El Potterverso pertenece a J. K. Rowling.

Este fic participa en los Desafíos del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


De pociones malogradas y algún que otro beso

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I. Felix Felicis

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—Igual eso es pasarse.

Fabian pone los ojos en blanco. Odia que Gideon se raje en el último momento. La gente dice que son muy parecidos (demostrando un apabullante don de observación: ¡son gemelos, por las barbas de Merlín!), pero a la hora de la verdad él es el más lanzado. A Gideon le suele tocar el papel de hermano responsable y con cabeza. Lo cual a veces está bien.

Ahora es un completo fastidio.

—Mira, Gideon. He perdido la apuesta y voy a cumplir lo que he prometido—decide Fabian, ignorando la mirada ligeramente preocupada de su hermano.

—Una cosa es perder una apuesta y otra… Mira, Fab, si acepté era porque los dos estábamos seguros de que Sylvia no querría salir conmigo—replica Gideon—. No tienes que drogarte para demostrar tu hombría.

Fabian chasquea la lengua.

—Si no quieres verlo, con no venir se arregla; no necesito tu ayuda para colarme en el aula de Pociones Avanzadas…

Gideon alza las manos con exasperación.

—Bien. Como quieras. Cuando te envenenes no vengas lloriqueando—y, enfadado, se gira y se aleja por el pasillo.

Fabian sonríe, planeando la mejor forma de colarse en ese lugar. Es cierto que, en realidad, el Si Silvia Johnson acepta salir contigo me beberé la primera poción que encuentre originalmente no era en serio, porque ninguno de los dos gemelos creyó que existiera la menor posibilidad de que su compañera aceptase pasar la tarde con Gideon. Pero ha ocurrido, y Fabian es ante todo un hombre de palabra.

Unos minutos más tarde, se dirige al aula de Pociones Avanzadas. Se planta frente al sólido muro de piedra que es la entrada y lo mira con el ceño fruncido, preguntándose cuál será la contraseña. Lo cierto es que todo lo que tiene que ver con esa asignatura, exclusiva para los alumnos de séptimo más avanzados, tiene un halo de secretismo que atrae a los alumnos de primero –y a los no tan jóvenes; que Fabian está ya en sexto–.

Afortunadamente, no tiene que esperar mucho. El muchacho se esconde tras una armadura que gira la cabeza hacia él, acusadora, cuando escucha pasos acercarse. Descubre a Emmeline Vance acercándose a la puerta y sonríe de oreja a oreja; sabe que esa empollona es una de las que dan Pociones Avanzadas.

Conste que Fabian piensa en Vance como empollona con cariño. Aún recuerda la primera vez que habló con ella, cuando sólo llevaba unos días en el colegio. Se había separado de Gideon para ir al baño, pero resultó no tener ni idea de cómo llegar al Gran Comedor o a la sala común de Gryffindor. Ella lo guio por los pasillos y le enseñó trucos para no perderse.

Desde entonces, Fabian está un poco colgado por Emmeline. No es demasiado; de hecho, ni siquiera pueden considerarse amigos, pese a que han hablado muchas veces a lo largo de los años que lleva en Hogwarts; por algún motivo, y pese a que él y Gideon son extremadamente desvergonzados y extrovertidos, Emmeline Vance, un año mayor que él, con sus afilados rasgos de duende y su avispada mirada gris, le impone mucho.

Volviendo al presente, Fabian Prewett agudiza el oído cuando Vance se planta ante la entrada del aula.

Rosmarinus officinalis.

Varios bloques de piedra se desvanecen, dejando ver la entrada a la clase. La joven mira a ambos lados para asegurarse de que no haya nadie observando y entra.

Fabian, por su parte, sonríe, memorizando la contraseña.

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La poción es un asco. Así, ningún pocionista profesional querrá tenerla como aprendiz.

Ésas han sido las palabras de Slughorn. El afable, sonriente y comprensivo profesor Slughorn. Emmeline se ha sentido tan rematadamente inútil que no ha podido seguir escuchando el sermón sobre cómo ha fallado en varios puntos cruciales y convertido el Felix Felicis en algo cuyos efectos son totalmente imprevisibles, y ha tenido que pedir permiso para ir al baño a limpiarse las lágrimas.

