Un Dovahkiin con pinzas
Kukiol miró a su compañera, molesto, pero ésta parecía demasiado entretenida observando las nubes como para percatarse de su creciente irritación. La mañana había amanecido fría y, aunque podía soportar la temperatura igual o mejor que la chica, mantenerse quieto delante de su casa le parecía una absoluta pérdida de tiempo.
-¿No sería más fácil ir a buscarle?
-Se fue de Jorrvaskr ayer, supongo que a "cazar" –respondió Ryu con calma -, pero no debería tardar mucho más. Quedamos al amanecer.
El bretón profirió un largo y pesado suspiro de aburrimiento. Odiaba viajar con miembros de los Compañeros. Por alguna razón, parecían tener la insana necesidad de probar su fuerza contra todo aquello que se encontraban, ya fueran osos o bandidos, independientemente de los aliados con los que se hallasen. Ryu, no obstante, era la excepción que confirmaba la regla. Aunque su punto fuerte nunca había sido la infiltración, ella al menos sabía que, en muchas ocasiones, era mejor no iniciar una pelea a menos que fuese estrictamente necesario. Pero claro, no podía decir lo mismo de…
-¡Farkas!
La chica esbozó una amplia sonrisa, acortando ágilmente la distancia que le separaba de un joven de aspecto recio y musculado. Se miraron unos segundos de forma intensa, y Ryu le susurró algo al oído, juntando después sus labios para sorpresa de cotillas varios y guardias de Carrera Blanca. Kukiol se llevó una mano a la frente, evitando observar la escena.
-¿Podemos irnos ya, por favor?
-¿Oh, al final Kulkio viene con nosotros?
El joven hizo ademán de responder, pero Ryu fue lo suficientemente rápida como para evitarlo. No era ningún secreto que ambos se tenían una marcada aversión y, aunque respetaban la habilidad de combate del otro, no formaban equipo a menos que fuese estrictamente necesario o, como denominaba el mago, "Necesitasen una mula de carga sin cerebro que pudiese arrasar con todo".
Pero la espadachina no lo veía del mismo modo. Farkas y ella mantenían una relación y, aunque se corría el rumor de que el nórdico no tardaría en presentase ante la joven con un amuleto de Mara, por ahora lo único que preocupaba al bretón era el riesgo que suponía tener a dos licántropos como compañeros de equipo. Su casa ya había sufrido por ello en una ocasión, y quería poder tener algún resto del que saquear cuando acabase la batalla.
-Es Kukiol. –rectificó la chica amablemente, para después añadir-. Hoy nos llevaremos bien, ¿vale? Vamos a por el Teniente de los Manos de Plata, le abatimos y volvemos.
-Y yo me quedo con lo que tengan en sus cofres. –añadió rápidamente el mago, dejando clara que aquella era la única razón por la cual había aceptado el encargo.
-Sí, no te preocupes chiquitín. Todo para ti.
El joven de ojos plateados rió con fuerza, espantando a los pocos aldeanos que habían quedado para observar la escena. Kukiol no lo pensó dos veces, y creó una potente bola de fuego en su diestra, a modo de amenaza. Si había algo que no toleraba de aquel hombre eran las bromas acerca de los casi dos palmos que les separaban. Los bretones nunca habían destacado por su gran altura, y si a aquello se le sumaba la enorme talla del guerrero…
-Haya paz, por favor. Farkas, déjale tranquilo. Te recuerdo que viene para ayudarnos.
-Está bien…Como quieras, bocadito. –respondió, dedicándole un suave mordisco en la mejilla que provocó un automático sonrojo en Ryu.
Kukiol desvió la mirada con sorna. El herrero de la Hermandad Oscura llamaba de la misma manera a sus compañeros y, en su caso, no era precisamente una muestra de afecto. En fin, cosas de híbridos caviló para sí, jugueteando con los grabados de su Wabbajack.
-¿Vas a llevarte eso?
Sin esperar la reacción del chico, Farkas extendió la mano hacia el bastón, y éste emitió algunas chispas a modo de respuesta. El hombre se apartó instintivamente, mirando con recelo el objeto.
-Prefiero mis puños. –murmuró a Ryu con sencillez.
