Género: Friendship, Romance.

Advertencias: Yaoi. Alerta de teorías.

Pareja/Personaje: Saruhiko Fushimi x MisakiYata (Sarumi)

Disclaimer: Ni K Project ni sus personajes me pertenecen, son entera propiedad de la GoRa y GoHands. Esto lo hago por amor a Fushimi y Misaki y sin ánimos de lucro.

Rito de Año Nuevo

El traqueteo incesante de sus amigos estaba mareando a Misaki. Aún así, ayudaba lo más que podía acarreando cosas pesadas, limpiando alguna que otra mesa con un paño húmedo y pasando letras multicolores a Anna, quien estaba poniéndolas en alto firmemente sujeta por Kamamoto. Suspiró con cariño al ver a la niña reírse levemente en los brazos de Rikio. ¿Hacía cuanto tiempo que no la veía contenta, de lo poco que mostraba sus emociones? Mucho tiempo. No era para menos, ni para ella ni para ningún miembro del Clan Rojo.

Hacía poco, había sido el primer aniversario de muerte de Mikoto Suoh, su rey. Había sido un gris día nevado en el que Reisi Munakata se había mostrado en el bar a presentar respetos por Mikoto, habiendo sido el ejecutor de su condena. Misaki pudo notar que en el rostro parsimonioso y la mirada elegante se escondían un dolor y un remordimiento insanos. Y antes de siquiera intentar decirle algo, el hombre ya se había despedido educadamente de todos y había salido por la puerta, cerrándola débilmente.

Desde que se dio por finalizado un luto de seis meses en que los Rojos no habían dado problemas ni mucho menos hecho acto de presencia en las calles, pareció que todos habían llegado al consenso de que a su líder no le hubiera gustado que siguieran sus vidas tristemente y subyugados a su recuerdo en su ausencia. Siendo Mikoto, les habría pedido que siguieran adelante por él; todos se habían esforzado mucho por ello, siendo el cambio más notorio el de Anna. Y ahora, finalizando el año, Kusnagi se había encargado de hacer que la navidad recién pasada y el año nuevo que celebrarían ese mismo día, fueran los mejores.

Anna rio cuando Kamamoto le hizo cosquillas, sentándola en su hombro.

Pero Misaki seguía mareado. Estaba esperando que la fiesta comenzara y culminara tan pronto como fuera posible y no, no era que no quisiera compartir la llegada del nuevo año con su familia. Él, tenía un compromiso.

Asegúrate de ser puntual, le habían dicho. Sonrió abiertamente, camuflando sus expectativas con el cálido ambiente que había caído sobre el bar desde bien entrada la mañana. Siguió perdido en sus pensamientos, con la mano que estaba extendiendo los adornos a Anna dentro de la caja, revolviendo, jugando con la última letrasin tomarla.

—¡Misaki! —Escuchó, espabiló y su rostro enrojeció de rabia.

—¡No me llames por mi nombre, joder Kamamoto! —Gritó.

—Perdona, pero estabas como en otro planeta —Yata puso el último adorno de la caja en manos de la niña con delicadeza y ella lo colgó en un movimiento rápido. El hombre rubio la bajó de su hombro y Misaki, lanzando la caja, la tomó en brazos para depositarla en el suelo; ella tomó su mano, calmándolo y sonsacándole una sonrisa.

—Es Año Nuevo —le dijo, con la voz calma de siempre—, por hoy no te enojes.

El pelirrojo sólo asintió con la cabeza, recordando todos los motivos que tenía para estar contento. Un golpe en la puerta los distrajo y Akagi corrió a abrirla al grito de "¡Yo abro!". Tras ella, metida dentro de un abrigo color crema y el rostro escondido en una bufanda blanca, estaba Seri Awashima en calidad de civil, que se había unido "espiritualmente" al Clan al comenzar a salir con Kusanagi (después de que el hombre de lentes insistiera con ganas) bajo la condición que había puesto Munakata de no mezclar el trabajo con los sentimientos.

Anna soltó la mano de Yata y fue corriendo a recibirla con un abrazo. Seri la levantó para abrazarla después de deshacerse de la tela que cubría su cuello, dejó un beso en su mejilla y la dejó marchar para que fuera con Izumo a tomarse de su brazo.

