¿Qué tal? Les he traído un nuevo fic ;)

Espero que les guste.

Ya saben que ustedes deciden si sigue este Ereri ;3

Este fanfic participa en el evento de Halloween de la página de Facebook Attack on Homosexuality.

Otra cosa: no me gustaría llamar a este fic una "adaptación" de La Leyenda de Sleepy Hollow, sino más bien una interpretación y versión diferente del relato.

Espero poder leer su opinión.


Capítulo I

La silueta bajo la farola se notaba inquieta, abrumada. Cualquiera que viera al joven parado en el halo de luz se daría cuenta de lo nervioso que estaba, tenía el rostro pálido, los labios secos y las manos le temblaban. Sus murmullos se escuchaban más fuertes de lo que deberían, atropellaba las palabras, pero no se detenía. Rezaba con un rosario moviéndose frenético entre sus dedos. Mantenía los ojos cerrados, como esperando a que algo pasara rápidamente. La vela en la farola se mantenía encendida a pesar de estar a menos de la mitad. Entonces escuchó las campanadas a lo lejos que marcaban las doce de la noche, dio un respingo y rezó con más fuerza. Sus labios temblaron, un jadeo se escapó de sus labios. Las palabras salieron aún más atropelladas que antes. Sudó frío alrededor de diez minutos escuchando a lo lejos los veladores caminar, cambiar las velas en los faros. Uno de ellos se detuvo junto a él, llamándolo.

—Pareciera que esperas el fin del mundo— le dijo.

Abrió los ojos por fin. Miró al viejo velador, de arrugas sobre el rostro y ojos vívidos color azul. Las arrugas se esforzaban por mantenerlo viejo aún con el cabello rubio como el testigo fiel de su buen estado. Eren sonrió entonces, haciéndose a un lado para que Hannes hiciese su trabajo a gusto. Guardó el rosario en el bolsillo, pero antes de siquiera atreverse a dejarlo ahí, lo apretó con la fuerza suficiente para dejarlo marcado en la piel.

—¿Qué es lo que esperas?

—Un carruaje.

—¿Tan tarde?

Sonrió. Sí, era una broma de mal gusto. No suya, sino del juez y de su padre a la vez. El problema era, en sí, que había osado burlarse de la forma en la que el honorable juez se dignaba a mandar sentencia de muerte a uno de sus pequeños alumnos, con tan sólo diez años. Algo para nada justo y mucho menos cuando el pobre engendro fue acusado por su propia madre de alzar la voz cuando no quiso comer sus pastelillos de frambuesa, a las cuales, cabe mencionar, era totalmente alérgico. Y si no hubiera muerto por la sentencia lo habría hecho por asfixia. En fin, a su padre tampoco le convenía que su propio hijo renegara ante el hombre que le daba de comer. Pues el juez era un hipocondriaco de los peores. De esos que pagan consulta tan sólo por mirar sin anteojos y sentirse ciegos de inmediato. Muchas veces llegaba a imaginarse cosas que, ni el mismo Eren, quien tenía imaginación de sobra, podría inventar. El punto, pues, es que tanto su padre como el dichoso juez sabían lo que a Eren no le faltaba: superstición. Y lo aprovecharían tanto como pudieran para darle su merecido castigo.

Que si ya caía un rayo, había tormentas repentinas o simplemente se topaba en el cielo con una estrella fugaz, que siempre terminaba siendo alguna luciérnaga; entonces y sólo entonces, Eren estaba seguro de que alguna desgracia sucedería. Aún mucho peor, sería totalmente inevitable. Como si el destino hubiera decidido montarse en su corcel para luego pasar galopando encima de la humanidad, deteniéndose en el joven Jaeger con especial odio por su persona. Algo parecido a ello era el cliché de siempre. Así que al par de cómplices no pudo ocurrírseles algo mejor que enviarlo por un tiempo a dar clases a los niños de Tarry Town en Sleepy Hollow, lugar rico en leyendas y relatos espeluznantes de todo tipo. Y la broma no acababa ahí, pues el carruaje que usaría tendría que esperarlo a media noche bajo un farol con el equipaje a sus pies. Justo la hora en la que todo tipo de cuentos de terror tenía su clímax. Se notaba, a kilómetros, que su padre había estudiado lo suficiente como para hacer que mojara los pantalones del miedo ésa noche.

