Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Masashi Kishimoto. La historia es mía. Creditos al creador de la imagen.

Advertencias: UA, parejas canon y no canon, algunos errores ortográficos, lenguaje vulgar.

Summary: Shikamaru Nara es un talentoso escritor que estará en problemas si no entrega su segunda novela en los próximos tres meses. Temari Sebaku No es una afamada actriz en ascenso con un pasado oscuro. Cuando Shikamaru conozca a Temari, descubrirá que es la pieza clave faltante para la mejor historia que aún no ha escrito.

Clasificación: T por ahora. Más adelante M


Capítulo Uno

Propósito

(Shikamaru)

Mientras pasaba rápidamente las páginas de mi manuscrito, yo buscaba alguna distracción que pudiera relajarme o al menos, aflojar la tensión que cargaba en los hombros. Por más atención que pusiera a sus expresiones, nada en su mirada o en sus gestos me delataba información. Sumido en la lectura, parecía devorarla o ni siquiera leerla, pues en menos de una hora había avanzado un poco más de la mitad del gran fajo de hojas que puse en su escritorio.

Me troné los nudillos y me dejé hundir más en la silla de rueditas, observando con atención la oficina de mi editor: las paredes, pintadas de un gris claro, ayudaban a que el espacio se viera más amplio de lo que en realidad era; eso sumado a los pocos muebles siguiendo, lo que asumo yo, las tendencias minimalistas. Del lado izquierdo, había un gran estante blanco que albergaba, presumiendo por mis cálculos al ojo, más de doscientas novelas de diferentes géneros y autores. Al fondo, se podía apreciar las transcurridas calles de Tokio a través de las enormes ventanas, diseñadas para poder aprovechar al máximo la luz natural. Las dos plantas puestas en el marco de los cristales, junto a algunos portarretratos encima del escritorio de roble le daban el toque acogedor y personal al cubículo que, de lo contrario, habría resultado muy 'burocrático'.

Finalmente, Kakashi Hatake apagó la lámpara y dejó el escrito sobre la mesa. El silencio que le siguió hizo que me pusiera mucho más rígido de lo que me encontraba. Soltó un suspiro y apoyó el mentón en la mano, observándome con su típica mirada cansada.

—Puedes hacerlo mejor que esto, Shikamaru —dijo con un tono de voz que indicaba su clara falta de asombro—. La trama es bastante cliché y aun si tiene factores que la hacen 'segura' y que ya han garantizado éxito antes, fallas en el momento de desarrollarla. Está muy bien estructurada y como siempre, tu redacción es impecable, pero no encuentro ese elemento que me haga pensar: 'caray, esto tiene que publicarse'.

Vi por enésima vez el libro que Kakashi estaba leyendo antes que lo interrumpiera, una obra que sin duda alguna lo 'entusiasmaba' por el género al que correspondía: prosa erótica. Quizás sí debí haber agregado esa escena de sexo lésbico, susurró mi subconsciente sarcástico y ligeramente exasperado.

—Mendokusai —Kakashi, quien no sólo era mi agente editor, sino también un gran amigo; pareció tener compasión de mí, porque se encogió solidariamente de hombros—. ¿Qué recomiendas entonces que le modifique?

—¿Sinceramente? —y supe, cuando se rascó la nuca sopesando sus palabras, que estaba jodido—. Todo, Shikamaru.

Dejé escapar una gran bocanada de aire que tenía contenida, permitiendo resbalar holgazanamente mi cabeza sobre el escritorio.

—Esta puta historia me quitará la poca cordura que me queda —susurré, cerrando los ojos somnolientamente. Había pasado el último mes escribiendo hasta bien entrada en la noche, a punta de café y Coca Cola.

Pocas cosas me producían insomnio: más específicamente haberme gastado el adelanto que me habían hecho de la novela que debía entregar en los próximos tres meses. Quizás no estaría tan desesperado si yo mismo no supiera que todo lo que estaba escribiendo era auténtica basura.

No necesitaba a Kakashi para caer en cuenta: escribir los primeros capítulos me costó horrores y mi imaginación, que hace dos años me había regalado mi primer éxito, ahora me traicionaba dejándome en un punto realmente crítico: en quiebra y con el riesgo no sólo de perder mi reputación, sino enfrentarme a una exorbitante demanda por parte de la editorial que me concedió trabajo a la cual, en teoría había robado.

