Disclaimer: no me lucro, sigo viviendo en España, y no soy rubia. Por lo tanto, estos personajes no me pertenecen ni tampoco tengo la facultad de nadar en billetes de quinientos, desgraciadamente.

Nota de la autora: He empezado una nueva serie de ¿drabbles/viñetas? sobre esta pareja porque me encanta y me gustaría reflejar ciertas actitudes, algún momento, etc. Me sentía inevitablemente atraída por el teclado y esto es lo que ha salido, por favor, expresen su opinión.


Vicios

Tabaco

A Sirius Black le gustaba todo lo que pudiera ser pernicioso para su salud. Él mismo lo admitía alguna de las veces que acercaba sus labios suaves y finos a un cigarrillo. O resumiendo, cada vez que Remus o James le soltaban el referéndum sobre su la supuesta urgencia de dejar ese insalubre hábito. Pero es que a él le encantaba llevar la contraria, ser políticamente y socialmente incorrecto, disfrutaba de ello casi como de un orgasmo. ¿Y quién podía culparle? Siempre se había sentido atraído por el peligro, por todo aquello que se consideraba indecoroso. Rompía las normas, desafiaba a la autoridad y... Fumaba. Y no sólo tabaco, no sé si me explico. El caso es que le deleitaban las caras de reproche de los demás cuando le percibían escondido detrás de una cortina de humo cancerígeno. Sobre todo la de su amigo más discreto y presentable, al que esta costumbre le volvía de todo menos disciplinado.

Remus Lupin no soportaba las adicciones, le parecían sucias y vanas, y para más inri, una demostración de debilidad. Por eso se racionaba el chocolate y se desesperaba cuando Peter acumulaba el porno bajo su colchón, o cuando a James le venía la súbita inspiración para una broma a añadir a su lista interminable,-otra más-. Sin embargo, y por encima de todo, lo que le irritaba de sobremanera era esa estúpida manía que había adquirido Sirius de pasearse siempre con un paquete de cigarrillos. ¿Qué interés tenía esa sustancia nociva y maloliente, que además sabía a rayos aderezados con pimienta negra? Pero él mismo podía responder con facilidad las dos razones que daría Sirius,- si se sometiese a sí mismo a psicoanálisis, cabe añadir-. La primera consistía en el origen muggle de esta droga, que la hacía aún más apetecible, y la segunda se basaba con total seguridad en su ilegalidad o en su mala reputación. Los profesores no podían prohibirle nada fuera del recinto escolar, pero aún así seguía siendo menor de dieciséis años cuando probó su primera calada. Y todo el mundo sabe que calada a calada se hace el vicio.

El lobo lo sabía mejor que nadie. Oh sí, le dolía reconocerlo incluso en su fuero interno, pero debía aceptar su propia dependencia. Su debilidad, sucia y banal. Una calada era un beso, un polvo un cigarrillo, una mamada un porro, y así seguía el cuento hasta que se había fumado todo un paquete. Su particular droga tenía nombres,-dos-, y apellido, los ojos grises y el pelo negro. Una sonrisa seductora, unos andares elegantes, soltura, inteligencia, labia, malicia... Y Remus veía en él la amenaza de un profundo y disuasivo dolor, que sin embargo no hacía más que adentrarle más y más en los pliegues de su adicción.

Cuando estaban juntos, no lograba salir de su obnubilación el suficiente tiempo para reflexionar sobre lo que hacía. Lo que hacían. No conseguía apartar los labios ni las manos de aquel cuerpo que parecía reclamar toda su atención, todo su tacto y toda su boca. Y siempre vislumbraba en los ojos de su amante el brillo del triunfo por haber sido capaz de hipnotizarle otra vez, de satisfacer su cuerpo tan obscenamente. Porque sus acciones estaban del todo mal, dentro del ámbito de lo bien hecho, claro está. Le proporcionaban a su cuerpo millones de endorfinas liberadas por la sensación de inmoralidad e indecencia.

Porque Sirius a veces se conformaba con la soledad segura y reconfortante de su cuarto vacío para empotrar su cuerpo delgado contra las paredes o el suelo más cercano, pero sólo ocasionalmente. Normalmente solía preferir las aulas en desuso, los armarios mugrientos y los pasillos desiertos, que despertaban en él su ansiedad de aventuras y sustos. Por lo visto, nada le ponía más a tono que la posibilidad de ser sorprendido en un acto impúdico. Arrastraba a su amigo en su vorágine sensitiva. Compañero que, por otra parte, nunca lograba demostrar demasiado descontento por el secuestro de sus voluntades y deseos.

Por eso, aunque él mismo ni fumaba, ni abusaba del alcohol, y no había catado más drogas que esas, Remus había empezado a considerar que no era apto para esgrimir ningún reproche porque su pareja de coito sí lo hiciese. Comenzaba a observar su comportamiento como el del un verdadero toxicómano, eludiendo la fuente de su enfermedad pero sucumbiendo a ella en cuanto ésta esquivaba su vigilancia.

Porque si Sirius adoraba los vicios, más gozaba de ser, en su persona y entidad, un vicio por sí mismo. Le fascinaba el escalofrío de victoria al exhalar el humo de su cigarro en la cara de un adicto, el trasfondo de necesidad que veía en los ojos de aquél para quien él era la droga. Le enorgullecía traer a su particular lado oscuro a la persona más pura que él conocía. Al que le devolvía reiteradamente al orden sin ningún resultado, al menos que él supiera.

Y es que ambos eran adictos a muchas cosas: a los besos pasionales, los dedos que se cierran como garras en los hombros, las caricias en el cuello, las pajas, las felaciones, el sexo anal, y los secretos. La complicidad que daban, el sentirse únicos, todos los malos entendidos y los enfados y reconciliaciones que provocaban. Pero en lo que más se regalaba Sirius era en consumir lentamente el cigarrillo de después, una sonrisa pintada en la cara, observando con mofa la cara semisatisfecha-semiculpable del licántropo, que siempre acababa por pedirle una calada. Que terminaba por empotrarle él primero contra los muros de su dormitorio, por empujarle sin previo aviso en alguna sala deshabitada. Que caía más y más abismalmente en su vicio, al que engullía en la desvergüenza y el descaro de su sexualidad activa.

En definitiva, si había algo que les complacía a ambos más que ninguna otra cosa, era un buen puro.


Demasiado guarro, ¿quizás? Si así lo consideráis, decídmelo. Aunque seguramente todas sean de la misma índole, estoy salida últimamente. No voy a suplicar vuestros reviews, pero sí me gustaría tener algunos por los cuales guiarme en mayor o menor medida.

Besos y mordisquitos,

Sirop de Framboise.