Disclaimer: todos los personajes, lugares y actividades pertenecen a J.K. Rowling.
Contemplaciones del pasado
"Un hecho curioso sobre los elefantes es esto: para poder sobrevivir, no deben caer al suelo. El resto de los animales pueden tropezar y levantarse de nuevo. Pero un elefante siempre esta de pie, incluso para dormir. Si uno de la manada resbala y cae, se queda indefenso. Permanece tumbado sobre su costado, prisionero de su propio peso. Aunque el resto de los elefantes empujaran alrededor con angustia e intentaran levantarlo otra vez, normalmente no hay mucho que puedan hacer. Con una respiración lenta y pesada, el elefante caído muere. El resto le velan y entonces se van lentamente." – Dancing the dream.
Draco Malfoy no era una serpiente. Era un elefante.
Inteligente, joven y capaz. Listo para aprender, ponerse a prueba y ser aquel que su padre siempre predijo que sería.
Listo para ser perfectamente perfecto.
Jamás esperó tropezarse y caer en el inicio de su formación, mucho menos hacerlo del modo en que lo hizo: Acababa de perder el primer enfrentamiento de su vida contra Potter y Weasley, dos engendros de la naturaleza en su opinión, cuando la vio; ella iba con su caminar pomposo e inmaculado, manteniendo la barbilla lo más alto posible, como si fuera una princesa sin arbusto por cabello y sus grande ojos castaños se posaron en él; le sonrió mostrándole sus incisivos alargados, como si él no fuese Draco Malfoy, como si él no tuviera que detestarla por el simple hecho de existir, y siguió su camino dejándolo a tan solo un paso de caer, de rendirse a sus pies. Reuniendo el valor suficiente, logró salir de su estupor, para percatarse de que alguien le jalaba de su impecable túnica. Dirigió su mirada al niño de cara regordeta y aspecto nervioso.
- Disculpa, ¿Has visto una tortuga? – le preguntó con temor.
Draco bajó la voz y le habló con toda la indiferencia que le fue posible.
- Te lo diré si me dices quién es la niña que acaba de irse y qué son sus padres.
Longbottom, al cual reconoció al instante, lo miró con horror como si se arrepintiera de haberle dirigido la palabra.
- Hermione Granger, sus padres son muggles.
Entonces sucedió, el gran proyecto de elefante supo que había caído y del modo más vergonzoso.
- Tú y tu maldita tortuga pueden irse al infierno y como le digas algo a alguien sobre mi, no dudaré en convertirte en una babosa carnívora.
Ya seis años habían pasado y aunque solo un hombre vanidoso descubrió su secreto, él no pudo desterrarla de sí.
- ¿Draco, estas siquiera escuchándome? – preguntó alarmada Narcisa Malfoy; Draco asintió, con la mirada perdida en algún punto de la estación King's Cross. Ya nada era como antes, podía sentir el miedo emanando del cuerpo de su madre – Entonces mírame a los ojos y prométeme que si las cosas empeoran recurrirás a Albus Dumbledore. Prométemelo, Draco.
- Lo prometo, madre – contestó con voz fría – Debo irme.
- Hermione, cariño, te ves muy delgada – dijo Molly Weasley con tono reprobatorio - ¿No lo han notado tus padres?
La castaña sonrió educadamente.
- Mamá, si pretendes sobre alimentar a todo el mundo podrías empezar por mí, sabes que detesto los sándwiches de carne enlatada – se quejó Ron.
Hermione rió por lo bajo y tiró de la camisa de su amigo.
- No se preocupe, señora Weasley, procuraré alimentarme mejor en Hogwarts.
Molly Weasley besó a los tres y por último a la menor de sus hijos.
- Pórtense bien niños – y clavó su mirada más rigurosa en Harry – Nos veremos para Navidad.
Subieron al expreso de Hogwarts y se dirigieron hasta un vagón donde Luna leía el Quisquilloso del revés y Neville observaba embelesado su Mimbulus mimbletonia.
- Harry, con Ron nos iremos al vagón de los prefectos, luego volveremos – dijo Hermione, tirando del brazo del pelirrojo.
