Esta es una adaptación, la autora es Miranda Lee.
Como siempre los personajes pertenecen a Clamp.
Sakura no tuvo ni la más leve premonición de lo que se avecinaba cuando salió del edificio de oficinas en el que trabajaba para acudir a su cita con Yukito. Su vida le parecía maravillosa. Por fin.
Habían pasado cinco años desde que había llegado a Sydney desde el campo, siendo una jovencita ingenua y rellenita de veinte años, cargada de esperanzas y de sueños. ¡Y cuántas cosas había aprendido en aquellos años! Todavía se entristecía al recordar algunas de las que le habían ocurrido. Su peor recuerdo era Yue. Era increíble lo canalla que había llegado a ser.
Pero había sobrevivido. Y había superado esa etapa con la absoluta determinación de llegar a tener éxito en la vida, de llegar a convertirse en la mujer que siempre había querido ser.
De acuerdo, para ello había necesitado cuatro años de privaciones, de días agotadores de trabajo y noches interminables de estudio; de dietas y ejercicios extenuantes en el gimnasio.
Pero había merecido la pena, se decía a sí misma mientas bajaba por George Street hacia el puerto. Tenía un aspecto físico increíble, un trabajo interesante, una casa fabulosa y, lo mejor de todo, había encontrado un novio fantástico.
Yukito era todo lo que siempre había soñado. No sólo era alto, rubio y atractivo, sino que también tenía éxito en el trabajo y cantidades ingentes de dinero. Pero lo que más le gustaba de él era que estaba loco por ella.
A veces incluso le costaba creerlo.
Se habían conocido cuatro meses atrás, cuando Yukito le había vendido a la jefa de Sakura un apartamento en el lujoso centro de la ciudad. En eso consistía el trabajo de Yukito, en vender apartamentos en los altos edificios que florecían por la zona de negocios de Sydney. Yukito había ganado una fortuna con las comisiones y él mismo había podido permitirse el lujo de comprarse uno de esos apartamentos.
Le había pedido salir a Sakura el mismo día que se habían conocido. Tiempo después, le había confesado que se había tratado de amor a primera vista. Al principio Sakura se mostraba un poco recelosa, y definitivamente avergonzada, pero Yukito no había tardado mucho en llegar a convertirse en el centro de su vida. Gracias a él, Sakura se había despedido de los largos y solitarios fines de semana y de los momentos de depresión durante los que se preguntaba qué diablos estaba haciendo con su vida. Y había desaparecido el miedo a no experimentar nunca el amor y el romanticismo con el que tantas jóvenes soñaban.
Sakura miró el reloj cuando el semáforo se puso en rojo. Eran las doce y veintitrés minutos. Frunció el ceño.
Normalmente no tardaba más de diez minutos en ir caminando desde el despacho de abogados hacia el restaurante del puerto en el que quedaba regularmente con Yukito para almorzar. El Rockey era el restaurante favorito de Yukito, un establecimiento de moda situado en el piso superior de un amplio almacén del muelle. Yukito había quedado con ella a las doce y media y le había pedido que no llegara tarde porque sólo disponía de una hora.
Yukito odiaba tener que esperar, incluso unos minutos. Sakura suponía que su impaciencia se debía a su carácter perfeccionista. Y planificador. Ella también era un poco así.
Tuvo la sensación de que pasaban décadas hasta que el semáforo volvió a cambiar. Sakura corrió por la calle, con el corazón latiéndole violentamente por el miedo a llegar tarde, pero consiguió llegar al restaurante con tres minutos de adelanto.
Afortunadamente, Yukito todavía no había llegado, lo que le permitió meterse en el lavabo para arreglarse. Su reflejo en el espejo le mostró una frente bañada en sudor y el pelo revuelto por el viento.
