Disclaimer. Nada de lo que puedas reconocer me pertenece.
Advertencia. En los futuros capítulos habrá escenas o insinuaciones de slash, es decir, relaciones hombre/hombre. Todavía estás a tiempo de huir.
Invencibles: por definición, Universo Alterno y longfic si los he escrito. Según Alikum, la prueba de que el Destino (si existe) puede afrontarse de tantas formas como se quiera o se prefiera, eligiendo los caminos que a uno le plazca por capricho o por azar, acabando siempre en el mismo punto de la ordenada que cruza al jodido eje Y.
Si esto fracasara (probablemente probable) o por si el contrario, se mantuviera a flote en una balsa como la que mantuvo a Luis Alejandro Velasco desde que el Destructor Caldas sufriera un desborde hasta que las costas colombianas lo abrazaran y lo volvieran héroe, el agradecimiento a Alikum es el mismo. Infinito.
Invencibles.
Cuando Alice se apareció esa mañana en la casa con una sonrisa que no le cabía en el rostro y de inmediato se instaló en la cocina para tomar café y comer tostadas, Lily supo que mejor hubiera sido hacerse pasar por dormida o por enferma y no abrirle la puerta.
Al final acabó abriéndole, porque era tiempo de los primeros fríos y Alice le dio pena.
Si está contenta, Alice es una cajita de ruidos. Habla, habla, habla y en ningún momento deja de hablar. Gesticula frenéticamente con las manos, apura el café, se quema la lengua, no deja de echar azúcar en su taza a cada rato y engulle las tostadas sin masticarlas. Alice en estado eufórico es cosa de temer.
Siempre fue fanática de los deportes como el Quidditch, no se perdía ninguno en Hogwarts. Lloviera, tronase o se viniera el mundo abajo (con exámenes finales incluidos) Alice se armaba con su bufanda y su bandera y se trepaba a las gradas a dejar la voz, las fuerzas y las ganas en alentar a su equipo. Una chica de pasiones inconmensurables y de fidelidad intachable, lo que se dice.
Así había conseguido volverse popular con los chicos, aunque nunca consiguiera salir con ninguno. Ellos la habían adoptado como un amigo más (concepto machista donde los hubiera) y se trataban con una camadería que a Lily nunca había dejado de sorprenderle.
Con Frank empezó a salir por cuestiones que escapan del entendimiento y de la lógica. Ella era un estruendo constante y él un chico respetable e introvertido donde los hubiera. Como lío que se precie, Alice gustaba de dormir hasta que la aporrearan con la almohada y de vestirse con medias de distintos colores (azul y naranja, verde y amarillo), era un desorden ambulante y en su morral para las clases una podía encontrar de todo excepto apuntes. Frank era el primero de sus compañeros en levantarse, y no empezaba el día sin bañarse con agua de temperatura regulada. Llevaba sus tareas y sus apuntes prolijos y al día, se vestía como un chico respetable. Juntos eran como untar manteca y mermelada en la misma tostada, uno desconfía al principio, pero una vez superada la primera impresión, no quedan tan mal.
Con el vértigo incontenible de la emoción y el desayuno, Alice le mostró los pases. Rectangulares, con algunas letras doradas en el extremo superior, nada del otro mundo. O eso fue lo que pensó Lily cuando los vio, preocupándose por sonreír y parecer convincente a ojos de Alice. Sus padres se mostraron mucho más entusiasmados que ella, y dejando la cafetera y el periódico a un lado, la bombardearon con preguntas que Alice respondía gustosa de despertar interés.
–Es que en serio, no puedo entender el poco entusiasmo que muestran tú y Frank.
–Es que sinceramente, ya cubrí mi cuota de Quidditch cuando me arrastrabas a los partidos de la escuela –replicó Lily con una sonrisita que no podía ocultar. Alice se rió entre dientes de buena gana y dejó que los padres de Lily observaran las entradas para el próximo partido de la Liga.
–Eso dilo después de esta tarde.
–Y volveré a decirlo cuando me obligues a ir a otro juego, y al próximo, y al que venga luego.
Alice resopló más divertida que disgustada y no dejó de gritarle los pormenores desde el comedor hasta que se cambiara y volviera a bajar por las escaleras, lista para otra gran aventura donde ella y Frank hablarían de la filosofía de vida de un Hipogrifo y cualquier tema que se les ocurriera para matar el tiempo mientras Alice gritaba a su antojo todo cuanto se le venía a la mente.
