Linaje inmortal

Introducción.

Nunca sabremos con certeza que nos depara el destino. En un pequeño pueblo de Italia una joven virtuosa e inexperta, en Volterra un ser con ansias de venganza. Cautha emprende un viaje para conocer sus orígenes, ignora que su curiosidad la llevará a estar frente a frente con el más temible de los vampiros.

Capítulo I El secreto

-¡Cautha! ¡Cautha!

La voz de mi madre llamando insistentemente logró apartarme de mi juego vespertino.

-¡Un momento! Respondí con desgano.

Odiaba que interrumpiera mis ejercicios mentales pero mi madre estaba muy enferma debía acompañarla y colaborar en todo lo que necesitara.

Me levanté dejando la copa de cristal sobre la mesa, la misma que había intentado mover sin tener contacto físico. Si... tenía dones particulares, entre ellos mover distintos elementos sin necesitar rozarlos. Descubrí apenas siendo niña que gozaba de ciertos poderes, por el contrario ignoraba el por qué. Lo que más colmaba mi entusiasmo era ver imágenes pasadas a través de los objetos al tocarlos, y de esa forma descubrir parte de su historia, un privilegio muy preciado para mí. Lo triste era no poder compartirlo con nadie salvo mi madre, hubiera terminado acusada de brujería con toda seguridad. A mi modo de ver eran virtudes peculiares, parte de un mundo paranormal y tal vez habría muchas personas con esas habilidades, aunque por el momento no conocía ninguna.

Acudiendo a su llamado me dirigí a la habitación. La vi acostada últimamente como la mayoría de los días. Su extraña enfermedad la había prácticamente postrado, no había solución ni remedio alguno que la sanara, intuía con tristeza que pronto llegaría su fin.

-Cautha. ¿Qué estabas haciendo? Otra vez insistes con esas cosas, me gustaría que antes de irme de éste mundo tuvieras una vida normal.

-La tengo madre.

-No, no la tienes. No sales a divertirte con amigas o paseas por el pueblo, te veo muy solitaria y eso no es bueno.

Me acerqué hasta su cama lentamente, de pie la observé. Lucía más pálida que de costumbre, sus labios resecos, sus ojos negros apagados por el sufrimiento.

Di unos pasos y cogí el libro de la pequeña mesa junto a su cama.

-¿Quieres que te lea un capítulo?

Mi madre miró hacia la ventana, las sombras comenzaban a ganarle a la luz tiñendo de nuevos colores el retazo de cielo.

-Otro día se ha ido. Murmuró.

Sentándome a sus pies sobre la manta azul hilada a mano, abrí la novela de Umberto Eco,

« El nombre de la rosa. »

-No, no leas. Hoy necesito pensar. Interrumpió en voz baja.

-¿Pensar? ¿En qué madre?

-Debo tomar una decisión y por eso te he llamado, necesito hacerte una pregunta.

La observé un tanto inquieta por el misterio que rodeaba nuestro diálogo.

-¿Qué deseas preguntarme? Dije depositando el libro cerrado en mi regazo.

No me contestó de inmediato, se tomó el tiempo que seguramente creía necesario para tener valor. Lo sabía, aunque no leía los pensamientos, podía percibir los sentimientos de las personas antes de que abrieran la boca. Otro extraordinario don...

Noté indecisión, angustia, miedo...

-Cautha, si tuvieras la elección de saber una verdad aunque fuera dolorosa y cruel... ¿Preferirías desenterrarla o seguir feliz ignorándola? Por favor, no respondas si no estarás segura de lo que me dirás.

-No tengo que pensarlo madre prefiero saber la verdad a cualquier precio.

-Entonces... déjame sola. Sólo tráeme una tisana caliente, esta noche siento más frío que de costumbre y será una larga noche para mí.

Me puse de pie en silencio con miles de interrogantes en mi cabeza. La dejé sola como había pedido y me dispuse a preparar la infusión.

¿A qué se refería mi madre al formularme tan extraña pregunta? Si confesaría que no llevaba su sangre no sería nuevo para mi, gracias a mis dones lo había deducido,ella lo sabía aunque no habláramos de ello. Por otra parte era la única « especial » en mi familia. ¿Cómo no descubrirlo? Jamás había encajado en el árbol genealógico que había estudiado minuciosamente.

Pero... ¿Cuál era la razón de esa pregunta tan particular? La recordé palabra por palabra.

