Nota de historia:
Un día muy concreto de la vida de Severus Snape. Sus encuentros con Lucius y Narcisa Malfoy le harán replantearse sentimientos, revivir recuerdos y tomar decisiones.
Nota de autora:
Hola a todos, a los que me conocéis y a los que no.
Esta historia empecé a escribirla el 17 de enero de este año. A esta velocidad a la que escribo quizás cuando tenga 60 años haya publicado otro fic, jeje!
Tomé ciertas decisiones previas antes de escribirlo: sería un Snucius, indudablemente, pero Lucius no sería (o yo no pretendía que pareciera), una caricatura de sí mismo; no habría lemon; mostraría el carácter de los tres personajes de mi triángulo tal y como yo estaba deseando leerlo en algún fic y enseñaría el engranaje interno del cerebro de mi profesor favorito ;)
Vosotros sois los únicos que podéis juzgar si he conseguido alguno de mis objetivos. ¡Un beso!
Agradezco enormemente a mi amiga ItrustSeverus sus consejos, sus repasos exhaustivos, sus correcciones, su infinita paciencia y, sobre todo, su apoyo incondicional. Eres la mejor Beta del mundo, pero yo te quiero por mucho más que eso ;)
Disclaimer:
Todos los personajes son de la Sra. Rowling. Sin discusión. Aunque puedo decir que quiero más a Severus Snape que ella ;)
Capítulo 1. Lucius
—Mmmmm.
—Ahhh… Severussss.
Se desplomaron en el colchón de lana con un gruñido gemelo. El más joven de los dos, echado sobre la espalda del mayor, resollaba en su oído, cansado pero satisfecho. Poco después se separaron, quedando uno junto al otro, con sus respiraciones agitadas llenando cada rincón de la habitación en semipenumbra, apenas iluminada por el débil sol del ocaso. Eso fue lo único que pudo escucharse durante un buen rato hasta que un ligero siseo, producido por las sábanas de raso al ser retiradas y el crujido de la madera de la cama con dosel lo sustituyeron.
Una espléndida y delgada figura se deslizó elegantemente fuera del lecho para acercarse con estudiada lentitud al otro extremo del cuarto. Su piel pálida, de una suavidad exquisita, estaba perlada de sudor, pero parecía no importarle que éste se enfriara sobre su cuerpo porque no se cubrió, simplemente se recostó contra el marco de la ventana para contemplar el exterior, dejando que la cálida luz del sol recortara su silueta y produjera increíbles reflejos anaranjados y violetas en su larga melena rubia.
El silencio se mantuvo durante unos cuantos minutos más. A Severus le gustaba el silencio, era un bien preciado para él, sobre todo en el mundo de griterío, correrías y escándalo en el que se movía. Para un alma como la suya, deseosa de paz e introspección, trabajar en un Colegio de Magia y Hechicería, rodeado todo el tiempo de niños y niñas molestamente ruidosos, era un martirio continuo.
Aún así, fue él quien habló primero.
—¿Qué te preocupa? —preguntó, entrelazando los dedos de sus manos bajo la cabeza y contemplando al otro hombre con insolencia.
El interpelado se giró ligeramente en su dirección y admiró en secreto su torso, delgado pero bien formado, agradecido de bloquear él mismo la poca luz de la habitación, porque no hubiera podido soportar que Severus viera aquella mirada de profunda adoración que se creía incapaz de ocultar, sobre todo en los momentos posteriores al sexo con él.
—¿Por qué crees que me preocupa algo? —Acertó a decir con su acento arrastrado y voz medianamente neutra.
—Es evidente. Apenas has hablado.
—Creía que preferías el silencio.
—Sin duda. Pero eso no quiere decir que no me dé cuenta de que no es algo natural en ti. ¿Qué te pasa?
El rubio se quedó callado un rato, sin decidirse a ser sincero con él, y desvió su gris mirada para perderla en el cada vez más oscuro cielo crepuscular.
—Estoy furioso, eso es todo —confesó al fin.
—Ah, ya veo —sonrió Severus, mordaz—. Por eso me has llamado.
—Sí —el aristocrático mago bajó la mirada al alféizar de la ventana—, necesitaba… desfogarme.
