Disclaimner: Inuyahsa y sus personajes no me pertenecen :3
Nota de la autora:
Bueno, yo sé que tengo que terminar familia y otros fics, pero se me ocurrió esto y pues nimodo no hay nada que le pueda hacer.
Hatori: Siempre pasa lo mismo, nunca terminas nada.
Sumine: Ah, eso no es cierto D= no mientas Ha-chan.
Zero: Aquí la que siempre miente eres tú.
Sumine: Claro que no, si digo que te quedas sin cena Zero, es porque te quedas sin cena ¿vale?
Yuki: Ya van de nuevo a meterse con ella...
Kappa: Nunca aprenden -.-
Sumine: Bueno de todas formas estoy en un verano de investigación así que disculpen el retraso. Ha-chan se dedicará a escribir lo que se me ocurra mientras tanto muajajaja será como dictarle a uno de esos programas por computadora :3
R&R
Tiempo
– Pero, ¿qué? – Kagome sintió un nudo cerrarse en su garganta mientras un ardor en los ojos le nublaba la vista. –Es una broma, no es real – se dijo a sí misma mientras subía las escaleras del pozo y se dejaba caer dentro nuevamente.
No hubo luz azul mágica, ni cosquilleo en el estómago, nada. Solo un golpe brutal en sus rodillas y la oscuridad inminente del fondo del pozo. Respiró profundamente varias veces mientras trataba de contener el dolor y el llanto.
–Esto no está pasando, no está pasando – repitió en un tono de voz cada vez más fuerte y con notas de histeria en él. Comenzó a escarbar con las uñas la tierra del fondo del pozo presa del pánico.
"Inuyasha" pensó mientras escarbaba con más furia. No lo volvería a ver, no volvería a escuchar su voz y definitivamente no tendría oportunidad de ganar su amor; el pozo no la dejaba pasar. Había temido por este día desde que destruyeron a Naraku y la perla, pero como ya había pasado un mes y el pozo no se cerraba, había tenido la esperanza de poder regresar siempre que quisiera. Se había equivocado.
–¡Kagome!– Souta salió corriendo de la casa cuando escuchó el llanto y los gritos de su hermana. Sabía que estaba en el pozo ya que momentos antes se había despedido de ellos para regresar a la era Sengoku, pero le sorprendió encontrarla en el fondo llorando desconsoladamente y golpeando con los puños la tierra. –Kagome…– realmente no sabía qué decir. No era difícil entender lo que sucedía: el viaje de Kagome había llegado a su fin. El abuelo le había dicho en una ocasión que Kagome había sido llamada a completar una tarea y que cuando ésta se viera realizada, su hermana tendría que regresar al lugar a donde pertenecía.
–¿Qué sucede?– su madre llegó segundos después de él y se paró en seco al observar la escena que él veía. Se llevó inmediatamente la mano a la boca para ahogar el grito de sorpresa, angustia, dolor y tristeza. No había absolutamente nada que pudiera hacer para calmar el dolor de su amada hija, y eso le dolía bastante. El sentimiento de impotencia al no poder proteger a tus hijos era una de las peores cosas que pudiera experimentar una madre y eso era justamente lo que sentía en esos momentos. No era fan de que su hija se viera envuelta en una guerra violenta con demonios 500 años atrás, pero sabía que Kagome había hecho amigos en aquella era, que había vivido cosas que no podría olvidar nunca y que de alguna forma, la separaban del resto. ¿Cómo podría su pequeña hija sencillamente vivir como cualquier persona normal de repente?
La verdad es que no podría hacerlo y eso lo sabía toda la familia Higurashi. Para cuando el abuelo llegó, Souta llevaba un buen rato tratando de hacer que su hermana dejara de lastimarse los dedos con la tierra y la madera del pozo, pero tantas batallas con demonios habían hecho a Kagome resistente y fuerte: no era fácil someterla. Al final, hicieron lo único que podían hacer y la dejaron escarbar hasta el cansancio.
48 horas, durmió 48 horas seguidas. Habría dormido más, de no ser porque su hermano estaba al borde del llanto en su cama. No quería despertarse por que había soñado con Inuyasha y los demás. No, Inuyasha no la amaba; seguía enteramente hipnotizado por kikyou que, de alguna forma, había encontrado la manera de no desaparecer como el polvo que era. Kagome tenía en claro que Inuyasha elegiría a Kikyou por encima de ella, per aún así había tomado la desición de pelear por su amor. Algo que, debido al reciente giro inesperado de los hechos, no podría hacer más. Sango le había dicho en una ocasión que probablemente Inuyasha no era su persona destinada, pero Kagome había alegado que el destino lo forjaba cada uno con sus manos y que nada estaba decidido. A menos, por supuesto, que un pozo se cerrara.
–Cariño, ¿estás bien?– su madre la miraba con sincera preocupación al otro lado de la mesa. No era la única. Souta y el abuelo también la miraban disimuladamente, incuso Buyo parecía estar preocupado por ella mientras se restregaba una y otra vez con su pierna; igual y el gato solo tenía hambre. De cualquier forma, la situación era obvia: su comportamiento estaba alterando y preocupando a la familia. Tenía que hacer algo inmediatamente.
–Estoy bien – respondió con una sonrisa forzada mientras se escondía detrás de su plato de sopa. –Solo necesito tiempo para asimilar la situación– se dijo más a sí misma que a los presentes. Observó los interesantes movimientos de los tallarines frente a ella mientras nuevamente se perdía en el pasado. ¿La estarían buscando? ¿Estarían sus amigos desesperados del otro lado del pozo tanto como ella estaba? ¿Y si no? Inuyasha probablemente estaría furioso con ella, porque había prometido llevarle ramen de regreso, pero aparte de eso realmente ya no la necesitaba para nada. Tenía a Kikyou a su lado y, como sacerdotisa, Kikyou era definitivamente mejor que ella. Sango la buscaría y trataría de abrir el pozo a como diera lugar al lado de Miroku, pero también se tenían el uno al otro; a pesar de los "desvíos" momentáneos del monje pervertido, el amor que le tenía a Sango era real. Él cuidaría de ella.
