OUR LOVE TO ADMIRE
Introducción
— ¿Sasuke? —la brisa salada embestía contra sus mejillas y helaba su nariz, que ya ni siquiera la sentía.
— Por aquí Itachi. —escuchó el grito de su hermano, amortiguado por el sonido de las gaviotas que volaban sobre sus cabezas.
Sasuke se alejó con trote hasta detenerse y mirar atrás, el cabello se le movió de lado con el viento que provenía desde las olas del mar, y que chocaba contra el risco a unos cuantos metros.
Observó a su hermano.
Itachi caminaba con cuidado, siguiendo el sendero que su experiencia empírica le había hecho memorizar en esos tres años que llevaban viviendo ahí; era el camino que siempre recorría de su casa al pueblo. Las olas del mar chocaron contra las rocas y el siseo de su golpe causó un eco que se expandió por toda la costa, hasta llegar a los oídos de los hermanos. Sasuke tenía plasmada una sonrisa juguetona y diablilla, divirtiéndose con la torpeza que su hermano mayor demostraba en tan sólo un juego. Itachi, por su parte, estaba un poco frustrado al estar vendado de los ojos desde hacía casi media hora, sabía que a Sasuke le encantaba tenerlo así de vulnerable, pero era un simple juego a fin de cuentas.
— ¿Sasuke...? —una nueva marejada embistió la costa, y las gaviotas aterrizaron en la playa. Itachi podía sentir que cada vez más se acercaban a la playa, puesto que ahora podía hasta sentir el agua salpicada en sus mejillas.
Sasuke había vuelto a alejarse para salir del sendero y entrar al pasto verde, donde subió a una gran roca y sintió que la camisa se le alzaba por el fuerte viento.
Sonrió con arrogancia, ya que Itachi nunca podría imaginarse dónde estaba hasta que se quitara la venda de los ojos y aceptara su derrota.
Los pasos lentos y casi torpes de Itachi se tambaleaban de un lado a otro, y en ocasiones se tropezaban con rocas incrustadas en el camino. Ya sentía dolor en la punta de la suela del zapato.
— ¡Sasuke! —volvió a gritar esta vez con exasperación; sin embargo, no se quitó la venda que le obstruía la vista.
— Por aquí, Itachi. —murmuró en voz baja, e Itachi pudo apenas escucharlo como un susurro antinatural, como si él estuviera del otro lado del mar.
Sasuke apretó los puños, y su mirada antes juguetona cambió a una profunda e inherente a la maldad. Itachi sólo siguió sus instintos, y dobló a la derecha, justo donde estaba Sasuke a unos cuantos metros mirándolo desde la altura de la roca.
Detrás de Sasuke y esa roca, el mar chocaba con cólera el peñasco y se alzaba hacia arriba, como si brazos enormes quisiesen alzarse del mar para alcanzar al desgarbado muchacho. Debajo de ese manto azul, rocas afiladas y negruscas con musgo se ocultaban, apenas y se notaban la sombra de esas rocas reflejada en el espejo marino.
El viento volvió a soplar, casi ensordeciendo. A Itachi le entró un escalofrió por la columna, y su cabello se agitó hacia arriba al mismo tiempo que alzaba las manos al frente.
Sasuke bajó de la roca. — Voy a ganar Itachi. —Itachi siguió al frente, escuchando la risilla de su hermano. Ya estaban lo suficientemente grandes como para ese juego, un muchacho de dieciséis años y uno de catorce. Pero eran hermanos, y los juegos entre ambos eran válidos. Y los sentimientos oscuros también existían. La envidia, por sobre todas las cosas.
Todo fue vertiginoso y borroso, muy fugaz, como si despertase en una mañana con el sol cegándole la vista, y los pajarillos chillando en la ventana de su habitación. Ya estaba muy cercas, sintió la roca, y la rodeó, y olió el mar a metros de distancia, pero continuó.
— Sasuke, ya basta, ¿dónde estás?
— Aquí estoy, Itachi.
Y al escuchar su voz creyó tenerlo enfrente de sí, alzó sus brazos para atraparlo y ponerle fin a todo ese juego, pero no pudo capturar nada. Los pies le tambalearon, una mano lo empujó con fuerza hacia delante, y como un bebé con sus primeros pasos se le torcieron los pies y cayó. No hubo pasto que amortiguara su pecho, sólo el hueco del viento lo recibió, y sus manos sintieron la libertad de caer directo al mar.
Su madre, su padre, ambos frente a sus ojos; Mikoto con una sonrisa simpática, Fugaku siempre con su periódico en mano y su expresión adusta.