—Pues creo que el que se ha desfogado he sido yo —comentó Severus divertido, sin poderlo evitar. Lucius se limitó a sonreír con un deje de melancolía, por lo que el profesor se apresuró a añadir—: Muy bien, ¿quién te ha puesto furioso? ¿Narcisa?
—No, ella no.
—¿Entonces?
—Potter —la negra mirada de Severus se ensombreció ante la sola mención de ese nombre y todo rastro de humor desapareció de su semblante—. No soporto a ese crío, ¿cómo puedes aguantarle?
—Con estoicismo, Lucius. ¿De qué otro modo? —dijo con los dientes apretados.
Pero el Slytherin, como si no hubiera escuchado el tono resentido de su voz, continuó con su queja.
—¿Cómo puedes aguantarles a los dos, a Dumbledore y a él?
—¿Y cómo coño puedo aguantarte a ti? —ladró el otro desde la cama.
Lucius Malfoy se lo quedó mirando en silencio unos segundos y luego una sonora carcajada resonó en la habitación, se pasó una mano por la sedosa mata de pelo rubio y se acercó de nuevo al lecho con movimientos sinuosos para sentarse en el borde, justo al lado de su amante.
—Indudablemente, por todo el placer que soy capaz de darte —le pasó una mano por la frente, simulando que el gesto era más conciliador que cariñoso.
—Ya, pues quizás debería empezar a buscarlo en otro sitio, ¿sabes? Vengo aquí con la intención de relajarme, de que tú me ayudes a relajarme y, ¿con qué me encuentro? Con que tienes que sacar siempre el mismo puto tema.
—Por favor, no te enfades conmigo —le rogó el rubio Slytherin—. Seguro que hay algo que pueda hacer para compensarte.
—No, no creo —bufó Severus.
—Ah, ¿no? —dijo, mientras una sonrisa juguetona adornaba sus labios.
Sus ojos plateados se reflejaron en las negras obsidianas aún chispeantes de furia del hombre tendido en la cama. La tez pálida y suave de Severus estaba ligeramente sonrosada y Lucius fue incapaz de descifrar si se debía a la ira contenida o si se trataba de las huellas de su último orgasmo compartido, aunque deseó en secreto que se debiera a la segunda opción. Se inclinó un poco hacia él para poder observarle mejor, pasando los delicados dedos de su mano derecha por el nacimiento del cabello, fuerte y negro como el carbón, que estaba algo sudoroso y pegado al cráneo. Con el movimiento, involuntariamente, rozó el torso desnudo y expuesto de su amante con su larga melena rubia, provocándole un estremecimiento. Entonces colocó su mano izquierda, apoyándola en el colchón, junto a la estrecha cintura de Severus, rozándole apenas, e inclinó más la cabeza para ir al encuentro de la suave piel que le esperaba. Besó con ternura el vientre plano del moreno, que aguantó la respiración, contrayendo el diafragma para apartarse de sus labios, con lo que avivó el deseo del Slytherin, que gimió justo antes de volver a besarle, esta vez con labios y dientes.
—¿Te estás poniendo tierno, Lucius? —Se mofó.
—Mmmmm, Severus —respiró contra su piel, que sintió la cálida brisa como si fuera una caricia más—, eres tan delicioso…
El profesor rió mientras el otro hombre seguía llenando su cuerpo de besos y mordiscos, marcando su estómago, su pecho, su vientre, hundiendo su curiosa lengua en la cálida cueva que era su ombligo y haciéndole exquisitas cosquillas con su cabello, que le rozaba de modo lascivo.
—Está bien, ya basta —le dijo sin demasiada convicción, sonriendo con suficiencia. Le complacía despertar ese deseo en alguien tan refinado en sus gustos como era Lucius—. Vamos, cuéntame lo que ha pasado. Sé que lo estás deseando.
—Lo que deseo lo tengo justo aquí. Dejemos de hablar, ¿mmm?
Se subió de rodillas a la cama, posicionándose entre las piernas algo abiertas del otro sin dejar ni un solo momento de besarle y saborearle, bajando peligrosamente hacia su pubis, donde deseaba demorarse por largo rato.
—Vamos, Lucius —Severus sacó las manos de debajo de su cabeza y enredó sus dedos entre las finas hebras doradas de su atento amante, agarrándole del pelo con fuerza y obligándole a alzar el rostro de su cuerpo. El último beso fue lanzado al aire—. Déjame ya, no me hagas repetírtelo.
