Soltó la maleta en la entrada y se fue directo al sofá, donde se sentó dando un suspiro.
-Acabamos de llegar y ya odio este sitio-, protestó.
El hombre que lo acompañaba se sentó a su lado. –Démosle una oportunidad-, dijo dándole un apretón en la rodilla.
-¿Una oportunidad?-, gruñó. –Killian, ¡ni siquiera hay un McDonalds en esta ciudad!-.
No pudo evitar sonreír. –Olvídate del McDonalds y mira a tu alrededor. Tenemos un ático con vistas al puerto: Con mi sueldo esta maravilla sería impensable en otro lugar-.
El muchacho no contestó. Se levantó de un salto, salió a la terraza y se quedó observando el horizonte.
-¿Crees que aquí estaremos a salvo?-, preguntó al escuchar pasos tras él.
-Creo que Storybrooke nos va a permitir comenzar desde cero-, contestó mientras le pasaba el brazo por los hombros. -Vamos a estar bien, Bae. Te lo prometo-.
Estuvieron un rato en silencio, mirando el atardecer, hasta que el sonido de un teléfono móvil, los sacó de sus pensamientos.
-¿Si?-, respondió Killian. –Hola, David… Ajam… ¿Cena de bienvenida? Eh, no sé si a Bae le apetece-, miró al chico, que se encogió de hombros. –De acuerdo, sí, nos vemos en media hora. Gracias, tío-.
Bae levantó una ceja. -¿Cena de bienvenida?-.
-Mi amigo David nos invita a su casa. Dice que van algunos amigos suyos…-.
-Genial, tú conocerás a gente nueva y yo pasaré mi primera noche en este sitio, aburrido como una ostra…-, lo interrumpió, cruzándose de brazos.
-Hoy estás gruñón, ¿sabes? No me has dejado terminar-, continuó Killian. –Viene el hijo de una amiga suya: Tiene tu edad, así que no vas a estar solo. Ni aburrido-.
La casa de los Nolan era muy acogedora. Bae sonrió cuando Mary-Margaret, la esposa de David, lo abrazó para darle la bienvenida. Le recordó a su madre, mucho más joven, pero igual de risueña.
-¡Killian!-, gritó ella, abalanzándose sobre su amigo para abrazarlo. –¡Qué alegría que estéis aquí!-.
Por primera vez en muchos meses, Baelfire vio al hombre sonreír de verdad. –Mi señora-, le hizo una reverencia. –Es un placer volver a verla-.
-¡Idiota!-, dijo Mary-Margaret, empujándolo. –Chicos, Regina, Robin y Henry están a punto de llegar. Sentaos: Debéis estar agotados. David, tráete bebidas-, sonrió y se giró hacia Bae, que se había sentado en el sofá junto a Killian. –¿Sabes que seré tu profesora de Literatura?-.
El chico sonrió. –Sí, Killian me lo ha dicho. Muchas gracias por ayudarme a matricularme en el colegio fuera de plazo-.
-Un placer-, le guiñó un ojo. –Cualquier cosa que necesites, no dudes en pedírmelo, ¿de acuerdo? Sé lo difícil que es llegar nuevo a una ciudad y no conocer a nadie. Intentaremos ayudarte en todo lo que podamos, así que no te preocupes-.
Bae fue a contestar, pero el timbre de la puerta lo interrumpió. –Ya han llegado los que faltaban-, gritó David desde la entrada.
Pasaron una velada maravillosa. No solo David y Mary-Margaret habían sido unos anfitriones excelentes, sino también sus amigos, Regina y Robin y el ahijado de estos, Henry, el chico de su edad del que le había hablado Killian y con el que de momento había congeniado.
-Si quieres hacer algo en el fin de semana, escríbeme-, dijo Henry antes de irse. –Te llevaré a que pruebes el mejor batido helado de tu vida-.
-¡De acuerdo! Te escribo mañana: Primero tengo que deshacer la maleta, pero seguro que me da tiempo-, contestó entusiasmado.
Killian, que había observado la escena, sonrió aliviado. –Lo estás haciendo bien-, se sobresaltó al oír la voz de David.
-Es un buen chico. Es muy fácil hacerlo bien-, dijo, mientras miraba cómo el adolescente ayudaba a Mary-Margaret a recoger la mesa. –Pero, tengo miedo a no poder protegerlo, David. A fallarle de nuevo-.
-Lo que pasó no fue tu culpa, Killian-.
Suspiró. –Lo dejé solo durante meses. Podía haberlo adoptado desde el primer día y sin embargo, dejé que entrase en el sistema de adopciones-.
-Lo importante es que lo has podido remediar a tiempo, eso te honra-.
Lo miró con tristeza. –Era un crío que acababa de perder a su madre, David. Yo era lo único que le quedaba y no quise ayudarle-.
-Escúchame, compañero-, lo cogió por los hombros. –Sé que es un adolescente y que te necesitaba, pero tú no estabas preparado para hacerte cargo de él. No podías ni cuidar de ti: Estabas hundido, ¿qué ibas a hacer con él? ¿Arrastrarlo contigo en tu miseria?-.
Killian no respondió. Sus ojos se humedecieron y tuvo que pestañear un par de veces para disimular.
-Ahora os tenéis el uno al otro. Y nos tenéis a nosotros. Además, Storybrooke es un sitio magnífico. Todo va a salir bien-, le dedicó una sonrisa. –Deja de preocuparte y empieza a vivir: Es hora de comenzar de nuevo-.
