ACLARACIÓN AUTORA:

La historia es completamente mía y los personajes son de Sthepenie Meyer.

Ésta es la primera historia de una trilogía: Papás millonarios.

CAPITULO 1

Seductor.

Galán.

Adinerado.

Seguro de sí mismo.

Belleza innata.

Repitió aquellas palabras como si fueran un mantra. Volvió a darse la última revisada en el espejo y se guiñó un ojo, sonriendo de lado y acomodándose le saco de su traje. Su diseñador personal había hecho sus trajes a medida, perfecta medida, para ser exactos. Ni una costura de más ni de menos. Simplemente perfecto.

El cabello estaba acomodado en un desorden. Era lo único que llegaba a frustrarlo tiempo atrás, hasta que había optado por aceptarlo tal cual era. De ese color extraño, entremezclando un cobrizo con un toque de oro. Como si el cabello castaño de su madre y el cabello rubio de su padre hubieran hecho un dos por uno. Ridículo, pero extravagante.

Sus ojos, esos que juntaban años de experiencia, él había logrado dominar y ahora ya no eran puertas del alma. Eran un fiel reflejo de lo que quería mostrar en ese momento. Seguridad.

Seguridad.

Necesitaba más que nunca ganar aquél proyecto. Sería la cima de su trabajo internacional. No había nada más importante que ese trabajo. Si sus argumentos eran lo suficientemente convincentes como para convencer a la junta administrativa, podría ganar ese puesto y eso era lo único que quería. Era lo único que estaba en su mente ahora. Además, no había ni un solo contra en él. Era perfecto para el trabajo.

Encajaba en los requisitos. Un hombre ambicioso, capaz para los negocios, sin familia y sin ataduras a ningún lugar o a alguien en especial. Todo era adecuado para él.

Obtendré ese trabajo.

-Buenos días, Señor Cullen.

Él solo asintió hacia el conserje y siguió su camino hacia su oficina en el tercer piso. Ser el heredero de una empresa tecnológica había sido su mayor logro con solo veintiún años. Tiempo después, cuando ya había terminado sus estudios y era oficialmente el dueño y jefe, lo había convertido en un imperio. La reliquia Masen. Su abuelo, quién lo había comenzado, estaría más que orgulloso del primogénito de su hija.

-Edward Cullen ¿Tienes un minuto para mí?

Las sedosas palabras de la encargada del piso de producción lo envolvieron salvajemente, ella se apareció delante de él sin que pudiera divisarla antes. Las mujeres en la empresa parecían gatas en celo cuando hacía su aparición.

-Si se trata de la última embarcación que debía salir en menos de media hora y todavía no ha llegado ni al puerto, puedo otorgarte algo de mi tiempo.

La mujer rubia palideció, sin hacer contraste con su cabello, sus ojos azules se salían de sus órbitas.

-¿Cómo lo supiste?

-Es mi empresa, se todo.

Lo cierto es que si no fuera por su asistente, era más que obvio que eso habría pasado desapercibido para él. Tener una mano derecha desestimaba la palabra "desinformado" Aún no tenía idea de cómo hacía ella para saberlo todo en el momento adecuado. Era algo impresionante que no estuviera dentro de sus conocimientos.

-Si ese camión no se encuentra antes de las nueve en el lugar que corresponde, estás fuera, Lauren.

La pasó, sin antes dedicarle una mirada ferozmente enojada. Antes de que pudiera llegar a su escritorio, divisó el de su secretaria. Ella revisaba unos papeles y garabateaba con prolijidad en la hoja, sin mirar por dónde pasaba la tinta. Enarcó una ceja. Ella nunca notaba su presencia y eso era algo que le agradaba. A lo mejor estaba casada y tenía a alguien más interesante en su vida, más tarde debería preguntarle.

Tampoco es como si le interesara.

-Estoy aquí de pie hace diez minutos.

Ella siguió con su actividad sin levantar la vista.

-¿Deseas que te abra la puerta, que desplege una alfombra roja a tus pies o haga una fiesta de fuegos artificiales por tu llegada?

Edward soltó una carcajada y entonces, ella levantó su clara mirada con un toque de diversión.

-Por que creo que todas son igual de tontas.

-¿Cómo lo haces?

Rió mientras se dirigía a la puerta de su despacho privado. Isabella Swan trabajaba como su secretaria personal desde hacía año y medio. Lo siguió por detrás y le dejó un alto de archivos encarpetados prolijamente. Como cada trabajo suyo.

-¿Más trabajo?

Desparramó los trabajos y se los enseñó uno por uno según importancia.

-Estas cosas nunca terminan. Además estamos en plena etapa de producción, la empresa de medios de transporte no dan abasto, las finanzas están atravesando una crisis.

-¿Crisis?

-El jefe de planta está planteando la renuncia en este preciso momento.

-¿John Claver?

Ella perdió el hilo de lo que pensaba y levantó la vista hacia él.

-¿Quién ese?

-El jefe de piso.

-Si, de hace un año.

-¿Qué, cuando cambió?