Su hermano, con su lejanía y su crueldad. Sasuke, con sus gestos extraños, sus sonrisas inocentes y su mirar vano.
Sasuke.
Sasuke...
Sasuke. Sasuke. Sasuke.
— ¡SASUKE!
Se quitó la venda roja de sus ojos y sólo pudo ver una cortina azul. Sus ojos se expandieron y su piel empalideció. Como un polluelo intentando emprender el vuelo aleteó los brazos. Fue inminente el choque contra el mar. Violento, brusco, azotador y duro. Un fuerte sonido rompiendo la calma del oleaje, escondido detrás del sonido de las gaviotas. Ni siquiera pudo gritar su terror, fue engullido inmediatamente por el mar. Un fuerte dolor en sus piernas hizo que abriera su boca y engullera litros de agua, movió los brazos de lado a lado, pero las piernas ni un milímetro se movían. Era como un gusano.
Sasuke asomó la cabeza y alzó la vista para fijar el punto exacto donde había caído Itachi, las burbujas y la espuma pronto escondieron una alfombra roja, revolviéndola con el salado sabor del mar.
Metros más abajo, con la pared del mar muy por encima de su cabeza, Itachi luchaba por subir; por alcanzar algo inexistente. Todo era oscuro y nebuloso, el agua le entraba por las narices y los oídos, y su boca era como el conducto de un retrete absorbiendo su posible causa de muerte.
Abrió sus ojos, en un deje de cansancio y rendición, dejándose hundir lentamente a la oscuridad del océano. La luz entraba enigmáticamente, atravesando el mar e iluminándole tenuemente la cara. Era todo. Era el fin.
Itachi se hundía cada vez más rápido, y faltaba poco, muy poco para que se entregara al mundo de los muertos.
Ella había visto desde la playa con impresión cómo caía al mar, y sin dudarlo saltó para ir en su rescate. Se exigía ir más veloz y obligaba a sus piernas y brazos hacer un esfuerzo sobrehumano, incluso tragó agua y la presión cardiaca le hacía saltar el corazón hasta la garganta.
Sasuke percibió movimiento a la lejanía, vislumbró la silueta de una persona, y cada vez se acercaba más, tanto que pudo apreciar que era una mujer en traje de baño. La perdió de vista cuando ella se hundió y las sombras junto con las olas taparon su visión.
Nerviosismo. Eso fue lo que sintió Sasuke Uchiha a la hora de ver a esa mujer. Ella planeaba salvarlo, y si lo lograba, entonces estaría en serios problemas.
Sasuke corrió de la escena por todo el sendero, y comenzó a gritar socorro para su hermano Itachi, quien había sufrido un terrible accidente. Sus gritos retumbaron en las montañas verdes y recorrieron los bosques. Las piernas de Sasuke casi no tocaban el suelo y sus brazos se agitaban a la par que su cabello. Su respiración se tornó pesada y acelerada, se detuvo a retomar el aliento y volvió a correr subiendo la colina, donde detrás lo esperaba la mansión donde vivían.
— ¡Mamá, Papá! —azotó la puerta al entrar.
Mikoto y Fugaku escucharon la revelación, y tan pronto como escucharon Itachi y accidente corrieron fuera de casa, rumbo a la playa en busca de su hijo. Sasuke los seguía detrás, pero ya no estaba la preocupación cuando les dijo lo sucedido, ahora sólo había una inexpresable seriedad.
Ella lo alcanzó. Era muy pesado y casi se hundió con él, pero a duras penas pudo emerger la cabeza fuera del agua y tomar bocanadas de aire. Miró a todas partes, y sólo pudo ver montañas de mar y más mar, se obligó a no desesperarse.
Para Itachi ya nada era perceptible. Se sintió extrañamente vacío, inexistente y traspasable, como un fantasma.
La inconciencia de él sólo hacía más duro el trabajo para ella, estaba dando todas sus fuerzas para remolcarlo a la orilla de la playa, pero sentía que los brazos le flaqueaban y que en cualquier momento tendría que soltarlo para poder sobrevivir. Ni hablar, con o sin brazos ella lo sacaría de ese endemoniado oleaje. Una ira y determinación bulló en su corazón y la adrenalina salió disparada a todo su cuerpo, pronto se sintió revitalizada, con nuevas energías para empujar con fuerza y jalar ese cuerpo.
Cerca, muy cerca de la playa. Una sonrisa se perfiló en su rostro, y tragó un poco de agua cuando una nueva ola casi los remolca hacia atrás, pero eso no funcionó porque ahora ver la salvación tan cerca le dio más fuerzas.
