N/A: ¡Buenas!
Espero que todo les esté yendo de maravillas.
Yo vengo a presentarles esta nueva historia. Por alguna razón la idea no lograba dejarme en paz y en consecuencia me obligó a sentarme a escribirla hasta que los dedos comenzaron a dolerme.
Va a ser un semi long fic. Y ya tiene cinco capítulos escritos.
Está programado que publique todos los jueves. Y prometo cumplirlo.
Tengo que aclarar que en ninguna forma o manera estoy a favor o creo que sea válida la infidelidad. Es más me parece un acto de lo más egoísta. Habiendo dicho eso, encuentro cierta fascinación en entender que lleva a una persona a ser infiel y sobre todo que lo lleva a repetir la infidelidad hasta que se vuelve algo cotidiano. He ahí la idea de esta historia.
Espero que les sea de su agrado y por favor, si tienen un momento y ganas, espero que se animen a dejar un review contándome sus opiniones, pensamientos, etc.
Les dejo un beso enorme,
Albertina
PERFIDIA
Soy un hombre desesperado.
El contar de los segundos producido por el reloj en mi oficina, está por llevar mi cordura al borde del abismo. Me siento como un adicto comenzando a experimentar los primeros efectos del síndrome de abstinencia. Quiero ponerme de pie y salir de allí tan rápido que el desastre que quede detrás sea similar a los escombros que olvida un tornado, pero mi cuerpo está obligado a permanecer en la amplia silla de cuero negro que descansa de mi lado del escritorio.
Theo acaba de entrar en mi oficina. Porte rígido, expresión contrariada y nudillos blancos. Está enfurecido por algo que he hecho. Contemplo preocuparme por un momento, porque Theodore Nott es uno de los pocos amigos que me han quedado de aquellos años en los que reinaba los pasillos de Hogwarts. Lo contemplo de la manera más intensa que tengo permitido en mi ser pero no consigo hacerlo, porque cada fibra en mi interior me dice que me ponga de pie y lo mande a la mierda. Cada nervio dentro de mi cuerpo está lanzando corrientes eléctricas a las cuales no puedo responder y como consecuencia mi cordura está siendo consumida.
─Eres una reverenda mierda─ me dice sin rodeos.
Su imagen pulcra y entera encaja perfectamente con la masiva oficina que poseo en la compañía que comando. Está en el piso más alto de un eterno rascacielos ubicado en la zona mágica de Wiltshire. El lugar ha crecido en los últimos años. Se ha vuelto un centro bastante reconocido para conducir todos los negocios que tienen que ver con compañías privadas que resaltan en las listas de las más pudientes. Malfoy Enterprises está en la cima de dicha lista y si algún día eso cambia, me aseguraré de ir en persona a la locación de quien se quedó con ese puesto y asesinarlo con mis propias manos.
Muevo mis ojos grises por el interior de la habitación. El cielo fuera está de noche. Los muebles de reluciente madera oscura lucen imponentes bajo la tenue luz de las decenas de pequeñas lámparas de techo. El único destello de color viene de los lomos de la vasta colección de libros que descansan en mi biblioteca y de la alfombra verde esmeralda que cubre la gran mayoría del suelo. Es cuando por fin me concentro en Theo que me dispongo a responderle. Me acaba de llamar una mierda, y como respuesta intento darle la razón.
─Comparto. Soy una mierda.─ las palabras ruedan por mi lengua con cierta pereza y una pizca de desinterés. Para cualquier sangre pura ese es el peor de los insultos: el desinterés.
─Fuiste tú el que compraste Nott, Inc.─ por eso está tan dolido, porque su compañía era un collage de malas decisiones administrativas y yo me quedé con las migajas.
─Negocios son negocios, Theo─ explico con lentitud, mientras elevo mis hombros en un gesto tan petulante e infantil que sé que si Lucius Malfoy estuviera aquí conmigo me pegaría con su bastón justo en la nuca. Donde duele y marca.