Una fugaz decepción relampagueó en los grises ojos del aristócrata, que procuró ocultarla con prontitud porque, como sabía muy bien, demasiadas muestras de cariño eran contraproducentes cuando se trataba de Severus Snape. El pocionista aflojó su tirón de pelo y Lucius alzó más la cabeza, afianzando sus manos en el colchón a ambos lados del cuerpo del profesor, mientras éste aprovechaba para deslizar sus largos y delgados dedos desde el rubio cabello hasta los hombros y los brazos del otro hombre en una caricia apaciguadora. Se sonrieron: Severus, divertido; Lucius, algo consternado.
—Está bien, perdona —Severus le hizo un gesto vago con la mano derecha y golpeó el colchón junto a ellos para que el otro Slytherin se tendiera a su lado, cosa que Lucius se apresuró a hacer. Ansiaba apretarse contra él como si fuera lo único que le anclara a la realidad, pero aún así, no pudo evitar añadir con sorna—: Me doy cuenta de que no eres capaz de aguantar mi ritmo, lo comprendo.
—¿Qué te has creído? Soy bastante más joven que tú.
Le golpeó en el hombro con el puño cerrado mientras Lucius pasaba sobre él, primero la pierna izquierda, luego la derecha y finalmente se dejaba caer en la cama, hundiéndose en el blando colchón.
—¿En serio? Nadie lo diría, te estás volviendo un viejo, Severus, rodeado de tanta decrepitud en ese maldito castillo.
—No me lo recuerdes. Anda, dime, ¿qué ha hecho el niñato esta vez?
Severus rodeó los hombros de Lucius con un brazo para acercarle más hacia su cuerpo, deseando sentir la calidez que emanaba de la tersa piel del rubio pegada a la suya. Aunque en realidad no hubiera hecho falta que lo hiciera, porque el otro estaba cómodamente acoplado a él, pasando su mano derecha por su pecho velludo, enredando su dedo índice con movimientos circulares en los negros rizos, algo que al rubio Slytherin le resultaba muy grato, quizás por las pocas ocasiones en que podía permitirse ese lujo. Cuando empezó a hablar, lo hizo con un deje de rencor.
—El muy desgraciado… no le soporto, de verdad que no le soporto. He perdido un elfo doméstico por su culpa. Me ha… le ha… ha parecido que le entregaba una prenda, y le he liberado. Es tan…
—¿Cómo que "ha parecido"? —preguntó intrigado Severus.
—Me ha devuelto… —y como si pensara mejor lo que debía decir y lo que debía callar, añadió—: bueno, me ha dado un sucio y asqueroso calcetín que he lanzado al suelo, Dobby lo ha cogido y… ya puedes imaginarte el resto.
El silencio volvió a apoderarse de la estancia hasta que el profesor comentó, pensativo:
—Así que ha utilizado una treta un poco… infantil, ¿no? —Dudaba entre si realmente había sido algo inocente o se trataba de una estratagema demasiado Slytherin para un Gryffindor.
—He caído en la trampa como un tonto, Severus. Y no lo soporto.
—¿Por qué has aceptado el calcetín, para empezar?
—No lo he aceptado, ¡el maldito crío me lo ha puesto en la mano! No es que me importe lo más mínimo lo que haga ahora Dobby, por supuesto. De hecho, era bastante inútil, pero me molesta.
Severus no tenía ni idea de lo que podría significar tener un elfo doméstico para uso propio. Evidentemente, en el colegio los elfos le obedecían, pero era muy consciente de que no le pertenecían. Tampoco creía que fuera necesario poseer ninguno, pero comprendía que Lucius había crecido rodeado de siervos y criados. Poseer elfos domésticos era un signo indudable de pertenecer a un elevado nivel social.
—Sí, Lucius, has caído en la trampa como un tonto —apuntó al cabo de unos segundos de silencio.
—Vaya, eso no era lo que esperaba escuchar —se molestó Lucius.
—¿No esperas la verdad?
—Espero algo más de comprensión.
—Oh, qué contrariedad —ironizó Severus—, me temo que eso tendrá que dártelo Narcisa, yo no soy en absoluto comprensivo.