Al sentir la arena emitió un gemido de triunfo, dejó caer el cuerpo y rápidamente le desprendió de la camisa que se le enredaba en el cuello. Juntó sus dos manos sobre su pecho y comenzó a bombear, seguido de eso le daba respiración boca a boca y repetía el procedimiento sin parar.
No respondía.
Decidida a no rendirse y dejarlo escapar hizo más fuerza en sus manos y le llamaba para que despertara.
— Vamos, vamos, no puedes morir. Responde maldición, tienes que abrir los ojos... ¡Ey, vamos! ¡Respira!
Itachi. ¿Itachi? Itachi, tienes que despertar, ¡vamos, no me asustes! ¡Itachi!
Un sopor hacía que sus parpados cayeran al querer subirlos, sentía todavía cansancio y no quería despertar, a pesar de esa pesadilla.
Los murmullos subieron un tono, hasta que se convirtieron en exclamaciones.
— ¿Itachi? Tienes que despertar.
Itachi abrió los ojos, por fin, pero la molestia se reflejó en sus facciones inmediatamente. Sakura estaba invadiendo su espacio personal, lo indignaba que hiciera eso todas las mañanas, se lo repetía para que dejara de hacerlo, pero parecía ser retrasada mental.
— ¡Quítate de encima! —la sacó de su propia ensoñación, y ella se retiró como un resorte.
Itachi se acomodó en la cama, a duras penas, el sueño aún lo envolvía.
— ¿Acaso lo que te dicen te entra por una oreja y te sale por la otra? ¡Te he dicho miles de veces, miles de veces, que no-me-vengas-a-despertar! —Sakura frunció las cejas, Itachi no se inmutó. — Siempre, —jadeó.—siempre tienes que hacer lo contrario, uno te dice las cosas de buena manera y tú maldita seas, lo haces a tu gusto.
Sus despertares, desde que vivía con ella, siempre fueron desastrosos. Bueno, mucho más de lo que antes lo eran. Sakura no podía decir nada contra sus palabras y su furia, ella había aprendido a quedarse en silencio, porque sabía que si le contestaba sólo empeoraría las cosas.
— Deja de estarme viendo y acerca la maldita silla de ruedas.
— Sí.
Sakura se retiró a la esquina del cuarto, donde entre las sombras, casi con magia, se escondía la más horrible de las consecuencias. Tocó el metal y se posicionó detrás de la silla, empujándola cerca del borde de la cama.
— Qué esperas, ayúdame a levantarme.
Sakura dejó la silla cerca y se inclinó hacia él, metió sus dos brazos entre sus costados, sostuvo con fuerza su espalda y lo ayudó a enderezarse.
— Acerca más la silla, torpe.
Ella se hizo hacia atrás, y lo que Itachi había predicho se cumplió: la silla se corrió lejos de su alcance.
— Eres tan tonta.
Ella no se inmutó por su duro tono de voz, estaba acostumbrada, pero no por eso significó que otra llaga se abriera en su corazón. Acercó la silla y esta vez la puso pegada a la cama, lo volvió a ayudar sin decir alguna palabra e Itachi pudo sentarse por fin.
Un jodido inválido. La consecuencia de caer trescientos metros desde un acantilado directo al mar, y haberse golpeado las piernas en el risco. Pudo haber sido peor, pero para Itachi lo mejor pudo haber sido morir. El sueño que había tenido todavía estaba fresco en su memoria. El odio perduró a pesar de los años.
Sasuke. El nombre del culpable. Su propio hermano. Y no sabía cómo diablos no lo hundió en un reclusorio, ese bastardo merecía pudrirse por su "inocente travesura". Los diez años que hubieron pasado no curaron la herida que Itachi sufría en su interior, y los años que le esperaban tampoco curarían sus piernas.
— Ayúdame a vestirme.
— ¿No te darás una ducha?
— No. Te he dicho que me ayudes a desvestirme.
Y en esos diez años él jamás dijo un gracias o un por favor a la mujer que estaba frente a él, a la mujer que le hubo salvado la vida; a su ahora esposa.
Sakura se arrodilló y le desabrochó los pantalones de dormir, con sumo cuidado los deslizó por sus piernas insensibles y fue a buscar uno pantalón e vestir en el ropero.
— ¿No pudiste haberlo sacado antes?
