Aurores. Compañeros. Enlazados. Una intimidad de esencias que desafía comparación. Sin embargo, una vez que tu casa queda vacía y el trío de oro se muda junto (a donde Hermione, nada menos; un lugar que misteriosamente aumenta tu codicia), es más difícil no darse cuenta de que no es suficiente. Su magia te llama, la tuya a ella, incluso mientras ambos entrenan a su hermana. Mientras disciernes, intenta no perderte esta nueva amenaza cuya fuente está tan cerca. Podrías encontrar pistas, a todo eso, en el frasco que ella olvidó que siempre lleva en el bolsillo secreto de su bolso de cuentas.
Cosas que quizás quieras saber:
No tienes que leer Obliviate para entender Revelio. Con todo este proyecto seguí el canon tanto como pude, haber leído "Las reliquias de la muerte" debería ser suficiente.
Ahora, son aurores. Los libros no exploran a profundidad este trabajo, día a día, y no he leído fics que lo hagan, así que tuve que diseñar algunos detalles, y para ellos, NO TOLERARÉ EL PLAGIO. Pueden utilizar los elementos dando crédito al(los) autor(es). Si escribes un buen fic sobre Harry y Hermione siendo Aurores juntos, házmelo saber, me encantaría leer y comentar. De todos modos, el Lazo que ilustro está influenciado por el imaginado por Koslow para La bella y la bestia; así que tampoco es mi idea
Estoy tratando con todas las escenas de Rowlings, respetando incluso el epílogo. Obviamente, esto no es un romione, pero estoy caminando sobre hielo muy delgado porque las personas que se supone que están casadas tienen que comportarse como tal: incluso si Hermione no ama a Ron románticamente, se preocupa por él como una amiga, y no puede rechazarlo todo el tiempo. Lo que no puedas soportar, simplemente sáltatelo. No hay tanto.
Si se preguntan lo que pienso sobre Ron: en realidad, lo compadezco. No me imagino cómo podría complacer a nuestra brillante leona. Más allá del anillo y los niños, siempre será la que se queda en el bosque mientras él desaparece. Poseerla en cuerpo y tratar de alcanzar así su corazón o su espíritu, y darse cuenta a lo largo de los años de que jamás lo logrará porque ya le pertenecen a Harry sin que este tenga que darle ni un beso... Bueno, debe haber sido como vivir con un dementor. Así que no lo voy a tratar como basura. Ya su vida es suficientemente infernal.
Creo que el Trío de Oro es parte del encanto de la serie. Estoy tratando de preservar la amistad a pesar del triángulo amoroso.
Nido vacío
Gira, agachándose para evitar una maldición, y otra la alcanza. La sangre se derrama de su frente. Gira, agachándose para evitar una maldición, y otra la alcanza. La sangre se derrama de su frente. Apenas gime cuando desvía otra y lanza la suya, dos, tres en rápida sucesión, tan rápido como puede deletrearlas. Otros Aurores luchan, pero no a su lado, ya no; han logrado separarlos. Sin embargo, Hermione, en el centro, recibe la mayor parte de la atención. Todo su cuerpo está iluminado a pesar de ser la hora más oscura, antes del amanecer, a base de puras maldiciones. Su chaleco de cuero de dragón le ha salvado la vida más de tres veces esta noche; ella ha visto venir la muerte, sin tiempo para pensar más que en Hugo, que hoy viajará en el expreso de Hogwarts por primera vez. Pero su varita golpea y corta con la eficacia del mejor Auror, y los enemigos caen, uno por uno. Uno de ellos, apenas un adolescente, hipnotizado por sus movimientos, se deja alcanzar por un Avada extraviado –fuego amigo-; Hermione es el último reflejo en sus ojos.
Una risa aguda llega a los oídos de la leona, y esta se gira solo por un momento, pero no puede dejar que la bruja de Parkinson la distraiga.