Ese era el problema de ir andando. Aun así, le bastaron un par de toques en el pelo para conseguir que su cabello volviera a convertirse en la favorecedora media melena color castaño que enmarcaba su rostro. El corte era de una de las mejores peluquerías de Sydney y aunque le había costado una fortuna, daba por bien empleado aquel dinero.
En realidad, tenía que levantarse casi una hora antes cada mañana para peinarse. Secarse y alisar su melena rizada no era una tarea fácil. Y tampoco disimular con el maquillaje hasta su menor defecto, consiguiendo que pareciera natural y sin tener que retocarlo continuamente a lo largo del día.
Aunque cuando se terminaba corriendo calle abajo por George Street, no quedara más remedio que hacerlo.
Se aplicó una ligera capa de polvos traslúcidos para disimular el sudor, se retocó la pintura de labios y ya estaba lista.
Una mirada al reloj le indicó que oficialmente llegaba un minuto tarde. Cuando salió y descubrió a Yukito sentado a la mesa y tamborileando con los dedos con impaciencia sobre el blanco mantel, gimió desesperada.
¡Maldita, maldita fuera!
Esbozando una sonrisa radiante, Sakura corrió hacia él. Yukito giró el rostro hacia ella con expresión de disgusto. Sakura no pudo evitar cierta exasperación. Al verlo, cualquiera pensaría que llevaba esperándola media hora, en vez de un par de minutos.
Abrió la boca, dispuesta a disculparse, pero de pronto, el ceño fruncido de Yukito se metamorfoseó en una sonrisa de admiración mientras sus ojos vagaban por aquel cuerpo esculpido por el gimnasio, encerrado aquel día en un elegante vestido de seda negro y blanco.
La tensión interna de Sakura se esfumó en un instante. Adoraba que Yukito la mirara así: como si fuera la mujer más hermosa del mundo.
Aunque Sakura sabía que no lo era. Lo único que había hecho había sido trabajar su cuerpo y aprender a sacar lo mejor de sí misma.
Yukito, comprendió con repentina perspicacia, era un caso similar. Aunque atractivo, tenía algunos defectos que había aprendido a disimular y que pasaban inadvertidos en cuanto desplegaba todo su encanto, como estaba haciendo en aquel momento. Su sonrisa resplandeciente y la intensidad de su mirada hacían que al mirarlo Sakura se olvidara por completo de que su nariz era demasiado pequeña y sus labios excesivamente finos. Los carísimos trajes que siempre llevaba conseguían que sus hombros parecieran mucho más anchos de lo que realmente eran. Y aunque hacía pesas en el gimnasio, Yukito no estaba en una gran forma física.
Pero a Sakura no le importaba. De hecho, ella jamás juzgaría a nadie únicamente por su aspecto físico.
-Desde luego, ha merecido la pena esperar -la saludó Yukito, al tiempo que se levantaba para ofrecerle una silla.
-En realidad había llegado a la hora -contestó ella mientras se sentaba-. Pero el viento me había destrozado el peinado.
-A mí me parece prefecto -repuso Yukito mientras volvía a sentarse, mirándola todavía con admiración-. Tú siempre me pareces perfecta.
Sakura soltó una carcajada.
-Deberías verme a primera hora de la mañana.
-Pero si ya te he visto. Y puedo asegurar que estás incluso más guapa.
Sakura sonrió un poco avergonzada. Yukito podía decir eso porque ella siempre corría al baño antes de que él se despertara y se arreglaba antes de volver a la cama.
Su miedo a que Yukito pudiera verla sin arreglar era muy fuerte, y probablemente también irracional, dado lo mucho que éste la amaba. Pero no podía evitarlo.
-Por eso dicen que el amor es ciego.
-No lo creo. Por lo menos no en mi caso. Cuando te miro, sé exactamente lo que veo: a la mujer perfecta. Eres hermosa, inteligente, sexy. Pero lo mejor de todo es que sabes lo que quieres y estás dispuesta a trabajar duramente para conseguirlo. No tienes idea de lo atractivo que eso me resulta -alargó la mano para acariciar los perfectamente pedicurados dedos de Sakura-. Estoy completamente loco por ti.