Por supuesto, mi editor desconocía ese detalle y el temor a perder su confianza y respeto había hecho que me callara, aun si eso significaba quemarme las pestañas, pasar más noches sin dormir y posteriormente morir por el grado de ansiedad y agotamiento que acabaría teniendo, lo cual, si no desencadenaba en un infarto o derrame cerebral, seguramente me dejaría una psicosis grave con secuelas en mi salud mental.

Sí, ser exagerado y tantear la peor de las posibilidades me ayudaba a conservar levemente la calma.

—Escúchame, Shikamaru —Kakashi me miró con serenidad y yo, a pesar que estaba teniendo una crisis mental, me sosegué con la tranquilidad que transmitía su persona—. De mil escritos que recibimos al año, sólo veinte son contratados. Tú conseguiste tu primera publicación a los diecinueve años. Eras, como dijo Jiraiya en ese momento, un culicagado. Un chico que pensaba que se las sabía todas y que tenía la misma cara deprimente de alguien que está en luto. Y —hizo una pausa, sonriendo de lado—, a pesar de todo eso, lo lograste, Nara. Lo que les toma a otras personas cinco, diez, tal vez quince años o toda la vida para conseguirlo, tú lo alcanzaste y no conforme con eso, te forjaste una reconocimiento por el que cualquiera mataría.

La marca facial que pasaba por su ojo izquierdo y descendía hasta su mejilla me recordó aquel comentario que hizo Ino la primera vez que conoció a Kakashi en una de las fiestas de fin de año de la editorial: es extraño, pero esa cicatriz hace que tenga más ganas de sentarme en su cara.

Las cuencas de los ojos casi se me vacían de tanto que los rodé.

—Estás estancado, Shikamaru. Lo que está escrito aquí son palabras, más nada. No hay una voz clara que cuente la historia. No produce frío ni calor —flexionó el cuello y continuó, con aquella honestidad que tanto valoraba—. Admiro el que intentes escribir desde una perspectiva femenina y el personaje ciertamente tiene características con las que un público joven podría relacionarse, pero no consigo ese lazo de empatía entre el lector y la protagonista.

Finalmente, lo que todo escritor (amateur o experimentado, exitoso o fracasado) teme, se manifestó claro ante mis oídos:

—'Te dije que la tormenta vendría' es el somnífero perfecto.

Mierda, si hubiera dicho eso de mi carácter, habría imitado una de las tantas caras que coloca Ino cuando le dicen que está delgada o la de Choji cuando va a su restaurante favorito de barbacoa un lunes donde, desde hace más de diez años, el especial de ese día siempre han sido costillas de cerdo.

Es decir, algo incuestionable. Evidente. Axiomático.

Decir que yo soy aburrido no se debate, al igual que la existencia de la gravedad o el típico '¿estás bien? Sip.' que indica que la mujer no sólo no está bien, sino que probablemente te quiere estrangular. Pero otra cosa totalmente diferente era tachar de soporífera a mi historia.

—Estoy jodido —dije para mí mismo, aunque no sé si fue mi expresión de preocupación o mis ojeras pronunciadas lo que activó el instinto fraternal de Kakashi, quien había abierto nuevamente su novela de alto contenido porno en la página en la que había quedado.

Dejando el libro sobre el escritorio y alargando su brazo hasta tocarme el hombro, me lo estrujó en un gesto breve pero que simbolizaba su fe en mis capacidades.

—Hagamos esto —agarró cuidadosamente las hojas, las colocó dentro de una carpeta (a diferencia de mí, que ni siquiera se las había entregado engrapadas debido al exceso de confianza) y me las devolvió—. Vuelve a verme dentro de tres semanas, ¿te parece? Si tienes alguna idea que quieras contarme, mi celular está prendido las veinticuatro horas del día.

Yo asentí con desánimo, levantándome medio entumecido de la silla de metal y dando lánguidos pasos hasta la puerta.

—Anímate Shikamaru, sal a la calle y vive la vida —soltó, prendiendo la lámpara para reiniciar su lectura—. Tú nunca fallas en sorprender a la gente, así que no seas tan duro contigo mismo.

Asentí quedamente y abandoné la oficina. En el trayecto que me tomó salir del edificio, a duras penas alcé la cabeza para saludar a algunas caras conocidas. Estaba demasiado ensimismado intentando descifrar cuál era el elemento que haría que la gente estuviera con el corazón en la mano sin poder detenerse ni despegar por un segundo los ojos de mi novela.