Lucius dejó de acariciar el deseable pecho del otro Slytherin y se giró para poder contemplar el techo adoselado de la cama, tal y como hacía Severus, pero aún manteniendo el contacto con el cuerpo del otro hombre. Se llevó una mano a la frente y se la pasó por el suave y brillante pelo rubio.
—Narcisa se pondrá hecha una furia cuando sepa que hemos perdido a Dobby.
—Que has perdido, Lucius, tú has perdido a Dobby, no ella.
Al oír aquello le fulminó con la mirada pero el otro lo aceptó con una sonrisa petulante. Le resultaba tan sumamente erótico verle sonreír de ese modo cuando estaba desnudo en su cama que volvió la vista de nuevo hacia el dosel, intentando ocultar su frustración.
—De acuerdo, que yo he perdido. ¿Contento?
—Me gusta decir las cosas como son —apuntilló Severus y, volviendo a colocar sus brazos bajo la cabeza, preguntó—: ¿No dices que era un inútil? ¿Por qué tendría que enfadarse entonces?
—Sí, bueno, yo le consideraba un inútil pero ella le tenía cierto… no sé cómo llamarlo.
—Pfff —se mofó—. No hablarás de aprecio, espero.
—Algo así.
—Hmmm.
Lucius le dirigió una rápida mirada para encontrarle con una única ceja enarcada y contemplándole de soslayo.
—¿Qué?
—No he dicho nada —dijo, fijando sus relampagueantes ojos negros de nuevo en la tela aterciopelada sobre sus cabezas.
Severus contó hasta cinco mentalmente. Eran los segundos que le concedía a Lucius antes de que cayera en su juego.
Nunca había hecho partícipe al otro Slytherin de su verdadera opinión respecto a la familia Black, por supuesto, y creía que Narcisa no se libraba en absoluto del yugo que representaba pertenecer a semejante linaje, pero no podía evitar sentir cierta empatía por ella. Se podía pensar que su boda con Lucius, como la mayoría de las que tenía lugar entre la gente de su alcurnia, había sido de conveniencia y que allí se acababa todo pero, si ahondabas un poco, como Severus había hecho, descubrías que tras ese falso matrimonio que les unía había un claro sentimiento de afecto.
Recordaba especialmente una ocasión en la que asistió a una de las magníficas fiestas que el reciente matrimonio celebraba en la mansión de la familia. Odiaba tener que ir a ese tipo de actos pero no podía negarse, aunque se había mantenido prudentemente apartado del bullicio general y había podido hacer una de las cosas que mejor se le daban: observar a los demás.
Lucius y Narcisa pululaban entre sus invitados, conversando con todos y cada uno de ellos, procurando que se sintieran cómodos y disfrutaran de la bebida, la música y la compañía. En un momento dado, Narcisa se le acercó, no sin cierta rigidez en su porte aristocrático, como si prefiriera estar a años luz de la negra figura, delgada y desgarbada, que era él mismo a sus 19 años.
—¿Te diviertes, Snape? —Le preguntó, mientras se llevaba una copa de champagne a sus labios rojos de carmín.
—Asistir a estas fiestas es la razón de mi existir —ironizó el joven mortífago, clavando su negra mirada en el bello rostro.
—Parece ser que Lucius te aprecia bastante —dijo ella, buscando a su marido con los ojos—, por eso se empeña en…
Severus siguió la dirección de su mirada y encontró el motivo por el que se había detenido en mitad de la frase. Lucius se hallaba conversando con un atractivo mago ataviado con una elegante túnica de color magenta. Nada hubiera resultado inusual si no fuera porque el anfitrión tenía una clara actitud insinuante respecto al otro hombre: estaban situados muy juntos y Lucius apoyaba una mano en el hombro de su invitado, en un gesto despreocupado y casual, pero deslizando de vez en cuando sus dedos gráciles hacia arriba para acariciar subrepticiamente las puntas de su pelo castaño.
Él sabía interpretar ese lenguaje corporal a la perfección, había sido objeto del mismo tipo de atenciones por parte de Lucius demasiadas veces como para no reconocerlo, pero al girarse de nuevo hacia la mujer, lo que le sorprendió fue el dolor que halló en el fondo de la azul mirada y que ardió como una llama, intensa pero efímera, puesto que Narcisa se encargó de extinguirla al instante.
—Si me disculpas, Snape —murmuró, antes de que él pudiera intentar decir algo—, tengo que encargarme del resto de invitados.