-Y yo estoy loca por ti -contestó ella, suavemente.
-¿Entonces por qué no te vienes a vivir conmigo?
Sakura disimuló un suspiro. Aquella era la segunda vez que Yukito se lo proponía.
La oferta era halagadora, suponía, pero no era lo que Sakura quería en aquel momento de su vida. Sakura acababa de descubrir lo que era un noviazgo romántico y no quería renunciar a él todavía. Sabía lo que sucedía cuando la gente comenzaba a vivir en pareja. O se acostumbraba demasiado pronto a la presencia del otro o comenzaba a discutir por problemas domésticos.
Al final, la chica terminaba teniendo que ocuparse de la casa y resentida con su novio. Sakura ya había tenido que hacer de ama de casa de su padre durante bastantes años y no estaba dispuesta a repetir la experiencia.
Pero no podía decirle eso a Yukito. Sería muy egoísta por su parte.
-Yukito, mira, lo siento. Te quiero con locura, pero de momento preferiría dejar las cosas tal como están. Hace muy poco tiempo que nos conocemos. E irse a vivir con el otro es un paso muy importante.
Yukito apretó los labios y Sakura experimentó un momento de pánico. ¿Qué pasaba? ¿Estaría dispuesto a abandonarla porque no quería vivir con él?
Yukito inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió con recelo.
-¿Estás jugando otra vez a hacerte la difícil?
-¿A qué te refieres? -preguntó Sakura, extrañada.
-Bueno, tardé dos meses en conseguir que te acostaras conmigo. Estaba empezando a pensar que eras frígida.
Sakura sospechaba que su negativa a acostarse con Yukito había avivado su interés, pero no se trataba de ningún juego de seducción. La verdad era que su relación con Yue la había dejado llena de inseguridades y con una muy pobre opinión sobre su aspecto. A pesar de que Sakura había conseguido tener una figura que la mayoría de las mujeres envidiarían, había necesitado la incesante persecución de Yukito y sus halagos constantes para sentir la confianza en sí misma que le permitiera exponerse a él.
Al final Yukito había conseguido seducirla, por gentileza de dos botellas de vino, una cena, y dos horas de preliminares y declaraciones de amor incondicional.
Lo de la frigidez ni siquiera se lo había planteado.
Por supuesto, Sakura admitía que no era una fiera en la cama. ¿Cómo podía serlo cuando su única experiencia anterior a Yukito había sido con un hombre al que sólo le interesaba desahogarse? Afortunadamente, las técnicas de Yukito la habían ayudado a abrir los ojos. Cuando había llegado al orgasmo la primera noche, tenía la sensación de haber alcanzado la luna.
Desgraciadamente, con el tiempo los orgasmos habían vuelto a ser tan escasos en su cama como los bombones en su dieta.
La culpa no era de Yukito, por supuesto. Él era un magnífico amante. Atento, tierno y romántico, siempre hacía y decía lo que debía. La culpa era enteramente suya. Cuando se desnudaba, siempre estaba excesivamente pendiente del aspecto que tenía. El ejercicio y la dieta la habían ayudado a desprenderse de la grasa y la piel flácida, pero no de los complejos que albergaba en su cabeza.
Y tener pensamientos negativos sobre sí misma podía llegar a convertirse en una obsesión.
Cuando Yukito había empezado a molestarse por su falta de orgasmos, Sakura había hecho lo que cualquier mujer sensata y enamorada habría hecho en su lugar: había comenzado a fingirlos. Al fin y al cabo, ¿por qué debería Yukito tener que sentirse culpable cuando la culpable era ella?
Y quizá algún día, cuando se sintiera realmente relajada, cuando todas sus dudas y temores se hubieran disipado, podría volver a funcionar con la precisión de un mecanismo de relojería. Hasta entonces, Sakura no se iba a dejar presionar por esa pequeña imperfección en su relación.
