

Todo señalaba que la mujer estaba desesperada para usar métodos que ella misma no parecía aceptar. Quería ser la reina malvada que sería venerada y temida, pero no podía. En su interior quería que la miraran con cariño, no como a una vil bruja.

"Mi padre te torturaría hasta que tus globos oculares se desprendieran."

Pero ella no era su padre. Pudo fácilmente leer aquello en su expresión.

La rubia soltó un suspiro. No tenía que decirlo, podía saber absolutamente todos sus secretos con solo mirar sus ojos.

El miedo al rechazo, a la muerte, a la desolación.

Ella metió el plato a la celda y lo empujó hasta que llegó a los pies de su cama. Tomó la fruta con miedo, pero a penas su nariz sintió el aroma de cerca, solo atinó a comer con demencia.

El sabor era delicioso. Eran las uvas más ricas que había probado. Quizás no era verdad, pero luego de toda el hambre y toda esa comida asquerosa y seca, eso era casi el santo grial. La tortura hubiese sido efectiva de solo intentarlo un poco más. No puedes darle a alguien el premio antes de hacer el truco.

"Él no estaría orgulloso de mi."

Apenas escuchó la voz de la reina. La sentía lejos, o tal vez era por llenarse la boca de la fruta. Por comerla como un animal salvaje. La quedó mirando fijamente cuando terminó de comer. Se levantó para pasarle el plato. Se sentía renovada. Su estómago hacía ruidos extraños, como si ansiara que la comida llegase a él.

"¿Quieres que esté orgulloso de ti aun cuando eres la bastarda?"

Los ojos azules la miraron con terror.

Si, fue un accidente el decirlo. Quizás no debió, pero las palabras salieron de su boca, no alcanzó a meditarlo. Estaba en su naturaleza el ser así, en su naturaleza el llegar y decir las verdades. El decir las cosas con la vil despreocupación de los sentimientos ajenos.

"¿Cómo una forastera como tú lo sabe?"

"La iglesia. Subiste hace poco al trono, y los sacerdotes hablaban de ti, y del pecado que cometió tu padre al dejarte como heredera."

La rubia se volvió a apoyar de la pared, como si buscara no caer.

"Él no me dejó como heredera, solo fue una casualidad. Sus hijos legítimos murieron por una grave enfermedad, junto con su esposa. Cuando él iba a morir, solo encontraron a la hija de una concubina."

"Por eso eres la reina maldita. Si no mencionaras lo de la enfermedad, parecería que fuiste tú quien se deshizo de todos para subir al trono."

"Muchas personas creen eso aún."

Se alejó de ahí luego de dar un suspiro. Se había retirado de los calabozos sin siquiera mirar atrás.

Realmente la corona pesaba. Al menos a esa reina, la corona era un constante recordatorio de la muerte de su padre, y posiblemente la de su madre. Esas cosas no solían tomarse a la ligera, justo como el tema de las brujas. Quizás hasta había sido quemada hasta la muerte. No lo podía saber con claridad.

Era una forastera después de todo, no sabía nada de la familia real ni del reino, solo sabía las riquezas que era poseedor. Se acostó en la cama, sonriendo como una corrompida.

El oro.

Eso era lo único que le importaba.

Era una ladrona sin corazón, no podía esperar más de sí misma.


¡Hola de nuevo! Esta es mi primera vez escribiendo Yumikuri, así que tengan consideración en eso.

¿Qué les ha parecido?

Yo estaba ansiosa de poder subir esta historia. ¡Espero hayan disfrutado del primer capítulo!

¡Nos leemos pronto!