Mi primer fic de Doctor Who. Quizá peuda parecer un poco extraño pero a mi me gusta el resultado, a ver si hay suerte con ello. la serie me ha enganchado no, lo siguiente. Me he terminado dos temproadas enteras en apenas una semana y da gracias a que no ha sido antes =_= lo malo es que no tengo más hasta septiembre. Dish. Mala suerte.


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Champán

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Inclinó la botella y el líquido dorado cayó a través del cuello, rellenando la delicada copa de cristal. Dejo a un lado la botella, alzando la copa. El champán se veía de un brillante dorado verdoso a través del cristal y de la luz que emitía el vórtice de la Tardis. Se quedó así, contemplando la copa de champán un largo rato antes de, en menos de un segundo, apurarla de un trago.

-Ahh, maravilloso. El mejor champán francés –comentó alegremente el Doctor.

Estaba sentado el suelo, con la espalda apoyada contra el tronco central de la nave y la cabeza un poco gacha por el control, sobre él. Casi le parecía notar sus latidos en la espalda. Los latidos de la Tardis.

Se sirvió una nueva copa, esta vez saltándose el paso de contemplación para ir a la parte realmente importante. Tenía el sabor justo: una perfecta dulzura y el regusto necesario. Delicioso, nadie podría negarlo. Lo había cogido "prestado" la última vez que había pasado por Francia, en el siglo XXVI cuando los franceses habían perfeccionado hasta lo indecible el cultivo de la uva. Tanto cuidado y tanto esmero… Había valido la pena el enfrentamiento con las típicas fuerzas alienígenas del mal que no saben negociar ni siquiera por su propio bien. En absoluto había viajado a Francia y les había ayudado por el champán, claro que no… Pero había merecido la pena.

-Una cosecha maravillosa –dijo-. Lástima que no puedas probarlo.

Una verdadera lástima.

No había nadie más en la nave, solo silencio, él y la botella de champán. Se había habituado a la soledad. De vez en cuando aparecía alguien, alguien especialmente inteligente que se atrevía a viajar con él y que no era un incordio, pero al final siempre desaparecían. Era una condena sobre la que mucho se había escrito en mil culturas: la de ver morir a la gente a la que te atas por culpa de una vida inmortal. Pero que haya muchos libros al respecto no lo hacía más fácil, más bien parecía casi una burla. No lo explicaban en absoluto bien.

Y aquellas ocasiones, en las que viajaba acompañado, eran las menos. La mayor parte del tiempo viajaba así, solo.

Bueno, solo no. Tenía algo, lo más valioso. Lo más valioso que pudiera tener nadie en el universo, y lo que era más importante: lo más valioso para él. Lo que le acompañaba siempre, sin envejecer, sin morir, siempre fiel… Ni punto de comparación.

Podía notar sus latidos en su espalda. Los latidos de su nave. Los latidos de la Tardis.

-Me hubiera gustado que lo probases. De verdad, está genial –le aseguró. No estaba loco: no hablaba solo.

Hablaba con ella.

La Tardis.