Te audire

Piggy no quiso decirle cómo fue que se olvidaron de ambos así. Simon simplemente se limita a contemplar el mar, con las muñecas sobre los tobillos, sentado como si fuera un indio. Sabe que es lo mejor, porque al fin y al cabo, ellos dos no se llevan mal.
No son como Jack y Ralph, por ejemplo, que se querían y se odiaban como si estuvieran enfrentados en un espejo a sombra y luz. Tampoco como los gemelos, que nunca se despegaban el uno del otro y cuyas caricias furtivas eran evidentes incluso a flor de mediodía. Piggy está tranquilo, aunque haya perdido sus lentes quizás para siempre. Con Simon cerca suyo, tomándole la mano y ayudándole a caminar por la espesa bruma de la isla, no tiene miedo de nada.