Susan March.

Sus pies tocaron el suelo frío, mientras se incorporaba de la cama; ya eran más de las 8 de la mañana, pero ¿qué más da? El sol dominical se expandía a todas sus anchas por las ventanas de la habitación.

Ni un rastro de lo que había ocurrido la noche anterior, las botellas de licor y refresco seguro las habría limpiado Lily, por que ella, ni siquiera recordaba a qué hora se quedó dormida, ni en qué lugar, pero seguramente no fue su cama.

Torpemente y con la cabeza dando vueltas se metió al baño, dejando la puerta entreabierta, lavó su rostro y se miró al espejo por unos segundos, vio por el reflejo hacia atrás…

Una cara familiar le devolvió la mirada…. Aquel no era el baño de chicas.

-¡Pedazo de tonto¿Desde qué hora estás ahí parado? –dijo volteándose hacia el chico, y cubriéndose más con la camisa de dormir.

-Yo estaba aquí desde antes que entraras, Su… -rió el chico, con ironía, una toalla blanca le tapaba la cintura para abajo- Tremenda borrachera la que se colgaron Lily y tú ayer¿eh?

Ella gruñó; al desviar la mirada, se dio cuenta que estaba semi-desnuda, llevaba sólo una camisa… de hombre.

-¡Idiota!,¡¿Me has violado?! –dijo con tono afligido, mientras se cubría un poco más con los brazos.

-¡Claro que no¡Ni aunque me obligaran! No lo sueñes –soltó con una carcajada- Vaya¿Realmente no recuerdas nada? –Sirius la miró con picardía- estamos en la habitación de varones…

Susan se llevó las manos a la cabeza, y salió del cuarto de baño, inmediatamente seguida por Sirius y sus pasos mojados.

-Oye, venga, estaba jugando Su, nada pasó… -dijo asiéndola del brazo- simplemente Lily y tú se embriagaron mucho, y tuvimos que cuidarlas…

-No me jodas, Sirius, nadie te ha pedido que me cuides, yo puedo estar bien sola…-se dirigió a la cama de la que había salido, buscando algo.- ¿Y mis cosas?

-¿Qué cosas? –la miró extrañado.

-Pues, mi ropa… mis… mis… -Sirius negó con la cabeza.

-No traías ropa, Susan… -el muchacho parecía divertido- ¿sabes lo raro que es tener a dos mujeres en interiores tocando a tu puerta, y encima, borrachas? –no pudo evitar reír.

-¿QUÉ?- ella abrió grandes los ojos, su orgullo… su maldito orgullo se había ido a la basura- Imposible y… ¡y ustedes! En lugar de conducirnos hasta nuestra habitación¡¿nos hacen pasar y se aprovechan?!

-Las cosas no fueron así… Lily lloraba, y tú estabas muy enojada. James insistió en llevarlas a su habitación pero Lily se quedó dormida en el portal, y tú no podías ni caminar… -se pasó los dedos por el cabello recién lavado, recordando- así que decidimos que las dejaríamos dormir aquí, ustedes en una cama, nosotros en la otra… -terminó, casi con inocencia.

Susan lo miró, parecía que estaba diciendo la verdad… pero…

-¿Y Lily¿Dónde está Lily? Si es como dices, ella debería estar en esta…

Unas risitas íntimas se oyeron desde la otra cama, cerrada de cortinas; la chica lo miró atónita y Sirius se encogió de hombros.

-Déjalos, son adolescentes, y se acaban de reconciliar… -le dijo, despreocupado.

Ella congestionó la cara, y se dirigió hasta la puerta, a toda prisa.

-Esto nunca pasó, Black. –le dijo, en tono claro- y si llegas a comentar algo, con cualquiera, quien sea… No esperes volver a ver la luz del sol.

Cerró la puerta tras de sí y corrió sobre las gradas, a su habitación.

Susan March era casi tan prepotente como Sirius Black. Nunca congeniaron bien en absoluto, desde pequeños, era una guerra constante entre las partes, y arrastraban a quien fuera… Bueno, no exactamente.