Todo fuera por comer una hamburguesa con queso y verla feliz un rato (si ganaban, porque de lo contrario llevar a Alice a casa sería como vérselas con un Troll malhumorado después de golpearse el dedo chiquito del pie con su propio garrote).
Se encontraron con Frank en el camino. Se había cortado el pelo desde que Lily lo viera la última vez, apenas tres semanas atrás, e iba abrigado como si marcharan al Polo Norte a visitar al barbudo barrigón que hace obsequios en Navidad. Acorde a su buen humor habitual, inició la conversación antes de que Lily pudiera percatarse de lo ensimismada que estaba en su cháchara.
Alice se prendió del brazo de ambos, y así desaparecieron del Londres muggle, al que retornarían horas más tarde para tomar cervezas de manteca como lo hicieran en Las Tres Escobas durante sus años de estudiantes, y brindaran por la victoria del equipo, y a lo mejor, comieran algo antes de volver a casa.
…
–Venga, Canuto. No puedo llegar tarde, ¿recuerdas? No pueden empezar sin mí –protestó James, detenido en el umbral de la puerta.
Remus se había ido en la mañana –como era su costumbre– a acompañar a Peter al trabajo, camino de su clase. Levantándose para salir del departamento a las ocho de la mañana, nunca hacía a tiempo para recoger todo el desastre que Sirius hacía con el mobiliario y sus afectos personales. Tampoco tenía la intención de hacerlo, si alguien debía ordenar y limpiar todo el lío, era Sirius.
Canuto se removió incómodo en la cama y pegó la cara a la almohada, entreabriendo los labios y apretando los ojos.
– ¿Tarde para qué? ¿Ya es de noche otra vez?
–No, idiota.
Obligar a Sirius a moverse de la cama seguía siendo una tarea tan ardua como lo era cuando la motivación consistía en ir a ver las ojeras de McGonagall.
Primero se cubría con el edredón, luego se abrazaba firmemente a las sábanas y al final escondía la cara bajo la almohada. Si alguien conseguía romper ese esquema (y generalmente era Lunático) todos pagaban los platos rotos y debían tolerar el humor insufrible de un chucho enfurruñado por lo que restara de la mañana. Claro que si el desayuno era bueno, los ánimos menguaban.
Sirius Black es impuntual por oficio, es algo que hace sin darse cuenta y que le sale bien. Se mete a duchar y tarda como si estuviera tomando un baño de inmersión, hasta que James se cansa de esperarlo sentado en la cama y jugando con los pulgares y lo saca del baño sin amabilidades, venga, Cornamenta, ya sé que te pone verme desnudo, pero no es para que te metas así en el baño y me arrastres a la cama, hermano. A la misericordia James se la ha olvidado en casa.
Le arroja lo primero que encuentra en los estantes de ropa y lo oye protestar mientras se pone la camiseta. Como el tiempo son Galleons, James lo deja hablar (está probado que farfullando y ensimismado se mueve con más rapidez, vaya Merlín a saber qué artificios obran en la mente de una persona desequilibrada como Sirius) mientras le pone los calcetines.
– ¿También quieres subirme la bragueta? –masculla Sirius, pero James no lo escucha, porque está buscando las llaves de la moto en la caja de las pizzas, y es cuestión de tiempo hasta que las encuentre (a las llaves, las cajas ya las ha encontrado debajo de la cama, cubiertas por un pantalón roto y un calcetín rojo sin compañero) y lo arrastre todavía desnudo hacia la calle.
–Si con eso consigo que te muevas más rápido...
Al final a Sirius no le toma más de diez minutos terminar de vestirse los pantalones y cepillarse los dientes, y todavía refunfuñando porque el pelo y porque el desayuno, James consigue sacarlo del departamento, cerrar la puerta con las llaves y hacerlo correr escaleras abajo cual chucho bajo la mirada atenta de la luna llena.
La moto es esa vieja compañera de ruta a la que los dos se amoldan como si fuera una extensión más de sus cuerpos y cuando ella (que es así como una novia, una amante o una mujer, y que indudablemente, es miembro honorífico de la familia –no de esa con lazos sanguíneos, de la otra, la que le importa–, irremplazable en la vida de Sirius) ronronea, James siente un alivio que poco tiene que ver con volver a remontar la calle con Sirius.
–Quiero a este bebé como querría a mi madre si la quisiera, Cornamenta, en serio.
