Masquerade

Prólogo

Tiempo de Carnaval en Equestria, y Manehattan lo sabía. Toda su costa se había colmado de colores, música y danzas. Después de Nightmare Night, era la segunda festividad con más convocatoria de ponis disfrazados, pero su tradición era históricamente más reciente y estaba más vinculada a una costumbre que a un hecho legendario. Coincidía con los meses de verano, y en varias ciudades equestrianas se festejaba en fechas equidistantes, siempre durante fin de semana, y del atardecer hasta el amanecer. Era un regla implícita, de hecho, no irse antes del alba. Los carnavales eran festivales eminentemente nocturnos, y al regreso de la princesa Luna, tuvieron un impulso mayor, llegando a invitar a la mismísima princesa, cada año.

Era una bonita noche de sábado, y el Corsódromo estaba a reventar. Muchos ponis habían acudido con sus rudimentarios disfraces, que a veces no llegaban a ser más que antifaces torpemente recortados y decorados con lentejuelas y plumas compradas en cualquier tienda. Pero eso no les importaba. Valía la alegría, la diversión, el flirteo, el juego de máscaras, la sidra de manzana que circulaba por doquier, la música que se te metía en el cuerpo y te hacía moverte. Era la ocasión en que todos los habitantes de la gran ciudad olvidaban por un momento sus ocupaciones y las cosas que los afligían, fingiendo ser otros, y así volver renovados a su trabajo.

Alrededor de cincuenta ponis se habían preparado ese año para la temporada de Carnaval en Manehattan, desde potrillos y potrancas hasta corceles y yeguas maduros; desde mimos y prestidigitadores hasta saltimbanquis; desde bailarinas que podían mantenerse sobre sus cascos traseros mucho más tiempo del imaginable, hasta pirómanos con fuegos artificiales que sacaban gritos de admiración a cualquiera; incluso ponis que hacían espectáculos con antorchas de fuego. También variaban los talentos en canto, baile, música (especialmente percusión), disfraces a cuerpo completo o parcial, y mascarillas, sin olvidar las fastuosas carrozas con las que desfilaban, siempre dedicadas a una o varias princesas, hechos concretos, recientes o antiguos, eventos de todo tipo… La Comparsa destacaba por ser la más creativa de Equestria, era como un fénix que, cuando parecía que ya se había acabado su llama, renacía con fuerza y pasión sorprendentes. Además de que era muy organizada con sus desfiles, que se volvían siempre multitudinarios, especialmente desde que tuvieron el visto bueno de las princesas, maravilladas por todo ese despliegue (no había carnavales en la aristocrática Canterlot).

La Comparsa era el punto de expansión del espíritu carnavalesco, y siempre era la que daba inicio al carnaval, yendo en procesión danzante por la avenida principal de Manehattan hasta el Corsódromo propiamente dicho: un espacio costero cedido por la alcaldía después de muchos años de lucha, y que fue inaugurado por la princesa Celestia, lo que ayudó a completar su estatus "oficial". Aquel predio estaba administrado por lo que se daba en llamar "la Comisión de la Comparsa", conformada por los líderes de la misma, y muchos ponis importantes de la ciudad que hacían de patrocinadores.

Entre los disfrazados más notables había un unicornio que había acaparado todas las miradas. Su sombrero, su traje y su bastón daban cuenta de la dedicación que había puesto en ellos; los colores opacos, el estilo rústico, la opulencia de volados y bordados representaban la marca de época de la Equestria de unos trescientos años atrás. Lo acompañaba una poni de pelaje amarillo, crin ondulada con verde esmeralda y verde limón, y una línea de color rosa clarito que los dividía. Sus ojos ambarinos expresaban incomodidad y un poco de aburrimiento. Llevaba una máscara negra con detalles en verde y plateado, y un vestido negro, casi pegado al cuerpo, con un escote bordado de lentejuelas verdes, y una falda con bordados de plata. También llevaba un delicado collar, con una gema púrpura en su centro. Al ver que su compañero estaba muy ocupado recibiendo la atención de muchas damas, le dijo que debía ir al sanitario, y que regresaba enseguida.

No volvería.

Era cuestión de tiempo para que él se diera cuenta de que había desaparecido de los baños. No se le había ocurrido mejor excusa, pero afortunadamente le creyó. Quizá debía agradecer ese descuido al espíritu carnavalesco de Manehattan.

Un ardiente deseo de escapar se había apoderado de ella, y tenía buenos motivos para alejarse de toda esa fiesta. Pese a que el collar mágico que llevaba develaría su posición, tendría que estar lo suficientemente lejos como para que él no pudiera alcanzarla tan rápido. Ya encontraría la manera de destruir aquella cosa. Aunque le daba miedo perderse entre los ponis, salir de la ciudad, y enfrentarse a un probable clima inhóspito fuera de la urbanización, estaba resuelta a que no quería pasar un minuto más bajo el control de ese corcel.