Su pequeño gran problema, eran sus mejores amigos: Lily y James. La pareja más controversial y popular en todo Hogwarts, andaban siempre juntos, por lo tanto, ambos caían en el mismo grupo, obligados a convivir casi diariamente.

La paciencia de ella era muy corta, su carácter y determinación, increíbles. No por nada era la capitana del equipo de Gryffindor. Aunque su temperamento era agrio y tempestuoso, esto no le impedía ser una líder innata, todos ahí le respetaban… Menos Sirius.

Sus ojos castaños inspeccionaron su habitación… Un completo desastre¿cómo es que nadie lo había notado? Se apresuró a recoger todas las botellas de Vodka y Ron que encontró en el camino, las apiló en una esquina, y las redujo a añicos con un movimiento de la varita.

Un poco de magia, y el resto de la habitación se veía impecable.

-Perfecto, ni rastro de que aquí…

-Coño, Su¿te has llevado las botellas? –la interrumpió una voz, con tono de reproche, era Arabella.

Susan dio la vuelta sobre sus talones, imposible, se habían dado cuenta…

-¡Ah! Ehm… No sé de qué me hablas Bella –dijo, con la boca fruncida, en falso gesto de ignorancia.

-¿Qué no? Si han armado escándalo y medio anoche Lily y tú… Total, me les terminé uniendo¡y me acabo de parar del suelo del baño, Susan! –dijo riendo ante su propia resaca.

-Yo, eh… La verdad es que no… -Susan se sentó en su cama, confundida- No recuerdo nada de lo que pasó ayer…

Arabella Melton soltó una carcajada de burla.

-¡Mira que borde! Cuando Lily y tú comenzaron a correr por la habitación en ropas menores, me mareé y fui al retrete a… bueno, y acabo de despertar¡imagina!

A ella no le parecía nada gracioso, sus vicios sólo demostraban debilidad… Y ahora estaba completamente ridiculizada por ello.

Suspiró, con resignación…

"Nunca más…"

En Octubre, todas las noches eran iguales a aquella; una suave llovizna humedecía los vidrios, sin embargo, el frío era abrumante afuera.

El fuego crepitante de la chimenea se colaba entre la multitud de jóvenes y jovencitas arremolinados en la sala común. Voces titilantes en cada rincón, risas y secretos revoloteando en el aire. El invierno se venía encima, y el torneo de Quidditch a punto de iniciar; Susan andaba los nervios de punta.

Tantos reclamos, suspiros y exigencias caían sobre su nuca, y su persona atacada por unos 11 estudiantes acalorados; se sentía atrofiada y desesperada, se inclinó y golpeó la mesa con las palmas, estableciendo el orden.

Todos la miraron asombrados, tenía las mejillas muy rojas y una determinación en el rostro.

-Bueno, no me importa, el entrenamiento no se suspende¡ni que llueva, nieve o caigan rayos y centellas!… ¡Punto! –Le espetó al pequeño grupo de chicos entorno a ella.

-Su, debes ser razonable, la peste de catarro nos ha atacado a la mayoría, vamos a morir de una pulmonía si salimos ahora… -argumentó James, serenamente.

-¡A penas están cayendo gotas¡Sois todos unos dramáticos¡Qué increíble! –dijo exaltada, mientras se ponía de pie- No voy a suspender nada, lo siento mucho, la excelencia es sólo para los mejores, Potter.

Pasó echa una exhalación hasta el cuadro de la señora Gorda, desapareciendo tras él. Todos se quejaban entre dientes, Susan se había vuelto loca. James suspiró y se volteó a los demás del grupo, tomando la palabra.

-No iremos al entrenamiento, si va a hacerlo, que entrene ella sola, pero tampoco queremos malentendidos… -miró a Sirius y prosiguió- Hermano, eres el único que sabe controlarla, debes hacerla entrar en cabales… -dijo James, mientras posaba una mano sobre su hombro.