-Creo que al mismo tiempo que yo lo hice. Como sea, tienes trabajo que hacer.

Antes de que pudiera tomar una carpeta lo detuvo apartándole las cosas y él la miró con el ceño fruncido.

-Tú tienes que hacerlo, no me obligues a ir detrás de ti para completarlo ¿Es posible?

Edward desplegó su mejor sonrisa seductora y ella enarcó una ceja mientras se enderezaba, colocó una mano en su cintura, señal de que comenzaba a fastidiarse. Había olvidado que eso no funcionaba con ella. Soltó el aire violentamente y asintió como si fuera un niño.

-Si, mamá. Lo haré.

-Adoro oír esas palabras pero más adoro cuando la cumples.

Soltó antes de irse. El aroma cítrico de su perfume quedó en el aire y se levantó a encender el ventilador de techo. Aquella mujer lo mantenía a raya como si fuera realmente su madre.

Lo que faltaba.

Acomodó las carpetas que Isabella acaba de dejarle y las hizo a un lado. Su enfado le haría terminarlas más tarde. Se relajó en su sillón amoldado y pidió un café fuerte. No podía pensar en nada más que en esa reunión, para la cual aún faltaban más de tres horas. Daba lo mismo, quería enfocarse solo en ello, sin apartar su mente positiva del asunto.

-Tu café.

Su asistente le dejó el café y así como llegó se fue.

Sin intensiones, a veces se preguntaba que había debajo de aquella ropa reatada y sofisticada. Ella escapaba de la vulgaridad de sus demás trabajadoras en la empresa. Isabella vestía pantalones largos negros que apenas se adherían a las curvas de sus piernas, eran holgados y sus piernas aparecían cuando ella caminaba, pero cuando se detenía todo aquel atisbo de largas piernas femeninas, desaparecía. Por que estaba seguro que debería haberlas. Además de los discretos tacones negros que llevaba siempre, era alta y delgada. La blusa color crema escondía sus bordes el resto de su cuerpo. Era de manga larga y los botones estaban prendidos a donde deberían estarlo, no uno por debajo de sus senos como era costumbre verlo por allí. Discretamente estaban por dentro de sus pantalones y le daba ese aire de dama de realeza. Llevaba el cabello recogido en un moño que al pasar las horas comenzaba a liberar los mechones lacios. No podía divisar su delicado cuello.

Apartó la vista de ella. ¿Se estaba fijando en su secretaria?

Claro que si. Era una mujer, casi la única que no había estado bajo sus encantos y le causaba intriga saber cómo sería verla desenvolverse en una cama. Si sería tan recatada como aparentaba o tendría algún fuego interior.

-¿Estás escuchándome o debería regresar cuando terminen ese sueño despierto?

Volvió a la realidad de golpe. Elevó la mirada hacia Isabella, su rostro era bello, peculiar y sus ojos eran de un extraño color marrón que se entremezclaba con hebras de color dorado y ámbar.

-De acuerdo… creo que volveré luego.

Ya se había ido una vez y no tenía la menor idea de cuándo había regresado, menos sabía de qué había estado hablando,

La estás jodiendo, amigo.

Menta en juego.

-Reunión, cinco minutos.

Se adelantó a su anunciado y ella frunció el ceño.

-Creo que puedo morir tranquila. Edward Cullen recordando una reunión por sí mismo.

Ella caminaba por detrás de él mientras revisaba los demás horarios. A pesar de haberla oído y querer reír, fingió no haberlo hecho.

-¿Dijiste algo relevante?

-No, claro que no.

Ella negó con al cabeza y decoró sus palabras con una graciosa mueca. Sonrió sin poder ocultarlo y apartó la vista.

La oportunidad de su vida se encontraba frente a él.

Todo lo que siempre había querido.

-¡Cullen!

Se abrazó amistosamente al representante de corporativo de Internacionales y miró a su alrededor. Estaban solos, Isabella ya había dejado los cafés preparados y se había marchado.

-¿Qué pasó con el resto de la junta?

-Hemos decidido darte una reunión privada, la mayoría ya te conoce.

Detuvo su respiración. Eso era lo que había deseado.

-De acuerdo, seremos solo nosotros.

Intentó mantener su ansiedad a raya y controlar su desesperación. Internacionales estaba presionándolo. Algo que había esperado que ellos hicieran. Sus motivos para el puesto habían sido convincentes y sus características eran las requeridas. Era perfecto para el trabajo.

Viajar de país en país como agente legar y representante de ambas empresas. Era una unión que no se perdería por nada del mundo. Al ser un hombre solitario, requerían de su presencia y experiencia en ello. No tenían a otro candidato más audaz que él.

El hombre que tenía frente a él se puso de pie dando por finalizada la entrevista.

-Bien, Edward, tendrás la respuesta en dos meses a más tardar. Es una decisión que requiere tiempo y estrategias.

Estiró su mano para estrecharla.

-Estaré esperando, entonces.

Ambas manos se unieron.

-¿No irás a perdértelo, cierto?

-Por nada del mundo. Puede estar seguro.