[Escuchar con la Séptima sinfonía en A mayor, Op.92 de Bethoveen de fondo]
-Adiós, John.
Sherlock lanzó el móvil desde la azotea del . No tenía nada planeado, sólo saltar. El aire sería su único compañero en ese viaje que acababa de tomar hasta su destino final, la muerte.
Se lanzó hacia delante sin pensarlo dos veces, abandonando el el tejado y con ello, el cadáver de Moriarty y pronto su vida. La gravedad era una perra que lo estaba atrayendo más y más. Se imaginaba la sensación que sentiría cuando sus vísceras se aplastaran contra el suelo y el drama que iba a crear.
Pero algo INESPERADO pasó.
[La música se intensifica]
Golpeó con algo mientras caía; algo de su tamaño. El tiempo pareció detenerse y ambos se quedaron suspendidos en el aire. Sherlock no sabía qué era esa cosa: parecía una persona PERO ninguna persona podía volar. Era ilógico e imposible.
Compartieron varias miradas y roces accidentales, pero entre ellos se había creado algo especial. Los dos sabían que iba a pasar, iban a caer.
El misterioso ser le habló con una voz masculinamente gay y Sherlock pudo notar cómo le PENETRABA el alma.
Sólo uno de nosotros debe morir, Sherlock. Vive; vive y haz cosas de vivo. Cae sobre mí.
Sin pensarlo dos veces, Sherlock lo besó -ya que ahora se ve que Sherlock besa mucho- y lo utilizó como cogín para no morir aplastado contra el suelo. Luego fingió que se había muerto y fin.
Y así, aquel ser que en realidad era un ángel, sacrificó su vida en aquella caída para salvar a un buen humano.
Aquel ángel, se llamaba Ezekiel.