-¿Bromeas? Si no puede ni verme, y a mi tampoco es como si me cayera de diez, Bambi… Yo sólo no puedo con ese monstruo. –dijo, y Lily lo fulminó con la mirada.

-¡No la llames así! Susan simplemente está agobiada, no es trabajo fácil lidiar con todos ustedes chicos… -argumentó.

-Si no lo haces tú, no nos levantaremos de la cama en siglos, hemos practicado todos los días de la semana, nos vamos a morir de… -prosiguió James, defendiendo su punto.

-De acuerdo¡está bien¿Qué otra me queda? –se encogió de hombros y caminó fuera de la sala común, sus ojos grises brillaban.

Después de un momento buscándola en los pasillos, cayó en cuenta: el campo de Quidditch. ¿En dónde más podría estar?.

Se acomodó la bufanda y agachó la cabeza, su cabellera negra le cayó en la cara mientras corría por los terrenos del colegio. El viento era congelador, y sus fuerzas casi nulas ¿qué podría decirle a ella que la hiciera entrar en razón? Si era testaruda, como él… O un poco más.

Detuvo su marcha en la entrada del campo, creyó ver a alguien volando, pero no había sido nada, un reflejo, quizá. Alzó la vista, escaneando el lugar, sólo la luz de la luna se distinguía tenuemente contra las siluetas de aquel terreno olvidado por Dios.

Entonces la encontró: estaba sentada en una grada del palco, con la lluvia empapándole la cabeza, el rostro, el cuerpo. Parecía tener los ojos cerrados y estaba inmóvil.

Lo más sigilosamente posible, se acercó hasta sentarse al lado de ella, pudo sentir su respiración agitada. La miró por unos segundos, algo absorto, hasta que al fin la llamó.

-Su… -La chica se sobresaltó, sus ojos castaños lo miraron con desprecio.

-¿Qué quieres, Black? –dijo en tono cortante, y desvió la mirada, deseaba estar sola, tenía toda una voluntad que remendar: la de ella.

Sirius se percató que tenía los ojos hinchados, mas no dijo nada. No le extrañaba verla ahí, solitaria, como siempre…

-La verdad… Nada. –metió las manos a los bolsillos, Cruela tenía sentimientos después de todo.

-No habrá entrenamiento por hoy… Ya puedes irte. –lo cortó Susan, al tiempo que se ponía de pie. Su cabello oscuro goteaba y la nariz con antojo de pecas se frunció, mientras caminaba.

-Ah… sí, eso es lo que haces siempre, Susan. –dijo Sirius, elevando un poco el tono de la voz, la muchacha se detuvo. –Huyes, huyes de todo y todos… Tienes tanto miedo.

Dejó escapar un suspiro, él tenía razón, pero jamás lo iba a admitir. El tiempo la haría impenetrable, aún más que ahora.

-Nos vemos en la reunión de la orden, Black. –dijo sin mirarlo, y reanudó la marcha, dejando al muchacho con las palabras en la boca.

Su paso era lento, melancólico, sus pensamientos hervían en la cabeza helada. El cielo tronaba tan fuerte, que parecía la tierra se estaba moviendo bajo sus pies.

No tengas miedo…

Recordó que no siempre había sido así, inexorable y amargada… Siendo a penas una cría, su inocencia brotaba de los poros, y su ingenuidad le propinó severas caídas.

Cuando entró a Hogwarts, y después del incidente… supo que su carácter debía cambiar, o nunca alcanzaría nada, nada bueno, al menos.

Las manos le temblaban, aún faltaba un tramo amplio para llegar a las faldas del castillo. La lluvia y el viento le refrescaban las mejillas. Un relámpago alumbró el cielo forrado de nubes.

Su mente se vinculó al pasado, aquel jardín, aquel olor a rosas en primavera. Aquellos ojos.