Ron le lanzó una mirada resignada a Harry y saludando con un gesto de la mano salió detrás de la castaña.
- Detesto estas reuniones, Hermione.
La Gryffindor lo miró de esa manera en la que lo reprochaba por su falta de compromiso con su deber como prefecto.
- Tal vez si prestaras más atención a lo que corresponde aprenderías las contraseñas de la sala y no estarías consultándomelas cada vez que las cambian.
- ¿Sabes qué es lo que más me molesta? – preguntó el pelirrojo.
Hermione suspiró con fuerza, por supuesto que lo sabía, el mismo se encargaba de repetírselo todos los años desde que eran prefectos.
- No, Ronald, ¿Qué es? – dijo dándole el gusto.
- Malfoy, lisa y llanamente, él. Me molesta demasiado la manera en la que te mira, como si estuviera pensando las ideas más depravadas para fastidiarte el año. Como me gustaría borrarle ese rostro soberbio mediante una maldición en…
Y lo hacía, claro que la miraba y ella no era ninguna ingenua. Todo había comenzado en quinto año, en la primera de las reuniones donde luego de haberla observado durante media hora sin descanso, Draco Malfoy le había preguntado si las de su defectuosa clase salían con otros muchachos o si pretendía conformarse con Weasley. Teniendo tantas preocupaciones por Harry, simplemente le había dicho que si su pregunta era si estaba tan manoseada como su madre, la respuesta era no. Por suerte los demás prefectos habían interferido antes de que ella pudiera defenderse con su propia varita.
Tal vez si hubiera sabido que Draco la miraba desde primer año – aunque a escondidas, por supuesto – y que llevaba semanas sin poder conciliar el sueño desde que la había visto del brazo de Viktor Krum, descubriendo que no era el único enfermo mental por ella, su respuesta habría sido otra.
De cualquier modo, Hermione creyó durante ese año – donde Draco se desquitó particularmente con ella – que todo se resumía a una retorcida satisfacción personal al hacer de su vida un infierno y que – tal como lo había dicho Ron – la observaba con intensidad, imaginando las siete maneras de quemarla viva, aunque claro, el Slytherin estuviera lejos de pensar en fuego, sino en otras maneras menos decorosas. Para entonces, la realidad de su furia era saber que ella profesaba asquerosas preferencia y pretensiones por la comadreja, acto por el cual debía implantarle un castigo. Él jamás estaría por debajo de Weasel, nunca. En algún momento de insana locura había llegado a creer que si Granger no podía ser de él, entonces no sería de nadie.
Cuando comenzaron sexto año, y con lo ánimos tan jodidos, Hermione esperaba que la bomba Malfoy estallara ante sí lo antes posible, por esa razón no le sorprendió descubrirlo observándola de esa manera tan arrolladora, como si pretendiera calcinar cada centímetro de su cuerpo, lo entendía, ella había sido una de las culpables de que su padre estuviera preso. Así, con la seguridad total de que al terminar la charla habitual de prefectos él le lanzaría una maldición imperdonable como mínimo, se sorprendió al verlo salir sin pena ni gloria del compartimento, luego de haberla desconcertado con la fuerza de sus ojos cenicientos sobre los suyos ambarinos. Lo siguiente que pensó, fue que tendría que cuidarse cuando estuviera sola en el castillo, porque lo más probable sería que él no quisiera público a la hora de devolverle el favor que le hizo a su padre, no obstante, volvió a equivocarse aunque algo raro ocurrió; Draco Malfoy no la atosigó, amenazó, o insultó cuando la tuvo a tiro solo para él y sus ideas descabelladas sobre la pureza de la sangre. Simplemente se dedicó a observarla con el semblante algo oscurecido y el rostro inescrutable, todas y cada una de las veces que la tuvo en la mira, dejándola sin saber que hacer. Increíblemente el valor leonino desaparecía cuando él se comportaba así y hasta se olvidaba de respirar, temiendo algo incluso peor de lo que ella podía llegar a imaginar y eso era decir mucho.