Sirius tiene una facilidad que da vértigo para decir cosas como esas todo el tiempo, incluso cuando todavía no acaba de despertarse y ya tiene el manubrio bien afianzado entre las manos. Pegado a su espalda, abrazándolo como no lo abrazaría siquiera por su cumpleaños, James le reza al buen Merlín para poder llegar con vida al campo.
Será que Merlín se levantó con un humor del quinto infierno, porque sólo a ellos les ocurre quedarse en el medio de un estancamiento de tránsito con una motocicleta que puede remontar el cielo como la mejor de las escobas, pero sin ser vista por muggles.
…
Es cosa de hábito o de reiterado azar, un azar que más que azar es costumbre y más que costumbre es cotidianeidad, que Remus le espere en aquella esquina, cruzado de brazos, con todos sus apuntes ordenados bajo el brazo y cara de estar mirando cómo el semáforo muggle cambia de color, o cómo pasan los autos, o a alguna persona que por tal o cual razón le ha llamado la atención. Remus no es de esos que miran gente, porque hay gente –como él– que prefiere no ser observada.
Y es cotidiano también que Peter cruce la calle casi corriendo, que se queje de sus patas cortas y que hable de comida hasta llegar al Caldero Chorreante y comer algo a los apurones, tomando cerveza de manteca. Almuerzos laborales suelen llamarlos, y son bastante buenos comparados con la mierda que come Sirius cuando se despierta para almorzar.
Hoy, sin embargo, dejan atrás el Caldero Chorreante y se aparecen juntos en uno de los estadios de Quidditch más imponentes de Inglaterra, porque James nunca les perdonaría si no fueran a ver el juego. Lo de los pases gratis es sólo un adicional.
Encontrar a Sirius no fue tan difícil como en un principio parecía. Tiene esa cosa de perro cazador y siempre acaba encontrándolos casi con la nariz pegada al suelo, las manos siempre en los bolsillos y cara de haber revivido después de diez años metido en una cripta (o haber trabajado hasta media noche y haber salido más tarde a romper la ciudad). Su cabello es un desastre universal, un montón de greñas sobre la cara con ojeras (o las ojeras con cara, que no es lo mismo pero es igual).
–Sí que la pasaste bien anoche, ¿eh, Sirius? –bromeó Peter.
En respuesta, Sirius gruñó algo indescifrable y les hizo una seña con la cabeza para que le siguieran entre la multitud de magos hasta el estadio.
Siempre hay mucha gente en los partidos de Quidditch, es algo que en la comunidad mágica se empieza a insertar en la vida de los niños desde muy temprana edad, y ya luego es imposible enseñarle trucos nuevos a los perros viejos. Algo sobre la sociedad mágica de consumo fue diciendo Remus durante un rato. Una grada, dos, tres. A la cuarta y sin anestesia, Sirius le ordenó que cerrara la boca, y fue entonces que Peter –intentando no meterse en esas discusiones tontas que existen desde la primera noche que pasaron juntos en la torre Gryffindor– la vio.
– ¿Qué esa no es Lily? –dijo.
– ¿Cuál Lily?
–Evans, por supuesto. Lily Evans.
– ¿Y qué iba a estar haciendo Evans aquí? –inquirió Sirius, alargando el cuello para ver sobre la multitud algo que dijera que Lily Evans estaba en el lugar más improbable del mundo mágico, algo como su cabello zanahoria o su forma muggle de vestirse en el tiempo libre, o su manía de sentarse en las gradas antes, durante y después del partido. –Oh. ¿Qué hace Lily Evans aquí?
Como buenos amigos de la ciencia, formularon hipótesis, las discutieron de manera civilizada y razonable, siempre utilizando como punto de referencia la lógica y las más ingeniosas argumentaciones (las ideas en plan un translador se coló en su baño por accidente y la trajo hasta aquí, y como se sorprendió al enterarse que había un mundo aparte de los libros, decidió pasar el rato e investigar a la gente por supuesto que nunca fueron admitidas en tan intelectual conversación), y al final Peter se paró para saludar a Frank Longbottom y a su novia Alice, y aprovecharon así la oportunidad de acercarse a aquellos que fueran sus compañeros de clase en Hogwarts e indagar lo más disimuladamente que se pudiera sobre las razones que arrastraron a una chica como Lily Evans a un lugar social como aquel.