Sollozó, entre un crujido del cielo, sus labios dejaron escapar un lamento:

-Madre¿por qué me abandonaste

Sentía los ojos cálidos, lagrimosos, pero no podía llorar, no era un lujo que debía permitirse. Ya había llegado al umbral del castillo, entró sin prisas y se escondió tras una columna de piedra. Se estaba volviendo débil… Era uno de esos días.

Sacó del bolsillo una caja de cigarros, empapados y destartalados, con un hechizo los secó, y apresuradamente prendió uno, acogiéndolo en sus labios temblorosos.

Dejó que el humo penetrara en sus pulmones, refugiada, en aquel lugar desierto, y tenebroso. Serían más de las 10 de la noche. Y no entendía por que se sentía tan densa y a la vez transparente; tan abierta y a la vez encerrada…

Consumió el cigarrillo a toda prisa, ansiosa… aquello la calmaba sobremanera, vicio terrible que había adquirido a los quince años, gracias a Evan.

Evan…

Dio un brinco al recordar que había quedado de verse con él a las 9:30… quizá ya se habría ido.

Aplastó la colilla del cigarro con el pie y emprendió el camino, la torre de Astronomía estaba lejos, ojalá se lo encontrara ahí…. Ansiaba verlo y hablar con él, lo extrañaba.

Su vida amorosa nunca había resultado bien, en absoluto; de hecho, nadie conocía ningún indicio que ligara a Susan con alguien de manera romántica. O al menos, nunca lo habían notado.

El muchacho de ojos celestes permanecía en silencio, la tormenta agolpándose contra el cristal sobre su cabeza, no lo sacaba del ensimismamiento; estaba tarde, ella nunca llegaba tarde…

Sin embargo, decidió esperar. Se removió en el pupitre, deseaba verla, estaba emocionado… Quería besarla.

Escuchó sus pisadas apresuradas, y su leve jadeo, mientras entraba a la estancia, la siguió con la mirada, irradiaba luz, sus pasos envueltos de noche y lodo.

-Lamento llegar tarde… Yo… -comenzó Susan, con voz clara.

Evan Rosier levantó la mano, pidiendo silencio. Después le sonrió levemente, con un deje de ternura.

-¿Entreno? –inquirió él, mientras observaba su cuerpo empapado y sus mejillas sonrojadas por el esfuerzo físico.

Susan se acercó a él, y se sentó dándole la cara, como siempre hacían, era una costumbre; habían descubierto tantas cosas juntos, como que el silencio es la mejor voz de todas, y los ojos hablan más que las palabras.

-No, lo suspendí, todos se negaron a asistir, por la lluvia y eso… -dijo encogiéndose de hombros y mirándolo con cariño.

El muchacho de cabello castaño se inclinó a ella y le rozó los labios, sin besarla, Susan podía sentir su aliento cálido y mentolado.

-Ser los mejores requiere sacrificio… algo que por cierto no saben los de nuestro equipo tampoco –dijo suavemente, sobre su boca, con los ojos cerrados.

Ella se estremeció, su situación era extraña. Desde que tenían quince años habían sido buenos amigos, a pesar de la rivalidad de casas; aunque ella siempre tuvo sensaciones extrañas hacia él… Y ahora su amistad se estaba transformando en algo más, después de 2 años.

Se separaron, y ella pasó a sentarse a su lado, apoyando la cabeza en su hombro, entrelazando sus manos, dejándose llevar. El joven se sorprendió, ellos casi nunca se abrazaban…

-Siempre hay que vernos de frente, a los ojos… -le dijo, Evan era casi como ella, serio, distante, seco; Aquella cercanía… definitivamente lo ponía nervioso.

-Lo sé, pero ahora no importa, necesito tocarte, sentirte a mi lado, para saber que no eres irreal, como todo lo demás, Evan. -repuso ella, sin perder el tono comanditario, su voz inquebrantable contrastaba con sus palabras.

Ambos guardaron silencio, escuchaban el rugido de la lluvia azotar, en aquellos momentos se decían muchas cosas, y nada a la vez.