Finalmente llegó el baile de Slughorn y Cormac McLaggen la tenía arrinconada bajo el muérdago en algún pasillo lindero al despacho del profesor de pociones, cuando apareció Malfoy. En un abrir y cerrar de ojos había apartado a Cormac de su presa y le había atinado un golpe en la cara, y otro, y otro, y otro; hasta que su propio puño sangraba de manera salvaje. Hermione le había gritado si estaba loco o simplemente no le importaba en lo absoluto, el Slytherin sólo se detuvo a contemplarla intensamente unos segundos que a ella le significaron eternos, con los rasgos impregnados de ira, para luego marcharse sin dedicarle una palabra. La castaña jamás entenderá porqué lo hizo, pero con premura había sanado las heridas del muchacho, le había borrado cualquier rastro de Malfoy de sus recuerdos y tras despertarlo le había lanzado un confundus lo suficientemente fuerte como para que no supiera como había llegado allí durante horas.
Llegaron al primer compartimento, donde los prefectos ya se encontraban leyendo el pergamino de McGonagall; Hermione se permitió lanzarle una mirada de soslayo a Draco Malfoy, quien observaba por la ventanilla, dejando caer su peso sobre una de las paredes, sin ningún interés aparente. Volvió su atención al pergamino sin sorprenderse con la actitud del Slytherin, todos los años era la misma historia.
- Gran año, ¿verdad Hermione? – preguntó Hannah Abbott con un rictus de preocupación en el rostro – No sé como haré para estudiar todo lo necesario para los EXTASIS sin perder la compostura. ¿Has comenzado a releer?
Hermione le sonrió amigablemente. La verdad era que ella había comenzado a prepararse para los EXTRASIS en cuanto había terminado con los TIMOs, sin embargo era un tema que la tenía con los nervios a flor de piel.
- Claro que he comenzado, pero nunca será suficiente, aún tengo problemas con algunos hechizos de defensa y creo que tendré que hablar con el profesor Flitwick para quitarme algunas dudas sobre hechizos transmutadores.
A su lado, apareció Anthony Goldstein – prefecto de Ravenclaw – un mucho alto, de contextura fibrosa y una amplia sonrisa.
- Creo que todos estamos igual, no se como harán ustedes sin el quidditch para relajarse.
Draco Malfoy miraba todo desde su particular ubicación en el compartimento. Ahí va el imbécil otra vez, pensó con hastío. Lo que odiaba a Granger solo era superado por los crédulos alelados que no eran lo suficientemente hombres como para mover bien sus fichas, aunque claro, en caso de que lo hicieran siempre estaría él para arruinarles la vida si el incidente llegara demasiado lejos, y por demasiado consideraba el hecho de que Hermione reparara en ellos.
El imbécil numero uno era Weasel, quien llevaba tres años babeando por Granger y sin animarse a dar un simple y estúpido paso; solo le bastaba ese argumento para dar por hecho que la comadreja jamás en su pobretona vida tocaría a la castaña más de lo necesario.
Durante un año, Viktor Krum – imbécil numero dos – fue victima de situaciones poco agradables que nunca supo explicar y Draco se encargó de dejarle un recuerdo del apellido Malfoy, como para que se planteara varias veces la idea de volver a poner un dedo sobre lo que él consideraba intelectualmente suyo.
Por último, en el tercer puesto, Anthony Goldstein. En realidad, no era una amenaza, sino una molestia. Ya lo había visto merodeando la biblioteca cuando Granger estudiaba en ella, no por nada retorcía sus horarios para poder controlar cada movimiento de la castaña. El imbécil de Goldstein creía que hablándole de libros ella fijaría los ojos en él, Draco la conocía lo bastante bien como para saber que ella se enajenaba con el tema y por poco no olvidaba que estaba hablando con alguien. Y allí estaba el gorila bueno para nada, con el cerebro del tamaño de una snitch, dándose aire de jugador de quidditch.
Hermione le sonrió sin piedad, de esa manera en la que barría cualquier rasgo de cordura en los hombres, y le dijo algo que él no pudo oír por tener a Pansy insinuándosele en susurros.
- Ya, Pansy, vete a clavar los dientes por otra parte. – dijo arrastrando las palabras.