-Lo sabemos. Créeme. –contestó Kukiol con desprecio, observando la vara extrañado. Los dos Dovahkiin eran conscientes de que jamás había tenido una reacción similar, pero era al primero al que más le preocupaba. Le miró con odio –.Como vuelvas a tocarlo, te volatilizo.
-Cosas de magos. Me gustaría verte en un combate jus….
-Farkas, es otro método de lucha. Déjalo.
Ryu también parecía notablemente cansada del tema, pero no tardó en percatarse de la mirada que su compañero le estaba dedicando. Ya te compensaré. Los Manos de Plata suelen coleccionar bastantes joyas, ¿recuerdas?
El chico asintió, y Farkas esbozó un gesto confuso ante el aparente entendimiento de los jóvenes, pero pronto se encogió de hombros y, tras abrazar a Ryu, esperó las indicaciones del mago sobre la dirección que debían tomar. Su novia poseía tan poca orientación como un elfo oscuro, y él, aunque sabía seguir cualquier rastro guiándose solamente por las estrellas, el olor o las huellas, no tenía idea alguna de interpretación de mapas.
Horas después, y cuando Kukiol fue incapaz de disimular su cansancio, optaron por hacer una breve parada a orillas de uno de los afluentes de Agua Oscura. Curiosamente, y aunque la situación ponía una crítica en bandeja de plata al hombre lobo, éste optó por acercarse al chico, apoyando una mano en su hombro en señal de que no debía hacer esfuerzos antes de la batalla. Ryu le respondió con una sonrisa de agradecimiento, y ésta dio vía libre a Farkas para quitarse las botas y dirigirse al agua, en busca de algún pez para el almuerzo. Pero su compañero sólo lo interpretó como una muestra de condescendencia por parte del nórdico.
-Intenta ser amable. Dale una oportunidad. –susurró la chica, sentándose a su lado mientras miraba al sonriente guerrero, que disfrutaba sintiendo a los salmones nadar entre sus piernas.
-Es que es… -comenzó con una mueca de desagrado.
-No es tan lúcido como Vilkas, lo sé –le interrumpió, conociendo la opinión que tenía Kukiol sobre cuál de los dos gemelos resultaba una pareja más conveniente-. Pero tiene mejor corazón. Se porta mal contigo solamente porque no comparte tu modo de ver un enfrentamiento.
-Y tú tampoco. Pero no gafas los artefactos encantados. Seguro que ahora el Wabbajack me dará problemas…
-No seas así, los dos te respetamos. Y dame, seguro que funciona perfectamente.
Ryu alargó el brazo hacia el bastón, pero se detuvo antes de tocarlo, sintiendo un escalofrío. Odiaba a Sheogorath, y no estaba segura de si de verdad quería rozar siquiera algo creado por él. Kukiol emitió una suave risita de satisfacción.
-Vale, vale, pongamos que tienes razón. A ver.
El chico se alzó y comenzó a mirar a su alrededor, en busca de un posible objetivo al que apuntar con el arma y, tras unos segundos, su vista se posó en Farkas.
-Ni se te ocurra. –amenazó Ryu, percatándose de sus intenciones al instante.
-Venga, mujer, no te pongas así, era una broma…
Pero no lo era. De hecho, tenía una malsana curiosidad con experimentar con la sangre de los licántropos, en especial con las aparentes capacidades de resistencia a las enfermedades que parecía concederles su constitución. Pero claro, no podía practicar con el novio de su compañera. No terminaba de ser ético, por mucha indiferencia que le inspirasen los posibles peligros secundarios que tuviesen sus hechizos sobre el nórdico. Kukiol desvió ligeramente su objetivo, y lo centró en el enorme pez que acababa de pescar Farkas, y que ahora enseñaba orgulloso a Ryu, agitándolo en el aire. Con un poco de suerte, lo transformaría en una cabra y tiraría a pretencioso guerrero de cabeza al agua.
-¡Adelante, Wabbajack!