« Si tuvieras la elección de saber una verdad aunque fuera dolorosa y cruel... ¿Preferirías desenterrarla o seguir feliz ignorándola? »

¿Qué verdad ignoraba aún a mis veinte años?

Elegí la taza de porcelana con ribetes de flores lilas, volqué despacio el chorro de agua hirviendo sobre las hojitas de menta fresca, el aroma envolvió mis sentidos todavía confusos por la anterior situación. Examiné detenidamente como el líquido transparente se pigmentaba de un verde pálido a uno más oscuro y esperé...

¿Qué significaba ignorar la verdad? ¿Qué verdad?

Tomé una cuchara de plata del primer cajón y con movimientos lentos fui apartando la menta en un pequeño plato. Estiré la mano hacia las cortinas que ocultaban el exterior haciéndolas a un lado. La luna asomaba tras nubarrones espesos, ni una estrella...

Me sentía inquieta, como sujeta con sogas o presa entre barrotes. Había algo fuera de casa que me atraía, que me llamaba, como tantas noches me había sucedido.

-¡Cautha!

-¡Voy!

Me apresuré a tomar una bandeja y me dirigí a la habitación de mi madre. Ella había encendido el velador, deposité el té a sus pies y la ayudé para que quedara semisentada en la cama.

-¿Dos almohadas está bien?

-Sí gracias.

Acerqué la bandeja fijándola con precisión en su regazo.

-Está muy caliente. La alerté.

-Tendré cuidado.

-¿Quieres que lea?

-No... ¿Tú no deberías estar en la quermese del pueblo?

-No iré dejándote sola.

-Olvídalo estoy mejor sólo que...

-¿Qué? Pregunté abrumada, tal vez se decidiría por develar el misterio.

Percibí sus emociones... Duda, tristeza, temor...

-¿Hay algo que deberías decirme y no te animas?

Me observó mientras bebía un trago de la infusión, después negó con la cabeza en silencio.

Diablos... Comenzaba a impacientarme, odié el hecho de no poder leer los pensamientos, aunque las personas me transmitían sus emociones no podía ir más allá de eso.

-Tengo calor. Murmuró.

Con una de sus escuálidas manos hizo a un lado la manta. No lo suficiente para mi gusto.

Fijé la vista en el tejido, me concentré... Imaginé mi mano tomándola con delicadeza, arrastrándola hasta verla en el suelo. Me concentré más... No existía movimiento o sonido alrededor mío, sólo mi deseo. Olvidé a mi madre a la habitación y a los objetos que la componían, nada importaba, sólo mi fuerza mental empecinada en mover la manta.

Finalmente sonreí observando el abrigo deslizarse hasta detenerse en el suelo.

-Cautha...

Mis ojos la miraron detenidamente. ¿Podría este hecho convencerla de confesarme esa verdad?

-Cautha ve al pueblo a divertirte. Estaré bien.

Entrecerré los ojos molesta, evidentemente no sabría nada más por hoy aunque volvería a insistir.

Camino al pueblo por el sendero apenas iluminado volví a pensar en el secreto que tan bien guardaba mi madre. ¿Qué tan malo sería que no había podido decírmelo antes? ¿Mis orígenes? Si, eso era factible sin embargo... ¿Por qué había esperado tanto tiempo? ¿Sería mi verdadera madre una bruja malvada? ¿Provenía de una familia de magos? No... Era temor lo que percibía en ella, parecía querer evitar el momento de enfrentarme con lo desconocido aunque a la vez algo la empujaba a revelarlo.

Miré hacia mis costados mientras acomodaba la capucha de mi capa y apretaba el paso. Se había hecho tarde para la fiesta en la aldea y era lo único que obligaba a apresurarme, pues no había inconveniente para andar en el solitario sendero.

Amaba la noche, me sentía cómoda y libre protegida por la oscuridad aunque... ¿Protegida de qué? Extrañas sensaciones albergaban mi alma, lo contrario a la generalidad de las personas que temían a las sombras, para mi era el medio más confortable para moverme. Por otra parte el pueblo era tranquilo, no abundaban desconocidos por lo tanto en ese sentido era seguro.

Observé los picos altos de los pinos que adornaban la senda mientras el olor a resina penetraba en mi nariz, todo lucía como si estuviera petrificado, ni una brisa, sin embargo adivinaba que las criaturas nocturnas vigilaban desde sus sitios. De vez en cuando algún búho rompía el silencio con prudencia y discreción.