—Bienvenida —dijo el barman, extendiendo la mano para tomar su abrigo, el cual la mujer le entregó con una sonrisa. Misaki se estremeció un poco, todavía sin acostumbrarse a ver a la "mujer deslamada" comportándose de esa manera—, creí que llegarías al empezar la fiesta.

Seri saludó con la mano y la mirada a los presentes y disimuladamente lanzó una mirada inquisidora a Misaki. Lo que más desconcertó al muchacho, fue la impenetrabilidad del gesto. Para distraerse decidió buscar sus cascos.

—Quería ver en qué podía ayudar —contestó la mujer, mirando directamente a la cocina—. ¿Vienes conmigo, Anna? —Preguntó amablemente, provocando algún sobresalto, logrando que Yata dejara los cascos y soltara una risa entre dientes. La niña asintió y la siguió adentro.

Kusanagi se giró hacia el grupo, que miraba con interés a la rubia mientras caminaba con Anna. Misaki volvió a lo suyo antes de escucharlo gruñir:

—¿Y bien? ¿Qué miran? ¡La fiesta no se va hacer sola!

A eso de las ocho todo estuvo listo. Cerraron las cortinas, encendieron una esfera de colores vivos que colgaba del techo y pusieron música jazz. Los bocadillos estaban en sus bandejas, sobre las mesitas y los tragos sobre la barra

Correrse de la fiesta no supondría ningún reto con todos en lo suyo. Anna estaba con los muchachos, escuchando sus conversaciones dispersas al igual que Seri, que estaba sentada en un banco e Izumo que estaba tras su barra, conversando animadamente por sobre la música, tragos en una mano cada uno y las otras entrelazadas. Sonrió. Se alegraba por Kusanagi. Después de todo, las rencillas entre Azules y Rojos habían aminorado y la palabra traición pareció haber quedado en un segundo plano si bien nada de aquello significaba reconciliación. Al menos para él.

Yata trató de tomar un vaso de cerveza y Kamamoto se lo arrebató antes de que pudiera tocarlo.

—Ah, no, tú no tomas —dijo riéndose.

—¡Te jodes! ¡Tengo veinte! —Reclamó Misaki, tratando de alcanzar el vaso sin mucho éxito. Kamamoto iba a beberse el líquido cuando una mano rápida se lo quitó.

—¡Kusanagi! —Gritaron ambos amigos, molestos.

—Yata —Kusanagi sostenía el vaso con delicadeza y en un movimiento rápido acabó con el contenido—, tú lo quieras o no sigues siendo nuestro niño, así que de alcohol para ti en este bar, nada.

—¡Que te den! —Contestó provocando las risas de los demás.

Alrededor de las diez se acercó a la puerta echándose encima la capucha que tenía su polerón y tomando su tabla. Tendría que patinar rápido a casa para ponerse ropa distinta, tal vez unos pantalones diferentes y quizás abrigarse un poco antes de que comenzara a nevar de nuevo y otra cosa muy importante que había comprado para ese día.

Antes de que hubiera tocado el pomo de la puerta, sintió una mano en el hombro, era Kamamoto.

—¿Ya te vas?

La pregunta lo tomó por sorpresa, y el hecho de que su amigo notara su huida, también— Sí, me entró sueño —se excusó bostezando exageradamente, pero sabiendo que eso no serviría.

—Lo mismo dijiste el año pasado.

—El año pasado no estaba de puto humor para celebrar ni una mierda —se pasó una mano por la cara, alcanzando a notar cómo Anna lo estaba mirando—. Mira, esto es… es importante.

—¿Ah, sí? —Preguntó el rubio, entrecerrando los ojos— ¿Y se puede saber qué es tan importante, Yata?

—Nada. Digo, es que… ¡ah, jódete! —Le gritó, aprovechando que la música aplacaba el sonido de su voz— Tengo que verme con alguien, ¿te parece esa respuesta? Ya me comprometí, ahora no puedo faltar aunque quiera —espetó, y sin dar tiempo a que el hombre reaccionara, salió por la puerta rápidamente, cerrándola con cuidado al hacerlo.