Aun si el caos de mis pensamientos me consumía por completo y terminaba sin reconocerme después de todo esto, tenía que hacerlo. Kakashi había asumido un acto de fe ciega al aceptar leer mi manuscrito dos años atrás, cuando estaba atravesando la etapa más oscura de mi vida. Sí él no hubiera creído en mis palabras ni tomado la osadía (que podía haberle costarle su cargo) para mostrárselo al editar principal de ese momento, Jiraiya, yo no estaría parado en el mismo lugar.

O respirando, para destacar la severidad de mi compromiso con él.

Kakashi desconocía la gran deuda que le debía y nunca me había sentido cómodo sabiéndome recargado de obligaciones morales. Además, no era ningún ladrón como para quedarme con un dinero que no me pertenecía y no pagarlo con mi trabajo.

Mi padre constantemente me decía lo importante que era el honor para un hombre. La vida de uno se mide por nuestras acciones, nuestra conciencia. Cuando la respuesta a la pregunta ¿quién soy? no está clara o no satisface, se pierde el propósito.

Y si se pierde el propósito de vivir, se pierde todo.


(Temari)

Sonreí ampliamente, aunque por dentro estaba extremadamente tentada a colocar mis manos alrededor del pescuezo de ese periodista irreverente y darle una muerte rápida. Sin embargo, sin dejar de mostrarme afable, pronto me vi resignada, principalmente por el hecho de estar grabando una entrevista en el estudio de uno de los canales más importantes de Japón.

Atribuí su condescendencia a mi condición de mujer, porque de ninguna manera le hubiera hecho esas preguntas a un hombre. Siempre terminaba centrándose en cuestiones banales y tontas, como mi régimen de dieta o mi rutina de ejercicios, en vez de inquirir sobre mi carrera o mis últimos proyectos.

The Suna Chronicles estaba a una semana de estrenarse en Japón, la primera película de una famosa saga de ficción. Con críticas bastante positivas durante su antesala en Estados Unidos y récord de taquilla conseguido en los primeros días de su estreno, era, en otras palabras, uno de los blockbusters del año. Mi última parada para promocionarla era mi tierra natal.

No sólo había logrado dar un salto de la televisión japonesa al cine nacional, que ya de por sí era bastante difícil, sino que también había contado con una gran recepción en una industria que solía ser bastante exclusiva y marginal con los actores de grupos minoritarios: Hollywood. Todavía me faltaba un largo camino por delante, pero sentía que me encontraba bien encaminada.

Como alguna vez leí en una nota del New York Daily News: Sebaku No Temari es una bocanada de aire fresco. Temari no viene a complacer tus clichés, Hollywood. No viene a interpretar el típico personaje asiático que muere de primero en una película de terror, ni a personificar tu estereotipo de mujer sumisa y exótica para que te masturbes con tus fetiches racistas. Temari está aquí para agarrar a la industria de los huevos y darle un poco de esa diversidad que tanto ruega, pero que no busca.

Vale destacar que me vi obligada, después de enamorarme perdidamente del ingenio irónico del reportero que escribió aquello, a enviarle una nota agradeciéndole.

Este corresponsal de chismes, porque aquello era lo único que le interesaba, me preguntaba a quién metía en mi cama (claro, con otras palabras 'bonitas' que aumentaban mi repugnancia al amarillismo), como si saber el nombre, o los nombres, tomando en cuenta cómo eran las habladurías, de la persona con la que follaba resultase más relevante que los sacrificios por los que tuve que atravesar para obtener ese papel.

—Entonces, Temari —su tuteo me hirvió la sangre, pero asentí como si en verdad tuviera la mejor disposición de responder a su interrogatorio—. Sé que eres muy reservada con tu vida privada y no pretendo escarbar en ella.

No, casi no.

—Pero me siento obligado a hacer la pregunta del millón, porque eres una mujer joven y exitosa, que ha alcanzado tantas metas con una carrera relativamente corta. Hace poco, la revista People te nombró entre las diez mujeres vivas más deseadas, los directores más sonados de nuestros tiempos se pelean entre sí para trabajar contigo y mirando la imagen desde un panorama general, tienes una vida perfecta.

Volví a asentir con la cabeza, notando que todavía Kabuto Yakushi no había terminado su planteamiento.

—Temari, ¿estás saliendo con alguien? —carraspeé. Él no era el primero ni el último en hacerme esa pregunta.