–¿Arrestarme? –dice esta, entre carcajadas histéricas– ¡Ni siquiera puedes alcanzarme!"
–Cinco–cuenta la Gryffindor entre uno y otro hechizo–.Pronto... sin hombres… tras quienes… esconderte.
La de pelo negro cuenta rápidamente, y su sonrisa se desvanece, pero cuando da un paso adelante, es para lanzar una maldición que la auror evita con facilidad. Entonces, escucha los gritos de Max. Casi se da vuelta, y habría sido su muerte, esta vez de veras. Evita por poco otra luz, pero ha logrado ver el cuerpo torturado y retorcido de su colega.
–¡Traidora!
El adjetivo suena maldito (estando, como está, detrás de puta e irresponsable en su lista de los peores epítetos). La risa, otra vez, y otra oleada de hechizos. Se inclina y trata de respirar a través del terror y la angustia.
–¿Yo, traidora? –Parkinson susurra seductoramente–. ¿Y qué de ti? Tú la -ah, tan leal- Gryffindor. Un sangre pura por marido, y aún te quedaste al de la cicatriz como amante. Ni siquiera un Slytherin engaña a su pareja así. Ni a un aliado. Potter tiene agallas después de todo. ¡Y el cornudo va y viste la túnica de ministro!
–¡No hables así de ellos! –Hermione no puede evitar gritarle.
Hay un chillido, y la auror se congela por un segundo, aterrada de que sea Harry; otra maldición pasa a través de su hombro derecho al tiempo recuerda que él no está aquí, y a pesar del dolor se siente aliviada. Aprieta los dientes, oliendo sangre. No reconoció la voz. Tal vez no era uno de los suyos.
–¿Cómo es? –Parkinson gime, genuinamente interesada– ¿El sexo? Dicen que es increíble, sintiendo lo que el otro siente y todo...
La leona tropieza, y las maldiciones vuelan sobre su cabeza mientras rueda y se pone de pie, sin nunca detenerse. Otro cae ante su varita. El último hechizo del enemigo es repelido por su brazalete; típico Harry, protegiéndola incluso sin estar aquí.
En algún lado, la voz de Parkinson aún chilla, pero Hermione intenta ignorarla. Mientras esté hablando, no está lanzando maldiciones. Otro enemigo se derrumba con un eco apagado.
Entonces, el tono de Parkinson cambia dramáticamente.
–O aún no lo has querido reconocer…
La auror mira en su dirección rápidamente, al tiempo que algo frío llena su estómago, incluso antes de que entienda sus palabras. Los ojos de la slytherin están muy abiertos, y su boca lo está ligeramente, una mezcla de sorpresa y alegría que la Gryffindor rechaza por instinto.
–Es así, ¿verdad? Haciendo como que Potter es un amigo… pretendiendo…
–Él es mi amigo, tú…
La risa llena la oscuridad, y Hermione se olvidó de contar enemigos, y de pronto algo quema su flanco derecho, haciéndola gritar, más de sorpresa que de dolor en realidad.
–Oh, ¡ustedes, Gryffindors, son tan divertidos! ¿Y qué pasa si fallas? ¿Si… no, cuando… lo reconozcas? Que ardes por él, que te mueres por tenerlo, que sueñas…
Luz verde casi alcanza a la Slytherin, y su sonrisa solo empalidece por un momento antes de ampliarse.