—Ah…

—No te preocupes, Kamamoto —llamó Anna y él tuvo que bajar la vista, encontrándose con el rostro levemente sonriente de la niña—. Él va estar bien, tiene algo que hacer.

De camino a casa se preguntó si debería comprar algo de comer, podía optar por algo simple, una bolsa de papas, quizás. Mejor así. Sabiendo que no podría probar nada después, decidió que sería buena idea sacar algunos yenes de la bolsa que tenía en su mesita de noche y comprar algo para el camino. Dobló en la esquina con habilidad y pronto se encontró en frente a una puerta algo desteñida, ni siquiera lo bastante grande como para que Kamamoto pudiera entrar con facilidad estando en su peso de invierno. Se rió internamente de su observación.

El lote de casitas era pequeño y viejo, por lo mismo, barato, y Misaki había trabajado duro para poder comprar una de las casas. La plusvalía no era altaen el sector,así que había hecho el negocio con el anterior dueño y ahora podía decir que tenía, al menos, su lugar propio.

Todavía sobre la patineta rebuscó en los bolsillos de sus pescadores y sacó una llave que metió en la desgastada cerradura, haciéndola girar dentro y destrabando el seguro. Bajó de su medio de transporte y lo pisó por un extremo para que se levantara hacia él. Empujó la puerta y entró, buscando rápidamente el interruptor de la luz del corredor para poder adentrarse hasta la sala sin tener que caerse. Una vez ahí miró el desastre que tenía; ya lo ordenaría en enero, se dijo y corrió hacia su cuarto donde al menossu ropa no estaba desperdigada por el suelo y no había basura en todas partes. De la cama ni hablar, no estaba hecha.

La habitación consistía básicamente en la cama, que estaba junto a una ventana y cuyo respaldo estaba en la pared contraria a la puerta. Al lado de ella había una mesita de noche simple con su lámpara y la consola de videojuegos cargándose. El ropero estaba en la pared paralela a la ventana. Encendió la luz tirando de una cadenita junto a la cama.

Abrió el ropero y rebuscó entre las cajas que había, de ropa, casi nada, y encontró una chaqueta negra que venía con una capucha con pelo sintético en los bordes y que le habían regalado sus amigos para su cumpleaños número veinte. Todos habían hecho trabajos por ahí para poder comprarla y no la había usado nunca, así que le pareció que sería una buena ocasión para estrenarla. Apartó la prenda lazándola en la cama. Encontró, además, un canguro gris con capucha y sin diseño que no sabía que tenía. Decidió que conservaría los mismos pantalones cortos. Las zapatillas las cambió por unas negras de lona.

Se quitó la polera para quedar sólo con la sudadera negra y se puso el canguro para probar; le quedaba bien. Tomó la chaqueta, se la calzó y rebuscó en su cajonera su monedero. Sacó unos yenes para correr hacia la sala. Agarró las llaves, su reproductor de música y se dirigió al corredor, donde tomó la tabla y salió, cerrando con llave. Metió las manos en los bolsillos.

—¡Maldición! —Se quejó, cayendo en cuenta de que se le había quedado algo. Volvió a meter la llave y la dejó en la puerta, por fuera. Fue disparado hacia su habitación y volvió a buscar algo en la mesa de noche. Cuando lo encontró fue hasta la salida y cerró nuevamente.

Partió hasta el bazar que estaba cerca de su casa, dando la vuelta en la esquina. Vio con pesar que las luces estaban apagadas. Perfecto. Gruñó un insulto y cambió la dirección. Ahora iría al centro, al edificio donde Totsuka había sido asesinado por el rey incoloro. ¿Por qué ahí, en el lugar en que había sostenido a su amigo en brazos hasta que hubo dado su último suspiro? Por simple casualidad.

El año anterior no había sido capaz de soportar el sopor del que era víctima el bar debido al vacío que habían dejado Tatara y Mikoto, entonces se había calzado el polerón junto con los audífonos tipo casco, se puso su gorro y se echó encima la capucha. Antes de que alguien pudiera decirle alguna cosa, él ya había tomado su patineta y mandado a cambiar diciendo que tenía sueño. Había salido dando un portazo y echado a andar con las manos apretadas en puños dentro delos bolsillos.