-¿Ya has pedido? -le preguntó, cambiando bruscamente de tema.
-Es lo primero que he hecho al llegar. Apareció entonces el camarero con una copa de Chardonnay helado para Sakura y una botella de agua mineral para Yukito. Él nunca bebía cuando tenía que volver al trabajo.
-He pedido lo de los dos -añadió Yukito cuando Sakura levantó la carta.
-Oh.
Sakura intentó no sentirse irritada. Una vez más, ella era la única culpable. Durante sus primeras citas con Yukito, siempre había delegado en él y en sus magníficos conocimientos gastronómicos y, a partir de entonces, Yukito muchas veces pedía por ella.
-No podía esperar a que llegaras -le explicó él, intuyendo su enfado-. Ya te lo he dicho, no tengo mucho tiempo. He quedado con un cliente en el Hyatt a la una y media. Es un ejecutivo de Hong Kong. Quiere alquilar un ático en el centro de Sydney. Y para él el dinero no es ningún problema.
-Vaya, parece un buen negocio.
-Desde luego. Desde los juegos olímpicos, Sydney ha alcanzado una gran notoriedad. Algo lógico, supongo, puesto que se trata de una de las mejores y más hermosas ciudades del mundo.
-No tienes por qué venderme Sydney -comentó Sakura-. Me encanta esta ciudad. Mira qué vistas.
Desde donde estaba sentada, Sakura podía ver la Casa de la Ópera a la derecha y el puente a la izquierda. Justo delante de ella, un crucero blanco se deslizaba por las aguas azules del mar.
Estaba bebiendo un sorbo de vino y admirando las vistas, cuando oyó a Yukito respirar con fuerza, como si acabara de llevarse una sorpresa. Se volvió hacia él y lo descubrió mirando fijamente hacia algo, o hacia alguien. Lo oyó murmurar para sí.
Sakura giró en la silla, intentando descubrir el objeto del nerviosismo de Yukito.
Era pelirroja y se dirigía hacia ellos.
Sakura no la reconoció, y lo habría hecho si se hubieran visto antes. Las pelirrojas de casi dos metros y curvas sinuosas eran difíciles de olvidar.
-Vaya, vaya -comentó la castaña con una edulcorada sonrisa en cuanto se detuvo ante su mesa-. Si tenemos aquí al mismísimo Yukito Tsukishiro, ese hombre capaz de romper tan rápidamente sus promesas. Dijiste que me llamarías. Siento interrumpir, cariño -le dijo a Sakura-, pero Yukito y yo tenemos un asunto pendiente. Dijiste que me llamarías, ¿verdad, amor? Ya sé que sólo han pasado un par de semanas desde la conferencia, pero realmente había llegado a creer que me considerabas alguien especial. ¿No serás uno de esos canallas que mienten para llevarse a una mujer a la cama? Uno de esos tipos que creen que pueden hacer todo lo que les apetezca cuando están lejos de la mujercita que los espera en casa sin preocuparse de las consecuencias, ¿verdad?
Yukito la fulminó con la mirada, pero no dijo nada.
Sakura se sentía como si acabara de abrirse un agujero negro debajo de su silla y estuviera a punto de tragársela. Yukito había asistido a una conferencia sobre el mercado inmobiliario que se había celebrado en Merlbourne dos semanas atrás. Y la había llamado todas las noches para decirle lo mucho que la echaba de menos.
Sakura lo miró fijamente, deseando creer que aquella mujer estaba loca de celos y aquello sólo era un intento de romper su relación. Pero era imposible ignorar la expresión culpable de Yukito.