–Vamos, Granger. Lo sabes. Sabes que no puedes impedirlo. Es cuestión de tiempo. No te puedo imaginar dejando desprotegido a tu precioso compañero. Así que solo puedes avanzar. Te guste o no, ya estás en el camino de… bueno, de ser una traidora…
De repente, sonidos de aparición, y sombras que se acercan. La auror no se gira, aún atontada por el absurdo hilo de ideas de Parkinson. En piloto automático –inclínate, lanza, atenta-, baila con la muerte otras tres veces hasta que su inteligencia regresa, solo un poco por delante de las sombras. Justo a tiempo para que se de cuenta de que su identidad no importa de todos modos. Si son enemigos, igual estará muerta. En ese segundo de no saber, piensa "Oh, Harry me matará esta vez"; pero con el alma a los pies, sin humor la broma. Lily también monta el Expreso de Hogwarts hoy, sin ella Harry estará completamente solo en esa mansión oscura donde se quedó viudo no hace dos años. Una casa que también alberga recuerdos de su padrino perdido. "Tendrá a Ron", razona y deja de pensar en otra cosa que no sean las maldiciones que aún golpean el escudo de su contrincante. Pero su espíritu aún duele con un amargo deseo, el eco de un pensamiento que no se atreve a expresar, ni siquiera ante sí misma: "Creí que al menos podría tenerlo cerca al morir. Creí que la última cara que viera, sería la suya".
De pronto, Parkinson deja caer la varita, y se oye la voz de Luna canturrear, y casi se desmaya de esperanza.
–Parkinson, tienes derecho a guardar silencio...
El amanecer acaba de estirar sus rosados apéndices por el cielo.
Cuando el equipo de Luna se ha ocupado del resto, y están de vuelta en el cuartel general, y el medimago la ha curado lo mejor posible (sacudiendo la cabeza ante muchas de sus heridas, exasperado), la rubia apoya una mano en su hombro y Hermione casi se cae del agotamiento con el leve peso de la mano que pretendía tranquilizarla.
–Los nargles me avisaron que era una trampa –susurra la rubia, soñadora.
–¿Bajas...? –la garganta de Hermione se cierra.
–Increíblemente, ninguna –se une Sparkie a la charla, con una inconfundible chispa de admiración en su voz –. Max fue tocado, pero se va a poner bien. Eres tú la más herida…
Los ojos de la leona vagan alrededor, fijándose en los dispositivos no tan mágicos que ha logrado integrar a la Fuerza. Solo lo que funcionaría en un lugar tan cargado de magia.
–Lo que estoy, es agotada. Y en camino –susurra Hermione, poniéndose en pie–.Mis hijos me están esperando desde ayer. Espero que hayan empacado…
Sin embargo, cuando entra al pasillo vacío que conduce al cuartel, la alcanza. Olas. Calidez. Despertar. De pronto se da cuenta de que su brazalete la ha estado quemando por un rato –solo otra incomodidad, mezclada con el dolor y la fatiga, apenas perceptible en esas circunstancias-. Ahora la percibe. Ahora se estremece con violencia y jadea sin comprender completamente el por qué.
Harry está aquí.
Capa negra. Pantalones negros. Chaqueta negra. Piel pálida bajo la cicatriz quemante. El único toque de color, son sus ojos –sus ojos verdes y eléctricos, y casi oscuros, también, tormentosos-. Su olor la alcanza –césped de verano y menta- y ella lo respira como oxígeno, mientras los brazos del mago vienen a rodearla, sosteniéndola con tanta fuerza que acaban temblando. Y cuando se fuerza a sí mismo a poner una distancia apropiada entre ellos –sosteniendo primero sus mejillas, luego sus hombros, sacudiéndola un poco antes de percibir el dolor en su hombro derecho tanto a través de su gemido como del lazo empático entre ellos-, su magia aún se adhiere a ella –a toda ella-, sintiendo su cuerpo casi sensualmente. Ella sabe que es sus heridas, siendo examinadas, sabe que la magia de su amigo está reforzando la de ella en un bálsamo curativo, y sin embargo, en su fatiga, su autocontrol se desliza lo suficiente para que ella lo sienta. El calor parece ahogarla hasta que él habla:
–Fuiste sola– escupe él, la violencia enmascarando apenas un miedo que la sobrepasa. –Merlín, Hermione. ¿Por qué fuiste sin mí? ¿Qué si te hubiera perdido?
–¿Los chicos…?
–¡No son niñitos! ¿Por qué no me llamaste?