Se siente fatal. Pociones siempre ha sido su asignatura favorita, pese a que hay otras en las que es bastante más buena. Pero la única para la que tiene mala pata es la que más le gusta. Lleva intentando ser mejor en ello desde que empezó a estudiar en Hogwarts, pero comete fallos tontos que estropean su poción. Y Slughorn, que nunca ha visto en ella ningún talento especial, no tiene ninguna condescendencia con ella. Parece gritarle en silencio que se vaya de su clase, que si no la ha acogido en el Club de las Eminencias es por algo.

Cuando deja de llorar y se siente un poco menos inútil, Emmeline se mira en el espejo. Sus ojos grises están hinchados y enrojecidos, y el rizadísimo cabello castaño parece mustio. Sus mejillas paliduchas también están sonrosadas, y por un momento la joven se pregunta si tendrá fiebre. La pinta, desde luego, la tiene.

Cuando se dispone a salir del baño, sin embargo, escucha los pasos del profesor Slughorn y el ruido que hacen los bloques de piedra al materializarse de nuevo. Debe de haber salido; no cree que valga la pena perder el tiempo intentando enseñarle.

Emmeline decide quedarse un poco más compadeciéndose de sí misma en el baño; de todas formas, ya da igual que salga o no. Sin embargo, cuando escucha la magia de la entrada y otros pasos, más ligeros y ágiles que los de su profesor de Pociones, la joven no puede evitar sentir curiosidad; hoy sólo iba a estar en clase ella.

Mirándose una última vez en el espejo y sintiéndose algo mejor al ver que sus ojos vuelven a parecerse a los que tiene normalmente y ya apenas tiene las mejillas sonrosadas. Respira hondo y sale hacia la clase. Y no, no encuentra a Slughorn.

Emmeline no sabe cómo reaccionar al ver a Gideon Prewett sentado en la mesa, junto al caldero de su malogrado Felix Felicis. El joven parece totalmente tranquilo, ajeno al hecho de que lo han pillado colándose en un lugar en el que no debería estar. Cuando la ve, sonríe.

—Hola, Vance. ¿Te ha salido bien la poción? Porque Slughorn parecía cabreado…

Emmeline abre y cierra la boca varias veces.

—Prewett, ¿qué haces aquí? Sólo podemos entrar los de Pociones Avanzadas de séptimo. Y nadie más debería entrar. Mucho menos tú—entonces piensa en algo más—: ¿Dónde está tu hermano? ¿Se ha escondido por ahí?

—No—Gideon se encoge de hombros—. He venido solo. Porque perdí una apuesta—Emmeline arquea las cejas—. Por cierto, ¿quién soy?—inquiere, y su sonrisa se vuelve divertida.

Emmeline Vance, probablemente la peor persona del mundo a la hora de diferenciar gemelos, abre y cierra la boca como un pez fuera del agua, preguntándose cómo salir del paso sin herir los sentimientos de Gideon. O quizá sea Fabian. Por las calzas de Merlín, no le puede pedir eso.

—¿Fabian?—prueba. Desde el principio ha tenido la corazonada de que ése era Gideon; y, siguiendo un procedimiento de lógica aplastante, Emmeline ha deducido que su primera impresión ha sido errónea.

Los ojos grises del pelirrojo brillan con un destello curioso.

—Sí—Emmeline suspira aliviada—. Curioso, no suelen acertar a la primera. ¿Vienes conmigo?

Emmeline frunce el ceño.

—¿Adónde?

Fabian baja de la mesa de un salto. Da una vuelta sobre sí mismo, y cuando vuelve a mirar a la chica se tambalea un poco. Tiene las mejillas arreboladas y una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.

—Adonde sea. Ven—con decisión, se acerca a Emmeline, toma su mano y tira de ella. La joven, que pese a haber salido con varios chicos no está en absoluto preparada para ese arranque, aparta la mirada de los ojos entusiasmados de Fabian, y es entonces cuando se fija en que el vaso en el que ha echado un poco de poción para mostrársela a Slughorn está vacío.

Vuelve a mirar a Fabian Prewett, ahora con auténtico pánico.

—Prewett…—empieza, con los ojos como platos—. Dime que no te lo has bebido.

Fabian la mira con confusión. Sin decir nada, Emmeline señala el vaso vacío. Su compañero sigue la dirección de su mirada y suelta una carcajada.

—Claro que me lo he bebido. Te he dicho que he perdido una apuesta.

—Pero eso… eso…—Emmeline siente que le cuesta respirar. Por los calzones de Merlín. Ha envenenado a Fabian Prewett sin querer—. No he hecho la poción bien—logra balbucear—. Tienes que ir a la enfermería…

Fabian sacude la cabeza.

