La espera era larga y un tanto morbosa.
Las muñecas le dolían, ardiéndole un poco por culpa de la ajustada cuerda que las rodeaba, manteniéndolo en forma vertical. Estaba de rodillas, con la vista fija en el piso sucio y asqueroso del sótano en desuso.
Consideró ponerse de pie, para amainar la tensión en sus muñecas y en los tendones de sus brazos, los cuales sostenían casi todo su peso; mas sus piernas no le respondieron. Odiaba estar tan débil. ¡Todo es culpa del ruso! Mantenerlo ahí abajo, aislado durante… ¿Dos días? ¿Tres? ¿O es que había pasado más tiempo?
¿De quién fue la gran idea de salir a auto-regalarse una nación? Suya. Él solo quería una nueva región conquistada para hacerse un regalo a él mismo de navidad, simbólico. Realmente nunca pensó que se encontraría con... Rusia.
Y cuando por fin escuchó el ruido del calzado golpear los escalones de la escalera, éstas crujiendo bajo el peso, descubrió que realmente prefería consumirse de a poco, solo, en vez de estar a la merced de ese tipo.
Ivan lo observó de lejos, con esos ojos violáceos que escondían tantas cosas, tantos misterios, torturas, sufrimientos, soledades y compañías e incluso amores (aunque uno no lo creyera).
-¿Ya te rendiste? –preguntó con un tono cargado de falsa inocencia.
Prusia rió sin gracia y escupió al suelo, con un sabor amargo y seco en la boca.
-Espera sentado porque de pie te cansarás –se burló con rabia.
La expresión del ruso cambió un poco, como si estuviera confundido. Caminó hacia él con una exacerbada lentitud, inspeccionando su estado.
-Ten en cuenta que te tendré aquí hasta que seas uno con Rusia, ¿Da? –Le avisó –Asique... ríndete.
-No.
En el rostro del ruso brilló la diversión y una furia oculta que el albino realmente dudó si la sentía o era pura ilusión suya.
Iván le agarró la mandíbula con una de sus manos enguantadas, levantándole la cara, examinando, debatiendo cuál sería la tortura más eficiente.
-No gastes tu tiempo, jamás voy a rendirme. Soportaré cualquier dolor –afirmó con decisión.
-Ya veo –asintió –pero no todas las torturas incluyen ese tipo de dolor, ¿Entiendes de qué hablo?
El prusiano quedó en blanco, sin tener idea a qué se refería.
-Ya verás... –murmuró despojándolo de la ropa, ayudándose de una navaja para desgarrar la tela sin tener que desatarlo, dejando a un Gilbert totalmente sorprendido, quien no tenía la menor idea de cómo reaccionar.
-¿Q...qué...?
El otro no respondió, dejando a Prusia desnudo y expuesto al frio en plena navidad invernal de Rusia.
Iván deslizó un dedo por el pecho atravesado de algunas cicatrices, repasando algunas con el movimiento paulatino y desigual.
Gilbert sintió malestar por cada centímetro que el guante de cuero rugoso lo recorría, bajando hasta su capital. Y el movimiento no se detuvo hasta llegar a la punta de su miembro.
-Esta noche nos divertiremos, ¿Da?
El albino tragó saliva, proponiéndose, como mínimo, no gritar el nombre del ruso cuando se viniera.
