Ranma ½ y personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Hago esto sin fines de lucro.


El curso de la pasión

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—Entonces... ¿qué es lo que tenías que decirme? —preguntó ella mientras sostenía entre sus dedos sus palillos, y en la otra un tazón con arroz.

— ¿Hum? —Ranma la miró atentamente, con sus palillos entre los labios—. ¿De qué hablas?

Akane frunció el ceño mientras dejaba sobre la mesa los objetos que sostenía entre manos. Su esposo estaba muy distraído, lo había notado desde hace varios días.

—Cuando llegaste dijiste que tenías algo importante que decirme, pero que debía esperar a la hora de adorable color carmín cubrió como una manta el rostro de Ranma al tiempo que su mirar se fijaba sobre la mesita de madera.

Aunque llevaban varios años de matrimonio, esos pequeños gestos que su rostro delataba a ella cuando eran adolescentes se mantenían perennes.

— ¿Sí? ¿Qué sucede? —inquirió impaciente.

—Eh… —se aclaró la garganta y después buscó entre los pliegues de su camisa china—. Toma.

Extendió con firmeza uno de sus brazos a través de la mesa. Sostenía entre dedos dos boletos rectangulares color rosa.

Era increíble. Llevaban casi diez años de casados, durante los cuales tuvieron que hacerse cargo de diversos asuntos: el mantenimiento de la casa, el funcionamiento del dogo, las deudas, la convivencia y, sobre todo, la crianza de una pequeña niña, fruto de ese amor que tanto les costó asumir frente a los demás. Una vida caóticamente hermosa.

Disfrutar de su vida marital era cada vez más difícil gracias a sus ocupaciones domésticas, sin embargo, siempre encontraban un pequeño espacio para alejarse de la ciudad y hospedarse en un modesto hotel, viajar solos hacia las sedes de los campeonatos de artes marciales o simplemente acampar en un lejano lugar. Afortunadamente contaba con el apoyo de sus familias de origen para cuidar a la única nieta de los patriarcas.

En el pasado discutían por sus mutuas ofensas y malos entendidos provocados, casi siempre, por sus respectivos rivales de amores o sus familias de origen; pero, desde su unión, vivían alejados de todas esas personas, así que sus pleitos maritales sólo eran motivados por situaciones caseras.

En ocasiones se hallaban tan irritados luego de reñir, que pasaban semanas sin dirigirse la palabra. Al principio parecía el castigo perfecto para el otro, hasta que llegaba la noche y, en la tranquilidad del lecho matrimonial entraba en cuenta que una prologada distancia los llevaría a un solo camino: el divorcio. De pronto, sentían pánico de solo imaginarlo, cediendo paso a la reconciliación de sus almas y cuerpos. Se abrazaban con la desesperación de una despedida y se escabullían entre las sábanas sofocados por la fuerza de la pasión, saciando el hambre y la sed del otro acumulados en tantas semanas de silencio y separación.

Es cierto. Sus reconciliaciones era satisfactorias, no podía negarlo, sin embargo, no consiguieron evitar que el hastío propio de una vida en común, el cansancio de un matrimonio y la pesadumbre de los años compartiendo las premuras de fin de mes, afectara la pasión. En los últimos meses, al llegar la noche, terminaban juntándose para reposar abrazados como una pareja de amigos, y conversar amistosamente sobre los problemas cotidianos y el entrenamiento de la hija que tenían en común. No había espacio para demostrarse su amor de otra forma. Un día ambos hicieron cuentas por separado y descubrieron que llevaban casi un mes sin hacer el amor y, lo que les pareció aún peor, que ninguno de los dos sentían el deseo de hacerlo. Calcularon que a su edad no había motivo para la inapetencia sexual y lo atribuyeron a la rutina que imperaba en sus vidas.