El único que le preocupaba era Shippo. El pobre kitsune no tenía a nadie. Lo único que podía esperar era que Sango y Miroku se hicieran cargo de él. Inuyasha y Kikyou podrían hacerlo, pero seguramente Shippo estaría más cómodo con Miroku y Sango. Después de perder a Kohaku, Sango no dejaría al pobre mini demonio solo y Miroku tenía grandes aptitudes como mentor si se lo proponía. Solo deseaba que el pequeño no creciera siendo un pervertido como el monje porque eso sería una lástima. Sango le podría enseñar a cazar, después de todo, ella era buena en eso y seguramente Shippo crecería para convertirse en un demonio fuerte y encantador. Realmente le hubiera gustado verlo.
–Higurashi Kagome – regresó a la realidad mientras miraba extrañadamente a su alrededor. Claro, estaba en la ceremonia de graduación. Por un momento se había perdido nuevamente. Durante el último año había estado teniendo episodios como este, pero cada vez eran menos comunes. Pasó al frente a recoger su diploma y sonrió fingidamente.
Tres años desde que el pozo la había dejado encerrada en esta era que, a pesar de ser la suya, se había convertido en un lugar en el que no encajaba completamente. Extrañaba el aire limpio y puro, a sus amigos, las peleas, las emocionantes persecuciones, incluso matar demonios con sus flechas. Lo extrañaba todo, pero a pesar de haber vivido tantas cosas del otro lado, todo aquí era igual; ella era la única que había cambiado. Ya no despertaba llorando en las noches ni tenía alucinaciones de haber visto a sus amigos doblar una esquina o entre la multitud de las calles. Lo único que le quedaba eran sus poderes: los usaba en el templo para ayudar a los que la buscaban y de vez en cuando eliminaba un espíritu maligno que acechaba algún hogar o persona, pero nada parecido a un youkai de la era Sengoku. Le habría encantado toparse con uno solo para recordar los viejos tiempos, pero parecían haberse esfumado de la tierra y no le sorprendía: antes de cruzar el pozo jamás se había topado con nada del otro mundo. ¿Qué les habría pasado?
–Hija, tienes visita– la llamó su madre desde el otro lado del templo. Claro, últimamente el rumor de la poderosa miko del templo Higurashi se había esparcido por los alrededores y más gente venía a diario a probar sus poderes. Nada que valiera la pena realmente, pero era lo más cercano que llegaría de su antiguo trabajo como rastreadora de la perla Shikon.
–Claro, voy– terminó de recoger las hojas caídas de su árbol favorito y se adentró en la casa. Una mujer divina estaba sentada en su sala platicando con su madre. En sus 30 probablemente, de cabello rubio y ojos azules. Extranjera, sin duda alguna, y de una belleza que casi se podría clasificar como demoníaca. Nada tan alarmante como la belleza de Sesshomaru pero inusualmente atractiva. Extrañamente incluso se podría decir que había algo animal en ella, una forma de moverse como Kagura que no encajaba con los humanos. Agudizó sus sentidos al límite intentando captar algo, pero no había nada fuera de lo normal en su aura. Resignada a que sencillamente era la belleza de la mujer lo que la desconcertaba se acercó a ella y la saludó. –Mucho gusto, mi nombre es Higurashi. Kagome, Higurashi.
–El placer es todo mío, señorita Higurashi– le respondió con una voz melodiosa, pero áspera. Hablaba de un temperamento fuerte pero de inteligencia y amabilidad. Sí, decididamente esta persona le gustaba. – Permítame presentarme: mi nombre es Katherine Dodson. Vengo en representación de las empresas Himemura. El Presidente acaba de viajar a la sede que tenemos aquí en Tokyo y lamentablemente tenemos un problema con unos demonios en el edificio.
Kagome observó escéptica a la mujer. No parecía del tipo en creer en espíritus y mucho menos en demonios. Sonrió nerviosamente mientras tomaba asiento frente a ella.
–¿Quiere decir que tienen presencias malignas en el edificio? – preguntó intentando descifrar a lo que se refería la mujer. Seguramente no quería decir demonios reales.
–No– le respondió mientras se cruzaba de brazos.
–¿Fantasmas?– intentó nuevamente Kagome.
–No– Respondió la otra. –Para ser una miko parece no creer en lo que le digo, señorita Higurashi.
–Bueno verá, no es sencillo creer que de verdad tiene demonios en su edificio, no he visto a ninguno desde... – se quedó a mitad de la frase mientras recordaba: Hace 5 años que no veía un youkai porque hace 5 años se había cerrado el pozo. –... Bueno no veo demonios seguido.
–De cualquier manera, el jefe ha escuchado sobre usted y le gustaría contratarla para encargarse de este asunto. ¿Acepta el trabajo? – La señorita Dodson se levantó de su asiento y esperó por una respuesta.
–Claro– respondió Kagome sin pensarlo mucho. Después de todo, lo peor que podría pasar era que no tuvieran un youkai y que sus esperanzas se desvanecieran nuevamente. –¿Cuándo quiere que me presente en el lugar?
Una media sonrisa aterradora apareció en los labios de la mujer extranjera. Del tipo que mandaban una serie de picotones por la espina dorsal.
–El carro espera afuera.
