Vivir en los corazones que dejamos atrás

es no morir.

-Thomas Campbell, "Hallowed Ground"

Eran casi las siete.

La ciudad estaba desbordante con la actividad de personas con las manos ondeando al viento para parar un taxi, corriendo a las estaciones del metro o agarrando pequeños bocados y tazas de café para despertarse del letargo de una mañana típica de cielos grisáceos.

Lucas casi había olvidado cuán activa y viva la Ciudad de Nueva York siempre estaba.

Incluso cuando tu propio tiempo parecía haberse detenido, la ciudad siempre estaba moviéndose, siempre continuando.

Sonrió levemente.

Ella le había dicho algo así hacía una vez.

La olvidada familiaridad de los caminos había comenzado a surgir de nuevo, y Lucas apagó el GPS en su celular, dándose cuenta de que en realidad nunca lo había necesitado para regresar a aquí. Lucas giró en la conocida calle, su inquietud alzándose con cada segundo que manejaba más y más cerca hacia su destino.

Después de llegar y estacionarse, Lucas apagó el auto, recargándose en su asiento y observando calladamente el tráfico paralizado a su izquierda. A su lado, la luz del sol se reflejaba sobre la sortija de bodas en su dedo, golpeando un punto en el techo del interior de su auto. Soltó un lento suspiro, respirando profundamente e intentando calmarse. Podía hacer esto. Todo lo que tenía que hacer era salir del carro y caminar al interior. Con un último respiro alentador, sacó la llave y agarró la bolsa y las flores en el asiento pasajero.

Rosas.

Ella siempre había dicho que las odiaba cuando él se las daba.

Así que las trajo de todas formas.

Lucas salió de su auto y cruzó la calle hacia el decadente complejo de apartamentos color borgoña. Subió trotando por las escaleras hasta el tercer piso y caminó pasillo abajo hacia su destino. Había estado ahí varias veces y podría llegar dormido si tuviera que hacerlo. Llegó hasta la puerta del apartamento y tocó un par de veces con sus nudillos. Un poco de pintura se había desprendido por la acción y se preguntó vagamente si no la habían pintado desde que dejó Nueva York.

La puerta se abrió, y Gammy Hart elevó la mirada hacia él, parpadeando con sorpresa en sus ojos detrás de sus grandes, redondos anteojos.

—¡Lucas! Eres el primero en llegar. Acabo de terminar de preparar el té.

—Hola, Gammy Hart —dijo un poco tenso, rascando la parte trasera de su cabeza.

—Bueno, ¡entra, entra! —se hizo a un lado, dejándole espacio para que pasara—. Los otros deberían llegar pronto.

Entró lentamente, asimilando la sala. Estaba exactamente como él la recordaba. El perpetuo aroma de una vela con esencia de vainilla en el aire. El traqueteo del aire acondicionado. El viejo, barato reloj cucú colgando en la pared. El caballete cerca de la ventana. El edredón deshilachado sobre el sofá. Las desgastadas, añejadas sillas y los muebles de madera astillada. Incluso la abolladura en el piso de madera cerca del librero seguía ahí. Era como si nada hubiera cambiado en los cinco años de su ausencia.

Bueno… una cosa había cambiado.

Ella no estaba sentada en su banco color azul pálido en la esquina cerca de la ventana, bosquejando imágenes de la calle.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi, Lucas —dijo Gammy, cargando lentamente la bandeja con el té, leche y azúcar hacia la mesita para el café—. Cinco años, creo.

—Déjeme ayudarla con eso —dejó rápidamente las rosas en el mostrador de la cocina y cuidadosamente agarró la bandeja de las manos de Gammy. Caminó alrededor del sofá y la dejó en la mesita—. Ha pasado algún tiempo.

—Gracias, Lucas —dijo agradecidamente, sentándose lentamente en su favorita mecedora color verde. Crujía fuertemente debido al peso, y dejó salir un suspiro cuando al fin pudo relajar las piernas. Lucas se sentó en el sofá, sus hombros y cuerpo tensos.

Cayeron en un silencio inquieto, ambos poniendo azúcar y leche en sus respectivos tés antes de agarrarlos y tomar pequeños sorbos.

Jazmín.

Siempre había sido el favorito de ella. Le gustaba decir que sabía a vida.