–No has cambiado nada, ¿eh, Black?
–Insufrible como siempre, ¿no, Evans?
–Qué bueno es estar otra vez en Hogwarts, aunque sea por un momento –bromeó Alice de buena gana, sentándose en las gradas para seguir aunque fuera de oído la conversación que Peter, Remus y Frank ya habían entablado, y que parecía tan entretenida.
Afortunadamente, el partido comenzó pronto, y Alice pasó a mejor momento saltando con la gente y gritando incoherencias que ningún jugador podría oír aunque se esforzase por hacerlo.
– ¿Y Potter? ¿Qué pasó con él? –preguntó Lily, encogiéndose un poquito entre la algarabía de la gente.
–Ahí –respondió Sirius, fanfarroneando como si le hubieran preguntado por él mismo. Señaló con la mano bien extendida hacia el campo, donde un puñado de magos y brujas uniformados se elevaban coordinados en sus escobas de carrera. Al principio Lily no lo vio, no era como si James Potter destacase mucho de sus compañeros de equipo. Un poco más alto que una de las cazadoras, bastante más que las otras dos y en igualdad de condiciones con los muchachos; el cabello del mismo color que cualquiera de los otros, y un poco más delgado y desgarbado que los musculosos bateadores.
Cuando rompieron la formación, algo fue evidente. Algo le dijo a Lily con esa voz susurrante y burlona de la propia mente que ese de ahí era James Potter. La forma de impulsarse hacia adelante, a lo mejor, acercando el pecho al mango de la escoba hasta lo imposible, aferrándose con las dos manos, soltándose a veces y extendiendo los brazos todo lo posible, fanfarroneando, probando el viento y mirando hacia todos lados siempre pretendiendo tener todo bajo control.
Lily balbuceó algo y luego cerró de nuevo la boca, sintiendo el gusto a fruta madura en el paladar. James Potter, un nombre, un par de gafas redondas, el pelo despeinado y una forma muy particular de abrazar con todo el cuerpo y con el olor de su perfume y de su piel.
Desde que se bajaron del Expreso de Hogwarts, Lily Evans no creyó volver a ver a ese hombre en su vida. Porque James ya no era el chiquillo desgarbado (o sí) que solía ser a los dieciséis, cuando molestaba a Severus en el lago y se aventuraba por el castillo después del toque de queda. Era un hombre donde los hubiera, por Merlín. El de la sonrisa flojita y fácil, el de la risa atragantada y las bromas constantes, el del brillo en los ojos cuando podía robarle galletas recién preparadas a su madre, el de la felicidad tangible cuando es dueño y señor de su escoba y así conquista el mundo.
No sólo había crecido unos cuantos centímetros desde sexto, sino que algo en él había madurado (tanto como puede ser esperable en una persona como James Potter o como Sirius Black). Era el mismo chiquillo despreocupado y bromista, pero algo en él había crecido, era distinto, era ajeno y distante, como uno de esos chicos que una mira y resultan inalcanzables.
Se le revolvió el estómago de sólo (pensarlo) mirarlo. Ahora volaba en picada y Lily regresaba a las tardes en las extensiones del terreno de la escuela, en los encontronazos en la sala común, en cómo James siempre se le aparecía por detrás, le besaba la mejilla y la llamaba novia con una despreocupación, con una soltura, como si fuera un saludo, y Alice sonreía como la que más y le decía que Merlín me mate ahora si ustedes no están hechos el uno para el otro, cada vez que podía y cada vez que no.
Merlín no la mató, pero al final, Alice no tuvo razón.
A lo largo de siete años de estudios y secuestros, Lily aprendió a apreciar ligeramente el arte del Quidditch. No entiende esa pasión que el juego despierta en Alice o en Sirius, pero entiende ciertas cosas y disfruta (pero este es uno de esos placeres que no se dicen, porque Alice tiene una memoria increíble) la euforia en el ambiente luego de una victoria.
Puede hacer un buen seguimiento del juego, porque nunca se requirieron expertos para eso. La Quaffle (porque también conoce los nombres de las pelotas, y eso aunque duele recordarlo, fue algo que aprendió de James en el último año, en la época de salir juntos y sentarse apoyados en el otro, acariciándose el pelo e ir inmiscuyéndose despacito en lo ajeno) va de mano en mano, el equipo adversario (que la mate Merlín si sabe cómo se llama) se mantiene a la defensiva, juegan lento y donde pierden la Quaffle es a mitad del estadio. El equipo de Potter (de James) es un equipo agresivo que juega con velocidad. Se pasan la Quaffle más veces y así pueden mantenerla más tiempo.
