¡Aquí estoy de nuevo! Si, parece que no tengo vida social... pero realmente tengo una y bastante gratificante. En fin... ¡Eeme aquí! Ésta vez con un ItaXHina, todo se debe porque en mi anterior fic "Novios de Terapia" aparecía nuestro amado Itachi, pero como no era el prota... quedé bastante dolida por su ausencia y se me ocurrió otro fic. ¡Espero que les guste! Díganme si tengo que cambiar de profesión... o que está bien. Ya saben... cosas.
Que más...¡NARUTO NO ME PERTENECE! Si así fuera... creo que no habría tanto relleno y Itachi estaría vivo y no sería un Zombie.
¡GRACIAS POR LEER!
Sean muy Gappys =D
El mismo cielo
Capitulo 1:
La noche había caído totalmente en la pequeña ciudad, las calles estaban en silencio, los comercios cerrados y tan sólo, se escuchaba el murmullo del viento chocar contra las vitrinas de los establecimientos. La hora perfecta para cumplir los sueños susurró y saltó por la ventana. Cerró los ojos hasta que sintió que el matorral le rasgaba el vestido y le llenaba de hojas el cabello. Sonrió cuando al abrir los ojos contempló la ventana de su habitación abierta de par en par y las cortinas volando al son del viento...
Tan sólo tenía hasta las diez, antes de que su padre irrumpiera en la habitación exigiendo el parte de sus actividades de aquel día. Miró al cielo para comprobar en que parte estaba la luna; el gran celeste blanco sonreía en la mitad del cielo, mientras pequeñas estrellas pestañeaban constantemente. Bajo la mirada hacia el jardín de su casa, buscó entre la oscuridad las velas, que siempre dejaban para que la servidumbre se marchara. Al encontrarlas pegó un saltó silenciosos hasta alejarse lo máximo de los matorrales, y acto seguido sacudió con fuerza el pesado vestido de color ámbar que tenía puesto. Odiaba los vestidos, a decir verdad odiaba absolutamente toda su condición como mujer. Sin pensar más en su mísera existencia comenzó a correr hasta alejarse del jardín y de su pequeña mansión donde tendría que volver un día más, para que le dieran clases de "como ser la esposa ejemplar".
La cordillera se alzaba alta y majestuosa delante de ella, enseñando las siluetas de los árboles y sus ramas danzar al ritmo del viento. De pie, con el rostro tranquilo esperó a que el viento dejara de soplar y comenzó la ardua tarea de subir la empinada cuesta. A cada paso que daba podía ver como la escasa luz del pueblo iba sobresaliendo, iluminando el cielo en hipnóticos colores. Cuando llegó a la cima y se acercó lo más que pudo al borde sonrió orgullosa, después sin mirar se dejó caer en la grama, llenando su cabello de pequeñas ramitas y dañando el costoso vestido. Inspiró el puro aire y miró lo alto del cielo, mientras recitaba las constelaciones que se iban asomando poco a poco a ella...
- Vuelve a estar aquí...-susurró una voz levemente emocionada. Sin levantarse alzó la cabeza hasta encontrar la silueta de un joven.- Buenas noches...-saludo cortesmente.
- Usted también...- contesto ella con una sencilla sonrisa y sin importar que el caballero le viera en aquellas posturas.
- Encontré primero el lugar...- admitió muy orgulloso.
Sin pedir permiso se sentó al lado de ella y con un seco movimiento cayó al lado de ella, rozando los codos y sintiendo la respiración muy cerca de ellos. Ninguno de los dos se alejo, ni le molestó aquel mero contacto, más bien deseaban que la cordillera se encogiera para poder acortar más la distancia entre ellos dos.
La luna iba flotando en el cielo, con unos movimientos tan leves que el ojo humano no podría notar, pero ellos dos, que se habían pasado largo tiempo observando al celeste comprendieron que el tiempo iba pasando y que tan pronto, como la luna llegara a lo más alto del cielo sus caminos se tendrían que separar hasta la noche siguiente... o quizás ninguna.
Entre dulces palabras sobre las estrellas, sobre el cielo y el viento transcurrió las tres horas que tenía permitido salir de la casa. Dejó escapar un pequeño suspiró cuando la luna se estanco en lo más alto del cielo, avisando así que se tenía que marchar y dejar al misterioso muchacho para el día siguiente. Por primera vez desde que lo vio por primera vez, logró conocer algo más de aquel anodino rostro; facciones marcadas, ojos seguros y oscuros, piel blanca y suave. A penas sin darse cuenta alargo la mano hasta pocos metros de su mejilla, con mucha dulzura y casi con temor acaricio la mejilla de él. Ardía. Sonrió ante el rubor del joven y dejo que el posara la mano sobre la suya y así estuvieron un largo rato...
- Itachi Uchiha...- se presento con un leve silbido mientras acortaba la distancia entre ellos y con suma dulzura le daba un suave y tierno beso.