—Por supuesto —contestó, y contempló cómo se alejaba en dirección contraria a donde estaba su marido, con su fría máscara habitual de nuevo prendida firmemente en el rostro.
A partir de entonces, su modo de ver a la esposa de su ahora amante cambió radicalmente, por la seguridad de saber que Narcisa era una persona que escondía su soledad y su tristeza tras un muro de frialdad frente a los demás, algo que ambos parecían tener en común.
Pero eso no quería decir que Severus, sabiendo de antemano que Lucius defendería a su esposa a capa y espada, tuviera la suficiente fuerza de ánimo como para privarse del placer que le suponía provocarle, sobre todo, por lo fácil que le resultaba siempre.
—Es una mujer muy sensible, Severus —dijo el rubio Slytherin—, y se merece todo el respeto del mundo. Es una buena persona y no sé por qué te cuesta tanto creerlo.
—Oh, sí, por supuesto que lo creo —dijo con voz escéptica, sólo para seguir provocándole.
Pero el tono pareció pasar desapercibido para Lucius, o quizás era que prefería fingir que no se había percatado de ello, y continuó como si Severus no hubiera hablado.
—La quiero mucho, y ella a mí.
—¿Por eso estás aquí conmigo, desnudo y sudoroso? ¿Porque la quieres mucho?
—Ya sabes qué quiero decir.
—Claro, claro, ya sé —se burló.
—Ella también se busca la vida por ahí.
—¿Acaso le queda otra opción?
Lucius, indignado, se separó unos centímetros del cuerpo de Severus, alejándose de su lado, pero se arrepintió de ello al instante, al ser consciente de que el otro no provocaría que sus cuerpos volvieran a entrar en contacto. Rabioso como estaba, acabó por confesarlo todo.
—He querido matarle, ¿sabes?
—¿A Dobby?
—No —le contestó con un gruñido—. A Potter.
El corazón de Severus se aceleró inevitablemente, apenas tres latidos seguidos y luego consiguió mantener el ritmo normal. Agradeció que Lucius no estuviera acariciándole el pecho como hacía unos instantes, porque podría haberlo notado; de hecho, agradeció que sus cuerpos no estuvieran en contacto en absoluto, porque un escalofrío le había recorrido por entero. Aún así, su expresión no había cambiado un ápice y, ahora que podía estar seguro de que nada le delataría, giró su rostro hacia el de su compañero de cama.
—De modo que has querido matarle pero no lo has hecho.
—No, claro que no lo he hecho —Lucius le miró directamente a los ojos—. Estábamos en el colegio, por el amor de Merlín. El puto viejo me habría arrancado la piel a tiras si le hubiera tocado un solo pelo a su niñito querido. Además, el maldito Dobby se ha entrometido.
—Entiendo, así que se ha entrometido —Severus se alzó, sentándose en el borde de la cama para rebuscar, inclinado hacia el suelo, su ropa interior—. Aprende a controlarte, Malfoy, ya no eres un crío.
—No le he hecho nada, ¿no? Me he controlado.
—Según tú, gracias a un simple elfo doméstico. No me parece que eso sea controlarse.
Al fin había encontrado sus calzoncillos, alzó un pie tras otro para poder ponérselos y se levantó de la cama, subiendo la prenda por sus delgadas y firmes piernas. Por un breve instante, Lucius pudo disfrutar de la magnífica visión que eran aquellos blancos y deliciosos glúteos marcados con ocho medias lunas algo rojizas: las marcas que sus propias uñas habían dejado en la piel al querer sentirle más profundo.
—¿Por qué te enfadas? Tú le odias tanto o más que yo.
—Sí, le odio. Claro que le odio, pero me contengo, Malfoy.
—¡Deja de llamarme Malfoy! —Se sentó de golpe, furioso—. Soy Lucius, Severus, ¡Lucius!
—Cuando te comportas de ese modo irracional no eres más que un Malfoy. Uno más de tu bonita estirpe.
—¡Al menos yo tengo una estirpe a la que pertenecer!
Severus se lo quedó mirando con el ceño fruncido y una expresión de amargo disgusto en su pálido rostro. Detestaba que le recordaran sus orígenes. Sus más que despreciables orígenes.
—Sí, es cierto —admitió con voz grave, mientras se ponía uno de sus oscuros calcetines.