–No sabíamos…
–¡Luchaste…!
–¡Por favor, déjame hablar, Harry! ¡No puedo explicar si no escuchas!
Él retiene sus palabras, sosteniéndole la mirada de tal manera que casi la hace sentir mareada. ¿De qué estaba hablando…? ¡Ah! La falta de sueño debe estarla afectando más de lo que pensaba.
–Se suponía que iba a ser fácil–informa ella quedamente, y con algo de disculpa–. Rutina. Aparecer y leer sus derechos. Tú estabas con tus hijos, Harry; no tienen a más nadie para para quedarse a ayudarlos en un día como este...
–¡No importa! –su vehemencia la hace callar al instante.
Miran dentro de los ojos del otro, y todo un coro de ángeles pasa entre ellos, mientras sus miradas transmiten lo que las palabras no pueden. Pero las miradas no llevan el sonido de su voz, y ella agradece que él hable:
–Lo sabes. Sabes que habría estado allí enseguida. ¿Qué piensas que siento sintiéndote herida? ¿Qué crees que me hizo el escuchar… –Harry apretó los dientes en torno a las palabras–… escuchar que habías luchado contra todo un escuadrón casi tú sola? ¿Qué estuviste en peligro? ¿Que yo no estuve ahí? Sabiendo que fue porque dejé el trabajo temprano, porque no fui contigo…
Mariposas baten alas de colores contra la piel de la bruja, incluso mientras ella susurra:
–Yo no necesito…
–¡Claro que sí? ¿Para qué es el brazalete? –le suplica, con ojos brillantes– ¡Dime, Hermione! Lo juramos. ¡Ya no luchamos solos!
Ella se entrega al casto intercambio de calor que sin embargo tiene un efecto increíble sobre su vientre (como siempre lo tuvo). Sus manos descansan en su espalda, presionándola contra él. Y de pronto, suena la alarma, como si algo gritara: "Muy cerca". Y como de costumbre, ahí vienen los nombres que echan a rodar el mundo de nuevo.
–Ron tiene que estar aterrorizado –dice Harry–. Ya debe haber recibido el reporte. Debe saber que fuiste herida.
Cuando aparece en casa, lo primero que ve es a Ron sosteniendo a su hija, con la barbilla sobre la cabeza de esta y la mano sobre su espalda. Se ve casi tan agotado como la auror. Algo muy parecido a la culpa amenaza con ahogar a Hermione. Rose se ha quedado dormida, parcialmente apoyada en él. Ni siquiera su voz la despierta.
–¡Maldición, Hermione! –susurra enérgicamente–. ¿Por qué tuviste que ir? ¡¿Por qué tú?!
–Soy una auror –replica, con lógica–. Me comprometí a esto.
–¡Harry no fue! ¡Y tú también tienes hijos…!
–No me regañes, Ronald –interrumpe ella, rodando los ojos, pero sin más energía para luchar–. Esa es mi línea, no la tuya.
Pero en realidad está conmovida. Y se siente culpable. E intenta enmascarar ambos sentimientos.
Su mirada ha volado a la niña. Se sienta a su lado con cuidado.
–¿Durmió algo? –pregunta Hermione.
Ron solo toma su mano, con expresión de ansiedad. Sabe que él preferiría abrazarla, asegurándose de que está viva y bien, y tal vez sacudirla un poco. Levanta la otra mano a la frente de la niña, pero sus dedos están manchados de sangre.
–Hugo está dormido –susurra Ron.
–Voy a darme una ducha.
Aprieta su mano, agradecida, y se va. Conoce sus miedos. Sabe lo difícil que sería para él criar a los niños solo. Lo ve todos los días en los ojos de Harry.