El otro buscador (Alice acaba de decir su nombre como diciendo ¡chico lindo!, pero a Lily le da pena admitir que en ese sentido, su memoria deja mucho que desear) no se está quieto desde que empezó el partido. Viene para acá, va para allá y recorre la cancha sin detenerse ni un momento. James se mantiene elevado en el aire, allí donde no perjudica el juego de las cazadoras, y sólo se mueve para esquivar las Bludgers que vuelan por todos lados intentando derribar a los cazadores. A Lily le parece curioso que si bien en el equipo de Potter las tres cazadoras sean mujeres y los dos golpeadores hombres, en el equipo contrario sea exactamente al revés, pero eso no viene a cuento.
– ¿Cuánto puede llegar a durar un partido? –preguntó Lily. Ese pronto se convertiría en el partido más largo de su vida. El equipo de Potter perdía por veinte puntos, estando así en los 150 puntos.
–Creo que el partido más largo ha durado una cosa así de meses –sonrió Peter gentilmente.
Lily puso mala cara y entonces James se movió. Primero como un amague, como ya lo había hecho antes varias veces para estirar los músculos. Luego en dirección horizontal y tomando velocidad, en una carrera de vértigo a la que el otro buscador se había sumado en cuestión de pocos segundos. James llevaba todavía la delantera y estaba del otro lado del campo. El otro buscador tenía pocas posibilidades (o eso discutían abiertamente Sirius y Alice, un poco casi conteniendo el aliento pero sin querer callarse) porque primero debía encontrar la Snitch y dejar de seguir a James por instinto, y luego debía ganarle en velocidad a quien ya le sacaba una escoba y media.
En la tribuna se hacía sentir el drama exagerado de los magos y esa pasión desbocada que Lily envidia, porque pasiones como esa siempre son envidiables. El silencio se fue instaurando, denso y pesado, y todo el mundo parecía estarse estirando hacia adelante en la medida en que se acercaban los buscadores.
– ¡Allá! –gritó Sirius, señalando un punto brillante delante de ellos. Lily creyó verla, pero luego de parpadear ya la había perdido de vista. Se puso en puntas de pie, apoyándose en los hombros de Frank, que continuaba delante de ella, de pie, interrumpiendo su conversación con Remus para poder observar la escena que Alice relataría una y otra vez hasta acabar la noche.
Podía ver cada detalle de James. Cómo había pasado el tiempo y se le habían acentuado ciertos rasgos y cómo otros habían prevalecido a pesar de todo. El cabello, ligeramente más largo de cómo solía llevarlo en Hogwarts, igual de despeinado. Las gafas bien pegadas a los ojos, distinto de cuando dejaba que se le deslizaran por el puente de su nariz. Más marcados los pómulos.
Lily podía ver cada pelo. Lo que no podía hacer era apartar la vista de James Potter, mucho que le pesara, y dejar de sentir la Hecatombe en su estómago, el arremolinado recuerdo de su perfume, perfume que James usaba en su último año porque había sido Lily quien se lo había comprado.
Allí, frente suyo, con James a la altura de su rostro, Lily pensó en las ganas que tenía de irse a su casa inmediatamente y dormir lo que restara del día y de la noche. Levantarse a la mañana sin pensar en nada (sin pensar en él), y seguir su vida.
James extendió la mano y la gloria era suya. Levantó la cabeza, y será que el amor de las películas es un poco verdad, será que las novelas no son tan exageradas, será que Alice tiene dotes de adivinación nunca descubiertos hasta entonces, será el destino que los muggles creen e inventan. Será que tiene el cabello del color de una zanahoria y que está rodeada de gente predominantemente morena, que James levantó la cabeza y la vio.
Pudo haber visto a otra persona, a Alice y a Frank, y sorprenderse lo mismo, pero Lily prefiere pensar que la vio a ella, aunque mucho le hubiera gustado no haberle visto los ojos cuando la miró, porque entonces esos mismos ojos no hubieran aparecido en su cabeza lo que restara de la semana, en cada descuido o en cada oportunidad. Los ojos cafés de James Potter al cerrar sus propios ojos.
Como una ráfaga, el otro buscador extendió la mano, agarró la Snitch, y nadie entendió nada.
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