─¡Una mierda que negocios son negocios, pedazo de escoria!─lo escucho gritar. Ver a Theodore Nott perder los estribos en una ocurrencia poco común y como resultado la comisura de mis labios se eleva hacia arriba. Tengo poder, que lo acepte y deje de llorar como el niño caprichoso que los elfos domésticos han criado. ─Vine en persona a pedirte consejos de negocios para salvar la compañía que mi familia ha manejado por generaciones y como respuesta tú decides mover tu culo y sacármela de debajo de la nariz. Esos no son negocios, Draco, eso sólo demuestra que sigues siendo la misma mierda de siempre. Agradece que tienes a Astoria, de lo contrario estarías sólo como un condenado leproso.─ succiono la punta de mi lengua contra mi paladar provocando un chasquido reprobatorio y en cambio de contestar, sólo me pongo de pie.
A la mierda con su opinión y a la mierda con su llanto de mal perdedor. Tengo un lugar en el cual estar. Tengo una necesidad a la cual saciar y no pienso dejar que Theo vea el temblar de mis manos y los gestos erráticos de mi silueta. Tuve un día agotador en el trabajo y necesito soltar toda la tensión de la mejor manera que sé.
─La próxima vez que necesites decirme algo, comunícate con mi secretaria para que te indique cuando tengo una cita libre. Está conversación se terminó y lo mismo ocurre con esta amistad.─ lo veo amagar a tomar la varita que descansa en el bolsillo de su elegante túnica negra y a cambio concentro la poca cordura que me queda en hacer un hechizo no verbal y sacarlo de mi oficina, cerrando la puerta detrás de él.
El problema principal surge por el momento en que se produjo toda la situación. Compré su compañía, pero en su mayoría porque sabía que él no podría salvarla. Yo no tengo ninguna intención de manejarla, él seguiría siendo el presidente del comité, tomaría todas las decisiones y yo lo único que haría sería ver el oro entrar. Ahora se quedó sin compañía y sin amistad.
Muevo mis piernas hasta la chimenea ubicada en mi oficina. Tomo la varita que descansa en el pequeño sujetador incorporado que tiene mi cinturón de cola de dragón Hébrido negro y con un movimiento apago las chispeantes llamas y elimino los tóxicos residuos de ceniza. Al lado de la misma hay una ornamentada caja de oro con polvo flu. Tomo un puñado y menciono el trigésimo subsuelo del ministerio de la magia.
El viaje es instantáneo y me encuentro en mi destino mucho antes de terminar de parpadear. El lugar es patético. Oscuro como una cueva en la montaña, con manchas de humedad en la paredes y los desagradables restos de algún tipo de empapelado verdoso a medio caer al suelo. El piso está polvoriento y siento el eco de mis zapatos contra el mismo mientras avanzo por el desierto pasillo.
Nunca hay nadie. Absolutamente nadie. Es un ala del ministerio totalmente olvidada por el mundo. También es cierto que si hubiera alguien probablemente no nos divisaríamos porque la única iluminación es esparcidas lámparas de aceite en la pared que iluminan menos que el brillar de un efímero cerillo.
Llego a mi destino con la necesidad de un enfermo fatal requiriendo medicina. Mi cuerpo es un nudo de ansiedad. Por otro lado, las extremidades que caen a los lados me tiemblan con los efectos de necesidad. La necesito como a la más adictiva de las drogas. Abro la puerta de la pequeña oficina frente a mí con bronca. Como consecuencia la madera rebota contra la angustiosa pared. El olor a humedad y encierro que suele haber allí abajo me invade las fosas nasales. Veo el destrozado sofá de corderoy anaranjado, veo las destartaladas estanterías contra la pared con cientos de expedientes que nunca nadie va a lograr resolver, veo el viejo escritorio de madera gastada y descolorida y luego la veo a ella. Cabello revuelto, camisa de seda blanca, labios rojos y ojos marrones. Ni siquiera levanta la mirada para recibirme, por más que cualquier otra persona hubiera pegado un salto con el retumbar de la puerta contra la pared.