La morena lo miró con enfado y se cruzó de brazos, mirando en la misma dirección de Draco.
- Como sigas tratándome así no dudaré en buscar lo que tú no me das en estúpidos como Goldstein.
Draco bufó molesto.
- Me harías un gran favor, aunque nada te garantiza que él sepa donde ponerla.
Pansy Parkinson clavó la mirada en el suelo
- ¿Es que no te pones celoso Draco? – preguntó afligida.
El Slytherin frunció los labios en una mueca de disgusto. Tiempo atrás había descubierto que era inmune a los celos para con cualquiera muchacha con la que se liara, porque ninguna de ellas era Granger, y solo ella tenía el ambicionado don de convertirlo en una bestia demente, de trastornarlo hasta perder el juicio por completo. Para Draco, aún era un misterio como hizo para no lanzarle una imperdonable a McLaggen cuando se atrevió a acorralarla en sexto año.
- No. – dijo con apatía.
Entonces Goldstein hizo un movimiento que lo posicionó sobre Weasley en la escala de mal nacidos; con los ojos brillando de emoción al acercarse a Granger, se inclinó sobre ella susurrándole algo al oído y tocándole el cabello.
El Slytherin apretó la varita por debajo de la manga. Ingenioso, agudo y sutil, le invirtió el estomago sin pronunciar palabra. Al verlo salir corriendo con el rostro contraído en una mueca de descompostura, sonrió con socarronería.
Hermione sintió los ojos de Malfoy con mayor intensidad sobre ella y giró el rostro para verlo. Allí estaba él, con una sonrisa burlona y mirándola descaradamente. Como una niña pillada haciendo algo incorrecto, giró la cabeza nuevamente con las mejillas levemente sonrojadas. Hasta el momento estaba pasando de él olímpicamente – o eso fue lo que pretendió, fallando estrepitosamente – hablando animadamente con Anthony Goldstein, quien con amabilidad le quitó una pequeña flor que se había enredado en su revuelto cabello, aunque la conversación duró poco puesto que luego de tocar su cabello se había descompuesto de tal manera que tuvo que salir corriendo al baño.
- Hermione ¿vamos? Seguramente el carrito de comida ya esté por pasar – apremió Ron con las tripas rugiendo de hambre.
Hermione se giró y le clavó una mirada más que significativa al prefecto de Slytherin, para luego volver el rostro a su amigo.
- Adelántate, me gustaría releer las normas para este año – dijo y sonrió animándolo a seguir sin ella.
El pelirrojo le lanzó una mirada de desconfianza a Malfoy, claramente incomodo.
- ¿Estas segura? Si quieres puedo quedarme contigo, seguramente Harry comprará de más.
Hermione negó con rotundidad, dejando en claro que no quería compañía.
- Puedo cuidarme sola, Ron, por algo soy premio anual.
Ron desistió de explicarle que Draco había atacado a Harry en el pasado y procuró amenazar al rubio con una mirada antes de partir.
Cuando solo quedaron ellos dos, Hermione cerró la puerta del compartimento.
- ¿Se puede saber qué pretendes? – preguntó sin más.
Malfoy guardó las manos en los bolsillos y se irguió cuan alto era, denotando la elegancia propia de quien lo tiene todo a su favor.
- ¿Qué pretendo, Granger? Me temo que no te sigo – contestó con su vos fría, arrastrando las palabras, como si aquello le aburriera mucho – Te recuerdo que quien organizó todo para que nos quedáramos solos, trabando la única salida posible, eres tú. – y sonrió con su habitual marca de mordacidad.
Hermione respiró con fuerza, controlando su mal genio.
- Ya, Malfoy, si lo que buscas es incomodarme hasta lo indecible con tus miraditas penetrantes, date por hecho. Así que haz el favor de no hacerlo más.
El Slytherin alzó una ceja y curvó levemente los labios en una sonrisa socarrona.
- ¿Te incomodo, Granger?
La castaña soltó un bufido.