Una nueva chispa, pero esta vez mucho más potente que la anterior, estalló al crear la bola rojiza característica, que no llegó a golpear a su objetivo. El arma brilló con fuerza, y los tres tuvieron que cerrar los ojos ante el destello cegador. Segundos después, el sonido metálico del bastón cayendo por entre las rocas les permitió volver a tomar conciencia de la realidad. Ryu corrió a tomarlo antes de que se lo llevase la corriente, mientras que el guerrero la miraba desorientado por lo que acababa de presenciar. La joven emitió un suspiro de alivio al ver que el objeto se hallaba intacto, a pesar de sentir cómo se le erizaban los cabellos con tan solo mirar las angustiosas caras que coronaban el extremo superior del mismo.
-Oye, ¿y Kukiol?
La nórdica miró a su alrededor con un súbito escalofrío. No estaba. El mago había desaparecido.
-Anda, mira, un cangrejo de barro… -se relamió el joven, señalando al pequeño crustáceo que correteaba en círculos cerca de ellos. –Podría preparar un buen estofado con él… lástima el tamaño. Es raro que sean tan pequeños –meditó.
Tan… ¿Pequeños?
La chica corrió para ponerse entre Farkas y su aperitivo, gesticulando con nerviosismo para que envainase su enorme hacha de hierro.
-¡Para, para, es él!
-¿Él? ¿Quién?
-¡Kukiol!
Farkas se detuvo en seco, mirando alternativamente a la chica y el cangrejo, que movía las pinzas amenazadoramente en su dirección. Sonrió.
-Cambiando de idea, creo que sí que voy a hacer ese caldo…
Ryu no pudo evitar unirse a su carcajada, pero no recobró la calma hasta que su compañero volvió a colocar el arma en su cinturón.
-¿Y ahora qué hacemos? Los hechizos nunca traen nada bueno…
-No tengo la más mínima idea. -se llevó la mano a la barbilla, pensativa. Su dominio de la magia se limitaba a los hechizos de curación y, aunque podía realizar algunos de destrucción y alteración básicos, dudaba que aquello fuese suficiente para retornar al chico a su forma original.
Piensa… ¿qué es lo que hacemos cuando un enemigo queda así? Flexionó las rodillas hasta quedarse a la altura de Kukiol, que seguía mirando al hambriento Farkas con desconfianza. Cuando le golpeamos varias veces suele recuperar su forma original apuntó, desenvainando sus espadas para preocupación de los dos jóvenes. El cangrejo retrocedió, temiendo la respuesta de Ryu. Ésta blandió la parte roma de la más débil y acortó la distancia con una simple zancada.
-Sabes que tengo que intentarlo, y da gracias de que dejé las mazas en casa. Quizás la de Molag Bal habría venido mejor para esto…
Ryu permaneció en silencio al escuchar su propio comentario y desvió la mirada, dolorida. No debía de haber dicho eso. De hecho, ni siquiera debía de haber conseguido aquel objeto. No a costa de disfrutar del sufrimiento Logrof… por mucho que se lo mereciese.
Pero un ruido cercano interrumpió sus pensamientos.
-Armaduras Altmer. –avisó Farkas sin necesidad de ver a sus objetivos.
Ryu permaneció en silencio, adoptando una repentina pose de alerta. No podían arriesgarse a un enfrentamiento directo contra ellos con Kukiol en aquel estado, pero la armadura del nórdico y el amuleto de Talos que ella portaba eran obvios indicadores de sus preferencias espirituales.
Farkas miró a su compañera, aguardando sus indicaciones, mientras los altos elfos les daban el alto. Había prometido a la chica que no iniciaría ningún combate a menos que así se lo indicase así que, por mucho que aquello le doliese, debía mantener su palabra a pesar de su claro desagrado por los Thalmor.
-¡Vosotros dos, quietos ahí! –gritó el Justiciar, mirando a su espalda para corroborar que sus tres guardaespaldas le seguían, junto con un hombre rubio y fornido al que llevaban preso.
-¿Qué ha hecho ese hombre para que le tratéis así? –preguntó el hombre lobo directamente, dando un paso al frente. Sus ojos se habían tornado ligeramente dorados, y aquello nunca era buena señal.