Las jaulas y los búhos en su interior no hacen ruido mientras Harry y James los empujan a través de la barrera hasta la plataforma donde espera el Expreso de Hogwarts, tan rojo y cálido como siempre. Pero hace frío. Incluso si sus respiraciones no relucen como dos años antes, y la mañana es cálida con lo último del verano, están pálidos y fríos por dentro. Lily, la más joven, parece haber tenido un encuentro cercano con un dementor, así de vacía parece, a pesar de ser su primer año en Hogwarts. Su madre no está. Y la extrañan. Muchísimo.
Hermione se ha quedado cerca de la barrera a propósito. Un segundo antes de ver al primero de ellos, su interior le da la bienvenida. Cosas de compañeros. Su espíritu reconoce la presencia. Si fuera un sonido, sería el tarareo más suave, el más mágico. Si fuera una visión, sería brillante como un patronus, pero del color del cielo. Si fuera un sabor, sería agridulce y picante. Su magia se extiende para alcanzarla en oleadas de calor. Casi puede ver el patrón eléctrico que indica que su compañero está cerca.
Antes de que sus oídos físicos escuchen sus pasos, Hermione empuja a Rose ligeramente. Ya hablaron de esto, y por una vez, la adolescente ni siquiera ha protestado. No le gusta Albus como cuando era niña, pero toda la familia está muy afectada, y Rose tiene el corazón de su madre. Abraza a Albus primero.
Ron sigue a sus chicas.
–¿No está la atmósfera sobre ellos un poco demasiado pesada? –susurra cerca del oído de su esposa–. Tanto luto debe ser perjudicial para los niños.
Él se está asegurando de que nadie más lo oiga; en reconocimiento, ella susurra su respuesta:
–Ron. Por una vez. Ni una sola palabra.
Llegan a la barrera y ella abraza a cada niño. Cuando llega a Lily, Albus ya se ha ido a buscar a Scorpius. Ahora tienen algo más en común. Harry no protesta. Ron se para a su lado, incómodo.
–Lil... –susurra el padre a su hija menor.
La pelirroja lo mira fijamente y lo golpea el parecido. Con la madre de ella. Con la de él. Se detiene boquiabierto. Por suerte, ella parece haber preparado su propio discurso.
–Los he escuchado... a ambos... explicándole todo a mis hermanos. No te preocupes, papá. Estaré bien.
Él traga y asiente. Hermione ya le ha pedido a Hugo que cuide de la niña. Ambos van en el mismo año, y es probable que ambos entren en Gryffindor.
Los niños caminan hacia el tren, pareciendo aliviados de acercarse a una atmósfera más alegre. Hermione ve los intentos de Harry por controlar su expresión. Como de costumbre, una cantidad ridícula de personas lo observan, a pesar de que el grupo está más o menos protegido por la barrera.
La bruja lo rodea con sus brazos y lo aprieta con fuerza. Tras un momento, Ron se une, transformándolo en un abrazo grupal. Se siente bien, hasta que él dice:
–Debes reconstruir tu vida, compañero...
–Ron... –le advierte la mujer, sin mirar.
–¡Es verdad! Yo también la amaba, ¡ella era mi hermana, por Merlín! ¡Pero han pasado casi dos años! Y todavía vistes luto. Ya me estoy preguntando si es por ella. No estoy más que expresando lo que sienten todos...
–¡Ronald! –grita Hermione, pero vuelve a susurrar al agregar– No estás en tu oficina, ni dando un discurso…
–Eso no es…
–No estoy seguro de si quiero vivir con ustedes dos, incluso temporalmente –corta Harry.
–¡Tonterías! –exclama, mandona, separándose del abrazo–. Te estamos ayudando a cerrar la casa hoy, y mañana te vienes con nosotros...
Entonces se da cuenta de que no era en serio; pero bien podría serlo. Recuerda cuánto odiaba Harry sus peleas.
–Lo siento –se disculpa, de todos modos.
Mantiene una mano sobre la espalda de Harry. Una joven la mira raro, antes y después de echar una ojeada a Harry y Ron. En algún lugar, alguien toma una foto.
