«Mi querida Ymir.»
La reina levantó la punta de la pluma con suma delicadeza, y con cuidado de que una gota de tinta no fuese a macular el blanco puro del pedazo de papel que reposaba en aquel escritorio de madera. Un largo suspiro salió de sus pulmones, y sus ojos bajaron un momento, con un abultado vientre obstruyendo la vista a la falda que cubría sus muslos. Tras cuatro largos años, Historia no había podido responder a la carta que su amada había escrito. Era demasiado tarde ahora, sin embargo, la cruda realidad era dolorosa; absurda y amarga, por lo que imaginar que ella podría leer lo que diría le era reconfortante.
Una agridulce sensación recorrió su cuerpo, provocando que una sonrisa melancólica adornara su pálido rostro por primera vez en meses.
«Ha pasado tanto tiempo, sin embargo, sigues estando en mi mente como aquel día que te marchaste con Reiner y Bertholdt. O como aquel día que recibí en mis manos tu carta y la leí decenas de veces, tratando de comprender tus acciones.»
La tinta negra se comenzaba a secar, impregnando permanentemente aquel escrito que la chica de brillantes ojos celestes continuaba trazando, con una caligrafía delicada y precisa, como se esperaría que un miembro de la realeza tuviera.
«Admito que estuve enojada. Enfurecida contigo, por irte así, dejándome sola. Enfurecida con todos; con Bertholdt y Reiner, por haberte llevado; con Eren, por no haberte traído de vuelta como se lo había pedido en el medio de mi berrinche; con la legión del reconocimiento, por no irte a buscar. Conmigo misma, por no haber podido hacer nada porque te quedaras.
Estuve enojada, pues jamás entendí que aquel día que te fuiste, fue por mi bienestar. Estuve enojada, pues tu sacrificio jamás pude comprenderlo.»
Su mirada se fijó en un sobre de papel, arrugado por el pasar de los años y el desgaste por la constante manipulación. El doblez que lo sellaba se había desgastado, tanto, que parecía que podría romperse en cualquier momento. En él, estaba escrito con una caligrafía desordenada y tambaleante su nombre. Su verdadero nombre. Y ella no necesitaba ver su contenido, pues ella lo había aprendido de memoria tras cuatro años de haberlo leído día tras día. Lo conocía tan bien que podría incluso recitarlo, párrafo por párrafo. Recordaba cada signo de puntuación, y cada falta de ortografía.
«Te he fallado,» escribió titubeante por la culpa «no pude vivir por mí misma, Ymir.
Tras estos años, creí haber aprendido a vivir con la frente en alto, por mí misma. Creí que lo había hecho al rescatar a Eren y oponerme a mi padre. Creí haberlo hecho al ser coronada como la verdadera reina de las murallas, sin embargo, todo este tiempo no hice más que aparentar ser libre; viví con una falsa libertad, pretendiendo que Historia era quien seguía su propio pensamiento; sus propias reglas. Pero, aun así, volví a vivir bajo las expectativas de los demás.»
Una pequeña lágrima rodó por su mejilla, como la primera vez que leyó la última carta de Ymir. La tinta negra comenzaba a volverse tenue en el papel, indicando que debía volver a tomar tinta para continuar con su escrito.
«Todos los días pensé que era feliz así; sin embargo, hoy no soy más que, como lo señaló Eren, ganado usado para reproducirse. Los días cada vez son más pesados, viviendo en una granja, donde no hago más que sentarme en una mecedora, esperando que el día termine, deseando que esto sea una pesadilla de la cual despertaré en tus brazos, pero, duele reconocer que no es así, y que despertaré para ver a un marido ilegítimo, el cual no tuve el valor de desposar a pesar de haber engendrado un hijo con él. Un hijo que será criado para convertirse en un títere más, como lo fue mi familia generación tras generación. Como lo seré yo. Ymir, yo…»
La pluma cayó al escritorio tras escuchar el estruendoso sonido de un par de botas pesadas desfilar por la vieja cabaña de madera, manchando de tinta el papel, arruinando aquel prototipo de carta. Bajo el sombrero, una cabellera clara y un rostro desagradable para ella se asomaron con preocupación.
—Historia, de nuevo has dejado la comida enfriar —señaló mientras tomaba el tazón con sopa fría de la mesa—. No has comido, recuerda que tienes que-
—Tengo que cuidar de mi cuerpo. Deja de repetirlo de una vez —interrumpió, molesta claramente.
Se levantó con pesadez de la rechinante e incómoda silla de madera, quitándole el tazón de cerámica de las manos para ponerlo sobre la encimera, recordando la amarga realidad de la que no había escape. Aquella fantasía donde ella era feliz y libre era sólo eso; una dulce ficción donde las aves cantaban, y ella paseaba por el campo camino a su hogar, donde su hermana mayor la esperaría con una sonrisa, y donde seguramente sus amigos estarían, siendo los idiotas que ella conoció y aprendió a querer. Donde un rostro familiar, lleno de pecas que formaban constelaciones le sonreiría con picardía.
Pero no sería así, porque aquello era imposible; se había escapado de sus dedos, y se volvía a disolver como un castillo de arena ante las olas del mar; cada que abría los ojos, él estaba ahí, recordándole a cada segundo como había traicionado la promesa que había hecho a aquella mujer que amó.
Desesperanzadamente, bajó la mirada muerta, suspirando con resignación, pues ella ya no estaba.
Este es mi primer yumihisu.
Realmente no puse demasiado empeño, pues esto ha sido básicamente un vómito de palabras que lancé tras escuchar una canción que me recordó mucho a la situación de esta hermosa pero trágica pareja.
Espero les guste...