- ¿Me escuchas siquiera cuando te hablo, hurón? Por supuesto que me incomodas, a decir verdad, cualquiera se sentiría perturbado si alguien lo acechara cada vez que tuviera la oportunidad.
Malfoy puso los ojos en blanco.
- Yo no te acecho, ratón de biblioteca.
Hermione estalló, frunciendo el rostro.
- De hecho lo haces bastante a menudo, no dejas de incordiarme cada vez que me miras como si estudiaras la mejor manera de asesinarme, con lo cual si ese es tu propósito, limítate a hacerlo y afrontar las consecuencias – pronunció y alzó la barbilla inundada de su orgullo leonino.
- En primer lugar, sabihonda, no tengo la culpa de que secretamente busques interferir en mi camino y déjame felicitarte, lo haces mejor que las de mi club de fans. En segundo lugar no pretendo asesinarte, ya he tenido la oportunidad incontables veces, pero eso de mancharme con sangre no es lo mío. – habló, llenando de ironía cada sílaba – Y tercero, yo no te acecho, te contemplo que es bastante diferente - dijo, paladeando cada palabra para que le llegaran suavemente, erizándole la piel, impregnadas de un delirante aroma a menta y algo más refinado y dulce.
Por un momento, se quedó sin habla y Draco la miró de esa manera altamente peligrosa para su salud mental, entre divertido y algo más que no supo identificar.
- Eres un idiota, Malfoy. Si sabes lo que te conviene dejarás de molestarme.
Y sin esperar algo por parte del rubio, salió en busca de Ron.
"Te contemplo que es bastante diferente"
Hermione bufó por tercera vez en un minuto, ya habían pasado horas desde su encuentro con el rubio y aún seguía enferma. Era increíble lo mucho que Malfoy podía fastidiarla con tan solo un par de palabras acertadas. Contemplar, la idea le resultaba tan descabellada que podía asegurar que ni Luna Lovegood lo creería.
- Ya te lo digo Harry, este año Slytherin no tiene oportunidad contra Gryffindor – aseveró Ron. Tenía en la mano izquierda una rana de chocolate sin cabeza y en la otra una porción de torta de calabaza – Disfrutaré al ver la cara de rabia de esas serpientes asquerosas. Oye, Hermione, ¿me pasas unas grageas?
Hermione frunció los labios en una clara muestra de desaprobación.
- ¿No tienes suficiente con lo que aún no terminas de masticar? – cuestionó aún con una arruga en el ceño.
Ron la miró con enfado, al tiempo que lanzaba el resto de la decapitada rana en su boca.
- Yga te digre cuanfo ea suficiente.
Ginny reprimió un mohín de desagrado al verse como blanco del alimento de su hermano.
- Ronald, intenta no escupirme la próxima vez que hables con la boca llena.
El pelirrojo se encogió de hombros y miró a su amigo que leía el Profeta, donde una gran foto de Lucius Malfoy decoraba la portada.
- Lo siento. ¿El patriarca Malfoy sigue sin aparecer?
- Ni vivo ni muerto. – comentó Harry sin despegar lo ojos del diario – Lo más raro es que todo implica que no fueron los mortífagos quienes lo liberaron, ya que muchos de los que fueron encerrados al mismo tiempo que él siguen presos. Al parecer descubrió como burlar a los dementores.
En ese momento, Luna dobló el ejemplar del Quisquilloso en el que trabajaba y quitó unos anteojos coloridos que venían adheridos.
- Mi padre dice que Scrimgeour lo tiene prisionero en la cárcel de ejemplares mágicos exóticos, ya que en su sangre posee una propiedad muy rara para acabar con los torsoplos y eso, claramente, no le conviene.
Hermione puso los ojos en blanco dispuesta a explicarle que el primer ministro no tenía un ejército de bichos y que de hecho no existían.
- De cualquier modo – intervino Ginny – eso no es vuestro asunto, no al menos hasta que acaben séptimo año.