- Hinata Hyuga...-contesto cuando sus labios estuvieron libres.
Obligada más por el miedo que por el deber, se levantó a duras penas, dejando tirado en el suelo a Itachi, que se mantenía sereno observándola mientras ella se iba alejando poco a poco, siempre sin dejar de mirar atrás, esperando que a cada paso que daba la figura del joven fuera desapareciendo de su horizonte. Al final, cuando la oscuridad fue mayor volteó la cabeza y comenzó la carrera contra reloj hasta llegar al jardín de su mansión. Arrastrándose por el suelo llegó hasta debajo de su ventana, escaló por la enredadera y entró a la habitación. Cerró las cortinas, se quitó el vestido y lo cambió por una blusa de color canela, luego quitó los trozos de ramas del cabello y peinó con una intranquila calma.
El reloj de la habitación dio las diez y al momento que la hora y el minutero estuvieron alineados la puerta se abrió dejando entrar a dos personas; Un hombre alto, de largos cabellos oscuros, ojos claros, rostro serio y labios apretados, a su lado una mujer esbelta, de grandes ojos claros, sonrisa cálida y generoso pecho. Ambos sonrieron.
- Padre, Madre...-dijo ella mientras terminaba de peinarse el pelo.
- ¿Qué tal las clases?- preguntó el hombre mientras se dejaba caer cansado sobre la cama y suspiraba.
- Bien aburridas – pensó después.- ya he terminado el chal para el baile...- comento sin mostrar algún interés.
Entre pregunta y pregunta estuvieron un largo rato, hasta que el hombre abandonó la habitación dejando a las dos mujeres solas. La dama de ojos claros se acercó a su hija, sujetó el cepillo y continuó peinando a la joven, que apretaba los labios con fuerza deseando que no se hubiera olvidado ninguna hoja escondida en su cabello. Con esos pensamientos estuvo un largo rato, hasta que escuchó un gemido atrás suyo...
- ¿¡Qué paso!- preguntó asustada, aunque sabía que ocurría.
- ¡Una hoja!- gimió la mujer horrorizada. Hinata tragó saliva intentando buscar alguna escusa de aquello en su cabello, pero por mucho que buscara en su mente, no lograba encontrar algo.- ...¿lo has vuelto a hacer?- preguntó. Ella asintió.- Hija, ¿sabes que es una locura?- no hubo respuesta.
Desde bien pequeña Hinata sabía que había nacido en un tiempo equivocado, en un lugar donde sus ideales eran estúpidos y que tan sólo se podía limitar a soñar. Era consiente que al ser mujer debía cumplir con unas tareas que, tan sólo las mujeres debían hacer. Hacer el papel de mujer "florero", sonreír cuando no quería, contestar cuando no tenía que decir y algo que, desde que aprendió a leer y a escribir, odiaba. Las mujeres tenían totalmente prohibido estudiar ciencias, tener pensamientos propios e ideales ingeniosos. No podían salir del ambiente doméstico y mucho menos ambicionar querer estudiar algo más...
Era algo que desde siempre había tenido muy claro, pero el cielo... era su pasión. Deseaba poder estudiar las estrellas, el sol, la luna, el universo, el mundo... tenía ansias de conocimiento, pero en aquella sociedad donde las tetas estaban infravaloradas no podía hacer nada más, que aquello que estaba permitido. Por ese mismo motivo, cada día se escapaba a la pequeña cordillera que estaba a dos cuatros de hora de su casa y estudiaba la noche y sus componentes...
Entre recuerdos del pasado revivió de manera demasiado fresca el primer día que vio a Itachi y no pudo evitar que el rubor de mejillas, que había intentado controlar durante todo el rato, se descontrolara e inundara su rostro.
- ¡Hija!- gimió la madre al ver el rostro carmín de su hija.- ¡Lo has vuelto a ver!- jadeó horrorizada- ¡Estás prometida!- le acusó con el dedo índice, pero en ese gesto no había ninguna marca de reprimenda.
- Mamá...- se quejó ella.- Quiero ser libre...- susurró.- quiero amarlo... no quiero casarme con el hijo de los Uzumaki.
- Lo sé.
El reloj de la habitación seguía avanzando, por lo que la dama se tuvo que marchar, terminó de peinar el cabello a su hija y abandonó la habitación, mientras Hinata observaba el reflejo de su rostro en el espejo. Su cabello largo de color negro-azulado brillaba, las mejillas teñidas de un vivo rojo y los ojos tan grandes y claros como sus dos progenitores. Odiaba ser mujer y una de las más bellas del pueblo, por eso y por más cosas deseaba miles de veces ser pobre, humilde y ser hombre. Poder decidir el futuro por ti mismo, amar a quien quieras y estudiar aquello que más quieras. Levantó las manos y se las colocó en los pechos, odiando su feminidad una vez más...