—¿No la has hecho bien? ¡Pues yo me siento estupendamente! Mira, creo que podría escalar la torre de Astronomía sin caerme. ¿Te lo demuestro?

—¡No!—casi chilla Emmeline—. Prewett… Fabian. Te has envenenado… Te he envenenado. Tengo que llevarte a la enfermería a que te den un antídoto, o…

Fabian se separa de ella y la mira con una expresión casi herida. Suelta su mano y se aleja unos pasos de ella.

—¿Envenenado? ¡No seas tonta! No pienso ir a la enfermería para que haga que deje de sentirme bien. Quiero nadar con el calamar gigante.

Emmeline se esfuerza para no hiperventilar. Ya puede decir adiós a su carrera como pocionista. Ha conseguido que Fabian Prewett se vuelva más majara de lo que estaba. Y encima, probablemente también la culpen de su muerte a manos del calamar gigante.

—No puedes. No puedes hacer eso. Mira… Por favor, déjame llevarte a la enfermería. Si después de eso sigues queriendo tirarte al lago, no te lo impediré. Pero…

—Niña buena—pese a que en teoría no es nada malo, Fabian se las ingenia para que sea casi un insulto—. Hay miles de cosas que quiero hacer—ríe—. ¡Miles! ¡Y voy a hacerlas todas! Tanto si vienes a verme como si no.

Dicho esto, Fabian Prewett sale corriendo del aula de Pociones Avanzadas, dejando tras de sí una estela de alegres carcajadas.

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Gideon está intentando sacar su lado más romántico para no fastidiar su relación con Sylvia. Pese a que una molesta voz en su mente no deja de repetirle que Fabian debe de haberse tomado ya algo que no debe y, probablemente, no tarden en avisarle de que su hermano está en la enfermería, sabe que ya es inevitable y prefiere centrarse en hablar de algo inteligente con la chica.

—¿Sabes que los muggles han conseguido llegar a la Luna?—pregunta como quien no quiere la cosa. Han decidido ir a dar un paseo por los invernaderos, y lo cierto es que a Gideon le está costando encontrar un tema de conversación apropiado. Sylvia es más difícil que su hermano y sus amigos. Con ellos puede hablar de bengalas, fuegos artificiales y retretes que explotan, pero duda que a la chica le atraigan esos asuntos.

Sylvia sonríe.

—Sí, lo sé. Mi padre es muggle, ¿sabes? Y todo el mundo se enteró de eso. ¿Sabes que hay quienes dicen que en realidad es todo un montaje?

Gideon se dispone a decir que no y escuchar la explicación de la muchacha, pero una sonora carcajada hace que ambos miren alrededor. Con curiosidad, Sylvia tira de Gideon para sacarlo del invernadero y buscar al responsable de tan estruendoso sonido. Al joven se le cae el alma a los pies al ver a su hermano gemelo salir disparado de las puertas del castillo.

—¿Pero qué narices…?

—Es tu hermano, ¿no?—comenta Sylvia—. ¿De qué se ríe?

Gideon trata de ignorar a la molesta vocecilla que ahora le repite Te lo dije y mira de nuevo a su hermano, algo preocupado. Riéndose como el joven no lo ha oído reírse en su vida, Fabian se acerca al campo de quidditch.

—Ni idea… Oye, Sylvia, tengo que hablar con Fab. ¿Damos otro paseo…mañana?

Sylvia hace un puchero.

—No eres nada romántico, Gideon. Vale.

Gideon da unos pasos para seguir a su hermano, pero entonces ve una segunda figura correr tras Fabian. Se queda boquiabierto cuando reconoce el pelo rizado y la cara de duende de Emmeline Vance, preguntándose cómo su hermano ha conseguido tener tras él a la chica que lleva años gustándole.

—Pensándolo mejor—rectifica—, creo que mi hermano se las apañará bien con Vance—con una pequeña sonrisa, vuelve a mirar a Sylvia. Ella parece divertida—. Estábamos hablando… de…—frunce el ceño—. La Luna, ¿no?

Sylvia suelta una carcajada.

—Sí, la Luna—y Gideon no tarda en olvidarse de su hermano cuando la chica se acerca a él para besarlo.

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—¡PREWETT!—chilla Emmeline desde el suelo—. ¡Deja eso!