La mesa estaba abarrotada de comida, desde pollo asado con diversas guarniciones hasta bombones de menta y bebidas de colores extraños. Tanto para Ron como para Harry, no había nada mejor que los banquetes de bienvenida y Halloween y aunque Hermione extrañara la comida de su madre, no podía negar que los manjares del castillo eran de lo mejor. Con celeridad llenó su plato de las preparaciones más cercanas y devoró las bombas de calabaza sin detenerse a prestar atención a nada más; no había notado lo hambrienta que estaba hasta que vio aparecer la comida frente a ella. Su avidez se debía a que no había probado bocado en toda la tarde, por culpa de Malfoy y sus provocaciones. Descorrió la mirada con disimulo y allí estaba él, riendo divertido ante alguna ocurrencia de Zabini, quien se tapaba la boca con las manos, seguramente rememorando alguna maldad.
Hermione frunció el ceño, pensando en lo vacía que estaba la mesa de Slytherin; se podían apreciar claramente los diferentes grupos de amistades y entre ellos pequeños espacio libres, al centro de la misma se encontraba el cabecilla Malfoy junto a Zabini y Nott, a tres espacios Pansy Parkinson comía hablando con Millicent Bulstrode y lanzando miradas cada tanto al rubio. Pareciera como si todos consintieran el hecho de tener a un déspota, arrogante y egoísta como líder.
- ¿Han notado la clara preferencia que ha tenido el sombrero seleccionador este año? – preguntó, mientras devoraba una porción de pollo.
Harry asintió con la cabeza, aún con el zumo de calabaza en mano.
- ¿A qe e reieres? – inquirió Ron, con la boca llena de comida. Ante una mirada de Ginny, tragó con fuerza y se sonrojó – Disculpa, ¿A qué te refieres? ¿Supones que envió más alumnos a alguna casa?
- Solo digo que evitó enviar alumnos a Slytherin, si no me equivoco, solo cinco fueron a parar allí – volvió a alzar la vista en dirección de la mesa verde y se encontró con la fuerza de sus ojos grises clavados en ella sin miramientos. Tenía los rasgos afilados en perfecta calma, tan calmos que era imposible descifrar lo que pensaba. Hermione le mantuvo el ritmo con decisión, hasta que Zabini alzó una ceja y le dijo algo a Malfoy, haciendo que el rubio sonriera con ese dejo de sorna característico en él y apartara la mirada hacia Dumbledore.
- Solo espero tener un buen lunes, no podría soportar tener Defensa Contra las Artes Oscuras dobles con las serpientes otra vez.
Y así fue, durante el desayuno del día siguiente la profesora McGonagall les entregó sus nuevos horarios, donde el pelirrojo pudo ver con horror que sus temores eran confirmados.
- Para mí que Dumbledore considera a los Hufflepuff y Ravenclaw demasiado blandengues como para sobrevivir un año entero con los Slytherins, también compartimos pociones, esto es deprimente – se quejó Ron abatido.
Hermione se encogió de hombros.
- Ernie Macmillan y Hannah Abbott se resistieron junto a nosotros de la profesora Ubridge y son Hufflepuffs, no los veo blandengues en lo absoluto.
El Gryffindor frunció el ceño, dispuesto a llevar sus conclusiones a fondo.
- Excepciones.
La castaña le envió una significada mirada a Harry, quien sonrió procurando que el menor de los hermanos Weasley no lo viera, y se puso de pie. Cogió una tostada y una servilleta.
- Iré por mis libros, sino llegaré tarde a Aritmancia.
Al finalizar la clase de transformaciones, Hermione saltó de su banco y salió de clase como alma que lleva el demonio, sin detenerse un minuto más de lo necesario lejos de la biblioteca. Tenía que realizar un ensayo para la profesora Vector de un metro de longitud, otro sobre transformaciones para McGonagall y redactar un trabajo de no menos de metro y medio de longitud para el profesor Snape.
Pasó rápidamente por su habitación para cambiarse la falda por otra más cómoda y tomar todo lo necesario para comenzar a estudiar. En menos de lo que tarda un thestral en oler sangre llegó a la biblioteca y repasando todos los temas que le convendría tratar para transformaciones desparramó sus libros en la mesa más alejada. Decidida a completar primero el trabajo de McGonagall caminó hasta las estanterías de su interés y buscó entre los diversos tomos el que ella creía idóneo.