No quería ir a casa, sólo se sentaría en su cama y lo único que haría sería pensar, que era lo que menos necesitaba. Siguió patinando por las calles vacías, vagamente iluminadas por los postes, sin rumbo fijo, sin saber dónde ir. Trataba de pensar en cualquier cosa o de dejarse llevar por la música, que había pasado de un rap suave a algo más violento.

Cuando se hubo fijado dónde estaba, se dio cuenta de que estaba parado frente al edificio donde unas semanas antes Totsuka Tatara había fallecido. En un impulso, tomó su tabla, la escondió tras unos arbustos que difícilmente se veían y dio un rodeo hasta el callejón colindante para colarse por la escalera de servicio. Llegó hasta el penúltimo piso y ahí acababa la escalera. Frente a él había una puerta que estaba entreabierta. Una de dos, o había estado así todo el tiempo o alguien se le había adelantado. Dudó un momento. Luego frunció el ceño y pateó la puerta.

Avanzó por el tramo que lo dejaba en el último piso y siguió por la escalera hasta llegar a una zona pequeña y cuadrada donde estaba la puerta que lo dejaría en la azotea; esta también estaba abierta. La empujó y salió hacia el frío exterior.

Pero no vio a nadie.

Caminó hasta el borde y miró hacia abajo con las manos aún escondidas. Se quitó los audífonos que estaban sobre el gorro. Bufó, y cuando quiso sentarse, algo impactó contra su cabeza— ¿¡Quién…!? —Comenzó y se giró para encarar aquien lo estaba molestando, pero otro proyectil le dio directo en el pecho.

Se agachó para recogerlo y se dio cuenta de que era un caramelo redondo y oscuro, de esos que tenían sabor a cola. Miró hacia atrás y buscó en la oscuridad, encontrándose con la delgada silueta de un hombre sentado en el piso y cuya espalda estaba pegada a la pared del cubículo en el que se encontraba la puerta. Sin tener que observar mucho, reconoció a Saruhiko Fushimi, jugando con un caramelo entre los dedos. Había pasado a su lado y no lo había visto.

—De todos los lugares a los que podrías huir —dijo Fushimi, levantándose del suelo— tenías que venir, justamente, aquí —Yata levantó una ceja, dando un paso hacia el otro, esgrimiendo una sonrisa de lado—. No estoy de ánimos para pelear contigo.

—Entonces lárgate —le espetó señalando la puerta con una cabezada.

—Llegué primero, Mi-sa-ki —ronrroneó divertido—, además es víspera de año nuevo y este lugar es lo bastante grande como para que podamos estar los dos.

—Jódete —contestó, avanzando hacia él. Se tumbó al lado derecho de la puerta, obligando a que Saruhiko se posicionara del lado izquierdo. Trató de ignorar la presencia de su acompañante, sin mucho éxito.

Saruhiko se había metido a la boca el dulce con el que había estado jugando y Misaki pudo escuchar el ruido de un envoltorio de papel así que se giró a ver, encontrándose con la mano del Azul; le estaba tendiendo un caramelo. Yata lo observó por un segundo, como buscando alguna trampa.

—¿Qué le pusiste?

—Nada —contestó el muchacho de pelo azul.

—Tú jamás andas con dulces —inquirió Misaki.

—Munakata me los dio.

—Ah… —Yata entonces tomó el dulce y lo examinó entre sus dedos, imaginando que Saruhiko no podía ser tan malo como para adulterar algo así. Mas le sorprendió que Reisi estuviera regalando dulces; lo asoció a que todo el mundo estaba de fiesta es día. De todos modos, se atrevió a preguntar:— ¿Por qué el Rey Azul te regalaría estas cosas?

—No creo que te incumba —soltó Fushimi. Misaki le dirigió una mirada enojada.

—Recién me decías que no querías pelea —dijo, pero no obtuvo más respuesta que un suspiro prolongado, entonces Saruhiko se dejó caer en su lado de la puerta; en el suelo, flectó la pierna izquierda y en la rodilla apoyó su brazo, mirando hacia la nada. Yata, sin nada mejor que hacer, le dio inicio a la música en volumen alto, sin ponerse los cascos. De ahí en más, por al menos media hora, no se dijeron nada.