Está claro que la pasión que se siente en el primer momento del enamoramiento es sumamente complicado de mantener durante todo un matrimonio con la misma intensidad, el amor se va reinventando y nutriendo día a día y tiene innumerables formas y caras. Lo peligroso es perder todo tipo de interés por la pareja y acostumbrarse a convivir como compañeros de piso en donde el romanticismo y la intimidad han quedado absolutamente relegados. Afortunadamente, en este caso, ellos habían decidido reavivar la llama de la pasión para evitar una crisis irreversible. Lucharían, sí. De ningún modo permitirían que el aburrimiento acabara con la hermosa familia que tanto trabajo les costó construir, no si podían evitarlo. Era hora de avivar ese fuego y esta fecha era ideal para sus propósitos. Lo sabían, habían planeado hacerlo.

—Esto es… —dijo sosteniendo los boletos.

—Son los boletos para nuestro viaje —confesó al fin—. Mi madre me los obsequió por nuestro aniversario.

—Ranma, pero…

—No te preocupes —atajó él.

Tantos años de convivencia lo habían dotado de la habilidad para descifrar las diferentes gestualidades en el rostro de su esposa: el destello en sus ojos cuando era feliz, la curvatura de sus labios cuando estaba preocupada o su ceño fruncido y sus labios apretados cuando se enfadaba. En cada gesto podía adivinar el motivo de sus emociones, podía leerla como un libro.

—Mamá y Kasumi aceptaron cuidar a nuestra hija mientras estamos fuera de la ciudad.

—Bueno, pero…

—Descuida —la interrumpió—. Kasumi aceptó quedarse en casa de mis padres, y me aseguró que vigilarían a mi papá.

Genma estaba fascinado con su única nieta a quien procuraba brindarle el cariño y amor que todo abuelo guardaba dentro de sí para su descendencia, pero, cada vez que encontraba una oportunidad le mostraba algunas de sus espléndidas técnicas para colaborar con el entrenamiento de la pequeña. Afortunadamente sus padres conseguían intervenir a tiempo, antes de que el abuelo Saotome concretara sus descabellados planes.

« ¡Tiene siete años, papá, cómo se te ocurre!» Le increpaba Ranma cada vez que los descubría practicando una riesgosa técnica. El aludido se excusaba en la idea de que ella algún día heredaría todos los conocimientos marciales de ambas familias, y cuanto antes empezara a desarrollar sus habilidades sería mejor. ¡Qué tontería!

—Y ¿a dónde iremos? —sonrió sin remedio. Estaba gratamente sorprendida por la responsabilidad con que su esposo planeó su viaje de aniversario.

Ambos habían madurado en cuerpo y alma, fortaleciendo el amor que se profesaban cada vez que conseguían despojarse de su característica timidez, y que con el tiempo consiguieron apaciguar.

—Yo… verás… hice una reservación en un hotel que me recomendó mamá —le dijo no sin antes sonrojarse en el proceso, provocando el mismo efecto en su esposa—. ¿Te agrada la idea?

—Por supuesto —dijo con un timbre de seguridad, una mirada franca y con la emoción brillando en sus ojos castaños.

La mujer de cabellos cortos bajó un poco la cabeza hacia los boletos que sostenía entre manos y parte de su melena cubrió su mirada.

De pronto, unas cálidas manos que ella conocía muy bien se posaron sobre las suyas y las apretujó con delicadeza. En cuanto Akane alzó la vista sintió la presión de los ojos azul grisáceo que la observaban con devoción, y a su dueño con parte del cuerpo apoyado sobre la mesa, muy cerca de ella.

—Sabes… yo no estaba seguro de si era… —Akane puso un par de dedos en sus labios y le impidió culminar la frase; ella tampoco dijo nada, simplemente buscaron unir sus labios.

Suspiraron de felicidad al ver la emoción reflejada en los ojos del otro por ese viaje que estaban a punto de emprender y que, indudablemente, les brindaría un momento de respiro a su matrimonio. Sus labios estuvieron a punto de encontrarse; no obstante, una inoportuna idea asaltó a Akane.

—Ranma… —Posó una de sus manos sobre la mejilla de él para detener su recorrido.

Al oír sus palabras abrió los ojos y forjó una sutil expresión de sorpresa.

— ¿A qué hora sale el tren?

—Hum… A las tres.

— ¡Las tres! —Explotó— ¡¿Por qué no lo dijiste antes, tonto?! ¡Sólo tenemos dos horas!