Kabuto se acomodó las gafas y pude notar un destello de deleite en sus ojos negros. Encogiéndome de hombros y con falso abatimiento, porque en realidad ya me lo veía venir, fingí que la pregunta me agarraba fuera de base.

—Casualmente ayer salí a manejar bicicleta, para sentir algo entre mis piernas.

El público, especialmente los más jóvenes, se rieron a carcajadas. Kabuto sonrió forzosamente, asombrado por la calaña de mi comentario.

—Eres una mujer tan codiciada que me cuesta creerte —abrí la boca para hablar, pero él continuó con la palabra—, lo que me hace conjeturar dos cosas. Te las plantearé y luego quiero escuchar tu opinión, ¿de acuerdo?

Miré a las decenas de personas que se hallaban alrededor de nosotros, operando detrás de cámaras. La entrevista no iba a ser transmitida en vivo, sino que estaba pautada para salir al aire el próximo jueves, un día antes de la premier de mi película. Enfoqué nuevamente mi mirada en él y le dije que continuara, aunque en vista del rápido movimiento de sus ojos, de mis manos a mi cara, se dio cuenta que había apretado los puños. Sonrió ladinamente y pensé que aquel gesto habría resultado casi encantador, si mi instinto no me murmurara a cada rato lo sospechoso que era.

Kabuto Yakushi, pese a ser una cara reconocida en la televisión japonesa como animador y entrevistador, jamás me había transmitido algo diferente a la desconfianza. En nuestros comienzos hace muchos años atrás, habíamos coincidido en el mismo ambiente laboral y nos tratábamos socialmente, es decir, en eventos y fiestas específicas, pero nuestro trato nunca iba más allá de una charla diplomática y cordial. Para nadie era un secreto que salir en su programa de los jueves significaba un cierto nivel de éxito, pues muchas caras famosas se habían sentado justamente en ese sofá rojo donde me encontraba yo ahora, con la cabeza en la guillotina.

Sus opiniones con respecto a alguien o algo eran respetadas y ciertamente tenía el poder de elevar o aplastar la carrera de cualquiera, por lo que varias figuras públicas procuraban mantener buenas relaciones con él.

Yo optaba por no necesariamente ignorarlo, pero sí evitarlo cuando era factible. No porque existiesen resentimientos entre nosotros o problemas del pasado, sino porque presentía que Kabuto era un hombre que le gustaba señalar las debilidades y vulnerabilidades de sus invitados para entretener a su público y más importante aún, a él mismo.

—Mi primera hipótesis —soltó y miró a la cámara, haciendo especial énfasis—, es que nadie puede llegar a tu nivel.

Bien, solté una risa y negué con la cabeza. No por falsa modestia, sino porque me esperaba algo más enrevesado por parte de él.

—Ojalá fuera como tú dices —bromeé, relajando las manos—. Así podría pensar que son ellos los del problema, no yo. Cada día me miro al espejo y me pregunto: 'Temari, ¿cómo has podido aguantarte durante estos veintitrés años?'. Hay días en los que ni siquiera yo puedo conmigo misma, sería absurdo de mi parte esperar que otro ser humano lo haga.

—No creo que tu actitud difícil sea un inconveniente para los hombres —Kabuto me siguió el hilo, mientras los operadores de cámara y los asistentes de producción soltaban algunas risitas por el tono jocoso que había adquirido la conversación—. Imagino lo molesto que debe ser que relacionen tu nombre con uno distinto todos los días.

—Bueno, yo soy la perra de los medios —el hombre abrió ligeramente los ojos. Noté que el personal también se había pasmado—. Oh, lo siento, ¿no puedo decir esa palabra en televisión nacional?

—Podrían haber menores viéndonos, pero aquí entre tú y yo —y los cientos de personas que sintonizarán tu programa, pensé—: Los buenos modales nunca te llevan muy lejos, ¿verdad?

Reí ante el comentario de doble filo.

—Continúa, por favor. ¿Cómo que la perra de los medios? Quedé en blanco.

—Por la cantidad de rumores que se inventan. Según los tabloides, soy una mujer que vive encamándose con tipos distintos todos los días —expliqué, alisándome el vestido azul marino que se me había subido un poco—. Lo cual es complicado, ya que tengo un trabajo poco flexible que no me permite pasarme de jerga sin sufrir las facturas de la falta de sueño. A veces el cotilleo se vuelve excesivo, y eso que trato de ignorarlo. Honestamente, no entiendo el interés que genera mi vida privada.

