Disclaimer: Noragami no me pertenece, sino a Adachi Toka.
Esta serie de drabbles participa en el Mes de apreciación Marzo-2017: Kazuma del foro "Mar de Joyas Escondidas"
Acción: Tomar alcohol.
Reminiscencia
I: Bruma
Las burbujas ascendían a la superficie dorada, perdiéndose en la bruma de la espuma.
¿Una?
¿Dos?
¿Tres?
Había perdido la cuenta y no era realmente que importara. Sus pupilas divagaron a su dos únicos acompañantes: Viina y Yato. No comprendía del todo qué decían, pero parecían estar en buenos términos, aún no se querían matar entre ellos. Eso estaba bien, necesitaba despejar la obnubilación que se apoderaba de su mente y, viéndolos tan animados, bebiendo como si fueran amigos de toda la vida, creyó oportuno salir por algo de aire fresco.
Yukine se había ido a dormir temprano. Hiyori no se había presentado a la reunión improvisada de Yato para celebrar el Día de los Inocentes porque estaba en época de exámenes. Daikoku cuidaba a Kofuku para que no hiciera algo inapropiado, a pesar de que no sería nada nuevo para sus amigos. Y él, él simplemente se ahogaba en sus recuerdos.
Tomar alcohol no le disgustaba, pero tampoco era su pasatiempo favorito. Admitía que el tentador líquido animaba las reuniones y unía, sorprendentemente, a personas —dioses— que estaban en malos términos. Sin embargo, a él lo alegraba muy poco y por eso solía beberlo en cantidades moderadas, pero ¿qué podía hacer cuando Viina no paraba de ofrecerle vaso tras vaso?
Por lo general, era normal que el alcohol tuviera cierto efecto mágico en su cerebro que le hacía recordar cosas que no olvidaba, pero procuraba no pensar. Y cada vez, rememoraba el escenario de pesadilla del que fue culpable, junto a sus consecuencias, como si lo estuviera viviendo. La nitidez de sus reminiscencias lo asustaba, escocía su alma y lo sumía en una ola de tristeza que, en ocasiones como esa, permitía que diera rienda suelta a un sinfín de emociones, porque sabía que estas no lastimarían a Viina, ya que ella estaba consciente del remordimiento que él siempre había cargado.
Las nubes se deslizaban de forma vaga y apenas permitían que lo rayos lunares tocaran el suelo. Pero él podía ver las estrellas, identificarlas si quería porque cada vez que la cálida bruma cubría sus pensamientos, el cielo se le antojaba similar, sino idéntico, al de aquel nefasto día que cambió el destino.