La menor de los Tendo se levantó de su lugar como un resorte y se dirigió hacia el corredor. Necesitaba empacar sus pertenencias, las de su esposo y su hija. Llevar a la niña a casa de sus suegros, darles instrucciones, hacer advertencias y una larga lista de cosas. ¡Dos horas no bastan!

— ¡Ve por tu hija a la escuela! —le ordenó ofuscada, antes de desaparecer dentro de la casa.

Ranma se levantó y caminó pesadamente por el mismo corredor que su mujer recorrió segundos antes. No había prisa. Sólo le tomaría media hora ir por su pequeña hija hasta la escuela de la ciudad. Amaba llegar a casa con ella de la mano hasta que decidía soltarse del agarre en cuanto ingresaban a casa para correr hacia los brazos de su madre, quien los esperaba paciente en el umbral del recibidor. Esta vez no sería diferente.

Ella se detuvo frente al cuarto que ambos compartían, abrió la puerta corrediza y pasó. La muchacha se dirigió hacia el único armario que había dentro.

El diseño del mobiliario era muy sencillo; estaba dividido en dos piezas verticales: uno para colgar ropa, y el otro, con una serie de reducidos cajones. Seleccionó la ropa necesaria, tomó dos morrales y los llevó hacia la cama matrimonial con los cobertores bien alisados. Y se introdujo en la paciente tarea de doblar toda la ropa. De pronto, desvió su mirada hacia la mesita de noche. Se quedó observando fijamente.

No tardó en acercarse y tomar una pequeña caja de píldoras anticonceptivas que estaba sobre la mesa mientras tomaba asiento en la cama.

En cuanto Ranma y Akane retomaron sus encuentros amorosos meses después del nacimiento de su primogénita, decidieron postergar sus deseos de traer otro bebé al mundo. Transcurrieron algunos años antes de subsanar las incontables deudas que sus padres les heredaron junto con la casa y el dojo, después se sumaron otras responsabilidades y tuvieron que relegar ese sueño un tiempo más. Al principio ninguno de los dos pensó demasiado en ello, pues apenas disponían de tiempo libre para la niña. Pero luego vinieron los comentarios de la familia acerca de brindarle a las dinastías un heredero varón, las bromas de Genma acerca de que las mujeres no poseen el mismo desempeño que los varones en los combates, las peticiones de su hija acerca de darle un hermano o las abiertas observaciones de Nodoka sobre un nieto que fuera tan varonil y fuerte como su padre.

De ningún modo dudaba de las habilidades de su primogénita para el combate libre, pues siempre que ellos entrenaban junto a la pequeña demostraba gran desempeño a su corta edad. No obstante, su suegro tenía razón: existen marcadas diferencias entre la fuerza de un hombre y una mujer; y si, en el futuro querían a alguien capaz de ganar los torneos de artes marciales, necesitaban cumplir con ése requisito.

Bueno, todo eso era importante para la familia, pero a ella sólo le importaba concebir otro bebé independientemente del género, y sabía que su esposo compartía su deseo a pesar del tiempo transcurrido. Anhelaba tener esa sensación en su cuerpo nuevamente, saber que en pocos meses tendría entre brazos una parte de ambos, un ser que la uniría aún más a Ranma. Y si algún día se separaran por designios del destino, podría estar cerca del hombre que más amaba en este mundo a través de sus hijos.

Ranma era buen padre. No era estricto, por el contrario, cada vez que veía a su hija llorar se acercaba a ella a brindarle consuelo, la llevaba a pasear cada vez que lo pedía, estaba pendiente de cuanto necesitara. A veces se preguntaba cómo haría para entrenarla con dureza en cuanto tuviera la edad suficiente.

De improviso se puso de pie, abrió el cajón de su mesita de noche y guardó la pequeña cajita en su interior. Luego se abocó a concluir la tarea de empacar todo para el viaje.

Continuará…


Notas de autora: Bueno, creo que tenía ganas de hacer algo diferente eso es todo XDDDD

Oh, si esperaban la escena lemon en el primer capítulo van a tener que esperar XD. Les aseguro que en el siguiente podrán apreciarlo ¬¬

Por último, sepan disculpar cualquier lista de errores que encuentren. Ando media cegatona XDD.