- Aquí estás – murmuró. Acarició el lomo del volumen con el dedo índice y lo cogió con ambición.
Ya más tranquila, se relajó y se dirigió a su mesa. Al alzar la mirada del tomo, se encontró de lleno con Draco Malfoy, quien estaba a tan solo un par de pasos de distancia; llevaba el corbatín desajustado, su impoluto cabello hacia atrás – salvo por unos rebeldes mechones que caían sobre sus ojos grises - y el ceño levemente arrugado en un gesto de concentración, mientras leía un libro que llevaba entre manos.
La castaña se frenó en seco con los ojos clavados en el rubio, pensando que sería lo mejor hacer, si seguir con su camino o dar la vuelta por el corredor y volver a la seguridad de su banco.
- Si sigues mirándome de esa manera, Granger, seré yo quien piense que tú me acosas – apostilló sin dejar de arrastrar las palabras y mirándola con una mueca de diversión en los labios.
Hermione recuperó el aplomo, con el libro abrasado al cuerpo.
- Si no hubiera mirado, probablemente me habrías chocado, Malfoy.
El muchacho entrecerró los ojos y ladeo el rostro.
- Apuesto a que lo habrías disfrutado.
Hermione resopló empezando a enojarse.
- De hecho habría preferido nadar junto al calamar gigante, sigue fabulando.
Malfoy lanzó una carcajada fría que bien podría haber escandalizado a la señora Pince. Con la aristocracia digna del él, acortó la distancia que los separaba y se inclinó sobre la castaña, dejando caer su aroma heladamente refinado sobre ella. Obnubilándola contra su imperiosa voluntad.
- No fabulo, Granger… te lo aseguro. – sentenció con una sonrisa autosuficiente, endulzando cada palabra con el veneno de su aliento, dejándola echa un manojo de nervios. – Nos vemos, ratón de biblioteca.
Giró sobre sus talones – no sin antes dedicarle una de sus miradas vehementes – y Hermione lo vio perderse con su andar sofisticado entre las estanterías de camino a la salida.
Cuando hubo recuperado la compostura, se dirigió a su mesa, sin poder contener el color de sus mejillas; aquello había sido humillante, no había conseguido rebatirle su último comentario con ninguna frase ingeniosa. Su aliento, todo su aroma le evocaba algún recuerdo pasado, dejándola transitando en un estado de estupidez donde no podía ser capaz de hilar dos frases seguidas, más que el simple pensamiento de que aquello era lo más delicioso que había olido en su vida.
Se reprendió a sí misma por estar pensando en algo tan banal e insustancial como lo ocurrido y por su flaqueza. Pero aquello no quedaría así, Malfoy se tragaría una a una sus palabras.
- ¿No creen que tienen demasiado tiempo libre? – cuestionó Hermione levemente alterada – Se pasan la mayor parte del día arrojados en alguna butaca, jugando al ajedrez o al Quidditch.
Harry se encogió de hombros, prestándole especial atención al alfil, quien siempre resultaba siendo el más sensato.
- Por mi así está bien, no se como haría si hubiera tomado tantas asignaturas como tú.
Ron lanzó un grito de triunfo al capturar el caballo de su contrincante, dejándolo en jaque mate.
- Eso es, Hermione, no es nuestra culpa que tú seas tan inteligente como para poder abarcar todos los aspectos posibles de la magia.
La castaña sonrió avergonzada, mientras sus amigos se reunían a su lado para traspasar el retrato de la dama gorda. Siempre había considerado su inteligencia como un magnífico don y causante de su orgullo hasta que habían comenzado a molestarla por ello, desde entonces alegaba todos sus sobresalientes a un profundo régimen de estudio.
- No es eso, tan solo me gustaría trabajar para el Ministerio y para eso necesito todos los EXTASIS – comentó por lo bajo.
Ron intercambió una mirada significativa con Harry, quien mostró los dientes en una breve sonrisa.
- Como sea, no creo que con hubiera sobrevivido al torneo de los tres magos de no ser por tu apoyo… y el de Ron, claro – agregó Potter.