La casa se encontraba en un agradable silencio, el aroma a café recién molido inundaba la habitación, el ruido de las tazas y cuchillos chocar contra los platos era lo único que se escuchaba y en la mesa, se podía cortar la tensión con un cuchillo.
Cada mañana era lo mismo para todos los miembros de la familia Hyuga; Desayuno en familia, la lista de los quehaceres de las mujeres y los cientos de problemas que tenía el hombre de la casa aquel día...
- Por cierto Hinata...-habló el padre. La nombrada levantó la cabeza.- Mañana irás a casa de tu tía Kurenai, te enseñará a bordar un tapis además de unas cuantas reglas para ser una digna mujer ¿de acuerdo?
- Si, padre.- asintió ella.
- Pero... ¿eso no está al otro lado del pueblo?- habló la madre rompiendo el reciente silencio que se había formado.
- Hmm...si, claro ¿dónde si no?- gruñó el mientras observaba a las dos mujeres que le miraban sorprendidas.
A pesar de que miles de quejas se le juntaron en la boca, no fue capaz de expresar ninguna. Por mucho que se quejara de que no quería ir, que quería quedarse en la casa y visitar como siempre aquella cordillera, sabía que no lograría nada. Las reglas eran las reglas. No habían excepciones...
Cuando el sol se ocultó totalmente, una vez más saltó por la ventana y corrió hasta la cordillera, se sentó en el borde y contempló la noche sin luna, las pequeña estrellas brillando y la gélida brisa golpeando el suelo y arrebatando grandes cantidades de polvo.
Entre el murmullo del viento, escuchó el sonido de unos pasos acercarse, luego unas grandes manos que le ocultaban los ojos y por último el aroma de su querido príncipe...
- Hoy la constelación de Orion se verá de maravilla...- informó orgulloso mientras se sentaba a su lado, como el anterior día, lo suficiente cerca para que sus cuerpos se tocaran, pero lo bastante lejos para evitar un accidente deseando.
- Que bien...-festejo sin ganas.
- ¿Qué ocurre?
- No... volveré aquí...
Las siguientes palabras se las llevaron el viento, al igual con la emoción de que llegara el día siguiente y así miles de cosas emocionantes que quería decirles. Para ella, el joven Itachi, no tan sólo había sido un compañero que contemplaba las estrellas, si no, también un maestro, que le había abierto las puertas al conocimiento y hacer que quizás, ame un poquito más su condición de mujer. Aquella que tan sólo los enamorados conocían...
Al no ver luna aquella noche, tenía que estar pendiente del pequeño reloj que colgaba en su pecho, escuchando el tic-tac muy cerca de su corazón y querer que el tiempo se detuviera para siempre.
Las horas pasaron y la despedida no se hizo esperar. Él le sujetó de la mano y le dio un cortés beso en el dorso de la mano, ella sonrió tímidamente y hizo una pequeña reverencia con todo el cuerpo. Acto seguido se marchó corriendo mientras se tragaba amargas lágrimas de tristeza y odio.
La casa de su tía era mucho más humilde que la suya, la decoración no ostentaba riqueza, y las ropas que su familia llevaba, dejaba muy claro que todos en ese lugar trabajaban lo mismo. En cierto modo, adoraba a su querida tía, tomaba su deber como si fuera un juego, jamás dejaba de sonreír y mantenía en secreto de su adorado marido su eterna obsesión por la economía. En aquellos tiempos que la mujer tan sólo podía sonreír, todas y cada una de ellas, las que se lo podían permitir, tenían un pequeño hobby escondido de la sociedad, uno que realizaban cuando el comercio cerraba y sus maridos cansados del trabajo físico roncaban en el lecho...
- Hina, te tengo una sorpresa.- murmuró Kurenaí cuando su marido se marchó de la sala y las dejó a ambas mujeres solas bordando.
- ¿Una sorpresa?- dejó su trabajo para mirar a la mujer con ojos totalmente ilusionados. Ir a aquella casa, siempre era un respiro para su vida.
- Aunque, quizás tu madre me vaya a matar...-dudo un momento, se levantó del sofá y caminó hasta una pequeña estantería, sacó un libro viejo y lleno de polvo, lo abrió por la mitad y de ahí saco una gran hoja con varias letras escritas.- ¿Quieres arriesgarte?
La hoja era amarillenta, a pesar de que estaba en buen estado, las letras escritas a tinta negra estaban bien escritas, en orden y sin ninguna falta. Al final de dicho folio había un pequeño sello con una enorme U en negro y un abanico rojo y blanco. Ella volvió a mirar a las letras grandes y abrió los ojos ilusionada al leer " Seminario de Astrología Avanzado".
Emocionada comenzó a leer toda la hoja, asintiendo una y otra vez, cada vez con una enorme sonrisa en el rostro. Cuando terminó de leerlo todo miró a la mujer que le observaba...
- Quiero arriesgarme...
CONTINUARÁ...