–¿Cómo te va como Ministro de Magia? –Harry pregunta a Ron después de un momento.
Él, también, trata de ser cívico. Y es una distracción bienvenida.
–Bueno, Hermione cree que no he desarrollado suficientes habilidades diplomáticas... –nada que comentar– pero es genial. Todos escuchan, para variar –Ron baja la voz antes de agregar–. Hermione revisa cada uno de los discursos, y escribe más de la mitad, para ser sinceros...
–Tú también ayudas con nuestra planificación –señala Harry.
La sonrisa de Ron se ilumina, incluso mientras sigue hablando:
–De hecho, ya que está haciendo la mitad de mi trabajo, me preguntaba cómo se está desempeñando en el suyo propio... ¿Algo sobre otro dictador internacional?
–Oh, pero eso no es nuestro, Ron... Quiero decir, quienquiera que esté tratando de revivir el Imperio Británico, no está causando muchos estragos aquí... Es más bien dominio del Departamento de Asuntos Internacionales... ¿No estás recibiendo sus informes?
Hermione pierde el hilo, volviendo su atención a los preparativos. Por primera vez desde Hogwarts Harry necesita a sus amigos bajo el mismo techo. Especialmente a ella y Ron. Pero también al resto; y por mucho que odie las fiestas, ya ha decidido organizar una, solo para reunir a los amigos con los que él ha perdido contacto. No puede dejarlo solo en esto. Para eso están los compañeros.
Mientras caminan de regreso a través de las barreras, alguien se acerca a Ron, y él se pone su sonrisa más política –solo Harry y ella notan la máscara–, y sacude la mano del hombre. Solo entonces, la magia de Harry alcanza de nuevo la de ella.
–Diría que estás herida aún –afirma.
Está parado un paso detrás de ella, sin tocarla físicamente, pero manos invisibles recorren su cuerpo buscando heridas, rozando su espalda, lamiendo sus brazos hasta que encuentran su hombro. La bruja se estremece.
–Vale, es cierto, no me tomé las pociones, ¡no tuve tiempo! –susurra rápidamente, mirando a Ron, que aparenta escuchar al elector–. Pero sabes cómo es, Harry. Primer día. Chicos que atender…
–No, supongo que no tuviste el tiempo –admite–. Pero quiero que me prometas que no irás sin mí nunca más. Nunca más.
–Oh, cállate, Harry. Sabes que no puedo…
–¿Qué hacen? –pregunta Ron, desconfiado.
El elector se había ido sin que se dieran cuenta.
–Nada – responden ambos a la vez.
Ron agarra la mano de Hermione y la lleva tras él en un gesto demasiado evidente.
El calor de su pulsera ha disminuido con la ira de su compañero. Se arriesga a mirar a Harry, que observa a Ron. No pueden hablar mucho delante de él, especialmente sobre su empatía, sin despertar sus celos. El silencio llena los minutos, y solo mucho más tarde, cuando Ron es interceptado nuevamente, y en una voz tan baja que podría estar hablando solo, Harry agrega:
–Por favor. No te puedo perder a ti también.
Hermione despierta con un grito ahogado. Mira a Ron (roncando ruidosamente a su lado, la boca abierta, un hilo de baba) mientras respira hondo. El tatuaje mágico que él se hizo tras aquella apuesta, apenas se mueve; las piezas de ajedrez duermen enredadas, como cachorros, y a la luz de la luna ve que sobre la torre negra, el caballero apoya la cabeza y el alfil, la espalda. Arropa al chico –un chico, en realidad, a pesar de su edad- y se desliza fuera de la cama, tomando un libro antes de bajar las escaleras para servirse un poco de agua y tal vez encontrar un lugar cerca de la chimenea donde pueda ahogarse en la historia en lugar de dejar que el miedo la envuelva.