Respiré profundo, el sendero descendía empinado y se mostró a mis ojos las primeras brillantes luces del pueblo...

Volví a casa después de dos horas, la médica del pueblo gentilmente me alcanzó en una vieja furgoneta.

-Pasaré a ver a tu madre si no tienes inconveniente. Dijo apenada.

-Muchas gracias, dormiré más tranquila si usted la revisa.

Con el correr de los días mi madre empeoró, nada podía hacer. La medicina no daba resultado, todos los esfuerzos eran inocuos.

Observé el reloj de pared, las nueve en punto, noche de luna llena. Guardé los platos que había lavado después de la cena, al cerrar la pequeña puerta del armario la vi...

Mi madre, de pie con su camisón celeste me observaba.

-¿Te sientes mal? ¿Quieres que vaya por la doctora?

-No, sólo quiero hablar contigo antes de que ya no pueda hacerlo.- suspiró -lamento haberte asustado.

-No me has asustado, no me sobresalto fácilmente.

Lentamente se dirigió al sillón de mimbre del comedor y tomó asiento.

-Ven Cautha.

Me acerqué sentándome en la alfombra a sus pies. Amaba sentarme como si fuera una niña a escuchar historias y cuentos. La diferencia que esta vez estaba segura que el relato me involucraría.

-Debo hablarte de tus orígenes, necesito que me escuches con atención. Una vez que haya terminado deberás tomar una decisión, pero no quiero que lo hagas pensando en mi bienestar, si no en ti. Si después de contarte todo los detalles quieres seguir adelante entonces te apoyaré.

Dios, que extraño todo. ¿Apoyarme si deseaba buscar a mi verdadera familia? Por supuesto que lo haría. ¿Qué podría echarme atrás?

Mi madre respiró hondo y comenzó el desarrollo de una historia muy particular.

-Hace miles de años, una familia perteneciente a la realeza etrusca vivían felices rodeados de riqueza y bienestar, dichosos por el nacimiento de su hija que creció en un hogar lleno de amor y paz. Sin embargo, una fatídica mañana los bárbaros invadieron su tierra, incendiaron casas y también el palacio donde ellos habitaban. Ambos quedaron en la ruina sin nada, ni un mendrugo de pan. Eso no fue todo, lo más cruel que soportaron fue el robo de esa niña pequeña, luz de sus ojos. Su hija desapareció llevándose con ella un talismán colgado de su cuello regalo de su padre, y todas las esperanzas de ser feliz por el resto de los días que les quedaban.

-Es una triste historia, pero... ¿Qué tengo que ver yo con esa niña? Interrumpí inquieta.

-Esa pequeña creció separada de sus padres, a su vez al llegar a la madurez se casó y tuvo un hijo, éste también tuvo descendencia y así sucesivamente...

-Madre, creo entender que todos ellos son parte de mis ancestros. ¿No es así?

-Si...

-¿Dónde vive mi familia biológica? ¿Podría conocerlos?

-Todos han muerto.

-¿Cómo lo sabes?

-En el orfanato donde tu padre y yo te recogimos, una enfermera ante el juramento de mi silencio, me contó paso por paso lo que acabo de revelarte. Tras los años y al llegar a una edad determinada por misteriosas enfermedades tus ascendientes morían. Como una maldición. Así murieron tus verdaderos padres, tu padre de crianza, y así moriré yo.

-¿Qué dices? ¿Que finalidad tiene tu relato? Ya no me encontraré con ellos, no los podré abrazar ni besar. ¿Cuál es el objetivo? ¿Cómo es que todos mueren?

Mi madre quedó muda, me miró en silencio tratando de leer mi mente, imposible ella no tenía ningún don.

-¡No entiendo!- protesté indignada- ¿por qué me haces esto? no tendré la oportunidad de encontrarme con alguien de mi sangre, nadie quedó en éste mundo.

-Si hay alguien...

Me puse de pie impaciente caminando de un extremo a otro del comedor.

-¡Ponte de acuerdo! Me has dicho hace segundos que todos están muertos. ¿Quien ha sobrevivido?

Mi madre clavó la vista en el regazo.

-¡Habla por favor!

-Aquél hombre cuya hija le han robado. Murmuró con un hilo de voz.

Busqué con mis ojos el abrigo para salir apresurada.

-Quédate tranquila iré por la doctora. Balbuceé nerviosa.

-¡No estoy desvariando!

