La mansión Croix se estremeció con aquella magia poderosa, y su dueño, Fausto, cayó de rodillas ante la imponente figura de aquel Homúnculo, que había tomado la forma de aquella emblemática autoridad.
-Así que este es el alquimista Blanco, no eres tan difícil de doblegar como pensaba… -
Una patada en la cara y los anteojos del peliblanco doctor cayeron al suelo, entonces el homúnculo supo el por qué Fausto no se defendía… los suaves llantos de dos niños atrajeron toda su atención.
-Pero que tenemos aquí…-
Levantó por la ropa a la pequeña, ojos azules y cabello plateado como el de su padre, su gemelo, le miró aterrorizado, con sus ojos violáceos llenos de lágrimas.
-Úsalos…- le dijo al médico abatido en el suelo, mirándole con maldad, si, usaría a sus propios hijos para crear aquella piedra filosofal…
El horror que inundó los ojos del platinado jamás será visto de nuevo, cuando, al negarse a usar a sus hijos de materia para crear la piedra, estos eran asesinados frente a sus ojos, o al menos eso creía el homúnculo, porque Fausto, el alquimista blanco se alzó cuan poderoso era, invocando aquella magia que solo él y el alquimista de la luz habían aprendido.
La casa se lleno de símbolos extraños y círculos alquímicos, y el homúnculo se vio forzado a huir, dejando a un pobre doctor destrozado, abrazando a su hijo varón y trazando con su propia sangre un último circulo…
-Yue... cierra los ojos…-
El pequeño obedeció, sin dejar de sollozar por el dolor sentido y porque su hermanita yacía inmóvil en el suelo, luego un suave quejido y más sangre goteando, esta vez desde la cuenca vacía del ojo del doctor...
-Usa chan… no tengas miedo Usa chan…-
Luego una luz intensa... Y Yue despertó en una cama suave, limpio y arropado…
-Hola…-
Un pequeñito rubio de su edad le miraba con grandes ojos ámbar, a su lado había una cunita en donde un bebe, igualmente rubio, dormía profundamente.
-… soy Edward…-
-Edo...- repitió suavemente el platinado –soy Yue…-
Los dos niños entablaron enseguida una gran e inocente amistad, mientras que sin saberlo, desde la puerta del cuarto dos hombres les espiaban.
-Te agradezco que pueda quedarse aquí Van...-
El rubio le palmeó la espalda y la hermosa esposa de este, le miro preocupada, por aquel vendaje en su cara.
-¿Estas seguro que estas bien Fausto?- lo había dicho en voz suave pero con aquel tono tan característico en Trisha Elric.
Por otro lado, el platinado asintió tomando las manos de la mujer entre las suyas y apretándolas suavemente.
-Por favor Trisha... el es mi único tesoro…-
-No te preocupes, estará muy bien cuidado aquí…-
El platinado dirigió una última mirada al niño que ahora dormía acurrucado al lado de su nuevo amigo y desapareció, necesitaba desviar a aquellos seres para que no dieran con su hijo… porque de tener ambas mitades, de la conexión a la puerta, poco y nada podrían hacer por la humanidad.
Y desde el espejo del cuarto, cuando las luces se apagaron, una silueta observaba a los dos niños, una pequeña platinada de ojos azules les miraba con adoración, ella se había convertido en la guardiana del otro lado para siempre.