Ha tenido una pesadilla. Nada nuevo. Esta tiene el sabor del bosque y la nieve, y la voz del mal. No puede recordarla. Rara vez puede. Pero no es tan aterradora. No como en su juventud, cuando el Mal caminaba sin freno. Ahora, incluso cuando entra a luchar contra la magia oscura de verdad, tiene su entrenamiento y a Harry a su lado. Su mano rodea su brazo izquierdo, cerca de su hombro, donde puede sentir, embebido en su piel, el brazalete que ambos llevan desde su graduación en la Academia de Aurores; la pulsera que los hace compañeros.
Ella no sabe que, justo antes de que se despertara, Harry se llevó la mano a la frente y la rascó, ligeramente incomodado.
Cuando ve a la mujer en la puerta, el mago jadea y a medias se levanta. No ha habido mujer en las noches de esta casa desde Ginny. Por una fracción de segundo, piensa, contra toda lógica, que es ella. Hermione se da cuenta. Los ojos de la mujer vuelan de los papeles olvidados en la mesa hasta sus ojos, verde brumoso, todavía medio extraviados. Simpatiza. Literalmente siente su pena, como un sollozo contra su piel.
–Necesitas dormir –comenta la bruja.
–Tengo trabajo que hacer –se defiende el hechicero, evitando su mirada, no queriendo preocuparla.
Pasa junto a él, toma un poco de agua para cada uno, se sienta a su lado, alcanzándole el vaso.
–Estaba teniendo una pesadilla, así que no puedo dormir –dice ella, confiando en verdades a medias–. Si no te importa, puedo quedarme... ayudarte... ¿o solo hablar?
Él sonríe, aliviado de tenerla a mano sin ser mimado... al menos, de forma patente.
El libro queda olvidado sobre la mesa. Hablan en voz baja durante horas, recordando la primera vez que tomaron el Expreso de Hogwarts. Él recuerda a Ginny como era entonces: una niña pelirroja escondiéndose tras su madre; pero no hay mucho más que evocar de ella en ese año. Recuerdan a Trevor, bendita su memoria, gracias al que se conocieron. Se ríen un poco y se tumban en la alfombra.
–Duerme –ordena, transfigurando un cojín en colcha, y haciéndolo reposar sobre él–. Mañana será otro día largo.
–No tengo muchas cosas que trasladar, Hermione. No me quedaré en tu casa por tanto tiempo.
–Eso también.
El hechicero la mira inquisitivamente, y ella pone los ojos en blanco.
–Los estudiantes de Hogwarts no son los únicos que comienzan lecciones.
–Aprendices –comprende Harry al fin.
–Directamente desde pre-Auror –ella asiente, su mejilla rozando la alfombra–. Mi hermana también estará ahí.
Suena soñolienta. Sus ojos están cerrados cuando él murmura un:
–Gracias, Hermione.
La mano izquierda del mago toca su brazalete, una pálida imitación del saludo oficial entre compañeros que renueva la magia en el interior del objeto.
Ella sonríe y toca el de él.
Pero cuando su respiración se profundiza, y ella sabe que su amigo duerme, abre los ojos y lo mira fijamente. Sólo lo mira. Olvidó quitarse las gafas y se ve simpático a pesar de las cicatrices alrededor de su cara y las arrugas. Y lo que ella siente, la asusta.
Continuará
Avance:
(...) y lo próximo que supo: ella estaba sentada sobre sus muslos, inmovilizado sus manos tras su espalda, todo su peso usado de forma eficiente para que él no pudiera mover un músculo. Fue consciente de su cabello desordenado, sus mejillas enrojecidas, el jadeo, y de su propio estado de excitación - que rápidamente atribuyó a la adrenalina bombeada en su sangre-antes de que ella se pusiera en pie y diera un paso atrás, permitiéndole respirar. No se preguntó cómo es que esto se le había hecho difícil, si ella no había aplicado peso sobre su tórax. Así era cada vez.
Comentarios, por favor. (Aunque sea para decirme que odias la túnica de alguien).