-No puedes estar diciendo esas cosas. ¿Es qué no te escuchas? Has dicho que ha sobrevivido un hombre que ha pisado esta tierra siglos atrás. ¡Me estás asustando!

-Cautha tranquila sé lo que digo... además he dicho que hay alguien de tu sangre que podrás conocer, no dije que estuviera vivo.

Me dejé caer en un sillón frente a ella.

-¿De qué hablas madre? Es... un disparate, no tiene lógica, es antinatural.

-Lo sé, pero... ¿Tus dones tienen lógica?

La miré a los ojos. Era cierto nada de lo que era capaz de hacer era lógico.

-Te escucho- dije con la voz apagada- imagino que no debe ser humano.

-No lo es... Él es un vampiro y se esconde en Volterra.

Bien, o corría a buscar al médico desesperada pensando que tal vez mi madre estaba transitando las últimas horas de vida y deliraba por la fiebre, o me sentaba a escucharla...

La miré, su rostro aunque pálido y demacrado no daba signos de locura. De pie lentamente me posicioné frente a ella.

-¿Por qué me cuentas esto? ¿Crees que me llamará la atención conocer un vampiro aunque sea mi ascendiente?

-Es que aún hay más.

-¿Ohhh hay más? Interesante- me burlé- ¿debo convertirme en vampiresa al llegar a una edad?

Mi madre movió la cabeza tristemente.

-No tomes a risa lo que te he dicho, debes estar preparada si quieres llegar hasta él.

-¡Pues no quiero! Te lo agradezco me quedaré aquí e intentaré seguir mi vida como si nada, me casaré tendré hijos seré feliz...

-No podrás.

Sus ojos se clavaron en los míos.

Cerré los ojos y murmuré. -No es justo, no cuentas de una buena vez cual es la razón de haber roto el silencio que guardaste tanto tiempo.

-Cautha, esa niña fue robada y por sus genes transmitió una maldición, nadie que tenga conexión con esa estirpe sea biológico o por adopción sobrevivirá. Me lo ha dicho la enfermera y sé que es así, en mi está la prueba.

Respiré hondo.

-Bien... Que se supone que tengo que hacer. ¿Ir hasta él y suplicar que cese la maldición?

-No. Te he dicho que la niña llevaba un talismán regalo de su padre al momento de ser robada. Ese dije a pasado de mano en mano, de sus ascendientes a sus descendientes. Ese amuleto debe regresar a él. Es suyo, le pertenece, ya que a su niña jamás la encontró.

Cerré mis ojos fuerte intentando hilvanar tanta absurda información.

-Si el dije pasó de mano en mano y nadie se atrevió a devolverlo... ¿Dónde está?

Su mirada se desvió lentamente hacia el techo, observé la puertecilla de madera que pertenecía a la buhardilla.

-¿Allí?

-Si, estuvo escondido por veinte años desde que la enfermera me lo dio al ponerte en mis brazos. ¡Ayyy! No me siento bien... debo volver a la cama. ¿Me ayudas?

-Por supuesto.

Me apresuré a acercarme a mi madre para que se apoyara en mí, se puso de pie despacio y con pasos lentos nos dirigimos a su habitación.

Una vez que su cuerpo encontró el cobijo de las sábanas, quité una de las almohadas para mayor comodidad, la arropé con el grueso edredón y la observé.

Se acurrucó y murmuró.

-Así está mejor solo necesito dormir.

Di un beso en su frente tibia y me retiré no sin antes echar un último vistazo a su imagen algo marchita.

-Volterra... debes ir a Volterra. Murmuró.

Apenas cerré la puerta caminé apresurada hasta el comedor, mis ojos se clavaron en la pequeña puerta de la buhardilla. Estaba allí... guardado... el famoso talismán que pertenecía a mi ascendiente, ese ser oscuro e inmortal que permanecía oculto ante la vista de los seres humanos, ese... que fuera quien fuera se había quedado despojado prácticamente de todo, además del talismán.

En mis manos estaba el poder de salvar a mi madre si esa historia tan extravagante fuera verdad. ¿Qué perdería si husmeaba entre muebles viejos y disfraces de antaño? Nada...