El pelirrojo se tensó al recordar como terminó ese año, con el alzamiento del mago más temido de todos los tiempos.
- Y lo que nos falta por sobrellevar – murmuró.
Los tres se sumieron en silencio. Lo que les faltaba bien podría ser el final y no uno rápido precisamente, era claro que Harry necesitaría de todo su apoyo en aquello; el innombrable se alzaba cada vez más fuerte y alto en el más profundo secretismo, valiéndose de la ingenuidad e ignorancia del ministerio. Era claro para la Orden del Fénix que el terror y la masacre no tardaría mucho en llegar, pero que lo haría con fuerza y sin ningún tipo de misericordia. Por ello Harry tenía que prepararse y seguir con las clases particulares de Dumbledore. El tiempo apremiaba, mas nada podían hacer dentro del castillo, solo les quedaba instruirse y mantenerse unidos, seguros de que todo saldría bien. Ya habían descendido lo suficiente como para ver ante ellos la congregación de alumnos esperando por ingresar al aula.
- Lo haremos, Ron, esta será una historia que le contaremos a nuestros nietos – afirmó Hermione con aplomo.
Una carcajada se alzó por sobre el trío y una chica de rostro duro con la nariz chata giró sobre sus talones para enfrentar a la castaña.
- ¿Tú, nietos? ¡Por favor, Granger! Ni tus amigos se fijarían en ti; Potter sale con la traidora a la sangre, y hasta Weasley prefirió a la inepta de Brown antes de aguar su sangre contigo. Das muchas lástima, caminando por los corredores como una empollona, siempre sobrando entre tus amigos. – manifestó con saña. Detrás de ella, varios Slytherins rieron con maldad.
Hermione sintió como las mejillas le ardían y los ojos le picaban, pero no le daría el gusto a aquella serpiente por el simple hecho de ser más imbécil que un troll con conmoción cerebral.
- Dime, Parkinson, ¿qué se siente ser humillada por los hombres? Llevas años arrastrándote por Draco Malfoy y él sigue sin quererte a su lado, ¿no es muestra suficiente de su indiferencia la cantidad de mujeres que pasan por su cama? – preguntó con el rostro imperturbable y la barbilla en alto. Por el rabillo del ojo vio al rubio aparecer entre los alumnos hasta situarse junto a la morena. Lo miró y sonrió con suficiencia, devolviéndole el golpe de la semana anterior.
Pansy perdió la compostura al tiempo que los labios se le crisparon en una mueca de indignación. Rápidamente empuñó la varita hacia Hermione, quien sabía que jamás faltaría a una norma – pese a suponer una visita a la enfermería – Aunque claro, no contaba con que Potter y Weasley lo hicieran por ella.
- ¿Cómo te atreves, sangre sucia? – chilló enfadada.
Hermione paseó su mirada desde la varita de la serpiente hasta Draco, quien se encontraba peligrosamente cerca de la Slytherin y con una mano sobre su muñeca.
Decidida a demandar respeto por cualquier muggle, mago con procedencia no mágica, elfos y todo lo que ella creía a pies juntillas, blandió su propia varita.
- Pansy, lo más probable es que termines haciendo el ridículo y tenga que intervenir por ti, ahórrame el trabajo – le ordenó Malfoy arrastrando la voz fría.
La muchacha contrajo el rostro dispuesta a plantarle una escena de llanto frente a todos.
- ¡Draco, es una asquerosa sangre sucia, debería nacer otra vez antes de osar hablarme! – exclamó avergonzada y por la mirada tenaz que le lanzó el rubio, Hermione supo que Pansy Parkinson no se atrevería a decir una palabra más.
- Y tu deberías nacer otra vez con cerebro nuevo – zanjó Hermione.
Las puertas del aula se abrieron y la castaña pudo ver el asomo de una sonrisa en el rostro de Draco Malfoy. Por supuesto, estaban a mano. Satisfecha de sí misma, ingresó a clase con paso seguro y la barbilla en alto. Ninguna estúpida sin personalidad y obsesiva pasaría sobre ella, antes muerta.
Con cariño, R.C