Hannes se echó a reír, complacido por la versión que le daba Eren de la historia. Ciertamente era conocido que, aun siendo un reconocido pedagogo, el joven Jaeger era un supersticioso de primera y que con tan sólo inventar haber visto un espíritu deambular por la calle la noche anterior lo tendrías tembloroso debajo de la cama, rezando como loco con su rosario en las manos. Sin embargo le parecía cruel escuchar la historia, porque se estaba dando cuenta de lo viejo que se volvía y de lo grande que era Eren, el chiquillo al que prácticamente conoce desde antes de naciera. Ya era un hombre, un profesor reconocido en Nueva York y por supuesto el chico más problemático que conocía. No sólo se la pasaba en líos por sus supersticiones, que llevaba al límite, sino que también se metía en montones de peleas con personas que o no compartían sus ideales o los compartían pero con algún tipo de "margen de error", como él lo llamaba.

A lo lejos escuchó el ajetreo de una carroza, tal como la historia del muchacho moreno predecía. El hombre que la conducía se notaba cansado, tuvieron que darle un buen pago para que se dignara a trabajar a altas horas de la noche sólo para llevar a alguien de una ciudad a otra. Bajo las estrellas y el farol una despedida se llevó a cabo. Una despedida entre el viejo velador y el joven pedagogo. Quién sabe si se volverían a ver, Hannes rezaba porque sí pero el tiempo y la distancia parecían decir lo contrario. Tal vez la próxima vez que Eren volviera tendría un par de niños colgando de sus brazos y una bonita mujer como esposa. O tal vez ni siquiera lo sabría porque un día antes de su regreso, la muerte podría haberlo elegido como su víctima, la vida daba muchas vueltas.

Bajo la luz de la luna, entre el camino pedregoso, Eren dejó su imaginación volar ante todo lo que podría esperarle en Tarry Town. Podría encontrar a alguna bella jovencita digna de su cariño, o tal vez se encontraría primero con el jinete degollado del que tanto hablaban que con cualquier otra persona. Prefería la primera, aunque su mente se alteraba más con la segunda. Decidió cerrar los ojos e intentar dormir, quizás con los movimientos del carruaje terminaría siendo arrullado y llevado a los brazos de Morfeo. Funcionó, al menos hasta el amanecer. Cuando despertó pudo ver perfectamente la salida del sol por el horizonte. Resultaba hermoso, o lo hizo hasta que notó la ausencia de su rosario y comenzó a alterarse. Pudo haberse salido de su bolsillo cuando sacó la mano para despedirse del viejo velador que desde niño lo cuidó aunque sea de caerse. Luego miró aún adormilado el piso del carruaje y lo encontró. Suspiró aliviado, no sabía cómo viviría sin su rosario. Se lo había dado su madre unos meses antes de su muerte y sería imperdonable el perderlo. Aún más si terminaba tirado por ahí como si nada.

El par de caballos jalando la carroza trotaban bufando de vez en cuando, hacía más frío por la mañana que por la noche y seguro que con la alta temperatura que tenían sus cuerpos estarían dejando vaho salir de su hocico, como si por dentro tuvieran una hoguera en llamas. Probablemente faltaba poco para llegar a Tarry Town, así que se limitó a acomodarse con un libro en las manos. Fingió leerlo, porque estaba demasiado nervioso como para poner atención a cualquier cosa. Siempre llevaba el libro en el bolsillo, y lo había leído tantas veces que sabía de memoria cada una de las líneas escritas en él. Los bordes de las hojas estaban incluso desgastados, maltratados y si no se les aplicaba alguna clase de presión se separaban fácilmente.