Cogí una silla y la acerqué para poder alcanzar los extremos de la pequeña escalera de cedro. Una vez que logré estar a una altura considerable alcé una de mis manos y tiré del extremo. Con facilidad trepé por ella con suma rapidez, hice a un lado el pasador de bronce y empujé con todas mis fuerzas hasta que la abertura rectangular quedó abierta de par en par. Escalé los cuatro escalones y trepé hasta ingresar en el habitáculo. Sólo la luz de la luna iluminaba apenas, creando en los claro-oscuros sombras chinescas. Caminé cinco pasos y tanteé el interruptor en la pared. La buhardilla se aclaró con la pálida luz artificial.

Giré para tener una total visión de cada objeto que yacía inerte en las viejas repisas y en los rincones. De pie, observé en silencio metro a metro a mi alrededor.

¿Por dónde comenzaba? ¿En que sitio cubierto de polvo y alguna que otra telaraña encontraría el preciado elemento? ¿Mi madre habría sido coherente en relatarme esos disparatados hechos? No tenía más prueba eficiente que hallar el talismán, sólo así me convencería.

Pero esa noche fue en vano, no pude encontrarlo por más esfuerzos que hice por indagar meticulosamente cada rincón.

No volví hablar con mi madre sobre el tema, la veía cada vez más débil y constantemente distraída, preferí dejar a un lado esa loca historia sobre mis raíces.

Un domingo lluvioso acompañé a la doctora hasta el umbral de la puerta, su expresión de tristeza me confirmó que mi madre agonizaba y sólo cabía esperar el triste momento de su fin.

En su última visita le aplicó una fuerte dosis de morfina para los dolores y al menos pudo dormir. Sentada en el sillón con un libro de Julio Verne en mi regazo, el dije volvió a rondar mi cabeza. ¿Si retornaba la búsqueda una vez más? De nada valdría encontrarlo luego que mi madre dejara este mundo. Era ahora o nunca.

Repetí cada acción de aquella noche en la que abandoné la buhardilla desesperanzada, convencida que ese relato mitad fantasioso y mitad creíble no tenía fundamentos lógicos.

El ambiente a causa del encierro despedía un olor característico a humedad. Me acerqué a la ventana de vidrios repartidos y marco astillado, la lluvia se escuchaba incesante golpeando las tejas regalando a mis oídos una música monótona pero dulce.

Eché un vistazo a la vieja biblioteca de mi padre sin moverme del lugar. Mi instinto de lectora abnegada acudió una vez más a repasar cada libro con las yemas de los dedos. Libros viejos, algunos con el lomo descolorido por el paso de los años. ¡Cuántos recuerdos me traían! Podía ver a mi madre cocinando un guisado al atardecer y a él sentado leyéndome alguna obra de ciencia ficción.

Mi padre... Mi padre que finalmente no me había engendrado, sin embargo me había criado con tanto cuidado y amor. No tenía sus genes, no tenía su sangre... la única persona perteneciente a mi árbol genealógico no estaba junto a mi, no la había llegado a conocer nunca... aunque... aún estaba a tiempo...

Recorrí un pequeño trecho hasta llegar a los estantes donde reposaban los textos ordenados. ¿Si el talismán estaba allí? Tomé libro por libro despejando las repisas, deposité en el suelo varios tomos de Hegel mientras sacudía mis manos de polvo. Un rayo lo iluminó todo, en segundos un trueno hizo temblar las paredes. Cerré los ojos, era inútil...

Comenzaba a sentir frío en esa húmeda habitación, decidí abandonar la búsqueda definitivamente.

Sin embargo se dice, que lo que el destino deparó para nosotros... nada puede cambiarlo. Lo que debe ser será, aunque según el escritor Giovanni Papini, el destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad.

Giré mi cabeza buscando un lugar que no hubiera sido examinado, no se me ocurría...

Levanté los libros uno a uno tratando de acomodarlos lo mejor posible, pero algo se interpuso entre el texto de « La Ilíada » y el fondo del estante. Empujé el libro una vez más tratando que se alineara con el resto. No había forma...

Retiré el texto y me coloqué en punta de pie para descubrir que era lo que atravesaba ese espacio. No podía ver bien, alcé mi mano y tanteé despacio con mis dedos. De a poco tomé contacto con algo que parecían ser pequeños eslabones, sujeté lo que parecía ser un collar y lo retiré de su escondite.

Ante mis ojos, una piedra verde tornasol engarzada en plata se balanceó en el aire. La tomé entre mis manos, era una bellísima amatista. Una amatista... piedra que por su energía aleja los malos espíritus...