A veces siento que la odio, por poder jugar el juego de que lo que hacemos no le afecta en lo más mínimo. Otras veces, sin embargo, estoy dispuesto a comprarle el mundo por jugarlo, porque hace que cada embestida se produzca con más bronca y que cuando las paredes de su interior se cierran alrededor mío lo hacen con la misma fiereza con la que la estoy poseyendo.
Mis ojos deben destilar enfurecimiento mientras avanzo por su pequeña oficina. Corro la silla en la que está sentada hacia atrás con toda la fuerza que mi cuerpo en ese estado es capaz de producir. El respaldo choca contra la pared contraria y el golpe hace que su cuerpo se mueva hacia delante. Por primera vez me mira y parece aún más molesta que yo.
¿Cómo se atreve? Es ella la que siempre quiere restarle importancia. Es ella la que logró hacer un arte de esconder lo que sea que se le está pasando por su cabeza.
─Rómpeme otra silla y esto se termina.─ me avisa de manera fría. El marrón de sus ojos fijos en los grises míos. Quiero recordarle que me ofrecí a comprarle un mobiliario nuevo y fue ella la que me golpeó en el rostro con toda la ira de una mujer que está completamente fuera de sus cabales. Si soy franco no comprendo porque le ofende que la llame mi amante. Eso es exactamente lo que es. Y eso es exactamente lo que yo soy para ella.
Elijo no contestarle y a cambio la tomo con rapidez de las muñecas y la volteo de manera que su trasero quede ubicado sobre la superficie de su escritorio. La suelto de manera brusca, únicamente para desprender el botón y cierre de mi pantalón. Ella imita mis intenciones levantando su pollera hasta que queda echa un tubo de tela arrugada alrededor de su cadera. Y sin más palabras de ninguno de los dos estoy dentro de ella con una embestida rebosante en ira.
Quiero parecer indiferente, pero no hay manera de ser indiferente a estar dentro de ella. Nunca imaginé que lo fuera, y desde aquella primera vez que lo hicimos en mi casa mientras mi mujer le ofrecía canapés de cangrejo a Ronald Weasley, comprobé que estaba en lo cierto. Por primera vez ella se mueve a tocarme. Rodea mi cuello con sus brazos, clavando sus uñas en mi cuero cabelludo de manera posesiva. No suele decir nada y no suele demostrar mucho, pero siempre deja una marca visible en mi cuerpo. La hago desaparecer antes de volver a mi hogar, pero a veces me pregunto si espera que una noche lo olvide y todo mi matrimonio vuele por los aires. Mientras tanto ella seguirá jugando a ser la perfecta bruja que todo el mundo cree que es. Si tan sólo supieran que le encanta que la tire sobre ese mismo escritorio y la folle en cada lugar que encuentre y de la manera más brusca que la energía del día me permita, tal vez se borraría ese halo de perfección que parece acompañarla a todos lados.
Siento sus dientes ejercer presión en la piel de mi cuello, justo donde el pulso de mi sangre está en su cúspide. Soy débil y como tal suelto un gruñido de conformidad que suena lo suficientemente similar a un puto esclavo diciéndole que sí a su amo. Para ser completamente honesto, si ella me pide en ese momento que salte, mi respuesta será sin dudarlo: ¿Cuán alto? No puedo evitar enojarme aún más. Enojarme conmigo por ser tan condenadamente débil. Enojarme con ella por permitirme descubrir lo que se siente follarla. Y enojarme con la vida, por hacer de semejante perfección un asqueroso secreto.
La ira suele manifestarse en la parte física. Ella con sus mordiscos y arañazos. Y yo, como en este momento, clavando la yema de mis dedos en sus muslos y abriéndole las piernas aún más. Ni bien la embisto con fuerza, la siento humedecerse aún más y para mi satisfacción gime de manera agónica y necesitada. A veces no lo demuestra y sé que jamás lo dirá, pero ella lo necesita tanto como yo.