El elfo le dirigió fugaz vistazo con repugnancia y, tras posar su mirada en Ryu, susurró con voz incitante:
-Le llevamos para interrogarle. Dice pertenecer a una secta que adora a Talos, así que nos dirá lo que queremos saber sobre su localización lo quiera él o no –rió con desprecio, esbozando una sonrisa sádica -. ¿Sabéis? Tenéis pinta de querer confesar algo. Soy todo oídos…
-Sí, con los Altmer suele pasar. Sois todo cabeza y oídos.
La sonrisa y palabras de Ryu eran frías como el hielo, y Farkas desenvainó su enorme mandoble, observando al hombre para definir cuál era el mejor lugar donde clavar su filo. Nadie insultaba su héroe, y menos aquellos a los que habían expulsado los Compañeros primigenios. Éste retrocedió, y sus aliados advirtieron su situación, acercándose con mayor velocidad hacia él.
- ¡Herejía! ¿Cómo os atrevéis a insultar a seres superiores? Vosotros, que aún os vestís con pie-
Un sonido sordo quebró sus palabras y, con ellas, su columna, mientras la cabeza del elfo rodaba río abajo para sorpresa de los presentes.
-¿Alguien más quiere insultar a los nórdicos?
El preso emitió un breve grito de júbilo, suficiente como para dar inicio a la pelea. Dos Thalmor se dispersaron, creando un atronach de hielo y su hermana fuego para detenerles, mientras que el tercero apuntaba al fugitivo con una flecha antes de que éste pudiese escapar. Farkas corrió para interponerse entre el proyectil y el hombre, y ésta le atravesó limpiamente el brazo.
-¡Eso no es nada! –gritó, acortando la distancia que les separaba con rapidez, para después atravesar a su enemigo con su acero.
Por su parte, Ryu se había colocado en mitad del camino para enfrentar a sus oponentes. No podía arriesgarse a que alguno de sus impactos alcanzase a Kukiol, quien esperaba que hubiese tenido suficiente tiempo como para esconderse. Emitiendo un gutural rugido de guerra, comenzó su acometida contra el primero de los enemigos, esquivando el helado coloso para después cortar túnica y piel del primero de los conjuradores. Pero aquellos segundos habían sido suficientes como para que su aliado preparase una poderosa estaca de hielo, que la joven pronto sintió penetrar en su pierna.
-¡Eres mía!
Las pupilas de Ryu se afilaron durante un instante, y sintió su poder fluir a través de su garganta.
-¡Yol Toor Shul!
Su aliento se transformó en una feroz llamarada que abrasó a su desprevenido enemigo, que a duras penas tuvo tiempo para protegerse. Su eco resonó en la montaña, y un rugido lejano respondió a su grito, pero a ninguno de los combatientes pareció importarle. La fémina atronach creó una bola de fuego como respuesta, inofensiva en comparación con el ataque que acababan de presenciar, pero suficiente como para provocar mayores daños a la sangre de dragón. Sin embargo, antes de que pudiese realizar un lanzamiento, Farkas ya se encontraba dando fin a su maestro, que aún se hallaba intentando curar sus graves heridas sin éxito.
-Creo que ya está. –sonrió feliz pero jadeante por la explosión de energía.
Ryu suspiró, agradeciendo con la mirada su gesto al nórdico. Le había dicho que no fuese impulsivo, pero el solo hecho de ver un Altmer abusando de los espaldas nevadas le había enervado hasta límites que pocas veces podía experimentar. De hecho, su sangre de lobo hacía cada vez más difícil que se controlase cuando aquello ocurría, y Farkas estaba suficientemente acostumbrado a aquella sensación como para no tenérselo en cuenta.
No obstante, aún les quedaba el problema de Kukiol.
Realizando una cura rápida de las heridas de ambos, lo suficiente como para que éstas no se abrieran a menos que realizasen grandes esfuerzos, comenzaron a rebuscar por los lindes del río.
Algunas llamaradas habían llegado hasta la orilla, pero no vieron a ningún crustáceo chamuscado –tan sólo la cabeza del primer Thalmor- hasta que, algo más alejado en el cauce, observaron tres ejemplares que peleaban entre sí mientras un cuarto observaba.
-¿…y ahora?
-Es un mago –apuntó con ironía Ryu - ¿Quién crees que es?