Pronto pudo ver por la ventanilla las primeras casas del pueblo, había poca gente en las calles a pesar de ya ser casi las nueve. No le prestó mucha importancia e intentó adivinar en dónde se detendrían. Tras unos pocos minutos se detuvieron en un edificio color ocre al puro estilo arquitectónico de Amsterdam. Con ventanas paralelas a las del edificio contiguo. Bajó en cuanto los caballos se detuvieron del todo, bufando por el frío aire que respiraban con sus grandes agujeros en la nariz. El conductor bajó todas las maletas con prisa, entonces subió de nuevo a su lugar y arreó a los caballos, yéndose tan pronto como le dijo adiós. Así, ante las fauces de lo que parecía ser su nuevo destino, tomó parte del equipaje con dificultad. Subió los escalones y se detuvo. Debió abrir la puerta antes, soltó todo con cuidado y sacó las llaves de los bolsillos. Sin embargo, antes de poder siquiera embonarla con la cerradura, alguien abrió súbitamente.

—¡Bienvenido!— dijo alguien detrás de una horrible máscara hecha en casa, de esas que últimamente eran populares para Halloween gracias a los irlandeses y sus calabazas talladas.

Eren dio un salto hacia atrás y estampó su rosario contra la deforme máscara con brusquedad. Cuando el misterioso ser cayó de espaldas alguien más intervino para detener cualquier clase de pelea.

—Lo siento, Connie a veces es muy idiota— se disculpó.

—¡Armin!— se quejó el chico de la máscara.

Más tarde, una vez explicada la situación, Eren se encontró en su nueva habitación. El equipaje lo dejó en una esquina, sin ánimos de sacar ni acomodar nada. Aún no podía hacerse a la idea de vivir en un pueblo supuestamente encantado, lejos de su familia y amigos. Definitivamente se sentía deprimido, enojado con su padre y también un poco de terror por lo que podría encontrarse en la nueva ciudad a la que ahora pertenecía. Sobre todo temía a ese hombre sin cabeza con el que su padre lo asustó horas antes de irse de casa. ¿Qué haría cuando lo encontrara cabalgando por las calles? ¿Mostrarle la cruz de su rosario? No parecía ser una opción demasiado inteligente. Aun así era lo mejor que podría ocurrírsele.

Bajó en busca de algo de comida y en lugar de ello se encontró con un Armin bastante engalanado con ropas finas bien planchadas y sacudidas. Prefirió no preguntar al principio, entrando a la cocina, pero su voz lo detuvo. Arlert le sonrió invitándolo a acompañarlos al festejo que darían en casa de los Ackerman ésa misma noche. Se negó rotundamente. No era un chico demasiado dado a socializar, mucho menos en festejos muy animados.

—¡Oh, vamos! Podría servir para que te animes un poco, Jaeger— exclamó Connie detrás de él—. Desde que llegaste en la mañana estás decaído, se te nota a leguas.

Eren se sintió un poco incómodo. Connie no había tardado casi nada en darle total confianza a pesar de que él se comportaba más tajante que nunca. Tras las súplicas inacabables de ambos muchachos decidió que podría darse una sola escapada antes de comenzar a dar clases esa semana. Quizás podría encontrarse con el magistrado del pueblo para poder hablar sobre sus funciones como profesor en Tarry Town. Entonces, vestido con sus mejores galas, que incluían su rosario en el bolsillo, salió junto a Armin y Connie camino a la hacienda de los Ackerman. Una vez dentro, entre tanta gente, los tres se separaron y Eren buscó de inmediato a quien podría ser el magistrado del pueblo, pero se le atravesó algo que parecía caído del cielo: el banquete.

Un banquete que, con el hambre que tenía, podría peligrar el desaparecer en cuestión de segundos. Eren era un chico delgado y alto, pero su cuerpo tenía la capacidad especial de convertirse en un pozo sin fondo si de comida se trataba, porque, después de todo, siempre fue un chico de buen comer. Había todo tipo de manjares: pasteles de calabaza, hojaldres, parrilladas de pescado y pollo rostizado a montón; tartas de manzana y melocotón; carne ahumada y jamón, y confituras de membrillo, ciruela, pera; bizcochos y pastelillos de miel; cuencos de leche y crema dulce. Por supuesto que no se hizo del rogar y comió un poco, o mucho, de cada uno de los platillos sin dejar migaja alguna.

—Veo que disfrutas del banquete— le saludó una mujer de lentes, botas y ropa casual, una mujer con pantalones. Casi se atraganta al darse cuenta de ello.

—Lo siento, no he comido desde ayer en la tarde y el estómago no me dejaba en paz— se disculpó sin dejar de mirar el plato de porcelana donde se había servido tantos manjares.