—Debe ser agotador —me apoyó Kabuto, descruzando las piernas—. Si le das motivo a la prensa para criticarte, lo harán hasta destruirte. Pero si eres bajo perfil, inventarán cosas sobre ti porque la decencia no vende.

—No podría haberlo dicho mejor.

—Bien, hagamos una pausa —ordenó el director de fotografía levantando una mano—, volvemos dentro de quince.

Sentí un alivio cuando la luz roja que indicaba grabando se apagó. No me había percatado de lo rígida que estaba hasta que Kabuto, con los lentes cuidadosamente colocados sobre su regazo, me vio de soslayo analizándome. El programa semanal de Kabuto Yakushi se diferenciaba de los formatos de otros shows de variedades por un factor fundamental:

Su sentido de humor peculiar. Para nadie era un secreto que se apoyaba en todo un equipo de escritores redactándole los chistes, pero su habilidad para contarlos (junto a esa odiosa expresión) lo había vuelto un ícono para los japoneses. Su humor ácido parecía haber destronado la auténtica comedia y la gente, en vez de reírse de las payasadas y extravagancias que había diferenciado a la televisión japonesa por todos estos años, comenzaba a encontrar más graciosas las desgracias ajenas.

Detalle: era el programa de variedades con mayor rating de la cadena Fuji TV.

—¿Estás bien, Temari? —inquirió, llamando a una asistente de producción (sinónimo: esclava)—. Tráele agua a la señorita Sebaku No.

La muchacha, se notaba que nueva en su trabajo, asintió nerviosamente y prácticamente corrió a hacer lo que le había mandado Kabuto, no sin antes trastabillar y casi caer en el camino.

—No sé por qué me teme —susurró para sí mismo. Me mordí le lengua para no soltar la respuesta a esa pregunta—. Lo mismo pasa con mis invitados, siempre se ponen nerviosos.

—Tu presencia puede resultar acojonante, Kabuto —sonreí, aunque mi frase estaba fuertemente cargada de un mensaje subliminal que podía ser de todo menos amable—, y los nervios traicionan, probablemente tendrán miedo de decir algo tonto o comprometedor. Tú tienes, con certeza, un don para hacer que la gente se confiese contigo.

—Extrañamente no te puedo hacer hablar a ti —comentó, inclinándose más hacia mí—. Haces un buen trabajo manteniendo tu vida privada… —sopesó la palabra hasta que, al parecer no dio con la que quería—: privada.

Pensativo, se calló.

—Tú hablas pero no dices nada a la final.

—Aprendí viéndote a ti.

Su sonrisa pasó a ser una línea recta y sus ojos cautelosos, negros como el carbón, relampaguearon llenos de soberbia por una milésima de segundo. Acto seguido, suavizó las facciones de su cara, como consciente de su reflejo y curvó nuevamente la comisura de los labios hacia arriba.

Kabuto Yakushi no era el tipo que recordaba cuando empezamos a trabajar en el mismo canal de televisión. Ahora tenía el pelo mucho más corto y el rostro afinado, pero no eran los cambios en su apariencia física lo que me aturdía.

—Tus lágrimas valdrían oro, Temari —espetó lo suficientemente bajo como para que la maquilladora, que estaba retocando su cara, no escuchara.

No necesité más que ese momento para darme cuenta que Kabuto tenía el diablo dentro de su alma.


N/A: hola mi gente hermosa, tanto tiempo sin publicar, qué pena. Desde el año pasado estaba con que quería escribir nuevamente y volver a estar activa, pero entre una cosa y otra, archivé esta historia que ya vengo escribiendo desde un buen tiempo.

Como se habrán dado cuenta, es otro Shikatema (como cosa rara en mí), mi placer culpable. Se trata de una historia un tanto distinta, en los tiempos modernos, en forma de long-fic, pero intentaré actualizar constantemente y no hacerlo tan largo, además de terminarlo ja. Quienes me han leído saben que la constancia no es mi fuerte, lol, pero esta vez me lo he propuesto porque de verdad me entusiasma la historia.

Como saben, sus reviews, sugerencias y criticas siempre son bienvenidas 3 así que espero leerlos. Este principio es un tanto lento, pero considero que tiene que ser de esa forma para establecer bien de dónde viene cada uno.

Sin mas que agregar, nos leemos en el próximo capítulo :D