El corsódromo de Manehattan tenía vista al río, lo que ofrecía un curioso contraste respecto a los edificios al otro lado. La poni, sin dejar de mirar hacia atrás, atravesó la marea de yeguas y corceles hasta las instalaciones sanitarias, donde ya había una importante fila para entrar. Permaneció allí, disimulando, observando a su alrededor. Detrás de los baños, había una valla que los separaba de la orilla del río, y al otro lado apenas llegaba a verse la otra orilla. ¿Cómo haría para llegar hasta allá? No lo sabía, pero hallaría la manera. Lo más importante era desaparecer, y hubiera deseado tener la habilidad para volverse invisible.

Se escurrió lentamente hacia la parte trasera de los sanitarios, que se volvía un callejón envuelto en las sombras ya que no le daba la luz. No parecía haber nadie escondido allí. Rápidamente, se quitó la máscara y el vestido, rasgándolo a la altura de la falda para convertirla en una especie de "capa" que pudiera camuflarla en la oscuridad, pero tuvo que usarla al revés porque no tenía tiempo para ponerse a quitarle todas las decoraciones, ya que el brillo de las mismas podría delatarla en su escape. Resistiría la picazón en su pelaje al saberse libre. Sabía que era terrible lo que le había hecho a la prenda, pero nunca había desarrollado un gusto por la moda.

El próximo obstáculo era la valla. Se trataba de un tejido con un armazón de tablones entrecruzados, con dos metros de alto, que no hacía muy fácil escalarlo. Ella era una poni terrestre, y hubiera deseado mucho ser pegaso. De modo que, haciendo un gran esfuerzo y procurando no hacer escándalo, trepó los tablones, lo que se le hizo harto dificultoso al no poseer algo que le permitiera sujetarse bien a la resbaladiza madera. Sin mencionar que se astillaba. Soportó como pudo el dolor que le producía exigir sus cascos para seguir trepando, además de que le dolían las caderas y sentía que le faltaba el aire, y debía parar unos segundos para luego retomar el ascenso. No podía ver muy claramente cuánto le quedaba, a pesar de que la luz alumbraba un poco el borde del vallado. Apretó los dientes, y con la mirada siempre fija en la luz y la determinación de llegar hasta arriba para saltar hacia el otro lado, continuó impulsando su cuerpo hacia la libertad.

Casi alcanzaba lo más alto, hasta que sintió un repentino tirón, lo cual casi la hizo caer por el susto. Permaneció inmóvil, sudando frío, lamentando que su intento de huida fuera frustrado tan pronto. Era la única oportunidad que tenía, y probablemente no volviera a tener otra. Aterrada, pensó que había sido descubierta, y no se animaba a mirar hacia abajo. Aún así lo hizo, notando que nada insistía en bajarla, y no pudo ver a nada ni a nadie. Sintió otro tirón al moverse, oyó un ruido como de algo que se rasgaba, y entendió que debía tratarse de su capa, que se había enganchado en algún sitio. Eso le alivió, parecía que no todo estaba perdido. Pero entendió que debía apurarse, y estirándose cuanto pudo, alcanzó con sus cascos a aferrarse del borde del vallado; la capa le tironeaba con fuerza y le apretaba el vientre. "¡Vamos!" se dijo, a medida que la tela iba cediendo, poniendo todo su empeño y ayudándose con sus cascos traseros. Hasta que por fin la capa se rajó y ella fue a caer del otro lado, sobre la arena fría de la playa.

Adolorida, raspada, rodó hasta quedar con la cara (toda arenosa) mirando hacia el cielo plagado de estrellas. Respiraba agitadamente, y todos los músculos de su cuerpo le dolían. Estaba exhausta, pero libre. Se incorporó tan pronto como sus cascos se lo permitieron, y corrió hacia el río para lavarse la arena de la cara, y de paso calmar la sed que la escapada le había producido.

Detrás de ella se oían las voces alegres y la música que se expandía por toda la ciudad con su candombe carnavalesco. No le importaba romper la regla de "no irse hasta el amanecer", para ella eso no tenía sentido. Eran reglas de ponis.

Observó detenidamente a su alrededor; la playa estaba desierta. ¿Qué camino debía tomar ahora?

-.-.-.-

He aquí el prólogo de un nuevo fanfic, esta vez situado en el presente de la serie. Tuve esta idea hace tiempo, y me pareció que podía funcionar, además de que tengo cierto interés en incluir ciertos conceptos para tratar con ciertos personajes, pero no daré por ahora demasiados detalles al respecto (no soy mucho de explicar la trama al final de un capítulo, como muchos hacen, prefiero que la trama se explique sola).

Iré publicando los capítulos en alternancia con "La Vida es Risa, la Armonía es Guerra" e "Identidad robada", que ya va por la mitad, y no será un fic muy largo.

Me gustaría saber sus opiniones, si quieren saber cómo continúa.

Saludos, y nos leemos pronto.