Fabian no le hace caso. La vieja Cometa que ha encontrado en los vestuarios del equipo de Slytherin, pese a no ser excesivamente rápida, funciona a la perfección, y él se lo está pasando en grande. Y bastante ha hecho ya por complacer a Emmeline, piensa. Se le ha quedado clavada la espinita de bañarse en el lago con el calamar gigante.

—¿Quieres volar conmigo, Vance?—pregunta, y vuelve a reír.

Reír. Es lo que lleva toda la tarde haciendo, y no se cansa de ello. Todo lo que suele preocuparle está en un tercer plano, más lejos aún que el segundo plano en que suele poner las cosas malas. Es una sensación maravillosa.

—¡Que bajes de la escoba!—ordena Emmeline. Fabian hace una voltereta con la escoba.

—¡Bájame tú!—la desafía. Normalmente no se atrevería a hablarle con tanta confianza, y Fabian no es tan idiota como para creer que el vaso de poción amarillenta que se ha bebido antes no tiene nada que ver, pero está disfrutando. Por una vez, no le importa quedar en ridículo ante Emmeline.

—¡FABIAN!—grita la joven, harta ya—. ¡BÁJATE AHORA MISMO DE ESA PUÑETERA ESCOBA!

El tono recuerda al muchacho tanto a su madre que obedece sin plantearse nada más. Se baja de la escoba.

A tres metros del suelo.

El césped del campo sube a su encuentro más rápido de lo que esperaba. Fabian nota un dolor sordo en la espalda al caer y ve estrellitas en un cielo en el que aún no ha anochecido, mientras intenta recuperar la respiración.

Un rostro de rasgos puntiagudos enmarcado por un cabello muy rizado le tapa el firmamento. Emmeline. Fabian no puede evitar reír de nuevo, pese a que le duele todo y está un poco mareado.

—Te he hecho caso—le comenta. Emmeline Vance se emborrona un momento y Fabian se tapa la cara con las manos—. Por Merlín, el mundo da vueltas. ¿No tienes ninguna poción para eso?

Mira a Emmeline por entre sus dedos y descubre una expresión inusualmente fiera en su rostro, como si fuese a pegarle.

—A la enfermería. Ya. Mucha suerte vas a tener si no te has roto nada…

Pasa una mano bajo la espalda de Fabian y lo ayuda a incorporarse. Él no pone ninguna objeción. Deja que Emmeline tire de él hasta conseguir ponerlo en pie, y se apoya en ella, sintiendo de nuevo cómo el campo de quidditch da vueltas.

—¿Quieres salir conmigo, Vance?—Fabian no sabe en qué momento ha decidido pronunciar esas palabras, pero está seguro de que es ahora o nunca. Ahora, cuando no le importa qué vaya a responderle Emmeline.

La chica, que está muy entretenida pasándose un brazo de Fabian por los hombros para ayudarlo a caminar, se queda muy quieta.

—¿Qué?

—Que salgas conmigo. Sé que crees que soy idiota rematado, y no te lo discuto, pero a pesar de que eres una empollona y una tiquismiquis me gustas.

Emmeline lo mira boquiabierta. Es un poco más alta que Fabian, y con esa expresión de sorpresa resulta francamente encantadora.

—Fabian, yo…—empieza, sin saber cómo seguir—. No pienso hablar contigo hasta que vuelvas a comportarte normal.

—¿Normal?—repite él, sorprendido. A pesar del estado de extrema imprudencia en que se encuentra, las palabras de la joven le duelen un poco—. ¿A qué te refieres con normal, eh?

Emmeline abre la boca para responder, pero nunca llega a decir nada. Fabian se acerca a ella y la besa, sorprendido por su propia temeridad y deseando, más que nada en el mundo, que la joven no se aparte de él.

Su deseo no se cumple. Emmeline se aleja de sus labios para respirar.

—No—sacude la cabeza y sus rizos rozan el rostro de Fabian—. No, no y no. No pienso besuquearme contigo mientras estás drogado.

—No estoy drogado—protesta Fabian—. Estoy perfectamente.

Apenas ha terminado de decirlo cuando pierde el conocimiento y se desploma en el suelo.


Notas de la autora: No sé en qué momento se me ocurrió el Fabian/Emmeline, pero me gusta. De hecho, me encanta. Me quedan dos capítulos para resolver este entuerto y ver si podemos recuperar al Fabian de siempre...

¿Qué os ha parecido?