Sin esperar la respuesta de su compañero, cogió al ejemplar que se mantenía al margen de la pelea, para después retornar a Carrera Blanca. Su sangre hervía demasiado como para intentar arreglar la transformación con un golpe, y la sanadora de Kynareth, Danica, sabría ayudarles a deshacer el hechizo.
[…]
-No hay solución. –respondió la anciana, mirándoles confundida -. Es un cangrejo y seguirá siendo un cangrejo, por mucho que intente.
Ya había pasado un día desde que habían dejado a Kukiol en el templo de la diosa, pero la sacerdotisa no había conseguido revertir al chico a su estado natural. Ryu se mordió el labio, sintiendo una presión en el pecho, mientras Farkas la abrazaba en silencio.
-¿Y si probásemos a dispararle de nuevo? –susurró la chica.
-Podría empeorar. O matarle. O transformarte a ti también.
Los guerreros se dirigieron una mirada de duda.
-También podría curarle. Si fue el poder de los daedra lo que le dejó en ese estado, quizás ese poder sea el único capaz de hacer que vuelva a la normalidad.
Ryu asió el bastón con fuerza, y Danica se apartó.
-¿Estás segura? –preguntó Farkas, tomándola de la mano con fuerza.
-Kukiol es mi amigo, mi compañero. Y necesitamos su poder para derrotar a Alduin. –respondió, sonriendo con calma. En su corazón se hallaba preocupada y temerosa, pero era más fuerte el valor que le había inculcado su cultura que el miedo a pasar el resto de la eternidad como un vulgar crustáceo -. Vamos allá.
La nórdica cerró los ojos, y la energía comenzó a cargarse con una fuerte vibración. Concéntrate… enfócate en él, recuerda su figura…
Un nuevo destello rojo salió disparado del Wabbajack, rodeando el cuerpo del animal con un halo carmesí. Un segundo… dos… y… Puf. El cangrejo estalló en un mar de monedas de oro.
Silencio.
-Le he matado. Farkas, le he matado.
-Y sólo valía unos cien septims… qué deprimente para un sangre de dragón. –apuntó la sanadora para sí inconscientemente, pero tan pronto como los guerreros le dirigieron una mirada de odio, decidió girarse y disimular.
La chica se agachó temblorosa, cogiendo una de las monedas con profunda tristeza mientras las lágrimas corrían por su rostro. ¿Qué iba a hacer ahora? ¡Al menos antes era un cangrejo, vivía!
Pero de pronto, un fuerte sonido provocó que las puertas se abrieran de par en par.
-OS ODIO A TODOS.
El grupo volvió la vista hacia el visitante. Sus cabellos se hallaban enmarañados y sucios, y sus ropas, harapientas, caían sobre su cuerpo como algas secas. No portaba bolsa ni arma alguna, de forma que llevaba los pocos objetos que formaban su inventario entre los pocos pliegues que aún se sostenían. Gemas de alma, anillos, y una gran cantidad de pociones que apenas dejaban ver su delgadísimo cuerpo.
-OS ODIO A TODOS. –bramó de nuevo, dejando caer de golpe sus utensilios, que se dispersaron por la sala con un sonido tintineante –¿Cómo habéis tenido las narices de confundirme con otro puñetero cangrejo? ¿No se veía que me estaba atacando y tenía que defenderme? ¿Sabéis acaso lo que me ha costado encontraros, y encima con estas pintas?
Ryu y Farkas abrieron los ojos de par en par, atónitos. Así que, del grupo que estaba peleando…
-Eras el de la derecha... –musitó la chica con un hilo de voz, secando su rostro.
-…y cogimos el de la izquierda. –contestó su compañero.
-Os lo juro por Talos, ¡ésta os la guardo! "Peleemos con los Thalmor" –gritó, imitando la voz aguda de la guerrera-. "Total, mi compañero sólo es un cangrejo, seguro que sabe apañárselas en un país con gigantes, mamuts y gatos sable"
Los chicos no respondieron.
-Ésta os la guardo –y añadió, aún furibundo, mirando los septims disgregados por el suelo. – ¡ Y ese oro es mío!
Ryuhoshi Yurei 25-01-2012