Sus ojos marrones se posan en los grises míos y rápidamente entiendo lo que me está diciendo. Lo nuestro se ha vuelto tan condenadamente habitual que siempre sé lo que quiere sin que ninguno tenga que soltar una sola palabra. Me siento como un estúpido consintiéndola como si fuera la maldita reina de Inglaterra. Igualmente llevo mi rostro hacia delante y le rodeo la boca de manera posesiva. No tengo que hacer el menor esfuerzo para que le dé permiso a mi lengua y en instantes, la estoy besando de manera brusca y posesiva y ella se está rindiendo a mí como un ejército elevando bandera blanca.
La beso mientras la follo con dureza. Cada embestida de mi cadera resuena con piel chocando contra piel. Con ira encontrando pasión. Con humedad que se asocia a deseo. Con sus gemidos y mis gruñidos. Con la adrenalina que se aferra a lo prohibido.
─Tan cerca, tan tan.─ no termina de hablar, cuando la siento cerrarse alrededor de mi miembro de manera agobiante. Mi reacción sigue la de ella de modo inmediato, llenándola de los restos de mi devoción por su cuerpo, de mi fascinación con su sabor y de mi debilidad por su aroma.
─¿Cuántas de las horas que pasas encerrada en esta mierda de oficina las gastas pensando en cómo se sentirá la próxima vez que hagamos esto?─pregunto sin aire, mientras paso mi lengua por su cuello, humedeciendo la zona y sintiendo el sabor del sudor que suele aparecer sobre la superficie tostada luego de follar. Me excita de manera condenadamente dominante y suele dejarme listo para darla vuelta y llenarla en otro lugar totalmente distinto.
─Siempre fuiste un maldito arrogante, ¿Por qué empezar a cambiar ahora, verdad?─ me pregunta, antes de volver a morder mi cuello, sólo que esta vez con mucha más fuerza. Sé que no sólo debe haber quedado un hematoma, sino que algún hilo de sangre va a rodar de la herida y marcar mi camisa negra.
─Responde lo que desees, la realidad es que tres segundos después de llegar estoy dentro tuyo y siempre estás empapada─ por primera vez veo las comisuras de sus labios elevarse. Sabe que tengo razón y está admitiendo derrota.
─Con el mismo criterio puedo preguntarte si se siente incómodo trabajar en esa oficina bacana tuya estando duro como el acero, mientras te imaginas cómo se siente cuando me contraigo alrededor tuyo─ gruño con bronca, porque tiene razón y porque fui un estúpido al creer que estaba admitiendo derrota. Ella nunca pierde, nunca pierde ni conmigo ni con nadie. Es la gran Hermione Granger después de todo.─ En una semana se celebra en la madriguera el aniversario de matrimonio de Harry y Ginny.─ tiempo atrás hubiera preguntado en que me concierne, pero los años pasaron y mi desprecio por Potter y el suyo por mí son lo suficientemente disimulados que en sociedad hay una tregua. Estoy invitado. También lo está Astoria. Mi mujer.
─¿Vas a ir?─ella asiente con poco entretenimiento mientras se baja del escritorio y comienza a avanzar hacia mi figura, la cual está apoyada contra una de las destartaladas estanterías. Pies cruzados a la altura de los tobillos y manos en los bolsillos. Desde pequeño aprendí que uno tiene que apegarse a sus virtudes y atributos. Yo soy un condenado hijo de puta, pero un muy atractivo condenado hijo de puta, y cada vez que tengo la oportunidad de lucir deseable frente a una mujer, lo hago. Que pase horas en la noche fantaseando como será que esté dentro de ella. El resto de las damas pueden intentar retribuir el favor, pero mis noches no las paso fantaseando, sino recordando. Recordando como mi boca y lengua recorrió cada rincón del cuerpo de Hermione Granger.
─Por supuesto que voy a ir.─ suena como si me creyera estúpido y a veces, cuando estoy frente a ella, creo que verdaderamente lo soy. ─Mi marido es el mejor amigo y hermano de los agasajados.─ aquí está el recordatorio de que no es mía y que lo nuestro es una aberración. La mismísima culminación de un viaje de egoísmo puro y neto.