—Veo que trajiste sus rosas —Gammy finalmente dijo, riéndose cálidamente—. Siempre te dijo que realmente odiaba eso.

Pudo sentir las puntas de sus orejas ponerse rojas.

—Se sintió apropiado traerlas.

Ella asintió.

—Sé que a ella le encantaba el gesto. Le gustaba fingir que le irritaba. Pero, ya sabes, tarde por las noches, la atrapaba mirándolas melancólicamente y trazando los pétalos.

—Nunca hubiera esperado eso. La última vez que le traje rosas, me amenazó con hacerme daño.

—Sí, esa era su naturaleza —Gammy dejó salir una risa, un delgado, ralo sonido que sólo hacía su edad más evidente para Lucas—. Cada vez que se avergonzaba, siempre se ponía a la defensiva. Pero las amaba. Te amaba.

—Lo sé… —dijo Lucas suavemente, mirando cariñosamente el anillo en su dedo.

—Me alegra que regresaras.

—Tenía una promesa que cumplir, ¿no es así? —miró alrededor—. Por cierto, ¿cómo está Katy? No la veo.

Gammy Hart dejó su taza en su regazo por un momento, sus ojos apesadumbrados.

— No sabría decirte… Se mudó hace un par de años.

Los ojos de Lucas se agrandaron.

—Lo siento, no lo sabía…

—Está bien, Lucas. No quiso que se los contara y se preocuparan.

— ¿Sabe dónde está?

—Estaba en alguna parte de Chicago en enero. Pero la última vez que escuché de ella estaba camino a California —la sonrisa de Gammy se volvió un poco melancólica—. No ha estado comunicándose mucho durante estos años. Medio viviendo la vida como si estuviera vacía. Ha estado así casi el mismo tiempo que tú has estado lejos.

—No la culpo… —dijo Lucas suavemente.

A todo el mundo le había sentado mal, pero no podía siquiera imaginarse lo duro que fue para Katy. Sabía que hasta cierto extremo, Katy se culpaba a sí misma a pesar de que todos le aseguraban que no era la culpa de nadie.

—Entonces —dijo Gammy, cambiando sensiblemente de tema—. ¿Veterinario, eh? ¿A qué escuela irás en el otoño?

—Cornell. He decidido quedarme en Nueva York. Sólo está a cuatro horas de aquí —Lucas había pasado sus años de estudiante en Texas, pero extrañaba estar en Nueva York. Extrañaba caminar por la calle y que cada cosa le recordara a ella. Extrañaba la esencia de ella que la ciudad parecía rebosar.

— ¿Tus primeros años fueron difíciles?

—Fueron más difíciles de lo que esperaba —dijo, tomando un pequeño sorbo—. Pero me las arreglé.

Ella sonrió, recargándose sobre su mecedora.

—Bueno, felicidades, Lucas. Te lo mereces.

Él asintió, su mirada desviándose hacia la ventana abierta. Resultaba extraño cómo el día estaba tan animado cuando los pensamientos y el humor de Lucas eran completamente lo opuesto. El sol de verano estaba brillando radiantemente y completamente despejado. No había ni una sola nube ocultando ni una parte de ese cielo mañanero.

Le recordaba a ella.

A sus brillantes, tormentosos ojos azul-grisáceos y a sus rizos rubios besados por el sol.

—Habría estado orgullosa de ti, sabes —Gammy dijo suavemente, reclamando su atención.

Lucas se encontró con los amables ojos de la mujer, y vio el mismo dolor que él sabía estaban reflejados en los suyos.

—Gracias. Eso significa mucho para mí, señora.

—Eres un encanto —sofocó una risa—. Realmente tienes un largo camino por delante. Eres tan diferente al chico que solías ser que casi no lo creo.

Estaría mintiendo si dijera que él no estaba sorprendido. Su pasado no era exactamente algo de lo que estaba orgulloso, pero saber que había hecho ese cambio y se había vuelto una mejor persona por él y por ella era todo lo que le importaba. Realmente esperaba que, en algún lugar allá arriba, ella pudiera ver que él había mantenido su promesa y continuaría haciéndolo en honor a ella.

—Sí… lo soy —Lucas se rió por lo bajo—. Nunca me habría imaginado que resultaría así.

Pero Maya lo sabía desde el comienzo. Ella sabía quién era yo en realidad…