El joven la observó, fijamente, por unos segundos, se veía preciosa… Realmente Susan no era una mujer tan hermosa, pero era atractiva, de presencia fuerte. Llevaba el cabello negro, corto en capas hasta las clavículas del cuello, los ojos eran avellana claros, y la boca muy roja. Su piel de alabastro, blanca, y las mejillas con un deje de pecas que adornaban de forma adorable.

-Quiero que estemos juntos. –dijo firmemente a la muchacha, como si le hablara del clima.

Susan se asustó, pero fingió demencia, su corazón se aceleraba ante las palabras de él, ante su presencia y su perfume silvestre. Los ojos celestes del muchacho la enloquecían, le hacían flaquear las rodillas, le cortaban la respiración. ¿Ser novios…?

-¿Me estás diciendo que…?

Evan la atrajo hacia sí, y le arrebató un beso suave, impulsivo; presionó la lengua contra la de ella, y saboreó su gusto a tabaco y dulce. Nunca se habían besado, tenía hambre de aquellos labios…

Ella posó las manos sobre el pecho, torpemente, su resuello contra él, mientras correspondía aquel beso, un beso de años, de vidas de espera.

Cuando por fin se soltaron, ella desvió la mirada, aún sentía la calidez en la boca. ¿Qué iba a pasar ahora? Evan Rosier era como su familia, la única familia que le quedaba, apartando claro, a Lily y Arabella…

Él endureció el gesto, parecía creer que había perdido el control, sus emociones siempre debían ir en segundo plano, aunque aquello lo ajetreaba sobremanera…

Buscó sus ojos de nuevo, y esta vez, ella lo besó, apresurada, anhelante; le rodeó el cuello con los brazos, y el la tomó por la cintura.

Sintió las mariposas en el estómago cuando ella le besaba la frente y las mejillas, con tanta delicadeza, como si estuviera a punto de romperse. La acarició, jugó con sus cabellos fragantes y húmedos, besó su cuello y sus manos de porcelana…

-Yo también quiero que estemos juntos, pero nadie puede saber… -murmuró ella, en su oído.

Evan le mordisqueó los labios, el huracán ahora era imparable.

Ella se apresuró a subirse en su regazo, con las piernas abiertas, besándolo inclementemente, un hormigueo triturador le subía desde la punta de los pies hasta la cabeza; él lamía tersamente su cerviz, saboreando cada tramo, haciéndola sacudirse y ahogar suspiros placenteros.

Pasaron entre besos y negación toda la noche.

Y nadie nunca se enteraría.

En el momento en que se despidieron, al pie de unas amplias gradas del vestíbulo, Susan lo abrazó, con fuerza, sabía que nunca más volverían a perder el control así. Tenían su orgullo y reputación por cuidar, seguirían huyendo a verse en escondites extraños, así como lo habían hecho durante los pasados 2 años.

Más no sabía que un par de ojos los habían espiado durante horas.

Trató de no forzar la puerta, para no hacer ruido, pero la condenada cosa chillaba cada vez que se abría, escuchó que alguien se revolvía entre las sábanas, maldijo por lo bajo y se apresuró hasta su cama.

-¿Dónde has estado, Su? –preguntó la vocecilla somnolienta de Lily, con nota preocupada, la aludida giró del susto.

-Entrenando, Lil. –dijo con seriedad, pero la luz de su rostro alegre no la podía ocultar.

-¿Hasta las 3 de la madrugada¿Estás loca o qué? –Repuso con desconfianza- Ya va, que a mí no me engañas… ¿me contarás mañana?- sus ojos verdes entrecerrados a penas alcanzaban a verla.

Lily era tan dulce, Susan se dio cuenta que estaba durmiendo en su cama, esperándola. Le acarició el cabello, enternecida ¿qué? Bien, todo aquello la estaba poniendo cursi…

-Te contaré, lo prometo… -mintió Su, al tiempo que se colaba en la cama con ella, y se dejaba abrazar.

Entonces lo comprendió:

Sus paredes se derrumbaban.