-Oh, así que eres uno de esos canallas, ¿verdad? -se burló la pelirroja-. Vaya, ¡jamás lo habría imaginado! Pues tienes suerte de que yo no sea una bruja vengativa, como esa chica de la película... ¿cómo se llamaba? ¿Atracción Fatal? En cuanto descubro que un tipo es un mentiroso, ya no quiero tener nada que ver con él -se volvió hacia Sakura-. Caramba, cariño, estás un poco pálida. No me digas que tú eres la mujer que lo esperaba en casa. Qué pena. Y pareces muy agradable. Pobrecita. En fin, adiós, Yukito. Que tengas un buen día.
Sakura observaba con la boca seca mientras la pelirroja se alejaba caminando hacia el hombre que la esperaba en recepción.
Yukito todavía no había dicho una sola palabra, pero sus ojos lo decían todo.
Sakura se sentía enferma. Y sorprendida. Y destrozada.
-Te acostaste con ella, ¿verdad?
-No fue como ella lo ha contado -musitó él, sin mirarla a los ojos.
-¿Entonces cómo fue? -se oyó preguntar Sakura a sí misma con voz fría.
No podía creer que aquello estuviera ocurriéndole por segunda vez. Ella habría jurado que Yukito no era como Yue, creía que la amaba. Que su relación no era solamente una broma cruel.
Yukito alzó la mirada. El pánico revoloteaba en sus ojos.
-Dios mío Sakura, no me mires así. Te amo, cariño. De verdad.
-Pues hacer el amor con otra mujer es una extraña forma de demostrarlo.
-Pero con ella no hice el amor. Tú eres la única mujer a la que amo. Sólo fue sexo. No significó nada. Ella no significa nada para mí.
Sakura despreciaba a los hombres capaces de decir cosas como aquella.
-Pues parece que ella pensaba que sí -señaló con amargura-. En caso contrario, no se habría sentido tan herida.
-No te creas -la contradijo, con las mejillas encendidas por el enfado-. Algunas mujeres son auténticas brujas. Créeme, ella sabía perfectamente que se trataba de una aventura de una sola noche y ahora, quién sabe por qué, finge que era algo más.
Sakura sacudió la cabeza. Todo comenzaba a darle vueltas.
-¿Pero cómo es posible que estés enamorado de mí y te acuestes con otra mujer? ¿Cómo?
-Ya te lo he dicho. Sólo era sexo. Hay una gran diferencia. El amor y el sexo no siempre van juntos, Sakura, yo pensaba que ya lo sabías. No eres una niña. Tienes veinticinco años, intenta comprenderlo -se pasó las manos por el pelo. Estaba temblando.
Por primera vez desde que había aparecido aquella mujer, Sakura pensó que Yukito podía amarla de verdad.
-Lo siento -continuó él, precipitadamente-. Lo siento mucho más de lo que te puedes imaginar. Pero no fue como ella dijo. Sólo fue una debilidad momentánea. Tú eres la única mujer a la que amo, y demasiado quizá. Te echaba terriblemente de menos y te deseaba con locura. No podía dejar de pensar en ti y estaba muy excitado. Todo ocurrió la última noche del congreso. Estábamos muy bebidos.
-Tú nunca bebes cuando trabajas -le recordó Sakura, con una oleada de enfado.
No quería que Yukito la tranquilizara con excusas o explicaciones. ¿Es que no se daba cuenta de lo que había hecho? Podía llamarlo como quisiera, pero había tenido una relación íntima con otra mujer. Y le había susurrado palabras dulces al oído mientras lo hacía.
Quizá fuera eso lo que más le dolía. Más incluso que la traición física. Las cosas que podía haber dicho.
-El congreso prácticamente había terminado. No tenía que conducir, ni trabajar. Mira, prácticamente se arrojó a mis brazos. Me siguió al ascensor al final de la noche y prácticamente me violó. Después de lo ocurrido me odiaba a mí mismo, ¿pero qué puedo decir? No soy un santo. Sólo soy un hombre. He cometido un error y estoy terriblemente arrepentido. No pretendía hacerte daño. Pensaba que nunca te enterarías.