—No he querido decir eso, Severus —Lucius se arrodilló en la cama, su mirada destilando algo de remordimiento.
—No importa —siguió buscando por el suelo hasta que encontró el calcetín que le faltaba y que se puso con rapidez.
—Severus… no nos enfademos, ¿vale? Por favor, perdóname… a mí no me importa que no seas…
—¡Déjalo ya! —gritó. Se puso su negra túnica y añadió, algo más calmado—: Tengo que volver al colegio.
—Al colegio, claro. Con el viejo —fue una desdeñosa afirmación más que una pregunta.
—Sí, con el viejo —dijo Severus, enfadado, para luego añadir con ironía—: Tú tienes tu preciosa mansión y tu fría y preciosa mujer. Yo tengo un castillo y un maldito viejo controlador, ¿qué le vamos a hacer? La vida está así de mal repartida.
—En momentos como estos desearía que el Señor Tenebroso regresara para que pudiera quitarnos de en medio a Dumbledore. Me repugna ver cómo se pasea por los pasillos del Ministerio como si fuera el dueño, como si todo el mundo tuviéramos que mostrarle respeto y pleitesía.
Severus estaba abotonándose la túnica con ligereza y prontitud cuando se quedó petrificado. Sólo había sido capaz de escuchar "desearía que el Señor Tenebroso regresara". Contempló a Lucius, que tenía una extraña mirada soñadora en sus ojos grises, y acabó de vestirse.
—Ya —fue lo único que dijo.
Se sentó de nuevo en la cama y pasó a ponerse las botas, subiendo las cremalleras con un rápido silbido.
—No te vayas enfadado, Severus —Lucius salió de su ensoñación y se echó algo hacia delante, contra la espalda del Slytherin, apoyando las manos en el colchón para acomodar la cabeza sobre su hombro derecho y darle un ligero beso en el cuello—. Quédate un poco más. No, mejor, quédate a cenar, por favor.
—De veras tengo que volver, se me está haciendo tarde —se levantó, alisándose la túnica y encarando a Lucius; parecía mucho más calmado—. Esta noche hay un banquete y como jefe de Slytherin no puedo faltar.
—Si el Señor Tenebroso volviera no tendrías que hacer más de profesor, ¿sabes?
—Eso dependería de lo que él quisiera que hiciera —"que podrían ser cosas bastante peores que enseñar Pociones, querido mío", pensó—. ¿Crees que tú podrías llevar esta vida disoluta si él volviera?
—Vida disoluta… —dijo con incredulidad— yo no llevo una vida disoluta —su sonrisa murió en sus labios al ver cómo Severus alzaba una única ceja significativamente—. Y aunque así fuera, eso es algo que sólo nos importa a Narcisa y a mí y ella ya conoce mis preferencias. Las ha conocido siempre —Lucius fue gateando al encuentro de Severus, a quien rodeó con sus brazos por la cintura y, de rodillas ante él, le besó de nuevo en el cuello—. Apenas tuvimos sexo antes de tener a Draco y desde luego no nos hemos acostado desde entonces. ¿Para qué, si ya tenemos un heredero varón?
—Los sangre pura y vuestras herencias. Sois… —le sujetó el rostro con ambas manos y se agachó para besarle en los labios con rabia. Pero pronto fue olvidada, porque era agradable estar con Lucius, lo había sido desde el primer momento en que decidió dejarse llevar, cuando tenía 20 años. Pero aún lo era más contemplar los esfuerzos que hacía el mayor por ocultar lo mucho que le agradaban sus contactos, más allá del puro placer sexual. Dulcemente, rompió el beso— no importa. Invítame a cenar otro día, ¿de acuerdo?
Lucius se apretó más a él, haciéndole notar algo duro contra su muslo izquierdo. Severus miró hacia abajo y pudo apreciar cómo el miembro de su amante, semierecto, bello y rosado, se balanceaba ligeramente, provocándole un repentino deseo de acogerle en su boca para degustar su más que exquisito sabor.
—¿Vas a dejarme en este estad...?
Severus se lanzó contra sus labios de nuevo, hambriento, para comerle, para tragarse sus palabras con un caliente y húmedo beso.
Nota final:
Si habéis sentido la imperiosa necesidad de comentar, por favor, hacedlo. Me encantaría saber vuestra opinión. Miles de gracias :)