Su forma perfectamente redonda y pulida provocaba destellos contra la luz del altillo. Me senté en el suelo... El talismán existía... lo tenía en mi poder. Un escalofrió corrió por cada centímetro de mi cuerpo, mi madre no había divagado.

Sin pensar siquiera que eso conllevaba a que en algún lugar de Volterra existía mi ascendiente sobrenatural, acaricié con el pulgar la piedra. Gritos desgarradores me hicieron soltar la cadena que se precipitó al suelo. Me tapé los oídos con ambas manos. ¿Qué diablos era eso?

Retiré mis manos lentamente intentando sobreponerme, examiné el dije sin atreverme a tocarlo. ¿Partían del amuleto esas llamadas de auxilio? Respiré profundo, no habría manera de llegar al fondo del misterio si no me atrevía a intentarlo otra vez.

Así lo hice, tomé el amuleto y repetí la acción de acariciarlo. Los gritos se repitieron cada vez más fuertes pero intenté fortalecerme, permanecí con los ojos cerrados sobrecogida tratando de poner mi mente en blanco. Una imagen borrosa de una habitación en llamas fue develándose, cada vez más nítida. Si... era una gran habitación, el fuego avanzaba devorando parte de los lujosos muebles y cortinados, el humo no permitía demasiada visibilidad pero... una cuna... una mujer aferrada a ella lloraba sin consuelo... Alcancé a distinguir de la joven, una frase apenas... « Nuestra niña no está »

Abrí los ojos repentinamente y separé el pulgar de la piedra. Era suficiente para mí por ahora, tratar de ver las imágenes del extraño objeto me había quitado todas las energías.

Esa mujer... ¿Era la madre de la niña? Mi ascendiente... ¿A quién le hablaba?

Habría alguien más en esa habitación, estaba segura.

-Cautha.

Escuché la voz de mi madre llamándome.

Me puse de pie de inmediato abandonando el dije en el suelo, me acerqué a la pequeña abertura a ras del piso y contesté.

-¡Si! ¡Aquí estoy!

-Tengo sed.

Su tono muy poco perceptible hizo eco en el piso inferior.

-¡Iré de inmediato!

Giré mi rostro contemplando el talismán a pocos metros de mí. Mi madre necesitaba un vaso de agua fresca, pero no me retiraría sin conocerlo a él...

Nuevamente volví a sentarme en el suelo, tomé el amuleto y repetí la acción.

Otra vez la habitación y el fuego, otra vez el llanto...

Alcancé a escuchar unas voces desgarradoras. ¿De qué hablaban? Parte de los motivos del incendio lo había escuchado por boca de mi madre. Los bárbaros...

Me concentré en la figura de aquella mujer que lloraba con desesperación, sus manos agarraban los barrotes de la cuna... pero no eran sólo su manos las crispadas en el hierro... había un hombre con ella. Continué mi exhaustivo examen tratando de seguir sus antebrazos, luego sus brazos, estaba de perfil y no podía ver su rostro aunque si escuché su nombre en ese diálogo desesperado.

-¡El fuego! ¡Aro el fuego avanza! Moriremos.

Mi corazón pareció dejar de latir al escuchar su voz por primera vez.

-¡Quiero mi hija! ¡Malditos quiero mi hija! Sollozó.

-¡Se la llevaron! ¡Se la llevaron!- Ella lloraba desconsoladamente.

Observé las llamas avanzar, su rostro giró para ver a su mujer.

-¡No quiero vivir sin ella!

Quedó inmóvil aferrado a la cuna mientras la mujer tiraba de él.

-¡Vamos! ¡Por favor! ¡Ya nada podremos hacer!

Parecía en estado de shock, sus músculos torneados se tensaron y exclamó.

-¡Juro que mientras me quede vida no descansaré hasta acabar con cada uno!

-¡Chautha!

¿Cautha?... Ohh Dios mi madre.

Quité el pulgar de la amatista y resoplé con disgusto. Esta vez no abandoné el amuleto, desenredé la cadera rápidamente y la colgué de mi cuello. No me separaría del talismán. Salvo... cuando pudiera llegar a Volterra y lo depositara en sus propias manos.

Ahora estaba segura que todo había ocurrido tal como lo dijo mi madre, eso significaba que la vida de ella dependía de mí...

Agradecimientos: Mil gracias a todas las chicas que me siguen en mis locas historias, a Vero Cullen por revisar los capítulos, a Crazy Cullen por ayudarme en todo lo que Fanfiction se refiere.