-Evidentemente -ya no era capaz de mirarlo. Sólo era capaz de pensar en esa mujer y en él haciendo el amor en el ascensor.
-No seas así, Sakura. Intenta comprenderme.
-No creo que pueda.
Lo que significaba que lo único que le quedaba por hacer era romper con él. Después de lo de Yue, se había prometido a sí misma que jamás volvería a salir con un hombre capaz de traicionarla. Y ese era el motivo por el que había pasado cuatro largos años sin salir con nadie.
Aun así, la idea de volver a estar sola la aterraba. No quería volver a estar sola otra vez. A esas alturas, no lo creía posible. Pensaba que siempre tendría a Yukito. Imaginaba que, tras dos años de noviazgo, terminarían casándose, teniendo hijos y formando una feliz familia.
Un sollozo escapó de su garganta. Yukito gimió.
-No llores, cariño. Por favor, no llores. Si puedes perdonarme -buscó sus manos a través de la mesa-, esto no volverá a ocurrir.
Sakura apartó la mano, sobrecogida por una oleada de amargura.
-¿Y qué ocurrirá la próxima vez que vayas a una conferencia y una mujer se arroje a tus brazos?
-Sabré a lo que me arriesgo y no haré nada.
Sakura lo miró confundida.
-Pero continuarías deseando hacerlo, ¿verdad?
-Por el amor de Dios, Sakura. Sólo tengo treinta años. Soy un hombre con sangre en las venas e instintos sexuales. Que esté enamorado de ti no significa que no pueda sentirme físicamente atraído por otra persona. Eso sería tan irreal como antinatural. Pero tienes mi palabra de que nunca me volveré a dejar llevar por esa atracción.
Sakura lo miró fijamente. Quería creerlo. Lo deseaba de verdad. Pero entonces pensó en lo que la pelirroja había dicho antes de irse: «pobrecita».
-Creo que necesito un poco de aire fresco. Y tiempo para pensar
-Por favor, Sakura, no te vayas. Quédate conmigo, hablemos.
Sakura sacudió la cabeza. Quedarse y hablar con Yukito era lo último que debería hacer. Yukito tenía demasiada labia. Era un excelente vendedor. Y quizá un excelente mentiroso.
-Podemos solucionar esto -insistió él-, estoy seguro de que podemos. No quiero perderte, cariño. Te amo. Y sé que tú me amas. Sakura lo fulminó con la mirada.
-Sí, pero tu idea del amor y la mía son completamente opuestas. Sé que yo nunca haría lo que has hecho, fueran cuales fueran las circunstancias.
-¿No hay nada que pueda decir para que me comprendas?
-Ahora mismo no.
-¿Y más tarde?
-Déjalo por hoy, Yukito.
-No puedo. Pasaré por tu casa después del trabajo. No pienso dejar que te apartes de mí, Sakura.
-Lo sé -contestó ella.
Y esa era otra de las razones por las que necesitaba alejarse de él. Porque temía que Yukito pudiera convencerla de que lo perdonara, porque sabía que el amor era un sentimiento que la debilitaba.
Se levantó en el momento en el que llegaba el camarero con la comida. Por un instante, estuvo a punto de quedarse para paladear cada bocado de aquella comida deliciosa.
La tristeza siempre le daba hambre.
Pero si engordaba se sentiría incluso peor, así que sabía que en aquella mesano había ningún consuelo para ella. Y mucho menos en presencia de Yukito. Estaba deseando estrangularlo por haberle hecho eso a ella, por haberlo estropeado todo. Por haberse comportado como lo habría hecho cualquier hombre.
Ella pensaba que era diferente.
Pero no lo era.
-Tengo que irme -dijo con voz desgarrada.
Y se marchó.
Ojala les guste, yo adoro este libro.
Saludos y espero review.
P:D: Actualizo cada tres días :D