El silencio que los sumió no era ni incómodo ni tranquilo, había cierta tensión y Misaki se mantuvo alerta ante cualquier movimiento. El caramelo ya se había derretido en su boca y no se atrevía a pedir otro.

—Apaga esa cosa —dijo de repente Saruhiko, y Misaki dio un salto.

—¿Por qué? Es mío, yo decido que hago con esto.

—Me molestan —siguió, echando la cabeza hacia atrás.

Yata se giró hacia él, cruzando las piernas— ¿Qué? —Preguntó— ¿Qué demonios es lo que tanto te molesta?

Fushimi se demoró un poco en responder, se giró hacia Misaki con el ceño fruncido. —Tus cascos —gruñó mientras señalaba los audífonos en el cuello del pelirrojo—, los detesto.

Misaki soltó una risa. Había pensado que la música que estaba escuchando era la causa del descontento del otro— Qué estupidez.

—A mí no me parece gracioso, Misaki —espetó Fushimi y el tono de su voz le indicó que era mejor no jugar con él.

¿Por qué no le gustarían? Tenía que haber algo. Decidió que insistiría hasta que le diera una razón— A mí sí —le dijo, tentando su suerte—, no me creo que seas tan inmaduro.

—No estamos hablando de un asunto de madurez.

—¿Entonces?

—No te importa —contestó con los dientes apretados mientras le lanzaba otro caramelo—. Cómete el maldito dulce y deja de hablar —las palabras de Saruhiko lo molestaban más de lo debido. Ahora pensando cada vez menos, se lanzó a hablar; que fuera como saliera.

—¡Son unos malditos audífonos! —Gritó, esperando más negativas.

—¡Los detesto! —Respondió el más alto alzando la voz— No me importa la forma que tengan, el color o quien los use y mucho menos la música que hagan sonar, pero los odio porque de entre toda la masa de estúpidos los traes puestos. Y si eres tan ciego y tan tonto como para no saber por qué, será mejor que te calles y pares de insistir, porque no tengo ganas de darte explicaciones.

La voz de Yata se atascó en su garganta. ¿Sería por eso? Pensó, tratando de hacer que las palabras de Saruhiko tuvieran alguna concordancia con lo que se imaginaba. Así que apagó el reproductor y se quitó los audífonos para dejarlos en el suelo, fuera de la vista del otro. Tenía una idea más o menos clara de qué era, pero prefirió no aventurarse; recordó que antes usaban entre los dos un par de aquellos, de esos que venían separados. Misaki los había tirado al tacho de la basura en Homra el día que compró sus cascos.

Frente a Saru.

Yata había, con ese acto, hecho trizas parte de su lazo con Saruhiko.

En sus ojos se instaló un ardor insistente y una sensación de opresión se situó en su pecho y sintió culpa. Analizó por un segundo todo lo que había pasado y se dio cuenta, pudo verdaderamente darse cuenta de qué tan egoísta había sido, de cómo nunca se había detenido a pensar en lo que en verdad quería Fushimi. El muchacho siempre lo había seguido a todos lados sin cuestionar ni un movimiento, ni una sola palabra, pero en el momento en que ambos habían dado la mano a Mikoto Suoh, Saruhiko, reticente y casi dando un paso atrás, se había mordido el labio, tensado su cuerpo y finalmente, estirado su mano para tomar la del Rey; Misaki había decidido pasar ese hecho por alto. Si lo hubo notado, lo fingió hasta el punto en que no reconoció nada más que la emoción de estar uniéndose a Homra. De Saruhiko, nada.

El ardor se tornó insoportable. Se dio cuenta de que algo tibio hacía camino por una de sus mejillas y lo más rápido que pudo cubrió su rostro con la capucha, antes de reventar, en completo silencio.

Todo le había caído encima como un balde de agua fría y la presión que sentía había llegado hasta su límite. El asesinato de Totsuka, la muerte de Mikoto, el abandono de Saruhiko.

—Misaki… —escuchó, mas hizo caso omiso— Misaki —llamó nuevamente Fushimi, cuya voz se había elevado un tanto para hacerse oír, tal vez creyendo que el pelirrojo no había escuchado. Pero Yata siguió guardando silencio, ahora siendo incapaz de contener los espasmos que el llanto traía consigo— ¿Estás llorando? —Preguntó Saruhiko y Yata pudo sentir la intensidad con la que lo estaban mirando.

