Disclaimer: Digimon no me pertenece, tampoco sus personajes.
Capítulo I
Padres
No siempre fue así. Antes era un buen marido y buen padre, incluso buen amigo. Pero desde que Kari Kamiya cumplió 10 años todo cambió por completo. Su padre empezó a discutir todos los días con su mujer, y alegando estas discusiones, conducía hasta un bar lejano, hasta que volvía a casa a las dos, tres o incluso las cinco de la mañana.
Cuando Kari tenía 12 años los problemas ya fueron mayores, ahora los insultos iban varias veces hacia Tai, ya que su hermano saltaba cuando su padre insultaba a su madre. Tai tenía un pronto terrible. Una noche, mientras este y su padre discutían, ocurrió algo que nadie se esperaba:
-¡Me da igual que seas mi padre! ¡Das vergüenza, nadie te aguanta, sólo mamá porque ella es una buena mujer y no se merece esto!
-¡Cállate gilipollas! ¿Me va a dar el discurso un niñato de 15 años que no va a llegar a nada en la vida? ¡Venga hombre! ¡Vete a la cuna, hijo de perra!
Kari se encontraba en el pasillo, con lágrimas gruesas de dolor extremo y agarrándose el pecho, hiperventilando tratando de mantener la calma, pero le era imposible. Entonces ocurrió.
-¡Hijo de puta! -escuchó, era la voz de su hermano. Y luego siguió por un grito de su madre. Ella salió del pasillo y se plantó en el salón, la estampa era horrenda: Tai estaba en el suelo, con la nariz sangrando; su madre a su lado, abrazándole y llorando; y el padre parado, con la mirada fija en ambos. Luego miró a Kari. Su respiración se cortó mientras las pupilas negras de su padre la miraban fijamente. Se empezó a acercar a ella y el dolor se apoderó de su cuerpo.
-Y tú que estás mirando, payasa -dijo el padre pasando por su lado. Entonces se dirigió hacia la puerta y se fue. Kari se quedó allí plantada, cuando sintió que su hermano y su madre la abrazaban. Ella comenzó a llorar abrazándose a ellos con fuerza.
Para entonces Kari ya tenía 15 años, y las cosas eran mucho peores. Las peleas eran continuas, los golpes extremos y los llantos inevitables. Su madre se encontraba en el comedor, poniéndole la cena a su marido. Tai la ayudaba. Ambos estaban en silencio, Tai se lavó las manos y se retiró a su habitación encerrándose en ella. La mujer puso la cena de su marido en la mesa y entonces la puerta se abrió. El rostro del hombre estaba duro. Miró la cena, luego a su mujer y cerró la puerta detrás de él. La mujer se metió en la cocina de nuevo, rezando para que nada pasase esa noche. Entonces su marido entró en la cocina e hizo que su mujer le mirara, cogiéndola de un brazo.
-¿Pero que te pasa?- dijo la mujer.
-¿Que qué me pasa? ¿Tú te crees que esto es una cena?
-Bueno pues te compras a una putita que te haga lo que tu quieras -la señora Kamiya se limpió las manos con el trapo y salió de la cocina, pero su marido fue detrás. Ahí empezó la bronca más grande del mundo, con llantos de la mujer, que aún así no se mantenía callada.
Kari estaba en la esquina de su cuarto, abrazando sus rodillas y con la barbilla apoyada sobre sus brazos cruzados. Entonces entró Tai, cerrando la puerta al entrar y se sentó en el suelo con su hermana. Le pasó un brazo por los hombros y ella se apoyó en su pecho.
-No sabes cuanto deseo que esto termine Tai -dijo.
-Lo sé, Kari. Yo también lo deseo.
-Me quiero ir. Por favor Tai, vámonos.
Silencio. Tai no sabía que decir, y sus padres seguían discutiendo a voces en el salón. Finalmente, habló:
-Os sacaré de aquí, ¿vale? Os lo prometo a mamá y a ti.
Entonces el mayor se levantó para salir del cuarto, pero la voz de su hermana le paró.
-Por favor, hermano, quédate esta noche conmigo.
-Anda, acuéstate.
Ella obedeció, y esa noche durmió entre los brazos de su hermano, sintiéndose segura e inmune contra cualquier daño o agresión. Y tal cómo Tai lo prometió lo cumplió. Cuando su padre se fue al trabajo a las siete de la mañana, él despertó a su madre y a su hermana, llevándolas lejos de aquel hombre. Y mientras viajan en el coche en busca de un hogar, Kari piensa que es la chica más afortunada del mundo, porque ahora sí que tiene a su familia a su lado, a su verdadera y única familia.
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