MI PEQUEÑO LOBITO
Capítulo 1: La Luna
Un niño de unos seis años lloraba con fuerza desde su habitación. Una mujer alta y de ojos color miel se acercó corriendo y le cogió para abrazarlo con fuerza. Pronto el niño se había tranquilizado en brazos de su madre.
Ya pequeño… Fue solo una pesadilla, no te preocupes…
Mami… - el niño tenía los ojos vidriosos y el pelo alborotado.
¿Qué cariño?
¿Los vampiros y los hombres lobos existen de verdad? ¿Seguro, seguro?
Si Remus, pero no tienes que tener miedo, solo son otro tipo de criaturas, pero eso o quiere decir que sean todos malos…
¿Y entonces por qué ese vampiro mató a papá? – la madre se quedó pálida y rígida antes de contestar.
Porque… - no sabía cómo contestarle – Remus, tienes que entender algo – inspiró hondo como queriendo coger fuerzas para hablar – No todos los seres son buenos o malos, los hay malvados, bondadosos o simplemente distintos. Hasta los "buenos" pueden hacer cosas malas… Pero no pienses en eso Remus, bastantes problemas tiene ya este mundo como para que un niño piense en estas cosas…
Aquella noche, a pesar de que su madre ya le había calmado, Remus no pudo dormir. La imagen de su padre siendo atacado por vampiros y hombres lobo lo atormentaban día tras día.
OoOoOoOoOoOoOoO
Tres días después de aquella noche, Remus había salido a recoger al pueblo unas verduras que su madre había encargado. Regresaba con la bolsa cuando, al llegar frente a su casa, se dio cuenta de que había "visita". Se acercó sin hacer ruido a la ventana y escuchó mientras miraba al interior. Unos hombre vestidos de negro estaban frente a su madre. Ella tenía en la cara una mueca de temor, pero sin embargo mantenía su pose recta y con la cabeza levantada, dando a entender que no tenía miedo.
Margaret, ya sabes que tenemos que darle una respuesta, y todos queremos que sea afirmativa…
¿Acaso no lo dejé claro? ¡No pienso hacerlo!
No seas necia mujer… Nunca enfades al Señor Tenebroso o lo lamentarás – hizo una mueca de disgusto – tal y como lo lamentó tu marido…
No os tengo ningún miedo – dijo segura, aunque sus ojos decían lo contrario.
Quizá tu no… ¿Pero que nos dices de tu pequeño hijito? – un escalofrío recorrió a la madre de Remus, que además perdió todo el color de su cara…
No os atreváis a tocarlo! – gritó Margaret con desesperación
Si no nos dejas opción eso es lo que haremos… Y sabes que Greyback tiene muy mal "carácter"…
No… No estaréis hablando en serio… - Ahora ella estaba aún más pálida.
Ya sabes lo que tienes que hacer…
Volveremos pronto. Y querremos respuestas.
Remus vio como los dos hombres desaparecían y su madre no pudo evitar que una lágrima resbalara por su mejilla.
OoOoOoOoOoOoOoO
Margaret se pasaba el día llorando. Aguantó así dos días más. Su cabeza estaba llena de dudas. Por un lado, ella había jurado que nunca se uniría a ellos. Su marido, un gran auror, no se lo hubiera perdonado. Pero por otro lado… estaba Remus. Aquel niño de ojos miel que no merecía aquello. Él era lo último que le quedaba. Así que tomó una difícil decisión: Huir.
A la mañana siguiente, cogió dos billetes para el tren muggle, cuanta menos magia mejor. Remus estaba asustado. Aunque su madre no se lo dijese, él sabía que aquellos hombres eran los culpables de aquel repentino viaje. Su madre se esforzaba por sonreir cuando le miraba, pero sus ojos vidriosos no mentían tan bien como sus labios.
Muchos días de viaje, sin dormir, y con apenas lo justo, les llevaron a Francia, a la ciudad de Lyon. Allí se instalaron en una pequeña casita a las afueras, frente a un enorme bosque donde no solía ir nadie.
Pasaron meses y preocupación de Margaret pareció disminuir. Poco a poco fue recuperando su antiguo aspecto e incluso dedicaba gran parte del día a jugar con Remus, que estaba encantado. Ahora vivían prácticamente como muggles, tal y como había vivido el abuelo de Remus, el padre de su padre. Todo iba bastante bien, casi perfecto dirían algunos, hasta que un día los temores que aun asolaban el corazón de Margaret se volvieron realidad.
Madre e hijo jugaban en el exterior de su casita, rodeados de árboles y plantas. Como hacían una vez al mes, con luna llena, prepararon una fogata frente a la casa, donde cenaban mientras miraban las estrellas. Esa noche la luna brillaba más que nunca, y Remus la miraba emocionado. El fuego era demasiado leve, así que Remus se levantó.
Mamá, voy a por unos palos más
Remus, no te alejes, acércate solo a los primeros árboles… - ella también se levantó – yo voy a ir poniendo la comida en el fuego… Date prisa cariño
Remus asintió y se acercó a los árboles más cercanos. Caminaba despacio y se agachaba cada poco tiempo para coger un palo. Justo cuando se levantaba vio frente a él unos ojos que no se apartaban de él. Quiso gritar, pero ni las palabras le salían. Sus peores pesadillas estaban tomando parte en su realidad. Ante él, la enorme y terrible figura de un hombre lobo se acercaba enseñando los dientes. Remus sin darse cuenta dejó caer los palos que llevaba, haciendo algo de ruido.
Remus? – preguntó la madre mirando alrededor – Remus!?
De repente un brazo la cogió de la cintura y una mano tapó su boca. Ella abría los ojos entre sorprendida y aterrada. Los habían encontrado. Intentaba resistirse como podía, pataleaba e intentaba gritar, pero no consiguió nada. Entonces ocurrió algo terrible. Un grito desgarrador, seguido de un gruñido rasgó el aire. Ella inconscientemente se quedó sin mover un músculo. Y escuchó una voz familiar en su oído.
Te lo advertimos mujer… Nadie huye de nosotros… Nadie – y el hombre soltó una carcajada.
Margaret estaba conmocionada. Sus ojos brillaban con furia y preocupación. Sacando fuerzas de algún recóndito lugar de su ser, consiguió liberarse de su captor y echó a correr hacia los árboles. Lo que vio la mujer fue aterrador. Remus yacía en el suelo cubierto de sangre. A su lado, la figura del hombre lobo todavía se relamía la sangre del pequeño en sus dientes. Sin decir nada, Margaret corrió hacia su hijo y se tiró sobre él…
Remus… - llamaba ella en un sollozo mirándole – Cariño, responde… - Giró su cara llena de lágrimas hacia el hombre lobo – Maldito! Maldito!! Te odio Greyback!! Jamás pensé que me pudieses hacer esto!! Maldito, maldito, maldito!!!
El cerebro de Margaret intentaba encontrar la manera de salir de aquella pesadilla, y entonces un nombre llegó a su mente claramente: Albus Dumbledore. Los hombres de negro se echaron sobre ella cuando la vieron sacar la varita, pero ya era tarde. Ella y el pequeño habían desaparecido, dejando atrás un charco de sangre…