—¡No, mierda, no estoy llorando! —Le gritó, enojado y tratando de sonar rudo, empero su voz surgió quebrada y más aguda de lo normal. Se cubrío la cara con la manga izquierda del polerón, tratando de apartar las lágrimas.

—Estás llorando —reafirmó el Azul, entonces Misaki sintió las manos de Fushimi, una en su hombro y la otra tratando de apartar el brazo que cubría su rostro. Intentó empujarlo, no quería que lo viera, pero el otro ejerció más fuerza y lo tomó por las muñecas. El pelirrojo apartó el rostro, temiendo cualquier cosa, pero lo próximo que pudo notar fue el palpitar tranquilo de Saruhiko, su respiración pausada y el calor de sus brazos alrededor de su espalda—. Puedes hacerlo si quieres, nadie te está observando.

—Tú... tú sí —dijo.

—No creo que te moleste, ya te he visto llorar antes —le recordó, atrayéndolo más hacia su cuerpo—. Pero me intriga el por qué.

Articular alguna palabra, entonces, parecía resultar imposible, pero hizo un esfuerzo aun así. Odiaba sentirse vulnerable, pero ya estaban en esa situación, nada importaba en demasía. Dio un largo suspiro, conteniendo las lágrimas— Siento… —se mordió el labio, sin querer dejarse llevar y fracasando en el intento— siento culpa —dijo poniendo sus manos en la cintura de Fushimi y cerrándolas en puños, arrugando la ropa. El más alto besó su frente y acarició su espalda y luego corrió la capucha junto con el gorro para poder pasar sus dedos por el cabello, desenrredando nudos a su paso. Misaki se dejó hacer y lloró libremente en el pecho de su acompañante, como solía hacer antes, cuando eran niños. No necesitó decirle nada más, siendo Saruhiko, él entendería.

—Tranquilo... —dijo sin dejar de acariciarle el cabello— estoy aquí, Misaki, nunca me fui...

Yata siguió sollozando, después de unos minutos un poco más calmado. El frío y la pena parecieron menguar hasta casi desaparecer; aflojó el agarre conforme se sintió más tranquilo. Estaba cansado y la calma que lo llenaba era casi mágica; Saruhiko siempre había tenido ese poder sobre él. ¿Por qué no descansar un poco?, pensó, no haría daño una siesta y Saru está aquí... Entonces, rendido, se acomodó entre los brazos del otro y se durmió bajo la calidez de sus caricias, como si el tiempo jamás hubiera pasado.

Cuando despertó lo hizo al otro día, en su cama, sólo vestido con la sudadera negra y los boxers. El resto de su ropa estaba perfectamente doblada sobre una silla. Se sonrojó violentamente al recordar lo que había pasado. La idea de que Saruhiko lo hubiera cargado hasta su casa, desvestido y dejado en su cama lo golpeó con fuerza. Pasó una mano por su cara, avergonzado. Entonces recordó su patineta.

Soltó una maldición, seguramente Fushimi no habría tenido idea de dónde la había escondido y la pobre tabla seguiría ahí, tras los arbustos.

—Ah, maldita sea… —dijo antes de revisar su móvil, que estaba junto a él. En una esquina había un ícono que indicaba un mensaje no leído. Tomó el aparato y se sorprendió al ver que era de Saru:

Buenos días, Mi-sa-ki…

Partía, y Yata se estremeció de nervios de sólo imaginar el tono de su voz.

...tabla en el corredor junto con las llaves. Y como no tenías nada decente en el frigorífico compré algo y el desayuno está ahí, así que come.

Saruhiko.

Había tratado de hacer una mueca de molestia pero le había sido imposible y, en su lugar, había tomado forma una sonrisa.

Notas de la Autora: ¡Primera parte terminada!

ASDF, no me decidía a dividirlo en dos, pero me pareció que sería una mejor idea.

Para Hanji, con cariño, y esperando que termine ese Jean x Marco que me dijo que haría. ¡Mujer, me tienes en ascuas ;A;!

Una vez más, ojalá que les gustara, y esperen el próximo con ansias.