—No te preocupes, la comida está para acabarse— comenzó a reírse la mujer, dándole algunas palmaditas en la espalda—. Mi nombre es Hanji Zoe, soy el único médico y cirujano del pueblo.

—Eren Jaeger, profesor— contestó a cambio, totalmente sorprendido ante el descubrimiento de una mujer médico y además cirujano.

—¿Eres el profesor que dará clases a los niños? Es un gusto poder saludarte, pareces muy joven, pero la edad no importa mientras puedas hacer tu trabajo— sonrió, complacida.

—Puedo hacerlo perfectamente.

—Confió en ello— concluyó con sinceridad—. Si me permites.

Y así, se fue a hablar con un grupo de personas que la reconocieron de inmediato. Jaeger pensó que pudo haberle preguntado acerca del magistrado antes de que se fuera y se lamentó ser tan sensible ante las cosas que podían sorprenderlo, como el hecho de que una mujer vistiera pantalón y botas tan como un hombre cualquiera. Entonces dejó el plato sobre la mesa, tan limpio que podría confundirse con un plato que aún no se es usado por excepción de las pequeñas manchitas de grasa que dejó el pollo.

Volvió a buscar con la mirada al magistrado, seguro que nada más podría distraerlo. Estaba satisfecho y no parecía haber nadie más que estuviese interesado en él. Un hombre rubio, alto y con gruesas cejas oscuras se cruzó en su camino, ahí estaba. Lo había visto antes hablando con su padre, así que estaba seguro de que era el magistrado. Dio un par de pasos pero la animada melodía de un violín al otro lado del salón hizo que todos comenzaran a hacer parejas que bailaban alegremente. Suspiró molesto, de nuevo se había desviado de su objetivo cuando una muchacha de cabello largo negro al igual que sus ojos lo jaló para bailar. Le dio el gusto de bailar por sólo un rato y luego la hizo dar vueltas hasta caer en los brazos de un joven que le dio la impresión de tener cara de caballo.

Fue a buscar una silla donde sentarse en alguna esquina, ahí lo vio, sentado: ojos pequeños de color gris, cabello azabache y piel de porcelana. El cuerpo delgadito y pequeño. Unos delgados y rosados labios bajo la nariz respingada. Las cejas fruncidas en señal de disgusto. Casi no podía creer que un hombre así le pareciera tan atractivo. Se acercó y se sentó a su lado con una pregunta perfecta en su mente para excusarse por ser tan inoportuno:

—Disculpe, ¿sabe usted dónde se encuentra el magistrado? Verá, soy…

—Ibas bien antes de ponerte a bailar con mi prima.

Eren se exaltó. Era cierto que la muchacha le había parecido bonita pero a su ver no podría haberla comparado con tan atractivo hombre. Aunque ahora que lo pensaba tenían ciertas similitudes. Dadas las circunstancias decidió ponerse un poco más atrevido.

—¿Qué intención tiene venir a preguntarme algo que ya sabes?

—Hablar con usted, por supuesto.

—¿Con un Ackerman? Que extraño— dijo con sarcasmo

—Eren Jaeger— le extendió la mano por unos segundos sin recibir el apretón de manos que esperaba, así que habló de nuevo, sin mover su mano—. Vine para dar clases a los niños de Tarry Town, mi padre es un médico reconocido en Nueva York y mi trabajo me mantiene con dinero en los bolsillos. No tengo por qué esperar nada más que una agradable bienvenida de su parte.

Ackerman escuchó atentamente con un deje de desconfianza en su mirada. Tras medio minuto pareció pensarlo bien y le tomó la mano sigilosamente aún sin decir nada. Luego lo miró fijamente a los ojos, murmurando su nombre con una claridad y fuerza espeluznante.

—Levi Ackerman.

—Es un gusto, Levi.

Sin poder evitarlo, llevó la delgada mano hacia sus labios e ignorando lo raro que pudiera parecer para cualquiera, besó sus nudillos.


¿Cómo estuvo? ¿Les gustó? ¿Sí? ¿No?

Ojalá que sí les haya gustado :3

¡Espero sus reviews!

Y recuerden, ustedes deciden si sigue ;)

Mis mejores deseos,

Chicken Brown.