Ella ignoró su comentario y sacó un pantalón negro. Se acercó con la intención de ponérselos pero Itachi se los arrebató bruscamente, después se inclinó sobre su abdomen y metió el pantalón en cada pierna, hasta deslizarlo a medio muslo. Sakura le ayudó a subirlo hasta la cintura levantándolo un poco del asiento, Itachi abrochó la bragueta y el botón. Le sacó la camisa de algodón y lo despeinó un poco, ella quiso sonreír, pero ese pensamiento murió al ver su rígido y ensombrecido rostro. Se dio la media vuelta y buscó una playera de botones, él de nuevo se la quitó de las manos y se la puso por sí mismo.
Afuera la casa era un bonito cuadro, la construcción databa de la década de los cuarenta, los detalles eran ingleses y la fachada era muy amplia, de hecho parecía la entrada a una casa de ricos, galardonada con un jardín de rosas al frente y con dos escaleras a cada lado para dirigirse al centro, donde se encontraba la entrada con dos puertas de madera con vidrios grabados en detalles de hermosos bosques europeos. La mansión se alzaba hasta los dos pisos, y sus ventanas eran largas, tanto que tocaban el piso de la habitación. Sus techos eran puntiagudos, y el techo estaba construido de tejas oscuras, las que antes fueron rojas. Pero de no ser por las cortinas, y el color de la casa, hubiera sido un resplandeciente cuadro de verano, en vez de uno oscuro y tenebroso, en medio de la nada con un apenas perceptible camino que daba al pueblo.
A los alrededores había un amplio claro de hierba verde, con margaritas floreciendo debajo de la sombra de los árboles. No tan lejos, de una rama colgaba un columpio que no había sido usado desde hacia diez años. La imagen de los dos hermanos jugando en el patio era fantasmal, una tenue ilusión que revoloteaba también dentro de la casa, con los ecos de las voces en lo que antes hubo sido el hogar de una familia.
Ahora sólo era la casa de una pareja. Si así se le podía llamar a lo que constituían ellos dos. Por que Sakura era más su enfermera que cónyuge, e Itachi era más el verdugo de ella que su esposo. Pero ambos habían permanecido así por casi diez años. Itachi la maldecía, y Sakura sólo pretendía ignorar sus crueles comentarios. Él nunca volvió a ser feliz, o a siquiera esbozar una sonrisa que lo fingiera. Era como un anciano enfurruñado, ligado a su horrible silla de ruedas que rechinaba advirtiendo su cercanía. Sakura y él vivían solos, alejados de la civilización, así lo había decidido el propio Itachi, quien hundido en la vergüenza optó por desaparecer y dejarle el campo libre a lo que tanto añoraba su hermano.
Una figura pública, de poder y carisma. Con todo a su mano, con las piernas saludables.
— ¿Por qué demonios no has hecho de almorzar?
Y para no aburrirse le hacía la vida insoportable a su compañera.
Ella le daba la espalda, ya lo había sacado de lo que sería su celda de contención, o así le llamaba él a su habitación, ya que en una ocasión ella misma lo había dejado encerrado argumentando que había salido al pueblo y se hubo olvidado por completo de él. Era una estúpida si creía que podría engañarlo.
— Te estoy hablando, por qué demonios no habías hecho de almorzar.
Sakura aspiró hondo. Paciencia, oh querida paciencia, llega a mí y líbrame. Ella no podía ni alzarle la voz, porque lo amaba. Maldición, ella lo amaba, ella lo había conocido cuando hubo sido un hombre feliz y carismático, lleno de ternura y amor. Pero cuando lo vio caer en cámara lenta desde el acantilado, supo que a pesar de todo, daría la vida por él. Y la viviría con él con o sin consecuencias. Menospreciaba su amor, escupiéndole que era una estúpida y torpe, que no la necesitaba porque se podía valer por sí solo. Una mentira que hasta ella podía paladear. ¿Quién lo despertaría en esas horribles pesadillas que siempre lo atacaban? ¿Quién lo vestiría o bañaría? ¿Quién le daría de comer? ¿Quién lo amaría?; nadie, nadie más que ella.
— Me quedé dormida. Lo siento.
— Lo siento. —repitió con sarcasmo y la silla rechinó sobre el piso de la cocina, se acercó a la mesa y se sirvió en un vaso jugo de naranja. — No sirves para nada.
No se casó con él por lástima al verlo en silla de ruedas esa tarde en el hospital, después de cuatro días del accidente; se casó con él por amor. Ahí mismo habían aceptado sus responsabilidades como hombre y mujer al casarse, aunque en un principio él se mostró reacio a decir "sí"; fue como si se lo hubiese pensado, y mirándola a ella con vacío, sin sentimiento, contestó a la sentencia que ahora sufría.
No podía ni de cercas llamarse a eso amor.