Cuando estoy con ella en esta oficina. Cuando estamos los dos encerrados con sus piernas alrededor de mi cadera, y mi cuerpo meciéndose dentro y fuera de la calidez y humedad de su centro, la noción de que pertenece a alguien más me provoca ganas de vomitar. Porque soy un maldito hijo único y nunca fui introducido al arte de compartir.
─Ve sin ropa interior.─ le pido cuando ella alcanza el lugar en el que estoy ubicado.
Mi pantalón sigue desprendido y mi camisa cae suelta y arrugada como si fuera un adolescente luego de una noche de muchas copas. Veo la comisura de sus labios elevarse levemente. Está disfrutando ver como la máscara de indiferencia que procuro promover tiene grietas y el asqueroso monstruo verde de la envidia reside debajo de la misma. Quiero que vaya sin ropa interior por mí, quiero que se escape del salón y a algún rincón oscuro conmigo, y mientras todos ríen y brindan, quiero que el nombre que ella grite en absoluto placer, sea el mío.
─¿Para qué Ron me pueda follar en su cuarto de la infancia de manera rápida? ─pregunta con el tono de voz de una nena inocente. Lejos está de ser inocente, pero yo caigo en su juego, y cierro mi mano alrededor de su cuello atrayéndola a mi boca y comiéndole la suya de modo que quede moreteada. Que quede marcada con los recuerdos de que esas horas está a mi completa merced y que nadie la puede hacer sentir como yo.
─Los dos sabemos que él no te va a poner un dedo encima en esa fiesta.─ ella vuelve a sonreír con entretenimiento. Rápidamente se pone en puntas de pie y susurra en mi oído,
─Llevaré el labial rojo que tanto te gusta. Sé que te enciende como pocas cosas ver mis labios rojos rodeando esta parte de tu cuerpo en particular. ─ su mano se cuela dentro de mi ropa interior y antes de siquiera poder lucir desafiante, estoy tirando mi cabeza hacia atrás y soltando el más letárgico de los gemidos. ─No eres el único que no disfruta compartir, Malfoy. Prometo dejar mi olor en cada rincón de tu cuerpo, porque cuando vuelvas esa noche a tu casa no quiero que tu mujer te ponga un dedo encima. Esas noches, en las que están todos, tú eres mío─ su mano se mueve expertamente hacia arriba y hacia abajo, mientras su boca traza suaves besos en mi cuello. Quiero decirle que soy de ella para hacer lo que desee, pero después recuerdo que no es cierto. Ella no es mía y yo no soy suyo.
Acabo con un gruñido gutural. La explosión blanca y perlada desparramada sobre mi camisa y en su mano. Amago a tomar un papel de los expedientes detrás de mí para limpiarla. Como respuesta la veo elevar la mano hasta su boca y con un efectivo movimiento de su lengua está tomando todo el resto y tragándolo con lentitud. Sus ojos marrones nunca dejan los míos y en ese instante tengo ganas de llorar. No de tristeza o angustia, sino de frustración y bronca. Hago lo mismo que hago siempre que nuestro encuentro clandestino está por alcanzar su final.
─¿Por qué no te casaste conmigo? ─ pregunto tomándola de las muñecas y pegando su cuerpo contra el mío. Mi estatura supera la de ella por una buena cantidad de centímetros y sé que la excita ver cómo puedo inclinarme por sobre su figura de manera comandante y dominante.
─Porque elegiste la perfecta bruja de sangre pura y cuerpo despampanante para aparecer en las fotos─ me recuerda y no hay malicia en sus palabras, por más que sé que cree que esa es la verdad. ─Y porque yo pensaba que eras un niño patético y estúpido hasta que pusiste tu lengua entre mis piernas y me olvidé como alguna vez llegué a pensar todas esas cosas.─ asiento lentamente, una mueca de entretenimiento en mí rostro. Y entonces la escucho decir la misma respuesta de siempre y ahí sé que nuestra velada se ha acabado. ─Porque el tiempo es una mierda y también lo somos nosotros.
